domingo, 26 de enero de 2014

Antonio Gramsci: la cultura y los intelectuales




I

Antonio Gramsci (Ales, provincia de Cagliari, en Cerdeña, 1891-Roma, 1939) es el más grande pensador marxista que se haya dedicado al estudio del papel de la cultura y de sus creadores, los intelectuales, en la vida social, económica y política. Sus estudios, él mismo lo anticipaba, no pretendían ser de carácter sociológico, sino, precisamente, culturales e históricos (Quaderni del carcere, Einaudi, Torino, 1975, p. 1515). Ningún otro estudioso, de hecho, de ninguna tendencia ideológica o filosófica, ha aportado lo que Gramsci a la comprensión del rol que la cultura y la creación espiritual y, sobre todo, los intelectuales, desempeñan en la vida social en todos sus aspectos en el mundo moderno. Él es único entre los marxistas, porque ninguno se había ocupado de esta crucial temática. Y resulta único entre todos los que han estudiado los fenómenos culturales y espirituales de la sociedad, porque ninguno llegó a los hallazgos que él logró.
Gramsci jamás creyó en fatalismos materialistas o determinismos económicos. Para él, el mundo es el escenario de la vida social, en el que los hombres, con todas sus capacidades espirituales y todas sus energías naturales, actúan y crean su vida en sociedad. Los hombres, al actuar en el mundo, crean la cultura, que es la obra humana en la realidad natural. Pueden destruirlo todo, es posible; pero incluso eso es obra suya y no hay fuerzas ocultas en la naturaleza que lo obliguen a hacer lo que no quiere o él mismo no decide. Las llamadas fuerzas productivas de la sociedad, que los marxistas convirtieron en un fetiche con poderes demiúrgicos, no son sólo “cosas”, fuerzas ciegas de la naturaleza, sino y sobre todo, inteligencia aplicada, pensamiento organizado y voluntad de crear y de cambiar en la realidad.
Para Gramsci no es que existan, dualísticamente, por un lado, la realidad ciega y, por el otro, la inteligencia y el pensamiento organizado. Mientras el hombre exista, el pensamiento será siempre parte indisoluble de la realidad. Donde el hombre existe, éste forma parte de la realidad primaria y siempre será la fuerza motriz y dinámica de la realidad material. El pensamiento en abstracto, existente por sí mismo, es una necedad; la empiria que opera ciegamente es un sinsentido.
Estas ideas, por supuesto, las produjo Gramsci en su contacto con Marx y son fruto de su personal interpretación de las doctrinas del mismo Marx. Gramsci llegó a él gracias a Benedetto Croce y, también, a los escritos de Antonio Labriola, reputado introductor del marxismo en Italia. Croce, a su vez, llegó a Marx debido al hastío que el mismo liberalismo en el que había nacido intelectualmente le producía y porque, lo que él creía que era su fruto directo, la democracia, simplemente no lograba digerirla. Croce veía a Marx inextricablemente ligado a Hegel.
Pero lo que más repudiaba Gramsci, sobre todo el joven Gramsci, era el materialismo mecanicista y el positivismo del que, pensaba, el marxismo había sido una víctima propiciatoria. Para el pensador sardo, lo que Marx predica no es el materialismo, sino la acción de los hombres en la realidad y los hombres son, ante todo, seres espirituales, espíritu en acción. Todavía joven, llegó a escribir: “El comunismo crítico no tiene nada en común con el positivismo filosófico, metafísico y místico de la Evolución de la Naturaleza. El marxismo se funda sobre el idealismo filosófico, el cual, empero, no tiene nada en común con lo que ordinariamente se expresa con la palabra ‘idealismo’, o sea, el abandonarse a los sueños y a las quimeras caras al sentimiento, el tener siempre la cabeza entre las nubes, sin preocuparse de las necesidades y de las urgencias de la vida práctica. El idealismo filosófico es una doctrina del ser y del conocimiento, según la cual estos dos conceptos se identifican y la realidad es lo que se conoce teóricamente, nuestro mismo yo.” El joven Gramsci no reconoce en Marx a un filósofo: “Marx –escribía en efecto– no era un filósofo de profesión y, a veces, dormitaba él también” (Scritti giovanili. 1914-1918, Einaudi, Torino.)
Ese punto de vista cambió un poco con el tiempo. El pensador de Ales muy pronto reconoció que la obra de Marx y, en particular su concepción del materialismo histórico, era no sólo una filosofía con un rol que desempeñar en la cultura moderna, sino que era, además, la superación de todas las filosofías; “la parte esencial del marxismo –apuntaba– está en la superación de las viejas filosofías y también en el modo de concebir la filosofía, lo que se necesita demostrar y desarrollar sistemáticamente. Desde el punto de vista teórico, el marxismo no se confunde y no se reduce a ninguna otra filosofía; él no sólo es original en cuanto supera las filosofías precedentes, sino original, específicamente, en cuanto abre un camino completamente nuevo, vale decir, renueva de la cima al fondo el modo de concebir la filosofía” (Quaderni…) Ello no obstante, para Gramsci sigue siendo esencial en el marxismo su aporte cultural: la acción del hombre en la historia y su obra transformadora.
Se parte de la realidad, porque vivimos en ella, es cierto, pero eso es sólo un dato factual, necesario. Es cierto que formamos parte de esa realidad, pero es sólo el principio y no es lo más importante. Lo importante es que, estando en la realidad, actuamos sobre ella y la transformamos de acuerdo con nuestro pensamiento, con nuestras ideas. Estamos en (inmanencia), pero somos en. “Desde el punto de vista de la investigación histórica –dice Gramsci en el mismo lugar– se debe tomar en cuenta desde qué elementos Marx ha partido en su filosofar, cuáles elementos ha incorporado, volviéndolos homogéneos, etcétera; entonces se deberá reconocer que de estos elementos ‘originarios’ el hegelismo es el más importante relativamente, en especial por su propósito de superar las concepciones tradicionales de ‘idealismo’ y de ‘materialismo’. Cuando se dice que Marx adopta la expresión ‘inmanencia’ en sentido metafórico, no se dice nada: en realidad, Marx da al término ‘inmanencia’ un significado propio, lo que quiere decir que él no es un ‘panteísta’ en el sentido metafísico tradicional, sino un ‘marxista’ o un ‘materialista histórico’. De esta expresión ‘materialismo histórico’ se ha dado el mayor peso al primer miembro, mientras que debería ser dado al segundo: Marx, esencialmente, es un historicista.”
Gramsci era claramente acrítico del concepto del historicismo. Para él no se identificaba con el finalismo hegeliano ni de cualquier otro tipo. No era el fin al que la historia se encamina para su total culminación. Esta idea no tenía sentido para él. Hay aquí una reivindicación de un nuevo concepto de la historia: ésta no es más que el registro de la acción de los hombres sobre su realidad material en el tiempo. Es la obra humana en el mundo. Es el mundo de los hombres, el cual se significa por ser, ante todo, espíritu. “Se puede decir –escribía Gramsci– que la naturaleza del hombre es la ‘historia’ (y en este sentido, dado que la historia es igual a espíritu, que la naturaleza del hombre es el espíritu), si, justamente, se da a la historia el significado de ‘devenir’, en una ‘concordia discors’ que no parte de la unidad, sino que tiene en sí las razones de una unidad posible: por ello la ‘naturaleza humana’ no puede hallarse en ningún hombre particular, sino en toda la historia del género humano… mientras que en cada individuo se encuentran caracteres puestos de relieve por la contradicción con los de otros” (Quaderni...)
Si el hombre en el mundo es, ante todo, espíritu, fácil es colegir que la verdadera ley de la historia es la libertad. Ya el joven Gramsci había enunciado que “la libertad es la fuerza inmanente de la historia, que hace explotar todo esquema preestablecido”, de manera que “el desarrollo está gobernado por el ritmo de la libertad” (Scritti giovanili). El Gramsci maduro profundiza en el concepto y lo radicaliza hasta hacer del hombre el agente transformador de la historia. “Posibilidad –escribía– quiere decir ‘libertad’. La medida de la libertad entra en el concepto del hombre… En este sentido, el hombre es voluntad concreta, o sea, aplicación efectiva del querer abstracto o impulso vital a los medios concretos que realizan tal voluntad. Se crea la propia personalidad: 1) dando una dirección determinada y concreta (‘racional’) al propio impulso vital o voluntad; 2) identificando los medios que vuelven esa voluntad concreta y determinada y no arbitraria; 3) contribuyendo a modificar el conjunto de las condiciones concretas que realizan esta voluntad en la medida de los propios límites de potencia y en la forma más fructífera” (Quaderni…)

II

¿Qué es lo que el hombre produce en su paso por la vida en esa infinita realidad que lo circunda y en la que existe y vive? Es la cultura. Gramsci tiene muchos conceptos de cultura. Para él, por ejemplo, es todo lo que el hombre crea en su devenir en la historia; puede ser, también, un conjunto de reglas del comportamiento; además, un modo de ser de toda una sociedad, que incluye puntos de vista sobre la vida, apreciaciones de los valores que le son propios; también todo el catálogo de los hechos históricos que se signifiquen por la creación de obras de arte, ideas, creencias, religiones o todo tipo de expresión. Muy a menudo, el pensador de Ales se refiere en esos términos a la cultura. Pero él tiene un concepto mucho más dinámico y creativo de lo que es la cultura. En un escrito de juventud afirmaba: la cultura “es organización, disciplina del propio yo interior, es toma de conciencia de la propia personalidad, es conquista de conciencia superior, por la cual se logra comprender el propio valor histórico” (Scritti giovanili.)
Poco después, escribía: “Yo tengo de la cultura un concepto socrático; creo que es pensar bien, cualquier cosa que se piense y, por tanto, un optar bien, cualquier cosa que se haga. Y como sé que la cultura es ella también concepto basilar del socialismo, porque integra y concreta el concepto vago de libertad de pensamiento, del mismo modo quisiera que fuese vivificado desde lo alto, desde el concepto de organización.”En otra ocasión exponía: “Yo doy a la cultura este significado: ejercicio del pensamiento, adquisición de ideas generales, hábitos que deben conectar causas y efectos. Para mí todos son ya cultos, porque todos piensan, todos conectan causas y efectos. Pero lo son empíricamente, primordialmente, no orgánicamente. Por lo tanto, se tambalean, se abandonan, se ablandan o se vuelen violentos, intolerantes, rijosos, según los casos y las contingencias.” Más tarde, ya desde la cárcel, Gramsci reivindica de nuevo la cultura como “la potencia fundamental de pensar y de saberse dirigir en la vida” (Quaderni…)
La cultura es la historia o, mejor dicho, es la historia realizada, el fruto de la vida de los hombres y es, al mismo tiempo, el modo de ser de los hombres en la realidad histórica. No se puede existir sin cultura, sin ser cultos, sin crear culturalmente. Todos los hombres, a su modo, son cultos, pero todos en diverso grado. El hecho es que todos crean culturalmente. Pero no todos crean para siempre, für ewig, como diría Goethe (Lettere dal carcere.) No todos pueden hacerlo. La sociedad en su infinita diversificación se ocupa de crear y formar a quienes encarga de la función. Esos son los intelectuales.
Si bien los intelectuales forman una categoría social perfectamente distinguible por sus características particulares, ellos no forman una clase social por sí solos. Siempre se crean en el seno de otras clases y se desarrollan dentro de ellas. No es que necesariamente nazcan en la misma clase; los intelectuales son continuos migrantes de clases y pueden identificarse con cualquiera de ellas. Gramsci lo dice así: “Cada grupo social, naciendo en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea al mismo tiempo, orgánicamente, uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función no sólo en el campo económico, sino también en el social y el político” (Quaderni…) Se trata de un proceso interno de división del trabajo: los intelectuales se vuelven “orgánicos” al ocuparse del desarrollo de ciertos aspectos de la vida intelectual del grupo o clase. “Se puede observar –nos dice– que los intelectuales ‘orgánicos’ que una nueva clase crea consigo misma y elabora en su desarrollo progresivo, son en su mayor parte ‘especializaciones’ de aspectos parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha alumbrado.”
Todos los aspectos de la vida social tienen su lado intelectual. La vida en sociedad es, en gran parte, vida intelectual. Por eso, Gramsci llega a escribir: “Todos los hombres son intelectuales…; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales.” Se trata de una especialización en las diversas funciones del trabajo intelectual. Esas funciones son de una gran diversidad y la especialización de los individuos muestra el grado de profesionalización del trabajo intelectual. Nos dice Gramsci al respecto: “La actividad intelectual debe ser distinguida en grados incluso desde el punto de vista intrínseco, grados que en los momentos de extremada oposición dan una real y verdadera diferencia cualitativa: en el más alto escalón deberán ubicarse los creadores de las diversas ciencias, de la filosofía, del arte, etcétera; en el más bajo los más humildes ‘administradores’ y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, tradicional, acumulada.”
Para Gramsci es de la máxima importancia subrayar que una parte de la vida social, quizá la más importante, es, precisamente, la vida intelectual. Todos los hombres, en diferente grado, son intelectuales. “Cuando se distingue –nos dice– entre intelectuales y no-intelectuales, en realidad se hace referencia sólo a la inmediata función social de la categoría profesional de los intelectuales, vale decir, se tiene en cuenta la dirección en que gravita el peso mayor de la actividad específica profesional, si en la elaboración intelectual o en el esfuerzo muscular-nervioso. Eso significa que si se puede hablar de intelectuales, no se puede hablar de no-intelectuales, porque no-intelectuales no existen.” Ésa es, acaso, la razón de la enorme importancia, una importancia vital, que los intelectuales tienen para la sociedad: si la actividad de ellos fuese totalmente abstracta, es decir, completamente aislada de la vida social y si ésta no tuviera como parte inherente un enorme componente intelectual, los intelectuales no tendrían razón de existir. Pero sucede que la sociedad los necesita, por una parte, para que cultiven su lado intelectual y lo engrandezcan y, por otra, para que la ayuden a organizar esa parte importante de su ser.
Los intelectuales son, así, creadores de cultura y organizadores de la vida social que tiene que ver con su actividad. En un escrito de la época en la que Gramsci fue encarcelado y que se significa porque es el más profundo análisis de la función de los intelectuales realizado hasta entonces (Gramsci fue detenido en 1926), “Alcuni temi della quistione meridionale”, el pensador sardo nos descubre esa característica particular de los intelectuales: casi siempre sin que se den cuenta, son grandes organizadores de la cultura. Y para ello no necesitan tener puestos burocráticos o alguna forma de poder. Lo hacen espontáneamente, sin que nadie se lo encargue o se lo indique. Simplemente, por la actividad que realizan. Surge otro hecho importante: también sin que lo sepan o sean conscientes de ello, los intelectuales hacen siempre política, intervienen en la política y determinan muchas cosas de la política. Y eso sin hablar de la enorme gama de intelectuales, en la que los burócratas deben ser considerados intelectuales. Sólo refiriéndonos a los intelectuales de altos vuelos, los que están dedicados sólo al cultivo de las ciencias, la filosofía o las artes, debe decirse que ellos determinan siempre el rumbo de la vida social, para bien o para mal.
Ese fue el enorme hallazgo de Gramsci. En “La quistione meridionale”, Gramsci hace por primera vez la distinción entre el intelectual de las sociedades agrarias y tradicionales y el intelectual de las sociedades urbanas. Al respecto, anota: “El viejo tipo de intelectual era el elemento organizativo de una sociedad de base campesina y artesanal prevalentemente; para organizar el Estado, para organizar el comercio, la clase dominante cebaba un particular tipo de intelectual” ( en La questione meridionale.) Sin los intelectuales, que son sólo “mandaderos” de la clase dominante (Quaderni…), la sociedad, sea ésta tradicional o agraria o urbana e industrial, simplemente no podría funcionar. Decir, con Gramsci, que todos los hombres son cultos o que todos son intelectuales, en diversos grados, es ya consagrar la importancia vital de los intelectuales y de la vida intelectual para la sociedad.

III

La política es parte esencial de la vida de los intelectuales, así se dediquen a las actividades más abstrusas y aisladas. Ellos cuentan siempre con los medios o las tribunas desde las cuales expresarse. Su gran diversidad corresponde a una amplísima división del trabajo que los hace un elemento omnipresente en la vida social. Ellos tienen muchísimas posibilidades de manifestarse y hacer presentes sus intereses. Pero aun pensando en los intelectuales aislados y que sólo viven de su trabajo individual, ellos son seres privilegiados desde un cierto punto de vista. Son como los sacerdotes de la vida cívica. Piensan y pueden transmitir a los demás lo que piensan.
Todos los que sirven al Estado en calidad de burócratas o empleados realizan una función intelectual, aunque mezquina, y son, por lo tanto, también intelectuales. De ínfima categoría, si se quiere, pero lo son. Ningún Estado ni ninguna sociedad pueden funcionar sin esa categoría de intelectuales. En el sector privado, digamos en las grandes y pequeñas empresas, el elemento intelectual, cifrado en sus directivos y sus especialistas, es decisivo para su existencia y su progreso. Hasta en la sociedad rural se hace presente de modo imperativo el elemento intelectual: sin curas, sin abogados provincianos, sin poetas lugareños, sin artistas folclóricos, sin agentes comerciales, nada podría funcionar. Y sería un despropósito pensar que todo ese montón de pequeños intelectuales no significa nada en la dirección espiritual y política de la sociedad. Los intelectuales y lo intelectual están por todos lados.
A veces, los grandes intelectuales son capaces de transformar toda una época, con sólo desplegar su trabajo especializado. A Croce, por ejemplo, Gramsci le atribuye haber llevado a cabo la única reforma, la reforma intelectual, que era posible en el sur italiano (el “Mezzogiorno”, el “Meridione”). Con él “… ha cambiado la dirección y el método del pensamiento, ha sido construida una nueva concepción del mundo que ha superado al catolicismo y a toda otra religión mitológica. En este sentido, Benedetto Croce ha cumplido una altísima función ‘nacional’; ha separado los intelectuales radicales del Mediodía de las masas campesinas, haciéndolos participar en la cultura nacional y europea y, a través de esta cultura, los ha llevado a ser absorbidos por la burguesía nacional y, por consiguiente, por el bloque agrario” (“La quistione meridionale”).
Croce representaba la nueva imagen de la intelectualidad italiana, que hasta antes de la unificación era, esencialmente, cosmopolita y nunca había logrado ser nacional. Para Gramsci había faltado una base material a la cultura nacional italiana o, en todo caso, ella no estaba en Italia. “Esta ‘cultura’ italiana –apunta el pensador de Ales– es la continuación del ‘cosmopolitismo’ medieval ligado a la Iglesia y al Imperio, concebidos como universales. Italia tiene una concentración ‘internacional’, acoge y elabora teóricamente los reflejos de la más sólida y autóctona vida del mundo no italiano. Los intelectuales italianos son ‘cosmopolitas’, no nacionales; incluso Maquiavelo en El príncipe refleja a Francia, a España, etcétera, con su esfuerzo por la unificación nacional, más que a Italia” (Quaderni…; también, Lettere dal carcere.)
Ahora bien, a Gramsci no le interesaban tanto los grandes intelectuales en lo particular como los grupos de intelectuales o, también, los intelectuales según sus características (tradicionales, urbanos), en general. Todos ellos se manifiestan a través de sus relaciones con los demás o con el grupo social con el cual se identifican. La función de los intelectuales, desde este punto de vista, es convertirse en conciencia de aquellos a los que quieren representar, apuntalar su acción en la vida social y ampliar los horizontes de ese mismo grupo. No se trata de un hecho concertado, habrá que insistir, sino de algo espontáneo que surge en el desarrollo mismo de la sociedad. Un grupo social sin intelectuales y, menos todavía, sin vida intelectual, es un absurdo. Toda clase social se hace de sus propios intelectuales o se atrae a los de los otros grupos. Los intelectuales tienen la misión específica de ser representantes espirituales y morales de la sociedad y de los grupos que la integran.
Para Gramsci la moral tradicional, como conjunto de valores y prejuicios, es absolutamente repudiable. La moral, al igual que la cultura, es ante todo una actitud, una condición del ser pensante que es el hombre. El mundo es el escenario en que vivimos, actuamos y padecemos. Somos espíritu viviendo en el mundo. Somos, como lo había postulado Kant, seres de fines, que a través de esos fines nos realizamos. La moral no tiene nada que ver con esos esperpentos ideológicos que son los prejuicios convertidos en valores y que a menudo caen en la inhumanidad y, lo peor de todo, en la bestialidad. La moral es entereza, integridad y, sobre todo, voluntad de hacer y de actuar. El hombre, como intelectual (y todos los hombres son intelectuales), es un “bloque histórico de elementos puramente individuales o subjetivos y de elementos de masa y objetivos o materiales con los que el individuo está en relación activa”.
El hombre, siempre concebido como intelectual, es un ser destinado a transformar al mundo, material y moralmente. “Transformar al mundo externo –escribe, en efecto–, las relaciones generales, significa potenciarse a sí mismo, desarrollarse a sí mismo. Que el ‘mejoramiento’ ético sea puramente individual es una ilusión y un error: la síntesis de los elementos constitutivos de la individualidad es ‘individual’, pero no se realiza ni se desarrolla sin una actividad hacia lo externo, modificadora de las relaciones exteriores, desde aquellos hacia la naturaleza hasta los que tienen que ver con los demás hombres en diversos grados, en las diferentes formaciones sociales en las que se vive, hasta la relación máxima, que abarca a todo el género humano. Por lo mismo, se puede decir que el hombre es esencialmente ‘político’, pues la actividad para transformar y dirigir conscientemente a los demás hombres realiza su ‘humanidad’, su ‘naturaleza humana’” (Quaderni…)
Para Gramsci, la revolución se cifra en una completa y total reforma intelectual y moral de la sociedad. Para ello se necesita a los intelectuales o, por lo menos, que los intelectuales estén de acuerdo con ello. Cuando eso ocurre, entonces la reforma se pone en marcha, para dar lugar a un nuevo bloque de fuerzas que miran a transformar a la sociedad. Es por ello esencial para todo grupo que aspira a imponer su hegemonía hacerse del mayor número de intelectuales y convertirlos en intelectuales orgánicos. De ellos va a depender el futuro político del grupo. Gramsci lo dice así: “Una de las características más relevantes de cada grupo que se desarrolla hacia el dominio [de la sociedad] es su lucha por la asimilación y la conquista ‘ideológica’ de los intelectuales tradicionales, asimilación y conquista que son tanto más rápidas en tanto el grupo dado elabora simultáneamente sus propios intelectuales orgánicos” (Quaderni…)
Atraerse a los intelectuales, en general, va a depender de que el grupo que se encamina hacia el dominio hegemónico de la sociedad sepa formar (elaborar) a sus propios intelectuales. Al respecto, se debe anotar que “no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene una formación de intelectuales que le es propia o tiende a formársela; pero los intelectuales de la clase históricamente (y realistamente) progresista, en las condiciones dadas, ejercen tal poder de atracción que terminan, en último análisis, por subordinarse a los intelectuales de los otros grupos sociales y, por tanto, por crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales con ligámenes de orden psicológico (vanidades, etcétera) y, a menudo, de casta (técnico-jurídicos, corporativos, etcétera)”.
Finalmente, este hecho es tan importante para la definición de la misma hegemonía social y política del grupo en cuestión, que Gramsci no duda en hacer depender de que haya una gran formación intelectual ligada al grupo dominante el modo como se ejerce el poder. Si los intelectuales imponen abiertamente su presencia, tendremos una dominación que será, ante todo, intelectual; la ausencia de intelectuales en la política va acompañada, por lo general, de un ejercicio autoritario y despótico del poder. Gramsci anota al respecto que la atracción de los intelectuales “se verifica ‘espontáneamente’ en los períodos históricos en los cuales el grupo social dado es realmente progresista, vale decir, hace avanzar de hecho a toda la sociedad, satisfaciendo no sólo sus exigencias existenciales, sino ampliando continuamente sus propios cuadros por la continua toma de posesión de nuevas esferas de actividad económico-productiva. Apenas el grupo social dominante agota su función, el bloque ideológico tiende a fracturarse y, entonces, a la ‘espontaneidad’ puede sustituirse la ‘constricción’ en formas siempre menos larvadas e indirectas, hasta las medidas de auténtica policía y los golpes de Estado”.

Arnaldo Córdova

Kissinger dio luz verde al asesinato masivo en Argentina

Hace sólo unos meses, Henry Kissinger estaba bailando un poco raro con Stephen Colbert en el programa Comedy Central de este último. Pero durante años, el ex Secretario de Estado ha eludido el juicio por su complicidad en las horribles violaciones de los derechos humanos en el extranjero, y un nuevo documento proporciona una clara evidencia de que en 1976 Kissinger dio “luz verde” a la junta militar neo-fascista de Argentina para la guerra sucia que estaba llevando a cabo contra civiles y militantes de izquierda, hecho que dio lugar a la desaparición -es decir, la muerte- de unas 30.000 personas.
En abril de 1977, Patricia (Patt) Derian, una activista de los derechos civiles, a quien el presidente Jimmy Carter había nombrado secretaria de Estado adjunto para los derechos humanos, se reunió con el embajador de EE.UU en Buenos Aires, Robert Hill. Un memo con la grabación de esa conversación aparece ahora, desenterrado por el investigador Martin Edwin Andersen, quien en 1987 fue el primero en revelar que Kissinger había apoyado a los generales argentinos para que continuaran con su campaña de terror contra los izquierdistas (a quienes la Junta hace referencia habitualmente como “terroristas”).
El documento revela una reunión que Kissinger sostuvo con el ministro de Relaciones Exteriores argentino César Augusto Guzzetti, en junio del año anterior, y encuentro que fue ratificado por el Embajador Hill a Patt Derian. Lo que Kissinger y Guzzetti discutieron ya había sido revelado en 2004, cuando el Archivo de Seguridad Nacional obtuvo y publicó el memorando secreto de la conversación durante esa tertulia. Guzzetti, según ese documento, dijo a Kissinger: “nuestro principal problema en Argentina es el terrorismo”. Kissinger respondió: “Si hay cosas que tienen que hacer, deben hacerlo rápidamente. Pero usted debe volver rápidamente a los procedimientos normales.” En otras palabras, sega adelante con su cruzada de muerte contra de los izquierdistas .
El nuevo documento muestra que Kissinger fue aún más explícito en el apoyo a la junta militar argentina. La nota que acaba de aparecer describe la conversación Kissinger-Guzzetti de esta manera:
“Los argentinos estaban muy preocupados de que Kissinger diera una conferencia criticándolos en materia de derechos humanos. Guzzetti y Kissinger mantenían un muy largo desayuno, pero al secretario no le plantearon el tema. Finalmente Guzzetti lo hizo. Kissinger le preguntó cuánto tiempo le tomaría (a los argentinos) limpiar el problema. Guzzetti le respondió que se haría a finales de año. Kissinger aprobó”.
En otras palabras, el Embajador Hill dijo que Kissinger dio a los argentinos la luz verde.
Esa es una afirmación irrefutable: Un embajador de EEUU reveló que un secretario de Estado había incitado a un régimen represivo a desatar una matanza.
En agosto de 1976, de acuerdo con la nueva nota, Hill discutió el asunto personalmente con Kissinger, en el camino de regreso a Washington después de una reunión en el Bohemian Grove de San Francisco. “Kissinger, dijo Hill a Derian, confirmó la conversación con Guzzetti e informó a Hill que quería que Argentina “terminara su problema con los terroristas antes de fin de año”. Kissinger estaba preocupado por las nuevas leyes de derechos humanos aprobadas por el Congreso que exigen a la Casa Blanca certificar que un gobierno no estaba violando los derechos humanos antes de proporcionar ayuda de los EE.UU. Tenía la esperanza de que los generales argentinos pudieron concluir su erradicación asesina de la izquierda antes de que la ley entrara en vigor .
Hill indicó a Derian, de acuerdo con la nueva nota, que él creía que el mensaje de Kissinger a Guzzetti había llevado a la junta argentina a intensificar su guerra sucia. Cuando el embajador Hill regresó a Buenos Aires se dio cuenta de que los asesinatos habían ascendido tremendamente y le dijo a Patt Derian que “si lo citaba el Congreso (de EEUU) él iba a contar todo si se le pusiera bajo juramento”. “Yo no voy a mentir”, declaró el embajador.
Hill, quien murió en 1978, nunca pudo testificar que Kissinger había instado a los generales argentinos, y el gobierno de Carter revirtió la política e hizo de los derechos humanos una prioridad en sus relaciones con Argentina y otras naciones. En cuanto a Kissinger, se zafó, y él ha estado zafándose desde entonces, esquivando la responsabilidad por los actos sucios en Chile, Bangladesh, Timor Oriental, Camboya, y en otros lugares. Los expertos en estos temas han sabido por años que Kissinger, al menos implícitamente (aunque en privado) hace suya la guerra sucia argentina, pero esta nueva nota deja claro que él era un facilitador del esfuerzo que supuso la tortura, la desaparición y el asesinato de decenas de miles de personas. La próxima vez que usted lo vea bailando en la televisión, no se ría.

David Corn
The Mother Jones

Patricia "Patt" Derian, Robert C. Hill, et. al., and the Argentine dirty 'war': Draft MemCon

México 1994-2014: la historia de una tragedia




La peculiar condición mexicana, de país dependiente y en estrecha vecindad con la economía capitalista más poderosa, colocó históricamente su riqueza bajo constante amenaza de despojo. Análisis sobre un proceso que se profundizó con la firma del TLC con EEUU y Canadá, de la que se cumplieron 20 años.

Esta tendencia al saqueo del país adquirió una reforzada efectividad con el neoliberalismo, el cual ha significado uno de los mayores despojos de riqueza que ha enfrentado México por parte del capital extranjero con una firme colaboración de un pequeño número de políticos y empresarios corruptos. Por eso, la historia del libre comercio en México es la historia de una tragedia.
Enero de 1994 fue la fecha asignada para que entrara en vigor el Tratado Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), aquel que -en palabras de sus promotores- llevaría al país al primer mundo. Consistía en un tratado inédito por involucrar economías muy asimétricas y por su radicalidad al incluir sectores y plazos nunca antes considerados. Si bien el programa neoliberal se instaló en México desde la crisis de la deuda en 1982, el TLCAN constituyó el mecanismo para llevar a cabo la entrega sistemática y a largo plazo de las riquezas nacionales y por encima de cualquier alternancia en el poder. Después de 20 años, México es el país que más tratados de libre comercio ha firmado en el mundo (14 con 42 países).
El saldo es indiscutiblemente negativo. Un raquítico comportamiento del PIB (el PIB per cápita creció 1,1% promedio entre 1994 y 2013). En la actualidad se estima que el 52% de la población está en situación de pobreza, mismo nivel que en 1992. La destrucción, despojo, privatización y desnacionalización sistemática de la economía abarcó todas las ramas. Aquí destacaremos sólo la destrucción del sistema alimentario nacional, por ser un caso ejemplar de pérdida de soberanía, las falsas promesas del libre comercio y sus consecuencias nefastas.
Para los promotores del TLCAN, Estados Unidos debía ser el proveedor de alimentos e insumos baratos. En el campo, argumentaban, tendría un efecto modernizador en donde algunos perderían (los pequeños productores) pero todos ganaríamos como consumidores de alimentos. Después de 20 años, la agricultura mexicana parece como si “un paquete de bombas atómicas lo hubiera arrasado”, como señala el Subcomandante Marcos (EZLN). La dependencia alimentaria se disparó en los principales alimentos consumidos por la población, dependencia que no se acompañó por precios más bajos sino, por el contrario, hizo al sistema alimentario mucho más sensible al alza en los precios internacionales.
Un puñado de corporaciones agroalimentarias controla los insumos para la producción comercial y de exportación, y el sistema de distribución y comercialización de alimentos es casi un monopolio. Las empresas de alimentos chatarra (Nestlé, Pepsico, Coca-Cola, Bimbo) son las más beneficiadas por los insumos importados baratos y estas redes de comercialización.
Este dominio corporativo del sistema alimentario, aunado a los niveles de pobreza y al deterioro de las condiciones de trabajo de la población, ha desencadenado una crisis alimentaria sin precedentes: los niveles de pobreza alimentaria son los mismos que hace 20 años (20% de la población no tiene un ingreso suficiente para adquirir una canasta básica).
México superó a Estados Unidos en niveles de obesidad (70% de la población, siendo los niños los más afectados) y la diabetes se convirtió en la principal causa de muerte, cobrando la vida de por lo menos 500 mil mexicanos entre 2006 y 2012.
El resultado global es una economía monstruosa basada en tres fuentes perversas de recursos: las remesas de los migrantes ilegales en Estados Unidos, el empleo informal (de largas jornadas, inestabilidad y salarios bajos) y el crecimiento de las actividades criminales (narcotráfico, trata de personas, saqueo ilegal de los recursos naturales, etc). El combate a éstas tiene como saldo unos 70 mil mexicanos muertos en los últimos seis años, a los cuales habría que sumar: los muertos por diabetes y otras enfermedades provocados por el nuevo patrón alimentario impuesto por las corporaciones; las personas que mueren por causa de la corrupción y la negligencia que hacen de accidentes o eventos naturales verdaderas catástrofes sociales; periodistas y luchadores sociales asesinados; los comuneros asesinados que intentan defender su riqueza natural ante el saqueo y la contaminación de los mismos; y los múltiples feminicidios que acosan al país.
¿Y qué hay después de 20 años de tragedia neoliberal en México? Más neoliberalismo. Con la diferencia que ahora el discurso neoliberal y su promesa de un futuro mejor para todos no es fácilmente sostenible. Ante la realidad no puede más que convertirse en un discurso grotesco. Aquí comienza la farsa: fraude electoral, un presidente construido por el poder mediático a la forma de “galán” de telenovela, cuyo carácter de marioneta no deja de hacerse evidente en cada una de sus intervenciones públicas; la simulación de una “cruzada contra el hambre“, con importante participación de las principales corporaciones agroalimentarias que la provocaron.
Y para iniciar el 2014, un acto que nos recuerda el inicio de la tragedia de 1994: la modificación constitucional que permite la privatización del sector energético nacional, unos de los pocos reductos de soberanía que había sobrevivido a los embates del neoliberalismo. El Estado mexicano no puede ya tomarse en serio, hemos llegado al límite del cinismo que muestra la crisis humanitaria como progreso, la dictadura del capital extranjero como democracia nacional, la imposición autoritaria como cambio democrático. Y todo sea para perpetuar el despojo iniciado en 1994.

Andrea Santos Baca, desde México.

sábado, 25 de enero de 2014

Galeano: La mineria a gran escala y el perpetuo saqueo


Gregorio Álvarez al Tribunal de Honor




La resolución fue firmada por el presidente José Mujica y el ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro. El diario La República informa este martes que el Tribunal de Honor para Gregorio Álvarez debería integrarse por oficiales de similar jerarquía, en este caso tres comandantes en jefe en situación de retiro.
Según el reglamento de menor antigüedad a mayor antigüedad corresponde que lo integren Jorge Rosales, Carlos Días y Angel Bertolotti. El diario recuerda que en año 2009, Álvarez fue condenado por el homicidio de 37 personas durante su etapa como comandante del ejército. El periódico agrega que los Tribunales de Honor se limitarán a juzgar solamente el aspecto moral de las cuestiones que se les sometan, y señala que la falta más severa lleva aparejada la baja, es decir la pérdida del estado militar.

¿Por qué Sudáfrica ama a Cuba?




Mientras los medios de comunicación estadounidenses se centraron recientemente en “el apretón de manos” entre el presidente Obama y Raúl Castro, vale la pena reflexionar por qué los organizadores del funeral de Nelson Mandela invitaron a Raúl Castro como uno de los seis líderes – de las noventa y un asistentes extranjeros- para hablar en la ceremonia. No sólo se le concedió a Raúl Castro ese honor, sino también recibió la más cálida presentación en la ceremonia:
“Ahora vamos a presentar a un líder que viene desde una pequeña isla, representante de una pequeña isla, de un pueblo que nos liberó, que luchó por nosotros… el pueblo de Cuba”, dijo el presidente del Congreso Nacional Africano (ANC ).
Tales palabras se hicieron eco de lo que el propio Mandela dijo cuando visitó a Cuba en 1991 :
“Hemos venido aquí conscientes de la gran deuda que hay con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país puede mostrar una historia de mayor desinterés que la que ha exhibido Cuba en sus relaciones con África?”
Hay muchos factores que llevaron a la desaparición del Apartheid. El gobierno blanco sudafricano fue derrotado no sólo por el poder de Mandela, el valor del pueblo de Sudáfrica, o de la capacidad del movimiento mundial para imponer sanciones. También fue derribado por la derrota del ejército de Sudáfrica en Angola. Esto explica el protagonismo de Raúl Castro en el funeral: fueron las tropas cubanas las que humillaron al ejército sudafricano. En los años 1970 y 1980, Cuba cambió el curso de la historia en el sur de África a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos para evitarlo.
En octubre de 1975, los sudafricanos, alentados por el gobierno de Gerald Ford, invadieron a Angola para aplastar el Movimiento Popular por la Liberación de Angola (MPLA), de izquierda. Ellos habrían tenido éxito si no hubiesen estado ahí 36 000 soldados cubanos en Angola.
En abril de 1976 los cubanos habían empujado a los sudafricanos fuera del territorio angolano.
Como señaló la CIA, Fidel Castro no había consultado a Moscú la decisión de enviar a sus tropas (como se desprende de las tensas reuniones celebradas más tarde con la dirección soviética en la década de 1980). Los cubanos, confirmó Kissinger en sus memorias, habían enfrentado a los soviéticos con un hecho consumado. Fidel Castro comprendió que la victoria de Pretoria (alentados por Washington) habría reforzado las garras de la dominación blanca contra el pueblo de Sudáfrica. Fue un momento decisivo: Castro envió tropas a Angola por su compromiso con lo que él ha llamado “la más bella causa”, la lucha contra el Apartheid. Como Kissinger observó más tarde, Castro “era probablemente el más genuino líder revolucionario entonces en el poder”.
La ola desatada por la victoria cubana en Angola se apoderó de Sudáfrica. “África Negra está montando la cresta de una ola generada por el éxito de Cuba en Angola”, señaló World, un importante periódico de la Sudáfrica negra. “África Negra está probando el vino embriagador de la posibilidad de hacer realidad el sueño de la liberación total”. Mandela recordó más tarde que se enteró de la victoria cubana en Angola mientras estaba encarcelado en Robben Island:
“Yo estaba en la cárcel cuando me enteré de la ayuda masiva que las tropas internacionalistas cubanas estaban dando al pueblo de Angola… Nosotros en África estamos acostumbrados a ser víctimas de los países que quieren apoderarse de nuestro territorio o subvertir nuestra soberanía. En toda la historia de África es la única vez que un pueblo extranjero se ha levantado para defender a uno de nuestros países.”
Pretoria, sin embargo, no se había dado por vencido: incluso después de la retirada de los cubanos, esperaba derrocar al gobierno del MPLA de Angola. Las tropas cubanas permanecieron en Angola para protegerla de otra invasión sudafricana. Incluso la CIA admitió que eran “necesarias para preservar la independencia de Angola”. Además, los cubanos entrenaron a guerrilleros del ANC, así como a los rebeldes de la SWAPO, queluchaban por la independencia de Namibia contra los sudafricanos que la ocuparon ilegalmente.
De 1981 a 1987, los sudafricanos lanzaron por oleadas invasiones en el sur de Angola. La guerra estaba en un punto muerto, hasta noviembre de 1987, cuando Castro decidió expulsar a los sudafricanos fuera del país de una vez por todas. Su decisión fue provocada por el hecho de que el ejército sudafricano había acorralado las mejores unidades del ejército de Angola en una ciudad de la Angola meridional, Cuito Cuanavale. Y eso fue posible en cierta forma porque Washington se mecía en el escándalo Irán-Contra. Antes de estallar el escándalo Irán-Contra a fines de 1986, que debilita y distrae al gobierno de Reagan, los cubanos temían que Estados Unidos podría lanzar un ataque contra su patria. Por lo tanto, no estaban dispuestos a agotar sus reservasde armas. Pero el Irán-Contras limó los colmillos de Reagan, y liberó a Castro de la limitación de enviar mejores aviones de Cuba, pilotos y armas antiaéreas a Angola. Su estrategia era romper la ofensiva sudafricana contra Cuito Cuanavale en el sureste y luego atacar por el suroeste, “como un boxeador que con la mano izquierda golpea y con la derecha noquea”.
El 23 de marzo de 1988, los sudafricanos lanzaron su último ataque importante contra Cuito Cuanavale. Fue un fracaso absoluto. El Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos señaló: “La guerra en Angola ha tenido un giro dramático y – por lo que respecta a los sudafricanos- no deseado. ”
La mano izquierda de los cubanos había bloqueado el golpe de Sudáfrica, mientras que su mano derecha se estaba preparando para noquearlo: poderosas columnas cubanas avanzaban hacia la frontera de Namibia, empujando a los sudafricanos al repliegue. Los MIG- 23 cubanos comenzaron a volar sobre el norte de Namibia. Documentos de Estados Unidos y de Sudáfrica demuestran que los cubanos ganaron toda la franja superior de Angola. Los cubanos exigieron que Pretoria retirara incondicionalmente las tropas de Angola y permitiera elecciones supervisadas por la ONU en Namibia. El Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos advirtió que si Sudáfrica se negaba, los cubanos estaban en una posición de ventaja. Los sudafricanos reconocieron su dilema “para lanzar una ofensiva bien apoyada en Namibia”: Si se negaban a las demandas cubanas, corrían “el riesgo real de involucrarse en una guerra convencional a gran escala con los cubanos, cuyos resultados son potencialmente desastrosos”. La perspectiva del ejército sudafricano era sombría: “Debemos hacer todo lo posible para evitar una confrontación”.
Pretoria capituló. Aceptó las demandas de los cubanos y se retiró incondicionalmente de Angola y aceptó el acuerdo de las elecciones supervisadas de la ONU en Namibia, que ganó SWAPO.
La victoria cubana repercutió más allá de Namibia y de Angola. En palabras de Nelson Mandela, la victoria cubana “destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco … [e] inspiró a las masas en lucha de Sudáfrica… Cuito Cuanavale fue el punto de inflexión para la liberación de nuestro continente -y de mi pueblo – del flagelo del Apartheid” .

Piero Gleijeses, profesor de política exterior de Estados Unidos en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS), de la Universidad Johns Hopkins. Todas las citas del artículo anterior se han extraído de su último libro: Visiones de la Libertad: La Habana, Washington, Pretoria y la lucha por el sur de África , 1976-1991 [ 8 ] , The University of North Carolina Press, 2013 .

El sueño de la Unión




De la TV cubana "CELAC es el sueño de la unión", que aborda la unión de América Latina y el Caribe, como el sueño de nuestros próceres, Simón Bolivar y José Martí. El sitio digital Las Razones de Cuba ha publicado la versión para Internet, que compartimos con nuestros usuarios.

Visita de Fidel a Venezuela en 1959




De Cuba al corazón de América

El 27 de enero de 1959 fue un día más, si es que esos primeros días de la Revolución Cubana pudieran denominarse así. El triunfo del pueblo en el brazo armado de los barbudos del Ejército Rebelde aún no llegaba a su primer mes, y ya tenía que enfrentarse a esas grandes tareas que había anunciado Fidel desde el propio primero de enero. No bastaba haberle arrebatado el poder a la tiranía, había que ordenar el país, impartir justicia y todo eso en medio de la hostilidad del imperialismo enmascarado tras las mentiras que propagaban los medios de difusión masiva.
El 27 de enero de 1959 las planas de los periódicos cubanos compartían su espacio entre los juicios a los criminales de la dictadura batistiana, los preparativos para el homenaje a José Martí en su natalicio —el primero en una patria verdaderamente libre— los problemas del empleo y la economía. Cuba era un hervidero en el que se mezclaban las ansias de transformación, la duda ante lo desconocido, la defensa de lo conquistado y los instintos de conservación de quienes veían en riesgo su precioso nivel de vida; un hervidero en el que las horas no tenían 60 minutos y los días duraban más de 24 horas.
Pero justamente ese martes 27, las primeras planas de Revolución y Prensa Libre no hablaban del regreso de Fidel Castro de un viaje de leyenda por Venezuela, quizás porque nadie creería que en tan poco tiempo se pueda tejer una.
Pero fue así. Ni los diarios de entonces ni los de ahora podrían aseverar cuántas personas se reunieron en el aeropuerto de Maiquetía para recibir al joven revolucionario cubano. Unos decían diez mil, otros 30 mil, algunos ni siquiera se aventuraron a dar una cifra, porque lo cierto es que el 23 de enero cuando Fidel llegó a la tierra de Simón Bolívar, miles se congregaron para esperarlo burlando las barreras de seguridad establecidas por la policía, obligando al avión a sobrevolar durante unos 30 minutos antes de aterrizar.
No solo fueron venezolanos, entre la muchedumbre se distinguían banderas de otros pueblos, como el dominicano y el haitiano. Tal vez fue entonces cuando dijo: "No puedo precisar si son cubanos o venezolanos, pero estoy seguro que son mis hermanos". Tal vez fue después, porque no hubo ni un instante de esa travesía en que no estuviera rodeado de una profunda admiración y cariño.
Y es que Fidel no viajó solo. Sus manos estrechadas en señal de saludo y al mismo tiempo de victoria, al asomar su rostro feliz en la portezuela del avión, era la imagen de esa Cuba alegre, esperanzada, agradecida, que se agitaba en la cotidianidad que reflejaban los diarios de la Isla. Él y sus acompañantes —Celia Sánchez, Pedro Miret, Paco Cabrera, Violeta Casals, Luis Orlando Rodríguez, Jorge Enrique Mendoza, Orestes Valera y otros compañeros— eran el pueblo que se había agigantado para tomar las riendas de su destino.
En esa lengua habló Fidel allá en el barrio El Silencio, en nombre de los cubanos. Fue ese idioma común de los pueblos el que sintieron los venezolanos y acogieron con el corazón. No el español que heredamos de la metrópoli, sino el del sacrificio, la sangre obrera, campesina, india; el de las ansias de libertad galopando fuerte dentro del pecho.
Allí y en otros lugares, al igual que el pueblo cubano lo esperaron por horas, porque el tiempo se volvió poco en medio de tantas cosas por hacer: el homenaje imprescindible a Bolívar y Martí, las palabras a los universitarios, el encuentro con los abogados, la caminata por los cerros de Caracas —tan parecidos a la Sierra Maestra, según dijo—; la donación de sangre para retribuir el plasma ofrecido para los heridos, en caso de que fuera necesario.
Allí como en Cuba lo escucharon por horas, porque no solo hablaba sobre la verdad de los hijos de su tierra, sino que llevaba un mensaje de gratitud ante los numerosos gestos de solidaridad que había dado Venezuela a su causa. Un mensaje también de alegría mutua ante la ruptura de las cadenas en una y otra Patria: aquí Batista, allí el primer aniversario del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez.
Con humildad y dignidad les habló Fidel de la ayuda que precisaba Cuba en ese momento, cuando pretendían aislarnos por medio de las mentiras, construyendo una imagen falsa de nuestra Revolución recién estrenada.
Y en esos días que se entremezclaron, habló además del indispensable camino de unidad por el que tenían que transitar los pueblos de América, aunque sin duda sería una tarea larga. Los pueblos debían juntarse para acabar definitivamente con las tiranías y aquella visita era como sembrar la semilla necesaria para conseguir esa alianza en la defensa de nuestros intereses comunes.
Cuba y Venezuela abrían el sendero, aunque aquel 27 de enero de 1959, ya de regreso en La Habana, los diarios no lo dijeran así, ni pudieran imaginar cuánto de profecía habría en el anuncio de las becas estudiantiles, de los viajes de solidaridad, del comercio...
Está claro que nadie puede intuir que una leyenda nazca en tan poco tiempo y que la historia se torna invisible cuando se va tejiendo con hilos finos a cada segundo. Pero eso era lo que estaba sucediendo mientras los titulares venezolanos hablaban de una Caracas que aclamaba a Fidel Castro como héroe continental, y la grandiosa celebración del 23 de enero con Castro en El Silencio.
La historia se iba dibujando escondida en las reseñas que en Cuba hablaban de la muchachita que lo despidió en el aeropuerto de La Habana, deseando que la virgen de la Caridad lo acompañara; de los estudiantes venezolanos que lo llevaron en hombros, del momento en el que conoció a Neruda, en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, y de la tristeza ante la pérdida del amigo y combatiente, del Comandante Francisco (Paco) Cabrera.
Dicen que Fidel tomó Caracas, allá por el año 1959, en un día común de la Revolución recién triunfante. La verdad es que Cuba viajó a las entrañas de América a agradecer, a través de los venezolanos, a todos sus hijos por ofrecernos su mano, y a pedir que nos levantáramos juntos, en una sola Patria.

KARINA MARRÓN GONZÁLEZ

viernes, 24 de enero de 2014

Las FARC denuncian el exterminio de los activistas de Marcha Patriótica




"No podemos tolerar que en medio de un proceso de paz, la Marcha Patriótica sea aniquilada, como ocurrió con la UP"

El pasado 20 de enero, en rueda de prensa, la ex senadora Piedad Córdoba denunció ante el mundo la noticia del asesinato de 29 activistas del Movimiento político y social MARCHA PATRIÓTICA en dos años de existencia. Y en el mismo evento, uno de los 256 activistas encarcelados, Francisco Tolosa, responsable de relaciones internacionales de esa organización,sin nunca haber empuñado un arma,expresó vía telefónica desde la prisión, que, “estamos presos por hacer política sin armas” y opinó “que no hay democracia real en Colombia sin Marcha Patriótica”.
Hablamos con cierta desazón desde La Habana, donde hemos firmado con el gobierno de Juan Manuel Santos un acuerdo parcial para ampliar la democracia y la participación política en Colombia, porque el hecho denunciado por la dirigente de MARCHA es un mentís a lo convenido, un desconocimiento de los deberes del Estado, y una pésima señal que sigue minando la confianza en la palabra del gobierno.
Lo que denuncia Piedad Córdoba reafirma que durante el gobierno de Santos se desconoce el derecho a la opción política y se sigue exterminando a los activistas políticos, y de organizaciones sociales y populares.
Para que este proceso de paz no termine en una farsa o en una comedia, en sonoridades de palabras vacías sobre expansión de la democracia, es urgente que el gobierno detenga el viacrucis de la Marcha Patriótica.
Los colombianos todos, los que siempre hemos soñado con la solución política al más largo de los conflictos en el hemisferio, con el fin de la confrontación para que tengamos reconciliación nacional, tenemos que defender el proceso de paz y exigir verdaderas garantías políticas y seguridad para los movimientos sociales y políticos del país.
No podemos tolerar que en medio de un proceso de paz, la Marcha Patriótica sea aniquilada de manera sistemática, día a día, como ocurrió con la UP, no solamente de cara al gobierno, sino con su participación solapada, callando frente a los asesinatos, urdiendo el empapelamiento jurídico de los líderes para colocarlos tras las rejas, porque “representan un pensamiento peligroso”, como dice una de las fiscales. Los asesinatos de líderes sociales y populares siempre tuvieron en Colombia un comienzo con la denominada judicialización, pero después terminaron muertos.
Se nos insta permanentemente desde el gobierno a cambiar balas por votos, pero se asesina y se mutila a los campesinos cuando protestan, henchidos de justicia, en las carreteras contra las políticas del Estado que solo favorecen los intereses de las trasnacionales y condenan a las mayorías a vivir como parias con las banderas de la soberanía plegadas, tiradas en el suelo.
Cómo duelen las justificaciones que hacen algunos agentes del Estado para explicar el por qué ocurrió el terrible genocidio de la UP. Jamás aceptaremos la explicación brutal e incivilizada de que aquellas muertes ocurrieron porque no podían permitir impunemente la combinación de las formas de lucha. Pero nosotros afirmamos, que ni Jaime Pardo, ni Bernardo Jaramillo, Ni Leonardo Posada, ni José Antequera, ni Manuel Cépeda, ni los congresistas, ninguno de los miles de mártires de la UP portaba fusiles ni antes ni al momento de ser asesinados.
Cuánta razón asiste al señor Fiscal General de la República, el doctor Eduardo Montealegre, cuando afirma que “el gran desafío del posconflicto va a ser la guerra sucia”.
En Colombia es una necesidad vital desmontar la Doctrina de la Seguridad Nacional, la concepción del enemigo interno y el paramilitarismo, como factores que han acicateado el terrorismo de Estado. El gobierno no solamente debe jurar un “nunca más”, sino desplegar acciones convincentes para frenar operaciones sanguinarias como la del tristemente célebre “Baile Rojo” que exterminó a un movimiento y que ahora pretende aplicarse a la Marcha Patriótica.
¿Dónde está la tolerancia pregonada en el acuerdo parcial para la Participación Política? Hay que dejar a un lado las palabras zalameras y almibaradas sobre la democracia, cuando se tolera el estallido de las balas contra los opositores al régimen, para destruir, de manera calculada, cualquier asomo de construcción de una alternativa política. Hay que comenzar la aplicación, ya, de lo acordado, para que el proceso no sea palabrería vacua. Es un deber del Estado proteger la vida de los ciudadanos y garantizar el derecho a la opción política en Colombia.

DELEGACIÓN DE PAZ DE LAS FARC-EP

martes, 21 de enero de 2014

¿Qué es el valor?




¿Qué es el valor? Esta cuestión ha ocupado la mente humana desde hace más de 2.000 años. Los economistas burgueses clásicos trataron el tema, al igual que lo hizo Marx. Después de muchas deliberaciones, llegaron a la idea correcta de que el trabajo era la fuente del valor. Esto, entonces, se convirtió en una piedra angular de la economía política burguesa, empezando por Adam Smith. Sobre esta cuestión, había puntos en común entre Marx y los economistas burgueses clásicos.
Sin embargo, para los economistas burgueses, esta idea constituía una paradoja y un callejón sin salida. "El hombre que encontró la salida de este atolladero fue Carlos Marx", explicó Federico Engels [1]. Para Marx, que pasó a desarrollar y elaborar la teoría del valor, este era el medio para descubrir las leyes del movimiento del capitalismo y descubrir la plusvalía. Por esta razón, la teoría del valor se ha convertido en el blanco principal de todos los opositores a Marx. "El arsenal de argumentos de la mayoría de los escritores antimarxistas es la exposición de los absurdos de esta doctrina," según dijo A.D. Lindsay, el antiguo director del Balliol College de Oxford, en 1931.

¿Cuál es la fuente de la riqueza?

La idea de que toda la riqueza es creada por el trabajo humano ciertamente no es una idea nueva. Su origen se puede encontrar en la Edad Media, en el sermón de John Ball, y era una idea central entre las sectas comunistas en la Guerra Civil inglesa. "Pero los ricos reciben todo lo que tienen de la mano del trabajador, y lo que le dan, es el fruto del trabajo de otros hombres, no del suyo propio, por lo que no son actores justos en la tierra", afirmó el líder de los Diggers, Gerrard Winstanley, en 1652 . El líder de los jacobinos de Londres, John Thelwall, proclamó: "La propiedad no es más que el trabajo humano." Y Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, escribió que "el comercio en general no es otra cosa que el intercambio de trabajo por trabajo, el valor de todas las cosas se mide justamente por el trabajo".
Se puede añadir que el trabajo no es la única fuente de riqueza material, de los valores de uso producidos por el trabajo. Los productos de la naturaleza, que recibimos como un don gratuito, también contribuyen a esta riqueza. Como observó correctamente William Petty, uno de los primeros economistas ingleses, “el trabajo es el padre de la riqueza y la tierra es su madre”, una afirmación que Marx cita en El Capital.
Hoy en día, la teoría del valor-trabajo se ha convertido en algo claramente herético entre los círculos burgueses, debido a sus implicaciones revolucionarias. En un principio, la teoría del valor-trabajo fue un arma muy útil para la burguesía ascendente, cuando, siendo una clase progresista, la usaba para golpear a la políticamente poderosa clase terrateniente. Una vez ganada la batalla, sin embargo, la burguesía ya no tenía uso para esta teoría. De hecho, para los burgueses, tenía connotaciones subversivas que debían ser desacreditadas. "Que el trabajo es la única fuente de riqueza", escribió John Cazenove en 1812 ", parece ser una doctrina tan peligrosa como falsa, ya que les proporciona un apoyo a aquellos que describen que toda la propiedad pertenece a las clases trabajadoras, y a la parte que es recibida por los demás como un robo o un fraude en su contra."

La teoría del valor-trabajo

La teoría del valor es bastante clara. Los seres humanos sólo pueden vivir y satisfacer sus necesidades básicas mediante el trabajo. Por supuesto, esto puede darse también bajo la forma de una clase explotadora que vive a costa del trabajo de otros.
”Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar.", afirmó Marx [1]. En términos generales, las cosas han de ser producidas en ciertas cantidades y luego distribuidas de acuerdo con las necesidades de la sociedad. En eso consisten las leyes económicas de todas las sociedades, incluido el capitalismo. “Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social ", continuó Marx [2].
Con el fin de satisfacer las necesidades humanas, el trabajo de la sociedad, sin importar la forma específica de la producción social, ya sea en el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo o el socialismo, tiene que ser dividido de acuerdo con estos requisitos básicos. Por supuesto, la forma por la cual esto tiene lugar difiere de un sistema social a otro. "Las leyes de la naturaleza jamás pueden ser destruidas. Y sólo puede cambiar, en dependencia de las distintas condiciones históricas, la forma en la que estas leyes se manifiestan", explicó Marx [4]. Por otra parte, "En cuanto creador de valores de uso, en cuanto trabajo útil, el trabajo es, por lo tanto, una condición de la existencia del hombre, independiente de todas las formas de sociedad, una necesidad natural eterna para mediar en el metabolismo entre el hombre y la naturaleza, esto es, en la vida humana." [5]
En una economía natural no industrializada, los productores producen valores de uso para satisfacer las necesidades de la comunidad local, pero con el tiempo, el mercado se convierte en dominante, y los productores acaban produciendo los productos básicos, no para el uso, sino para el intercambio. Por lo tanto, todos se vuelven interdependientes unos de otros debido a la división del trabajo, es decir, porque todo el mundo necesita los productos producidos por otros. El intercambio de mercancías - basado en un intercambio de equivalentes - se lleva a cabo sobre la base de una cualidad común, con independencia de las diferentes propiedades físicas de las mercancías. Dicha cualidad común es que son valores.
Así como el peso de un objeto sólo puede entenderse en relación con otro objeto, el valor de una mercancía sólo puede entenderse al intercambiarse por otra. Para que este intercambio pueda tener lugar, es necesario que haya una cualidad en común en todas las mercancías, que se pueda comparar. Esto claramente no es el peso, color, tamaño o cualquier otra cualidad física, que varían considerablemente de una mercancía a otra. Lo que las distintas mercancías tienen en común es que todas ellas son productos del trabajo humano.
"La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, hiladoras automáticas, etc. Son éstos productos de la industria humana", explicó Marx [6]. Como consecuencia de ello, una determinada cantidad de trabajo en general incluida en una mercancía se puede comparar con una cantidad equivalente incluida en otra. En el intercambio, una determinada cantidad de relojes se puede negociar por cierta cantidad de pares de zapatos, en función de la cantidad del tiempo de trabajo necesario para su producción. Por lo tanto, las mercancías pueden considerarse como tiempos de trabajo congelados.

El fetichismo de la mercancía

Para Marx, el valor es una relación entre personas que producen mercancías, una relación social, pero aparece bajo una "forma fantástica ", como una relación entre objetos. Son las propias personas, con sus propios intereses, las que se involucran en este proceso, usando estos objetos inanimados para la venta, y no al revés. Esta confusión se debe a lo que Marx llama "el fetichismo de la mercancía". Como es sabido, las apariencias pueden ser engañosas. Cada día el sol parece girar alrededor de la tierra, cuando la realidad es que la Tierra viaja alrededor del sol. Por ello, debemos penetrar bajo la apariencia para revelar la realidad que se oculta en su interior. Esa es la razón de ser de la teoría económica marxista.
De nuevo, en las propias palabras de Marx: “El economista vulgar no tiene ni la menor idea de que las actuales relaciones cotidianas de cambio no pueden ser directamente idénticas a las magnitudes del valor. Todo el quid de la sociedad burguesa consiste precisamente en que en ella no existe a priori ninguna regulación consciente, social, de la producción. Lo razonable, lo naturalmente necesario no se manifiesta sino bajo la forma de un promedio, que actúa ciegamente. Pero el economista vulgar cree que hace un gran descubrimiento cuando, contra la revelación de las conexiones internas, proclama orgullosamente que las cosas tienen una apariencia completamente distinta. De hecho, se enorgullece de reptar ante la apariencia, y toma ésta por la última palabra. ¿Qué falta puede hacer entonces la ciencia?”
”Pero la cosa tiene un segundo fondo. Una vez que se ha penetrado en la conexión de las cosas, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del actual orden de cosas, se viene abajo antes de que dicho estado de cosas se desmorone prácticamente. Por tanto, las clases dominantes están absolutamente interesadas en perpetuar esta insensata confusión. Sí, ¿y por qué si no por ello se paga a los sicofantes charlatanes cuya última carta científica es afirmar que en la Economía política está prohibido razonar?" [7]
El valor, en el sentido marxista, parece ser una cosa bastante extraña. No es una cualidad natural o física de la mercancía, ni algo que se pueda percibir a través de nuestros sentidos. Dicho valor no puede verse, ni siquiera con un potente microscopio. Tampoco puede tocarse u olerse, ya que carece de presencia física. Pero el valor de cambio, sin lugar a duda, existe y no es ninguna cualidad arbitraria. Como explicó Marx, el valor constituye una cualidad social determinada y sólo se manifiesta durante el intercambio entre las mercancías. Es una cualidad social, una relación entre el trabajo de los productores. La ley de la oferta y la demanda, simplemente hace gravitar los precios de mercado de las mercancías en torno a su valor.
El valor es el resultado, sin embargo, no de una forma particular de trabajo, sino del trabajo humano abstracto, trabajo en general. El trabajo contenido en diferentes productos, como zapatos y abrigos, es diferente. Estos son los productos específicos del zapatero y del sastre. No obstante, en el intercambio, lo que se intercambia no es un determinado tipo de trabajo en particular, sino el trabajo humano en general, en forma abstracta. Todo trabajo, ya sea trabajo simple, no cualificado promedio, o trabajo cualificado, se reduce a cantidades de trabajo promedio, siendo el trabajo cualificado simplemente un múltiplo del trabajo no cualificado.
En el proceso de producción, las máquinas no crean un nuevo valor, aunque a primera vista parezca que éste sea el caso. Por el contrario, sólo transfieren su propio valor poco a poco a las nuevas mercancías, a través del desgaste. Las máquinas han de ser puestas en funcionamiento por los trabajadores, de lo contrario se desperdiciarían. "Una máquina que no sirva en el proceso de trabajo es inútil ", explicó Marx. "Además, cae bajo la acción destructora del intercambio natural de material. El hierro se oxida, la madera se pudre. El hilo que no se teje o no se gasta en labores de punto es algodón echado a perder. El trabajo vivo tiene que tomar en sus manos estas cosas, resucitarlas de entre los muertos, convertirlas de valores de uso posibles en valores de uso reales y activos." [8]
Marx también respondió a la objeción común según la cual un trabajador perezoso pareciera que produjera mayores valores, al haberle dedicado más tiempo a su elaboración. Marx explicó que no era el mero trabajo el que creaba el valor, sino el trabajo "socialmente necesario", una distinción que los economistas clásicos no lograron captar. Por esto se entiende el trabajo promedio necesario para producir bienes en condiciones normales y con el nivel técnico existente. El que un producto contenga trabajo socialmente necesario o no se expresará en el intercambio como mercancías, según se vendan o se rechacen en el mercado. Si se necesita más tiempo para producir un determinado producto que el tiempo promedio necesario, entonces este tiempo de trabajo excesivo se convierte en inútil. La competencia en el mercado obligará a bajar los precios en relación a la media social. Todos los productos fabricados a un coste mayor se quedarán sin vender o tendrán que ser vendidos por debajo de su coste de producción. Los costes de producción se reducen en última instancia, a los costes en mano de obra. El flujo y reflujo de los niveles de precios se establece en torno a un eje que cubre los costes de producción y una cierta tasa de ganancia. El capitalista que empleara trabajo improductivo pronto se encontraría sin negocio, al no poder vender sus productos al precio habitual.
Si los capitalistas son capaces de producir mercancías por debajo del precio habitual, mediante la reducción de los costes de producción, entonces van a poder vender más bienes de forma más barata y obtener superganancias - hasta que todo el mundo pueda hacer lo mismo adoptando la nueva técnica. Una vez que esto sucede, el precio cae a un nuevo nivel que se corresponde con el tiempo de trabajo "socialmente necesario" en las nuevas condiciones. Cada mercancía necesita ahora de menos tiempo para su producción y por lo tanto tiene menos valor que antes, lo que reduce de forma efectiva el coste y el precio. El tiempo de trabajo socialmente necesario, por supuesto, cambia en diferentes épocas y lugares, pero hay un nivel medio general, en un momento dado. A través de este proceso se determina la cantidad de artículos necesarios para la sociedad, y la distribución de la fuerza de trabajo entre los distintos sectores de la economía. Esto muestra cómo la ley del valor actúa como regulador básico del sistema capitalista.
La necesidad de mantenerse constantemente a la par con el tiempo de trabajo "socialmente necesario" también explica por qué el capitalismo no puede existir sin revolucionar constantemente el modo de producción y aumentar la explotación. La introducción de maquinaria, junto con una expansión del capital, significa una inevitable tendencia hacia la concentración y centralización del capital y el surgimiento de monopolios.
Los argumentos de los apologistas del capitalismo están cada vez más desacreditados. Los reformistas, que también tratan de ridiculizar la teoría del valor-trabajo, hace mucho que se han rendido ante el capitalismo y actúan como sus apologistas declarados. Pero sus ideas están fuera de sintonía con la realidad de hoy, cuando los niveles de vida se desploman en una época de austeridad. La crisis del capitalismo significa la crisis del reformismo, así como de la economía burguesa, en la que se basa. La crisis, que ha asumido un carácter prolongado, insoluble, obliga a la clase obrera a buscar una forma de salir de este desastre y a orientarse hacia aquellos que puedan ofrecerle una explicación coherente.
Sólo el marxismo puede ofrecer esta alternativa, basada en una visión científica del mundo, así como la solución, mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo. En última instancia, esta es la razón por la cual el marxismo se halla en lucha constante contra los defensores de un sistema e ideología obsoletos.

Rob Sewell

[1] Federico Engels, Introducción a “Trabajo asalariado y capital” de C. Marx.
[2] Carlos Marx, Carta a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Carlos Marx, El Capital Libro I – Tomo I , P. 65 (Akal 2000)
[6] Carlos Marx, Grundrisse
[7] Carlos Marx, Carta a Ludwig Kugelmann, 11 de julio de 1868.
[8] Carlos Marx, El Capital Libro I – Tomo I , P. 248 (Akal 2000)

Lenin, a 90 años de su muerte




Comparto esta reflexión sobre Lenin, al cumplirse el día de hoy 90 años de su muerte. El estallido de la revolución de Febrero sorprende a Lenin en su exilio suizo. Al igual que tantos otros exiliados, libra una dura batalla para regresar a Rusia, cosa que finalmente concreta un par de meses más tarde. Lenin llegó a Petrogrado la noche del 16 de Abril de 1917. Tal como lo narra el gran historiador Edward Wilson esto fue lo que pasó a su arribo a la Estación Finlandia, punto final de su periplo:
“La estación terminal de los trenes procedentes de Finlandia … tenía una sala reservada para el Zar; y cuando llegó el tren, muy tarde, allí condujeron a Lenin los camaradas que fueron a recibirle. … En el andén exterior un oficial se le acercó y le saludó. Lenin, sorprendido, devolvió el saludo. El oficial dio la orden de firmes a un destacamento de marineros con bayoneta calada. Focos eléctricos iluminaban el andén y bandas de música tocaban la Marsellesa. Una tempestad de aplausos y vítores se elevó de una multitud que se apiñaba en rededor. “¿Qué es esto?”, preguntó Lenin retrocediendo unos pasos. Le contestaron que era la bienvenida a Petrogrado que le tributaban los trabajadores y marinos revolucionarios; la multitud había estado gritando una palabra: “Lenin”. Los marineros presentaron armas y el comandante su puso a sus órdenes. Le dijeron al oído que querían que hablara. Avanzó unos pasos y se quitó el sombrero hongo:
Camaradas marineros –comenzó-, los saludo sin saber si creen o no en las promesas del Gobierno Provisional. Pero afirmo que cuando les hablan amablemente, cuando les prometen tantas cosas, los están engañando a ustedes y a todo el pueblo ruso. El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra, y lo que les dan es guerra y hambre, y permiten a los terratenientes que sigan disfrutando de la tierra. … Hemos de luchar por la revolución social, luchar hasta el fin, hasta la completa victoria del proletariado. ¡Viva la revolución socialista mundial! “

Fuente: Edmund Wilson, Hacia la Estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1972), pp.547-550.

Este pasaje del espléndido libro de Wilson me da pie para hacer un par de comentarios:
Lenin, desde su exilio en Zurich comprendió como nadie dos cosas. Primero, que en el marco de la revolución que había estallado en Febrero de 1917 el papel de los Soviets era fundamental y estaba llamado a eclipsar por un tiempo al partido. Fiel a su profundo sentido de la autocrítica y a la idea de que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción no vaciló un instante en lanzar una original consigna: “Todo el poder a los Soviets”, poniendo provisoriamente en suspenso –en ese contexto de disolución y quiebra del zarismo y auge revolucionario- el papel rector que durante tanto tiempo le había asignado en sus escritos y en su práctica política al partido. Huelga señalar que este verdadero tour de force fue tenazmente resistido por sus camaradas, o ridiculizado por los liberales rusos que creían que Rusia se había convertido en Inglaterra y que se encontraban a pasos del establecimiento de una democracia liberal y una monarquía constitucional. La ceguera y el fetichismo político de unos y otros les impedía percibir la inmensa potencia del impulso revolucionario que la guerra, las hambrunas y la arrogancia de la aristocracia y la burguesía rusas alimentaban sin cesar, impulso que inexorablemente acabaría con el zarismo y abriría las puertas de la revolución socialista. Para Lenin, el tránsito de Febrero hacia la revolución social requería el protagonismo de los Soviets más que el del partido. Muchos pensaban que lo de Lenin era un extravío propio de un emigrado que tras largos años de exilio no comprendía lo que estaba ocurriendo en Rusia. La realidad demostró exactamente lo contrario.
Segundo, la asombrosa precisión con la cual captó el estado de conciencia de las masas rusas –eso que Fidel tantas veces llamó la “conciencia posible” de las masas, los contenidos cognitivos y valorativos que están en condiciones de asimilar y asumir como punto de partida para sus luchas. Lenin comprendió que lo que requería la tumultuosa fragua de la revolución no eran grandes discursos teóricos al estilo de los que hacían Kautsky y los acólitos de la socialdemocracia alemana. Que en la hora de los hornos, para utilizar la expresión de Martí lo único que se debía de ver era la luz, y que los soldados, campesinos y obreros rusos difícilmente verían esa luz en las tesis marxistas sobre la composición orgánica del capital o la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esa luz que los movilizaría y lanzaría a la lucha tenía que sintetizarse en una propuesta que interpelara con sencillez y contundencia a las masas rusas. Lenin la halló al plasmar una consigna simple, comprensible y de una extraordinaria efectividad política: “Pan, tierra y paz.”
Vaya este breve recuerdo de un pasaje crucial en la vida del gran revolucionario ruso, que dirigió y condujo, hasta su muerte, la primera revolución socialista de la historia. Sobreviviente a duras penas de dos tentativas de asesinato -la última de las cuales, en Agosto de 1918 le dejó huellas indelebles en su cuerpo que, años después precipitarían su muerte- Lenin falleció pocos meses antes de cumplir los 54 años de edad, en un día como hoy hace exactamente noventa años. Al abrir una nueva era en la larga marcha de la humanidad hacia la construcción de su propia historia, su legado, y el de la Revolución Rusa, han demostrado por muchas razones ser imperecederos. Algunos, inclusive en cierta izquierda libresca o posmoderna, no lo creen así; pero la derecha y el imperialismo, con infalible instinto de clase, no se equivocan y saben que cualquier esfuerzo es poco con tal de borrar de la faz de la tierra la figura de Lenin y la epopeya de la Revolución Rusa. Precisamente por eso debemos conmemorar este nuevo aniversario de su fallecimiento.

Atilio Borón

jueves, 16 de enero de 2014

El hombre que hizo hablar a las palabras más allá de la muerte




Ni el recuento de los merecidos premios literarios ni el repaso de su imponente obra, ni el recuerdo de sus luchas y sus pérdidas alcanzan para darle dimensión a lo ocurrido: con Gelman se van el poeta, el periodista y el militante que cruzó las imposibilidades del lenguaje para crear nueva vida.

“Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en cucharitas,/ querido juan, has muerto finalmente./De nada te valieron tus pedazos/mojados en ternura./ Cómo ha sido posible/que te fueras por un agujerito/ y nadie haya ponido el dedo/ para que te quedaras.” La tristeza es enorme, infinita, insoportable. La lengua castellana está de riguroso luto. Ha muerto Juan Gelman, ayer, a los 83 años, en la ciudad de México, donde residía desde hace más de veinticinco años. Ha muerto el poeta que llevaba la poesía tatuada en los huesos. Ha muerto el más grande de los poetas argentinos, nuestro Premio Cervantes, el hombre que extremó el elástico del lenguaje y sus imposibilidades convirtiendo verbos en sustantivos y sustantivos en verbos para arañar la realidad que se escurre entre las manos. El poeta que mutaba para permanecer, refractario a las normas, al piloto automático o al funcionamiento aluvional de “la maquinita” expresiva, como prefería llamarla. Ha muerto el hombre que transformó las heridas en versos memorables –”la memoria es una cajita que revuelvo sin solución” o “el frío tiembla en puertas del pasado que vuelven a golpear”–; una voz indomable, tan cercana y querida, en la cornisa del susurro, con esa cadencia grave y profunda por donde flameaban siempre las chispas de una ironía elegante y juguetona.
Tercer hijo de una familia de inmigrantes ucranianos, Gelman nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930. No sobraba dinero en esa familia, pero se ahorraba de a centavitos para ir al Colón una vez al año. Su hermano mayor, Boris, le recitaba versos de Pushkin en ruso. Lo llevaba a un rincón apartado y Gelman, a sus siete años, caía rendido por el ritmo y la musiquita de aquellas palabras que no entendía en absoluto. A los nueve años decidió escribir poemas a una vecina dos años mayor. Al principio le mandaba versos de Almafuerte, como si fueran propios, pero la indiferencia de la nena lo obligó a dar un paso más. La batalla no sería sencilla. Entonces probó escribir él mismo; tampoco obtuvo respuesta. Ella siguió por su camino; él se quedó con la poesía. Y sus lectores del mundo, claro, agradecidos de la reticencia de la vecinita. Todavía no había pegado el estirón cuando “el pibe taquito”, como era conocido en los potreros de Villa Crespo por el modo de empujar la pelota, publicó su primer poema en la revista Rojo y Negro. Tenía once años. Juan, niño precoz que aprendió a leer a los tres años, cursó la secundaria en el Nacional de Buenos Aires. Empezó a estudiar la carrera de Química, pero, como contó más de una vez, le interesaba “mucho más la poesía que la descomposición del átomo, los protones y los neutrones”. Probó varios trabajos, pero eligió el oficio de periodista para ganarse la vida. Lejos de despreciar la faena periodística, Gelman lo entendía como un género literario “que se escribe bien o se escribe mal”.
Su itinerario periodístico arrancó en Orientación, semanario del Partido Comunista Argentina (PCA), continuó en el diario La Hora hasta que en 1962 entró en Xinhua, la agencia china de noticias. En la revista Confirmado, a la que ingresó en 1966, se encargaba de la sección de libros. Después seguirían la sección internacional de Panorama y La Opinión (1971-1973), la revista Crisis (1973-1974) y la jefatura de redacción del diario Noticias (1974). Con el regreso de la democracia se sumó a Página/12, donde escribió desde su primer número (cubriendo el histórico juicio del criminal de guerra nazi Klaus Barbie) hasta la contratapa del último domingo.
Del ambiente de la militancia en el PC, surgió el grupo El pan duro, integrado por Gelman, José Luis Mangieri, Héctor Negro y Juana Bignozzi, todos muy jóvenes y por entonces poetas desconocidos. Eran tiempos difíciles para publicar y peor aún cuando se trata de poesía, “esa Cenicienta de la literatura que apenas ocupa rinconcitos en los catálogos de las grandes editoriales”. Los miembros del grupo decidieron autofinanciar sus propias ediciones a través de un método: venían bonos de diez pesos, que era lo que podía costar un ejemplar. Hacían recitales, fiestas populares en clubes como Vélez Sarsfield y a medida que reunían el dinero elegían por votación el orden de los libros a publicar. Así apareció Violín y otras cuestiones, su primer libro de poesía, publicado en 1956, prologado por Raúl González Tuñón, quien destacó que en ese poemario “palpita un lirismo rico y vivaz y un contenido social, pero social bien entendido, que no elude el lujo de la fantasía”. Entre otras virtudes, Tuñón ponderaba “la forma ágil, fresca, variada en tonos y matices”, de un poeta “nacional, porteño, muy nuestro”, que “recién comienza y ya está maduro”. Esa sorprendente madurez se expandió en Gotán (1962), que significa tango al revés; en Cólera Buey (1965) y en Los poemas de Sydney West (1969) con formas y ritmos que pescaban al vuelo las inflexiones del habla porteña, además de traducciones simuladas de poemas. Entonces ya se vislumbraba lo que pronto sería una certeza: que ninguno de los libros de Gelman se parecen entre sí. Que cada libro nuevo postulaba una ruptura radical con el anterior. Como si fuera y no fuera a la vez el mismo poeta.
En la década del ‘60 sus ideas se radicalizarían más a la izquierda y se alejaría del PC, partido que luego lo expulsó de sus filas. “Fue el momento de la Revolución cubana y un grupo de nosotros sostenía que ese hecho era una línea divisoria”, explicó. “Se hablaba de llegar al socialismo por la vía pacífica; nosotros vimos en Cuba otro tipo de posibilidades.” En 1967 se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y cuando FAR y Montoneros se fusionaron en una única organización, en 1975, Juan fue enviado al extranjero para denunciar públicamente la represión y la violación de la Triple A. Hay golpes en la vida, tan fuertes... se podría parafrasear a César Vallejo, uno de sus poetas preferidos. En 1976 secuestraron a sus hijos Nora Eva y Marcelo Ariel, junto a su nuera María Claudia Iruretagoyena, quien se encontraba embarazada de siete meses. Su hijo y su nuera desaparecieron, junto a su nieta nacida en cautiverio. La ruptura con Montoneros llegó cuando la conducción planteó “esa locura que la contraofensiva militar, que condujo a la muerte a las mayoría de la gente que participó en ella”. El poeta, por entonces ya exiliado, volvió clandestinamente al país en 1978, con el objetivo de que un puñado de periodistas pudiera ver lo que estaba pasando en Argentina, el terror de la dictadura cívico-militar. Durante siete años no escribió ni publicó. Regresaría al ruedo con Hechos y relaciones, texto en donde emerge el dolor en carne viva del exilio y las muertes. En 1989 el presidente Carlos Menem firmó el indulto. Juan objetó la medida a través de una nota publicada en este diario: “Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos”, se quejó.
“Me cavo para no encubrirte más con visiones de tu abrigo largo. Un parpadeo dura mucho cuando se aparta el ser de sí en vuelos sin rumor. Libre aún entre muros de cemento y cal viva/arrojado a que nunca fueras certidumbre”, se lee en uno de los poemas recientes que le dedicó a su hijo. El 7 de enero de 1990, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo, encontrados en un río de San Fernando dentro de un tambor de grasa lleno de cemento. Lo habían matado de un tiro en la nuca. En 1998 descubrió que su nuera había sido trasladada a Uruguay y que había sido mantenida con vida al menos hasta dar a luz a una niña en el Hospital Militar de Montevideo. A partir de ese momento lanzó una búsqueda incansable para hallar a su nieta, apoyado por escritores, artistas e intelectuales. En 2000 finalmente se reunió con su nieta María Macarena Gelman García. “¡Marcelo Gelman! ¡Presente!” El hijo del poeta, entre otras víctimas de la dictadura militar, sonó más vivo que nunca ese jueves 31 de marzo de 2011, cuando el Tribunal Oral Federal 1 juzgó a los represores del centro clandestino Automotores Orletti. Eduardo Cabanillas, el asesino de Marcelo, fue condenado a prisión perpetua. Juan decía que no sintió nada. Ni alegría, ni odio. Nada. Y se preguntó por qué. La respuesta está encadenada en los textos que integran Hoy, el último libro que publicó el año pasado. El poema “VIII” es el primero dedicado a su hijo: “¿Cuánta sangre cuesta/ ir de saber a contramano/ del olvido al horror/ de la injusticia a la justicia? ¿Hay que tocar los altares ardientes/ evitar la vergüenza/ la falta que preocupaba a Teognis/ interrupción del día? El beso del lazo se convierte en el lazo que el asesino ajusta. Desvío sin límite ni fondo ni virtud. La mismidad es un espejo roto en tercera persona y oigo tu mano dibujando un pájaro azul”.
Definir su poesía como política –un malentendido generalizado– es reducir y etiquetar la obra de un poeta que ha demostrado, libro tras libro, la insensatez de enjaularlo cuando él se ha dedicado, con una obstinación pocas veces vista, a deshacer y rehacer los modos de poner en juego la lengua. “Cuando se habla de mi poesía como política pienso que el error está en pensar que vivo conectado a la realidad las 24 horas del día. No todo lo que sucede en el mundo me despierta la necesidad de escribir un poema. Como ciudadano, tengo compromisos y responsabilidades que no tienen que estar necesariamente en la poesía. La ideología de alguien forma parte de su subjetividad, pero no es toda su subjetividad –decía el poeta en una entrevista de Página/12–. No me afecta ni en un sentido ni en otro que digan que mi poesía es política. Lo que me importa es mi trabajo como poeta, no me preocupa lo que digan los demás, tienen todo el derecho a opinar. Pero francamente lo único que influye es la lectura de la poesía, y el trabajo de escribirla.” Todo lo que se escribe, advertía Juan, es un largo fracaso en el intento de conseguir atrapar a la poesía. “Si uno insiste en este oficio ardiente que es la poesía es porque espera la aparición del milagro, pero como decía Dylan Thomas lo milagroso de los milagros es que a veces se producen.”
Juan agradecía los premios que fue recibiendo en los últimos años: el Premio Nacional de Poesía en Argentina (1997), el Premio Cervantes en 2007; los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y el Reina Sofía (2005); y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), entre otros. Sin dudas eran un estímulo y reconocimiento. “La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía –planteó en el discurso de aceptación del Reina Sofía–. Va a la realidad y la devuelve otra. Espera el milagro, pero sobre todo busca la materia que lo hace. Nombra lo que la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido todavía. Sólo en lo desconocido canta la poesía. Ella acepta el espesor de la tragedia humana, pero no obedece al principio de realidad sino al orden del deseo. Choca contra los límites de la lengua y va más allá en el intento de responder al llamado de un amor que no cesa. Es un movimiento hacia el Otro, pasa de su misterio al misterio de todos y les ofrece rostros que duran la eternidad de un resplandor. Corrige la fealdad, es ajena al cálculo y da cobijo en sus tiendas de fuego. Se instala en la lengua como cuerpo y no la deja dormir.”
Cómo no evocar las palabras que pronunció cuando recibió el Cervantes, frente a los Reyes de España. “Es algo verdaderamente admirable, en estos tiempos mezquinos, tiempos de penuria, como los calificaba Holderlin, preguntándose: ¿para qué poetas? ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”. El poeta repasó el significado que tuvo leer a Santa Teresa y San Juan de la Cruz durante el exilio al que lo condenó la dictadura. “Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino ‘que no es sino morir muchas veces’, comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado”, confesó el autor de una obra descomunal compuesta por más de treinta títulos en la que cabe destacar Citas y comentarios (1982), Interrupciones II (1986), Carta a mi madre (1989), Salarios del impío (1993), Dibaxu (1994), Incompletamente (1997), Ni el flaco perdón de Dios/Hijos de desaparecidos, junto a su esposa Mara La Madrid (1997), Valer la pena (2001), País que fue será (2004) y Mundar (2007), entre otros.
La lengua de Juan fue la llama que encendió la temperatura la noche del lunes 26 de agosto pasado, en la Biblioteca Nacional, cuando el poeta presentó Hoy, 288 poemas en prosa que transitan el camino del duelo por la desaparición y asesinato de su hijo Marcelo, pero también dan cuenta del abismo insondable del mal en el mundo. El poeta leyó durante más de media hora. No volaba una mosca en la sala. Todos mudos ante versos que se pegan en los labios de la memoria: “La tierra pule huesos que el tiempo roba sin retorno”.

Silvina Friera

Ariel Sharon, el final de un criminal de guerra




El general Ariel Sharon se extinguió el sábado 11 de enero después de largos años en coma. El presidente François Hollande publicó un comunicado calificado por Le Point de «lapidario»: «Fue un actor principal en la historia de su país. Tras una larga carrera militar y política optó por volverse hacia el diálogo con los palestinos. Presento mis sinceras condolencias a su familia y al pueblo israelí»
Efectivamente hemos leído textos más cálidos, ¿pero realmente era necesario que presentase sus condolencias al pueblo israelí? Más le valdría habérselas ofrecido a los palestinos y a las miles de víctimas de las acciones directas de ese oficial.
La más famosa, se podría decir, fue la de los campos de Sabra y Chatila, pero la trayectoria de Sharon está sembrada de cadáveres y no está de más recordar algunas de sus hazañas.
La primera conocida tuvo lugar el 14 de octubre de 1953 en el pueblo de Qibya, en Cisjordania (entonces bajo soberanía jordana). En represalia por una acción de comandos palestinos que causó varias víctimas civiles, la unidad 101 del ejército israelí, bajo el mando de Sharon, entró en el pueblo y dinamitó unas cincuenta casas con sus habitantes. Resultado: 69 muertos palestinos.
Durante la agresión israelí a Egipto en octubre de 1956 (que siguió a la nacionalización de la compañía del Canal de Suez por Gamal Abdel Nasser), una unidad al mando de Sharon se apoderó del paso de Mitla. En 1995 supimos que varias decenas de prisioneros egipcios, además de una cincuentena de trabajadores capturados por azar y unos 50 fedayines palestinos fueron asesinados en esa operación (entre otras masacres durante la guerra de 1956 reveladas en los años 90). Se puede leer la biografía de Sharon en la obra 100 claves para comprender Oriente Próximo, de Alain Gresh y Dominique Vidal, y en el magnífico cómic dibujado por Joe Sacco Gaza 1956, en marge de l'Histoire (Futurópolis, París, 2010).
Habría que decir también unas palabras sobre el «restablecimiento del orden» en Gaza en 1970-1971, una operación que duró meses, destruyó cientos de casas y mató a un número incalculable de palestinos (¿Se han fijado en que cuando se trata de muertos palestinos nunca se sabe el número exacto? Son una masa sin nombres y sin caras).
Pero las hazañas más brillantes de Sharon son las masacres de Sabra y Chatila, que siguieron a la invasión israelí de Líbano en el verano de 1982, una invasión que en sí misma ya es un delito ante la justicia internacional y que causó miles de muertes.
En un comunicado publicado el 11 de enero de 2014, Israel: Ariel Sharons’s Troubling Legacy. Evaded Prosecution Over Sabra and Shatilla Massacres , Human Rights Watch recuerda su responsabilidad en las matanzas de Sabra y Chatila, en Líbano, durante las cuales (aquí también varían las cifras, pero sin duda más de mil) cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños palestinos fueron exterminados salvajemente. Esas atrocidades fueron perpetradas por la Falange libanesa, aliada de Israel, bajo la mirada del ejército israelí que rodeaba los campamentos palestinos.
«En febrero de 1983, la Comisión Kahane -comisión oficial de investigación israelí para esos sucesos- señala HRW, estimó que “Sharon no tuvo en cuenta seriamente… el hecho de que los falangistas podían cometer atrocidades…”. La Comisión consideró que el desprecio que manifestó Sharon “con respecto a la posibilidad de una masacre” fue “injustificable”. La Comisión recomendó su destitución como ministro de Defensa. Permaneció en el Gobierno israelí como ministro sin cartera y después se convirtió en primer ministro en 2001, puesto que ocupó hasta su ataque (cerebral) en enero de 2006.
Las autoridades judiciales israelíes nunca llevaron a cabo una investigación criminal para determinar si Sharon y otros oficiales israelíes tenían una responsabilidad penal.
En el año 2001 los supervivientes (de las matanzas de Sabra y Chatila) presentaron una denuncia en Bélgica para exigir que se persiguiera a Sharon en virtud de la “competencia universal” de la ley belga. Las presiones políticas condujeron al Parlamento belga a modificar la ley en abril de 2003 y a abolirla pura y simplemente en agosto, lo que obligó al Tribunal Supremo de Bélgica a abandonar el caso contra Sharon en el mes de septiembre».
Sobre los cambios de la ley en Bélgica se puede leer, de Pierre Péan, La bataille de Bruxelles, Le Monde diplomatique, septiembre de 2002.
Numerosos testimonios demuestran que el papel del ejército israelí no fue solo «pasivo». El periodista israelí (y colaborador de Le Monde diplomatique) Amnon Kapeliouk lo demostró en un célebre libro publicado en caliente: Sabra et Chatila, enquête sur un massacre (Le Seuil, París, 1982). Volvió al asunto en numerosas ocasiones, especialmente en un artículo publicado en Le Monde diplomatique, en junio de 1983, Les insuffisances de l’enquête israélienne sur les massacres de Sabra et Chatila.
«Uno de los fallos más graves del informe Kahane es el relativo a la cuestión de la responsabilidad de la matanza. En ese punto, las conclusiones de la Comisión se contradicen con los informes que ella misma presenta. El ejército israelí ocupo Beirut Oeste; por lo tanto era responsable de la paz y la seguridad de su población civil según las leyes internacionales más elementales. Por otra parte, la excusa presentada para justificar su entrada en Beirut Oeste era bien clara: “la voluntad de evitar los riesgos de la violencia, el derramamiento de sangre y el caos”.
El 15 de septiembre de 1982, al día siguiente de la ocupación de Beirut Oeste, la oficina del ministro de Defensa difundió un documento donde decía en particular: “F) Un solo elemento, y ese elemento será el ejército israelí, comandará las fuerzas sobre el terreno. En cuanto a la operación en los campamentos se enviará a la Falange”.
Según la interpretación del jefe de la oficina de inteligencia militar del ejército, “eso significa que todas las fuerzas que opasen sobre el terreno, incluida la Falange, se encontrarían bajo la autoridad del Tsahal y actuarían según sus directrices”
(…)
«A continuación los tres investigadores (de la comisión Kahane) afirman que la responsabilidad conjunta de Begin, Sharon, Eytan, etc., es indirecta. La mejor respuesta a esa afirmación vino de la pluma de Amos Oz, el más conocido de los escritores israelíes: “El que invita al destripador de Yorkshire a pasar dos noches en un orfanato de jovencitas no puede pretender después, a la vista del montón de cadáveres, que se había entendido con él para que se conformase con lavar la cabeza a las niñas”. El novelista Izhar Smilansky también ironizó: “Soltaron en la arena a leones hambrientos y éstos devoraron a las personas. Por lo tanto los leones son los culpables”. Según el párrafo 298 del código penal israelí de 1977, “será acusado de asesinato cualquiera que provoque, por acción o por negligencia, la muerte de una persona”. El párrafo 26 del mismo código define a los cómplices de un asesinato y los considera responsables directos. ¿Cómo no concluir entonces que la responsabilidad israelí fue directa antes de iniciarse la matanza y más aún tras la entrada de las “fuerzas libanesas” en los campamentos?».
Muchos crímenes por los que Sharon nunca será juzgado. Y los países occidentales, tan diligentes para enviar ante la Corte Penal internacional a este o aquel dictador africano, hicieron todo lo posible para evitar que el general rindiera cuentas ante la justicia (los responsables israelíes en general, los responsables de la guerra de Líbano de 2006, así como los de la invasión de Gaza en 2008-2009, también se han librado de cualquier juicio y los reciben con los brazos abiertos en Europa o Estados Unidos. ¿Cómo no va a alimentar semejante parcialidad discursos conspirativos y antisemitas como los de Dieudonné? Se diría que Israel (y los judíos de todo el mundo, por supuesto, ya que Israel se considera el Estado del pueblo judío) dirige el mundo. La mejor manera de combatir esas derivas es afirmar claramente que un crimen contra la humanidad es un crimen contra la humanidad, tanto si lo comete un general israelí como si lo perpetra un presidente sudanés. Pero estamos muy lejos de eso.

Alain Gresh
Le Monde diplomatique