miércoles, 22 de marzo de 2017

David Rockefeller: la muerte de un ícono del imperialismo




David Rockefeller murió mientras dormía en su mansión neoyorquina a los 101 años. Siete corazones habían pasado por su cuerpo después de seis trasplantes. Era nieto de John Rockefeller, considerado hasta hoy el norteamericano más rico de todos los tiempos y fundador de una dinastía que fue y es un símbolo del capitalismo en su etapa imperialista, en su etapa superior y última. Según la revista Forbes, al momento de su muerte David Rockefeller tenía una fortuna personal de 3.354 millones de dólares.
La historia del clan Rockefeller es la historia del capitalismo mismo, de su transición desde la libre competencia hasta el surgimiento de enormes pulpos, de lo que Lenin llamaba “las 60 familias” que componían “la oligarquía financiera internacional”. Seguir la historia de los Rockefeller es indagar en los modos en que se operó aquel fenómeno.
John Rockefeller, el abuelo paterno del hombre fallecido este 20 de marzo, fundó la Standard Oil en 1870, que era entonces una petrolera de Ohio. Mediante acuerdos secretos con las compañías ferroviarias, consiguió un fuerte abaratamiento de sus costos de transporte a cambio de un flujo constante de petróleo trasladado en los novedosos vagones tanque. Esos convenios —violatorios de la ley norteamericana— le permitieron a Rockefeller vender su petróleo más barato y mandar a la quiebra a un extenso racimo de empresas pequeñas y medianas, y a unas cuantas de las grandes. De inmediato la Standard fusionó sus capitales con entidades bancarias, proceso que encontraría su pico casi medio siglo después, en 1955, con la fundación del Chase Manhattan Bank, del que David Rockefeller fue presidente a partir de 1961.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la expansión del grupo ya tenía su principal sostén en la piratería, en el asalto a las arcas estatales de países sometidos. Venezuela, por citar un caso, fue saqueada por Rockefeller y otros petroleros. Para eso, la Standard, avalada por los gobiernos norteamericanos, hacía instaurar en esos países dictaduras militares y/o civiles que le daban a la empresa concesiones leoninas, al punto que esos Estados pagaban de sus Tesoros los gastos de exploración y explotación petroleras mientras los Rockefeller controlaban desde la política de precios hasta los sistemas impositivos de esos países. En definitiva: se constituyó un pulpo monopólico fusionado con el capital bancario (esa fusión es el capital financiero), sostenido por el Estado y por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, que mandó a la quiebra a sus competidores (final del capitalismo de la libre competencia) y se dedicó al saqueo brutal de los países oprimidos. He ahí, más o menos, el imperialismo según la definición de Lenin. Los Rockefeller son una representación casi en estado puro de esa transición histórica.

Rockefeller y la Argentina

Los Rockefeller tuvieron con la Argentina un largo e intenso vínculo, especialmente el hombre que ha muerto este 20.
Antes que él, ya el gobierno de Juan Perón, en 1955, muy poco antes de su derrocamiento, había firmado un contrato con la Standard Oil y su filial argentina, la Compañía California Argentina, que le entregaba a los Rockefeller una amplia porción de territorio y autoridad jurisdiccional sobre esas áreas, y precios internos superiores a los del petróleo importado. Después de la caída de Perón, se llegó al extremo de que la dictadura fusiladora instaurada en 1955 anulara esos convenios por considerarlos “inadmisibles”.
David Rockefeller fue también fundador de la Trilateral Comission, un antecedente del Consenso de Washington, una reunión de grandes pulpos bancarios e industriales con funcionarios de primera línea de un puñado de naciones imperialistas, para decidir las grandes líneas de política económica que debía seguir el mundo; esto es, cómo y con qué métodos el capital financiero internacional más concentrado impondría su dominación internacional.
Fue David Rockefeller, también, un gran conocedor de la Argentina, donde tuvo muchos, muchísimos amigos y conocidos de confianza: José Alfredo Martínez de Hoz, Jorge Videla, Raúl Alfonsín y su ministro de Economía Juan Vital Sourrouille, Domingo Cavallo, Carlos Menem y Cristina Fernández de Kirchner. De todos ellos obtuvo grandes elogios y a todos les arrancó pedazos de la Argentina.
Otro símbolo: la amistad de David Rockefeller con Martínez de Hoz no empezó con la dictadura sino en 1964, cuando el futuro ministro de Videla era funcionario del muy “democrático” gobierno radical de Arturo Umberto Illia, como antes lo había sido del presidente de facto José María Guido (títere de los militares, fue puesto por ellos en lugar de Arturo Frondizi en 1962). En efecto, Illia había colocado a Martínez de Hoz al frente de la sección argentina del Consejo Interamericano de Comercio Internacional. Allí se hizo amigo y servidor de Rockefeller.
“Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa han sido muy pero muy exitosas para resucitar la economía de la Argentina”, dijo de Martínez de Hoz (La Nación, 20/3). "La familia Rockefeller se dedicó a contribuir a la cultura y al progreso. Y en particular David. En relación con la Argentina, a través de la Sociedad de las Américas, y en diferentes oportunidades, como presidente del banco Chase Manhattan", dijo de él Domingo Cavallo. David Rockefeller tuvo también una amistad muy íntima con Amalia Lacroze de Fortabat.
Cristina Kirchner no se quedó atrás: “Tuvo elogios hacia Rockefeller cuando participó en 2008 de una reunión del Council of Foreign Relations. Cuando viajó a Nueva York, la entonces Presidenta destacó —tras saludar afectuosamente al magnate David Rockefeller— que el gobierno recibió propuestas ‘muy interesantes’ y ‘beneficiosas para el país’ de tres bancos internacionales para salir del default, que finalmente no se concretaron” (ídem).
Lo que sí se concretó fue el último gran negocio de Rockefeller en la Argentina: la entrega del petróleo de Vaca Muerta, por parte del gobierno “nacional y popular”, al pulpo Chevron, una de las compañías en las que tuvo que dividirse la Standard Oil cuando, en 1911, la Corte Suprema de los Estados Unidos le aplicó la Ley Sherman (ley “anti-trust”). Como hizo su abuelo en las décadas de 1870-1880, también en este caso hubo cláusulas secretas que, ahora se sabe, sólo encuentran comparación con la transformación de la Argentina en colonia británica por el pacto Roca-Runciman en 1933.
Como se ve, el hombre muerto este 20 de marzo fue parte sustancial de la historia del imperialismo, y también de la historia del sometimiento argentino a los grandes pulpos del capital financiero internacional. Por dictadores y por “demócratas”.

Alejandro Guerrero

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