viernes, 31 de julio de 2015

El comienzo de la Primera Guerra Mundial




El 28 de julio de 1914, con la declaración de guerra del Imperio Austro-Húngaro a Serbia, se iniciaba la Primera Guerra Mundial. ¿El motivo? Todavía es común encontrar la explicación de que se debió al asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero al trono del imperio, a mano de un terrorista serbio en Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, ocurrido un mes antes. Este tipo de relatos buscan que la historia sea incomprensible para las grandes masas, remplazando las causas profundas de los grandes hechos históricos por un simple juego de “grandes personalidades”.

La verdad es que para ese entonces ya hacía por lo menos 25 años que las grandes potencias europeas se habían estado armando hasta los dientes, compitiendo entre sí. En un caso para patear el tablero del statu quo mundial e imponerse como poder hegemónico y así conquistar colonias y áreas de influencia, como pasaba con el Imperio Alemán, que utilizaba a su aliado Austria-Hungría, un imperio en decadencia y subordinado a Berlín. Pero esto solo podía lograrse a expensas del imperio en ese momento dominante, Gran Bretaña, que también tenía sus propios aliados subordinados, como Francia. El área geográfica de disputa inmediata entre todas las potencias era los Balcanes, el territorio que había estado dominado hasta poco tiempo antes por el Imperio Turco, que se fue hundiendo y desmembrando, y el sector de Europa Oriental que estaba bajo la bota del Imperio Ruso, también en acelerada decadencia luego de la revolución de 1905.

Los causas profundas

El asesinato del archiduque no fue más que una excusa. Alemania y Austria-Hungría simplemente eligieron el momento más conveniente, en el que estaban en su mejor capacidad militar como para afrontar una guerra europea que para ellas se volvía una necesidad, y le impusieron a Serbia (en el centro de la zona en disputa, recientemente liberada de Turquía, ligada a Rusia y por su intermedio a Gran Bretaña y Francia) un ultimátum imposible de cumplir para desatar sí o sí el conflicto. Estas potencias, apoyándose en su gran desarrollo tecnológico-militar, pero con la desventaja de su situación geográfica enfrentando enemigos en dos frentes distintos, necesitaban una victoria rápida y fulminante. Pero, por el contrario, por tratarse de una guerra entre grandes potencias con intereses, colonias y aliados a lo largo del planeta, se terminó transformando en mundial. A pesar de que las dos grandes alianzas de potencias intentaron justificar la participación en el conflicto como una supuesta “guerra de liberación” contra la potencia enemiga a la que se presentaba como “despótica”, hay que decir que claramente no se trató de un conflicto por ningún tipo de ideales de “libertad” ni “progreso”, sino una guerra entre potencias imperialistas que se disputaban el dominio mundial y repartirse colonias y áreas de influencia.

Nuevo tipo de guerra

Este conflicto también marcó un antes y un después en la propia historia de la guerra en general. En la memoria de las masas y de la opinión pública de entonces, todavía predominaba el modelo de las “guerras clásicas”. Es decir, conflictos entre Estados que se libraban entre ejércitos de militares profesionales, en teatros de guerra delimitados y sometidos a ciertos límites o regulaciones.
Sin embargo, entre 1870 y 1914 se desarrolla una creciente carrera armamentística y un avance inédito de la tecnología militar. Paralelamente a este desarrollo masivo de la capacidad destructiva, en la mayoría de los ejércitos europeos se implanta la conscripción obligatoria, incorporando al servicio, junto a militares de profesión, a grandes sectores de trabajadores y campesinos de la población civil. Durante esos años se producen mayoritariamente guerras de conquista por fuera de Europa, entre potencias imperiales y los pueblos coloniales en Asia y África, donde las primeras llevan a cabo una “guerra total” que no le reconoce status alguno de “enemigo legítimo” a los segundos, atacando masivamente a las poblaciones civiles y produciendo brutales genocidios, implantando el terror. Todos estos elementos, especialmente este último, se volcarían ahora, ya no a una guerra contra pueblos considerados “atrasados” o “inferiores”, sino dentro del seno mismo de lo que se consideraba “la civilización occidental”: la propia Europa.
La Primera Guerra Mundial irá terminando con la movilidad más característica de las guerras clásicas e irá incorporando la estática y desgastante guerra de trincheras, donde se destruyen en grandes cantidades en forma acumulativa recursos humanos, tecnológicos y económicos, solamente en muchos casos para avanzar unos pocos kilómetros de terreno –como la Batalla de Verdún–, que se prolongó por 10 meses, con 300 mil muertos y un millón de heridos. Para avanzar superando las trincheras se crean los tanques, los aviones de bombardeo y se emplean por primera vez las armas químicas y los gases venenosos. El resultado en costos humanos será de 10 millones de muertos, 8 millones de desaparecidos y 21 millones de heridos. Es decir, la Primera Guerra Mundial combina elementos de las guerras “clásicas” pero cada vez más junto a métodos propios de las guerras civiles o de las guerras coloniales, por lo que se generalizan los llamados “crímenes de guerra”. Todo esto, no obstante, se repetirá aún en mayor escala y con mayor brutalidad en la Segunda Guerra Mundial, donde estos métodos y el terror de las masacres de civiles que inaugura 1914 (el más paradigmático es el genocidio armenio a manos de Turquía, del que se está cumpliendo un siglo) se transformarán en una verdadera industria del asesinato en masa y donde la cifra de muertos se multiplicará aproximadamente por 7.

La “tercera potencia”: el movimiento obrero

Durante todo el período previo a 1914 se desarrolló fuertemente el movimiento obrero y socialista. La Segunda Internacional fundada por Friedrich Engels luchaba contra el militarismo, y su acción en varias oportunidades logró evitar el peligro de una guerra europea. La burguesía imperialista estaba en la disyuntiva que, por un lado, la guerra era una necesidad, ya sea para mantener o para mejorar la posición de su propio Estado nacional frente a los demás; pero por el otro lado, podía abrir una caja de Pandora, donde el internacionalismo y la agitación antimilitarista de la clase obrera socialista podía terminar desencadenando la revolución.
Por esta razón, durante este período se ocupa, mediante concesiones, reformas y la corrupción lisa y llana de una parte de los dirigentes sindicales e impulsando el patriotismo de la clase media y de la nueva aristocracia obrera, de ir mellando el filo revolucionario y el internacionalismo de los partidos socialistas, y de ir atando cada vez más la suerte de las organizaciones de los trabajadores, sus conquistas y sus aparatos y recursos, a la suerte de cada Estado capitalista nacional.
Como resultado de esto, cuando llegó el momento decisivo de oponerse a la guerra mundial declarada, la mayoría de los dirigentes de los partidos socialistas y de los sindicatos, muy por el contrario, traicionó sus promesas y apoyó al gobierno de su respectivo Estado nacional, votando los créditos de guerra, como pasó con particular notoriedad en los dos países con los partidos más importantes: Alemania (4 de agosto de 1914) y Francia.
Semejante traición dejó a la clase obrera momentáneamente estupefacta, desorientada y sin dirigentes. Solo el ala izquierda del movimiento socialista, minoritaria, perseguida y aislada, continuó, remando contra la corriente, manteniendo los viejos principios internacionalistas traicionados. Vladimir Lenin, León Trotsky, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Franz Mehring, entre otros, fueron sus principales dirigentes. Sometidos durante la guerra a cárcel, represión y destierro, hicieron suyo el lema “¡El enemigo principal está en el propio país!”.

La revolución es la que verdaderamente puso fin a la guerra

La izquierda revolucionaria surgida del derrumbe de la Segunda Internacional mantuvo su oposición a la paz civil o “tregua” declarada por los dirigentes derechistas de la organizaciones obreras, siguiendo una política que apuntará a la guerra civil contra los responsables de la carnicería imperialista y a utilizar la crisis económica y política creada por ella para despertar a las masas y terminar con el enfrentamiento bélico mundial lo antes posible. El objetivo era acelerar la caída de la dominación de la clase capitalista para así poner en práctica el poder de los trabajadores, que, como dijo Rosa Luxemburg, “si se lo mide por su verdadera estatura, está llamado por la historia a derribar el roble milenario de la injusticia social y a mover montañas”.
Los dirigentes de la izquierda socialista encuentran eco finalmente en la creciente oposición de la clase obrera a la guerra. En octubre-noviembre de 1917 triunfa la Revolución Rusa con los bolcheviques de Lenin y Trotsky, que realizan un llamado a una paz inmediata y sin anexiones, pero ahora desde la cabeza de un gobierno y un Estado de los trabajadores. Contra todo lo dicho por la historiografía oficial, hay que decir que finalmente será la Revolución Alemana, que en noviembre de 1918 derroca al Káiser y con la influencia del grupo espartaquista de Luxemburg y Liebknecht, deja fuera de juego a una de las principales potencias beligerantes, terminando con la Primera Guerra Mundial.
El Tratado de Versalles impuesto por los triunfadores de la guerra que formalmente declara la paz en 1919 impone condiciones humillantes a la Alemania derrotada y una multiplicación de nuevos Estados nacionales muy débiles en lo que antes eran territorios de las potencias vencidas, asfixiando su economía y a lo largo de la década de 1920 e inicios de la de 1930, ya con la crisis mundial originada en 1929 de fondo, exacerbando y volviendo mucho más convulsivas las propias contradicciones del sistema capitalista que no fueron resueltas por la Primera Guerra Mundial; a saber, la aguda contradicción entre la madurez del desarrollo de las fuerzas productivas y las trabas artificiales que significan las fronteras de los Estados nacionales. Esto desembocaría en una nueva guerra interimperialista en 1939, la Segunda Guerra Mundial.
Ediciones IPS y el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” publicamos hace un año con motivo del 100° aniversario, “Marxistas en la Primera Guerra Mundial” una compilación de textos de Lenin, Trotsky, Luxemburg, Liebknecht y Mehring escritos al calor de la guerra. Se puede leer el prólogo aquí, así como un artículo en la revista Ideas de Izquierda donde se desarrollan otros aspectos, aquí y otro más en este mismo medio, aquí.
Continuando con la temática, y a propósito del 70 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, próximamente Ediciones IPS-CEIP publicará “La Segunda Guerra Mundial y la revolución” de León Trotsky y otros autores, y el clásico hace mucho agotado: “El significado de la Segunda Guerra Mundial” de Ernest Mandel.

Guillermo Iturbide

Book trailer de "Marxistas en la Primera Guerra Mundial":

jueves, 30 de julio de 2015

William Weitling, comunista y cristiano




Entre las grandes figuras del primer socialismo que acompañaron a Marx en la extraordinaria aventura de la Primera Internacional, es importante recordar el nombre de William Weitling (Magdeburgo, 1808-Nueva York, 1871), un obrero comunista alemán, sin duda la figura más importante del primer movimiento obrero germano. Hijo ilegítimo de la cocinera Christiane Weitling y de un oficial del Ejército napoleónico. Cuando su padre abandonó a su madre, ésta tuvo que cargar con todos los problemas de una madre soltera y pobre. Wilhem después de pasar por la escuela primaria aprendió el oficio de sastre que fue su oficio durante toda su vida. En 1828 escapó de Prusia para no hacer el servicio militar y con un pasaporte falso se dedicó a recorrer Alemania siguiendo la tradición de los «compañeros» y estudió a Fourier y Lamennais . En 1830 fue testigo de los acontecimientos revolucionarios de Leipzig y en 1835 se trasladó a París donde entró en contacto con los sansimonianos, los fourieristas y los seguidores de Babeuf.
En 1837 ingresó en las filas de la Liga de los Justos que trabajaba entonces en estrecha relación con la «Sociedad de Naciones» de Blanqui y Barbés. Pronto se convirtió en el dirigente más importante del grupo y en 1838 redactó su programa con el título de La humanidad cómo es y cómo debería de ser (1838), que significa un paso adelante en la historia del socialismo por cuanto hace una llamada revolucionaria a la clase obrera. Marx que le consideraba muy superior a «la mediocridad de la literatura política alemana» (incluso por encima de Proudhom), vio en él una «contextura de atleta»: «¿Cómo comparar, escribió en 1844, estas botas de siete leguas del proletariado en sus inicios con los pequeños zapatos gastados de la burguesía política alemana?. No se puede sino pronosticar una talla gigantesca a la Cenicienta alemana. Es preciso reconocer que el proletariado alemán es el teórico del proletariado europeo, igual que el proletariado inglés es el economista y el proletariado francés es el político». No obstante más adelante Marx situará a Weitling como el más avanzado representante del artesano, una clase que se debate entre el pasado y el futuro, lo mismo que Weitling se debatía entre el cristianismo primitivo y el comunismo basado en la acción proletaria. Luego definió su comunismo religioso en El Evangelio de un pobre pecador, donde asegura que Jesús fue el precursor del comunismo.
Convertido en un «militante profesional» Weitling se trasladó entre verano de 1840 y primavera de 1841 a Suiza para hacer agitación y propaganda. No tuvo influencia sobre los grupos de artesanos pero sí entre los obreros y logró fundar una sección de la Liga de los Justos en Ginebra y Lausana, llegando a crear «comedores comunistas» a los que quería convertir en ensayos para la nueva sociedad que soñaba. Expulsado de Suiza y de nuevo en París prosiguió su intensa actividad organizativa y fundó diversas revistas. Una de ellas fue La joven generación y sobre ella escribió Engels: «Si bien esta publicación está escrita por un obrero y destinada únicamente a obreros, supera desde el principio a la mayoría de publicaciones de los comunistas franceses». Durante este tiempo Weitling fue el comunista alemán más influyente y temido por las autoridades. En 1842 escribió su obra principal, Garantías de la armonía y la libertad , fue definida por Heine como «el catecismo de los trabajadores» y que levantó el siguiente comentario de Marx: «¿Dónde podría mostrar la filosofía alemana --incluida sus filósofos y sus eruditos-- una obra como la de Weitling?». La hostilidad policíaca llevó a Weitling a considerarse como un mártir semejante a Cristo, al que vio como un comunista que «predicó la igualdad de bienes».
En un proceso celebrado contra él en 1843 defendió su cristianismo diciendo: «No es una doctrina cualquiera la que puede poner en peligro la religión, sino las prerrogativas y privilegios que una minoría quiere eternizar por medio de formalismos religiosos... Cada hombre tiene el derecho de interpretar la Biblia de acuerdo con sus propias convicciones, pues su interpretación no es privilegio de una casta». Condenado en Suiza fue entregado a la policía prusiana. Una vez libre continuó su labor de militante. En 1846 entró en relación con Marx que trató de convencerlo de su programa vanamente. Weitling era reacio a los intelectuales y estaba convencido de que sólo un trabajador sabe lo que necesita la clase obrera. También lo era de cualquier intento de una sistematización científica de las ideas socialistas, y nunca dudó de Sus esquemas comunistas cristianos. Las diferencias entre ambos quedaron patentes con ocasión de la revolución de 1848, ante la cual Weitling no se planteó ningún problema teórico, ningún problema sobre la «transición» de Una revolución democrática a socialista...
Anotemos que e Alemania la forma económica capitalista se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX. El artesanado se vio en dificultades por la competencia extranjera, ante todo del capitalismo industrial inglés en expansión, y por el nacimiento de los talleres manufactureros que trabajaban de manera más racional. Al mismo tiempo nació un capital industrial y comercial. La situación social de amplios estratos del artesanado se caracterizaba por una creciente inseguridad existencial de la que se vieron afectados no sólo muchos maestros artesanos libres, sino también amplios estratos de campesinos. La «liberación de los campesinos», puesta en marcha por las medidas reformistas de Stein y Hardenberg, permitió a los latifundistas privar legalmente a numerosos campesinos de todo lo que poseían. Al mismo tiempo, los gremios se vieron amenazados en su existencia por la formación de una pequeña minoría de empresarios capitalistas en las ciudades que suministraban a los trabajadores las herramientas, las materias primas y organizaban la venta del producto acabado: a partir de antiguos trabajadores de los gremios, apareció un estrato empobrecido de proletarios productores que trabajaban en sus domicilios.
No obstante, las primeras sublevaciones de los trabajadores no tuvieron lugar entre los que producían en industrias familiares -los estratos más miserables y al mismo tiempo más desesperados-, sino entre los empleados en empresas de manufactura y con maquinaria; así, en 1826 protestaron los afiladores de Solingen y en 1828 los tejedores de seda de Krefeld. Su protesta se dirigía contra el inaguantable nivel salarial y contra el explotador sistema de retribución en especie. La revolución parisina de junio de 1830 originó también en Alemania nuevas acciones; así, por ejemplo, los trabajadores destruyeron máquinas y fábricas en Aquisgrán y Eupen; en Berlín los sastres protestaron delante de las ventanas del rey contra la competencia de las máquinas de coser; hubo tumultos en Leipzig y Dresde y en otros lugares. Finalmente, el ataque por parte de estudiantes demócratas contra la guardia de la dieta en Frankfurt desencadenó una ola de represión contra personas indeseadas y sospechosas para la autoridad.
Por entonces, as huelgas y tumultos aumentaron progresivamente hasta la revolución del 48. Mientras que durante los cuatro años de 1840 a 1843 sólo hubo ocho huelgas, en cada uno de los años 1844 y 1845 se produjeron trece huelgas. Pero las masas de los trabajadores se manifiestan contra la miseria reinante no sólo por medio de huelgas, sino también por medio de «tumultos» y concentraciones. Asimismo, el número de escritos sobre la situación de los trabajadores aumentó bruscamente después de la sublevación de los tejedores en junio de 1844. Mientras que en el período de 1840 a 1843 se publicaron unas cinco obras por año, en 1844 aparecieron ya 20, y en 1845 más de 30. En el año de la revolución, 1848, se alcanzó el punto más alto de las publicaciones políticas sobre la cuestión laboral, siendo su número superior a los cien tratados.
Al oficial de sastre Wilhelm Weitling se le ofreció una rica paleta de experiencias: por ejemplo, fue testigo de los acontecimientos revolucionarios del año 1830 ocurridos en Leipzig, donde estaba empleado. Esta fue, según dijo más tarde él mismo, una revolución en la que nadie sabía con certeza lo que quería y de qué se trataba, de tal forma que el pueblo pudo ser engañado por el gobierno. A Weitling podría llamársele, con bastante razón, el Blanqui alemán. Es el representante más importante del naciente socialismo alemán, en cuyas obras se manifiesta la explosiva mezcla de las escuelas francesas del período que precede a la revolución de febrero de 1848. Nacido en Magdeburgo en 1808, hijo natural de una cocinera alemana y de un oficial francés, llevó la vida ambulante propia de un oficial de sastre que huye del servicio militar. Durante su estancia en París entre 1835 y 1841 experimentó las principales influencias que determinarían su formación: como miembro activo de la Liga de los Justos, filial alemana de la secreta Sociedad de las Estaciones, dirigida por Blanqui, publicó en 1838 La humanidad tal como es y tal como debería ser que podría considerarse como la predecesora del Manifiesto Comunista y en cuyas palabras de presentación afirma:
Los nombres República y Constitución tan bellos como son, no bastan por sí solos;
el pobre pueblo tiene el estómago vacío, no tiene nada sobre su cuerpo y siempre debe trabajar; por eso la próxima revolución debe ser, si es para mejorar, una revolución social .
La siguiente obra de Weitling, El Evangelio del pobre pecador, le comportó la detención durante diez meses en una prisión en Suiza y la extradición a Prusia. Después Weitling se fue a Londres y en Bruselas se encontró con Marx y Engels. Sin embargo, diferencias estratégicas y tácticas les llevaron pronto a la ruptura: “Mientras que aquellos opinaban que el proletariado debería apoyar primero a la burguesía en su lucha contra la monarquía y el feudalismo, éste esperaba de la revolución venidera la realización inmediata del orden comunista”.
Nuestro hombre desconfiaba de la estrategia marxista, porque temía que -al igual que ocurrió en Francia- después de la consecución de la república burguesa en Alemania el proletariado se vería privado del goce de los frutos de la victoria sobre la monarquía. Por eso, el objetivo de la Liga de los Justos, aceptando la táctica de Babeuf, consistía en intervenir directamente mediante la propaganda y las acciones revolucionarias para realizar por fin la anhelada revolución social. Weitling, como Blanqui y sus compañeros de lucha, esperan de la revolución lo que Fourier esperaba de los ricos para la realización de su sistema, lo que Proudhon deseaba cambiar en el ámbito de la sociedad burguesa, lo que Louis Blanc aspiraba alcanzar con la administración estatal.
Weitling ve la causa de todos los males en la propiedad privad: y en el medio de su mantenimiento, el dinero. Su programa culmina en la reivindicación de la abolición «de cualquier dominio, basado en la violencia y en el privilegio, en cuyo «lugar debe, ponerse una simple administración que organice los distintos sectores de trabajo y distribuya sus productos». A causa de las poco desarrolladas condiciones alemanas, su concepto de clase todavía es relativamente estático: distingue, por una parte, los ociosos «los que comen gratis», sin hacer diferencias entre señores feudales y propietarios del capital y, por la otra, las masas trabajadoras los que carecen de propiedad, ya sean artesanos, campesinos o proletarios. El elemento aglutinador de las masas populares es sólo la miseria padecida en común; hacerla consciente, añadir la agudeza de la conciencia: aquí es donde Weitling ve su misión. En contraposición a los comunistas utópicos anteriores a Weitling, la sociedad comunista ya no aparece como un simple sueño, sino como el resultado de las acciones revolucionarias de las masas populares. La revolución es, para él, el único medio eficaz para la realización del progreso en la historia. También en este punto se distingue de los demás socialistas primitivos.
Mientras que Saint-Simon quiere eliminar la miseria por el dominio de la industria y la ciencia. Fourier espera la llegada de un poderoso que realice sus planes. Owen lo intenta mediante empresas modelo dentro de un ambiente capitalista. Proudhon sueña en conseguir la felicidad de la humanidad por medio de una banca nacional con créditos libres de pago de intereses para los trabajadores. Louis Blanc quiere desplazar a la vieja sociedad con talleres nacionales. Cabet se aferra a los principios del convencimiento pacífico y del ejemplo. Weitling por el contrario, espera del mismo modo que los neobabeuvistas en Francia, que la transformación comunista en Alemania venga por la revolución. Entiende por revolución la sublevación armada de los oprimidos que, aunque ciertamente debe ser preparada por una amplia agitación, no puede en cambio ser sustituida por ésta. La eliminación de la propiedad, objetivo principal de la revolución, exigiría el empleo de medios violentos, ya que no se podría contar con que los poseedores renunciasen libremente a su propiedad en favor de la mayoría: “Toda revolución social comenzará de una forma distinta a las realizadas hasta ahora...Si el pobre pueblo está harto del yugo y quiere acabar de una vez para siempre con esta situación, entonces no debe declarar la guerra a las personas, sino a la propiedad.
Como último recurso del alzamiento de las masas, Weitling aconseja una estrategia de conflicto no muy distinta de la guerrilla y de la guerra popular llevadas a cabo en los países en vías de desarrollo. En caso de que la explicación y la propaganda no conduzcan por sí solas a la revolución, y los estratos sociales oprimidos no lleguen a descubrir las causas de la pobreza de forma libre, aboga por llevar hasta las últimas consecuencias el desorden existente, es decir, debe incrementarse todavía más la miseria de las masas: Cuando, a pesar de todos los argumentos razonables, los gobiernos no toman medidas para mejorar la situación de las clases más numerosas y pobres, sino por el contrario se incrementa el desorden, entonces todos los que además de la comprensión de la situación todavía poseen valentía, deben dejar de oponerse a este desorden y, por el contrario, deben intentar llevar este desorden hasta las últimas consecuencias de tal forma que el pobre pueblo se alegre de este creciente desorden, como el soldado disfruta de la guerra, de manera que los opresores tengan que sufrir igual que los ricos durante la guerra.
Al parecer de Weitling, el «pobre pueblo» estará maduro para una acción revolucionaria cuando su desesperación haya alcanzado el punto más alto. Según él, el medio último y más seguro de agudizar el desorden hasta los últimos límites consiste en el robo organizado. Weitling busca el potencial necesario para esta operación en el lumpenproletariado urbano. Para estos estratos desarrolla una doctrina de justificación del robo, concebida como la moral de una anarquía social. Su pensamiento básico es: el robo del rico a los pobres es un crimen; sin embargo, el robo de los pobres a los ricos es una acción justa: “Quien roba y hurta a un rico para ayudar con lo robado y hurtado a los pobres, es un ladrón noble, judío; por el contrario, el rico que reduce el sueldo de los trabajadores mediante la especulación para dejar una rica herencia a sus descendientes es un ladrón despreciable y vulgar, un bandido sucio y egoísta"
La teoría revolucionaria de Weitling acaba pues en el «bandido generoso» que establece una «redistribución» a su manera, sangrando a los ricos para ayudar a los pobres. En consonancia con ello, sueña con un Mesías que se ponga al frente de los desesperados, como igual entre los iguales, para dirigirlos a la revolución. No obstante, no quiere esperar pasivamente su llegada, sino que desea ayudar activamente con su acción revolucionaria. El objetivo de que la tiranía de los poseedores y los dominadores sea abolida y de que se construya una nueva sociedad sobre las bases de igualdad y justicia es lo que une estrechamente a Weitling con Babeuf y Blanqui.
A Weitling le corresponde el mérito de haber elaborado una teoría original de la revolución con ayuda de los estímulos recibidos de los pre-socialistas durante su estancia en París. Por eso no es de extrañar que, cuando se hablaba de la contribución para la construcción de un socialismo independiente, proletario, Marx y Engels le alabaran, a pesar de todas las reservas que sentían frente a Weitling. Así, después de la aparición de la obra de Weitling, Garantías de la armonía y la libertad , Marx hace notar en sus Glosas críticas al margen del año 1844: “Por lo que respecta al nivel de formación o de capacidad de formación de los trabajadores alemanes, recuerdo los escritos de Weitling que en el aspecto teórico sobrepasan incluso a Proudhon, a pesar de ser inferiores en cuanto a su realización. ¿Dónde podría mostrar la burguesía?.contando a sus escritores y filósofos- una obra igual. . .que hiciera referencia a la emancipación de la burguesía, la emancipación política? Si se compara la mediocridad evidente y tibia de la literatura política alemana con ese grandioso y brillante debut literario de los trabajadores alemanes, si se comparan estos gigantescos comienzos del proletariado alemán con la pequeñez de la escuela política alemana de la burguesía, entonces debemos profetizar a la cenicienta alemana una figura atlética”.
Cuando en el prólogo inglés a la edición alemana del Manifiesto Comunista se dice que la «emancipación de los trabajadores debe ser obra de la misma clase trabajadora», esta frase programática hace referencia al propio sentido de la teoría comunista de Weitling. Pues para éste está fuera de duda que la clase proletaria no puede seguir yendo a remolque de movimientos pequeñoburgueses, sino que precisa de una organización independiente para prepararse para aquella lucha que Weitling llama revolución social.
La aparición de la obra Garantías y armonías de la libertad de Weitling constituyó también para otros contemporáneos de éste una importante experiencia intelectual. Así, por ejemplo, para Ludwig Feuerbach, quien en el mismo año en que Marx alaba la obra de Weitling, en 1844, reconoció en una carta a Friedrich Knapp: “¡Cómo me sorprendió el modo de pensar y el espíritu de este oficial de sastre! ¡Es un verdadero profeta de su estamento social...! ¡Cómo me sorprende la seriedad, la actitud, la formación de ese muchacho artesano! Cuál es la impedimenta de nuestros muchachos académicos frente a este muchacho¡”. También Feuerbach acumula, después de esta alabanza, nuevo valor que desemboca en un pronóstico de la futura revolución social: ..
Ciertamente pronto -pronto en sentido de la humanidad, no del individuo, pronto cambiará la cosa, poniendo lo de arriba abajo y lo de abajo¡, ¡arriba, los que dominan sentirán y los que sirven dominarán. Este será el resultado del comunismo; no el que espera. Nacerán nuevos linajes, nuevos espíritus y nacerán igual que antiguamente nacían de las rudas tribus germanas, de las masas humanas incultas, pero ansiosas de cultura. y ya actualmente tenemos ante nuestros ojos los comienzos teóricos y religiosos de esta inevitable metamorfosis. Mientras los príncipes se convierten en beatos y pietistas, los artesanos se hacen ateos, y ciertamente en ateos. . . en sentido. . . del ateísmo moderno, positivo, enérgico, religioso. Esto lleva a Engels a afirmar en 1885 en su obra Historia de la Liga de los Comunistas , que Weitling quería reducir el comunismo al cristianismo primitivo, no da en el núcleo de las intenciones de Weitling (1).
En la concepción de Weitling el cristianismo y la Biblia siempre fueron más un arma para el uso táctico, que él sabía utilizar a nivel de la formación de los artesanos para propagar la futura revolución proletaria y, lo que es más importante, para da! su justificación. Parece estar fuera de duda que precisamente con esta retórica teológica ejerció influencia no sólo sobre sus compañeros sastres que, como él, vagaban por toda Europa porque el clima político y filisteo de su patria, Alemania, los rechazaba. Lo que Engels criticaba no era tanto el velo teológico de las obras de Weitling, sino más bien la falta de matices de su teoría revolucionaria. Junto a esta razón fundamental quizá pudieran mezclarse también motivos triviales de competencia entre ellos, pues para Marx y Engels no fue fácil implantarse entre los «Straubinger» del comunismo artesanal, y mucho menos de hacer retroceder la influencia de las corrientes procedentes de Weitling, en favor de la suya propia.
Hay pues una teoría revolucionaria en Weitling que no es ni puramente blanquista, ni está influenciada por la cautelosa táctica de Marx. Es el resultado de experiencias amargas. Weitling está convencido de que con reformas no se puede cambiar nada de forma decisiva. Está convencido de que las reformas no tienen sentido hasta que se consiga una revolución social y que sobre esta base se pueda realizar un trabajo reformista. Del mismo modo no cree en el sufragio universal ni en las libertades burguesas para los trabajadores: “Primero, aquellos combatientes que hacen la revolución conquistan el derecho al voto provisional revolucionario, yen asambleas armadas eligen un gobierno provisional revolucionario y árbitros revolucionarios para establecer el nuevo orden. Sólo tiene derecho a voto aquel que esté ocupado en una actividad útil a la sociedad y dé pruebas de laboriosidad, capacitación y amor al orden. Estarán excluidos del derecho a voto: los capitalistas, comerciantes, sacerdotes, abogados, lacayos y otros elementos parasitarios...
Alcanzada la victoria, el ejército revolucionario anuncia que los principios del Movimiento de Liberación son aplicables a la administración del país. El proletariado es armado; los ricos malvados y los contrarrevolucionarios son desarmados; tribunales y policía son abolidos; el pueblo con derecho a voto designa a las personas que merezcan su confianza para ocupar los puestos que hayan quedado vacantes. Se proclama por ley la obligación universal al trabajo; se castiga como crimen el derroche y la ociosidad. Como dinero se utilizan certificados de trabajo: certificados del tiempo y calidad del trabajo que son canjeados en los almacenes públicos de mercancías por bienes del mismo valor. Toda la población capacitada para trabajar se agrupa en organizaciones por ramos y, para representar sus intereses, elige comités de ramo, cámaras de ramo, y un parlamento social de la Liga familiar democrático comunista. Estos comités determinan en todos los lugares el valor-trabajo de los diversos productos según su naturaleza y su cantidad. El gobierno provisional permanece en el poder tanto tiempo como dure la guerra social...Pero la guerra social durará mientras en algún rincón de la tierra gobiernen las coronas y los sacos de dinero y, con sus cómplices, emboben al pueblo para poder explotarlo mejor.
Weitling esboza aquí algo que se puede llamar una teoría de la dictadura del proletariado como gobierno de transición para llevar a cabo la revolución social. Aquí, por primera vez, un socialista alemán considera la fase de transición dictatorial al comunismo. Weitling parte de que a la dominación popular debe corresponderle, como fundamento social, la igualdad económica. Sin ella, cualquier intento de practicar la democracia estará condenado al fracaso. Detrás de este programa se oculta la duda en torno al esquema de Marx y Engels, quienes en el mismo período en que Weitling defendía la dictadura del proletariado propugnaban la táctica de que no debía hacerse propaganda secreta para la revolución en Alemania ni aspirar directamente a una dominación popular revolucionaria. Según ellos, en un país en el que la burguesía era todavía muy débil, se la debía apoyar primero a llegar al poder para, sobre la base de la república burguesa, ganar un punto de partida mejor para la revolución social del proletariado.
Antes de esta revolución Weitling se fue a Nueva York donde prosiguió su labor proselitista fundando la Liga de la Liberación, y publicando en inglés su Evangelio de un Pobre pescador . En 1848 regresó inmediatamente a Alemania participando en el Congreso de los Demócratas como delegado de la Liga que había fundado en el otro continente. Al fracasar la revolución volvió de nuevo a los Estados Unidos donde permaneció hasta su muerte fiel a sus premisas corporativas que le llevaron a combatir el sindicalismo obrero y la idea de un partido socialista. Decepcionado por sus fracasos se alejó del movimiento obrero en la década de los 60. Se casó ya mayor y tuvo varios hijos. Su honestidad fue proverbial. Pasando necesidades extremas se negó a seguir trabajando de escribiente en una oficina gubernamental en la que se animaba a los jóvenes alemanes a hacer el servicio militar. Cuando el consorcio Singer le plagió un intento para coser y quiso indemnizarle, Weitling rechazó el dinero.
Según el historiador Heleno Saña (Guillermo Weitling, en Líderes obreros (ZYX, Madrid, 1974), Weitling murió pobre y olvidado.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas

1) Friedrich Ludwig Weiding, socialista cristiano de Hesse (1791-1837), pastor protestante, rector del seminario de Butzbach y antiguo miembro de las Bunschenschaften. Era un erudito en temas italianos, escribió su doctorado sobre Vittorio Alfieri. Aunque hombre de carácter templado y moderado, sensible a las ideas socialistas, había comprendido que la lucha contra los gobiernos locales y contra la propia Confederación de Francfort, a la sazón dominada por Austria, sólo tenía sentido por los métodos revolucionarios. Colaboró con Becker y con Büchner en la organización de grupos secretos en las Universidades de Giessen y Darmstadt, así como entre los campesinos más pobres. Publicó un pequeño periódico, El Candelero y el Iluminador para Hesse y escribió numerosos opúsculos en los que utilizaba un lenguaje biblizante. Detenido en 1834, acabó suicidándose en la cárcel tras pasar tres años terribles.

miércoles, 29 de julio de 2015

Grecia: una capitulación humillante que no funcionará




El acuerdo impuesto a Grecia en la madrugada del 13 de julio tras una cumbre del euro que duró toda una noche sólo se puede describir como una capitulación humillante. En resumidas cuentas, Grecia ha entregado toda su soberanía a la troika a cambio de un nuevo rescate con duras condiciones y algunas promesas vagas de una restructuración de la deuda (pero no una quita de la misma) que tal vez serán estudiadas en un futuro. Este acuerdo no funcionará. Destruirá políticamente a Tsipras y a Syriza, y económicamente sumirá a Grecia aún más en la recesión. También ha revelado profundas fisuras en la Unión Europea.
Hace seis meses el pueblo griego votó en contra de la austeridad con la elección del gobierno de Syriza el 25 de enero. Hace poco más de una semana rechazaron de manera decisiva la austeridad con un voto del 61,3% por el OXI (NO) en el referéndum convocado por el primer ministro Tsipras el cinco de julio. Ahora, la troika ha impuesto un acuerdo mucho peor que el que se sometió a voto en el referéndum, y el cual Tsipras ha aceptado. Si hay una conclusión que debería quedar clara para todo el mundo en base a esta experiencia es que no es posible acabar con la austeridad dentro de la camisa de fuerza de una Europa capitalista sumida en la crisis.
Los detalles del acuerdo que se ha firmado son estremecedores. Son mucho peores que lo que el gobierno griego propuso el jueves 9 de julio, lo cual ya era un humillante arrodillamiento. El documento ha sido redactado con la colaboración de altos funcionarios franceses y es un reflejo de la enorme presión que ha venido de ciertas partes para evitar una expulsión de Grecia de la eurozona.
En este sentido, Francia ha actuado como el agente de los intereses de EEUU y del FMI, y también para tratar de contrarrestar el peso del poderoso capital alemán en la UE. Los últimos días han desenmascarado mejor que nunca la verdadera naturaleza de la UE. En vez de un “proyecto” para construir una Europa unida y fuerte, hemos visto riñas entre los estados miembros, con los intereses nacionales de cada país sobre la palestra.
También ha caído la máscara de los capitalistas “razonables y civilizados”, saliendo a la luz el verdadero monstruo que durante mucho tiempo se ocultó tras estos clichés. Esto quedó patente sobre todo en el caso de Wolfgang Schäuble, el ministro de finanzas alemán, que ha mostrado una clara determinación por aplastar al pueblo griego y un desprecio hacia sus aliados que trataron de llegar a algún tipo de compromiso para evitar la expulsión de Grecia del euro. Esto es una indicación de lo que está por llegar en términos de las tensiones entre los Estados miembros más poderosos de la UE, y no es un buen augurio para el futuro de la Unión en su totalidad, tanto en el sentido de su menguante influencia mundial y de su cohesión interna.
Los estadounidenses en concreto estaban aterrorizados por el potencial impacto que tendría sobre la frágil economía global un default griego desorganizado. Mientras la atención del mundo entero estaba posada sobre la crisis europea, la burbuja en el mercado de valores chino empezó a estallar. La situación de la economía mundial es tan precaria que cualquier bache la puede sumir en una nueva recesión. Por esta razón, los EEUU ejercieron una presión enorme para que se llegase a un acuerdo. Tal acuerdo debería incluir un alivio sustancial de la deuda. En cualquier caso, tal y comoel FMI admitió en un informe oficial, la deuda griega es inmanejable y nunca será devuelta en su totalidad. Una auditoría es necesaria.
Por supuesto, lo que exigían los EEUU era que el capital alemán acarrease el peso de tal reducción de la deuda, ya que Alemania es el país más expuesto a la deuda griega. Es fácil hacerse el listo con dinero que no es tuyo. Este era el verdadero significado de la propuesta francesa que el gobierno griego presentó al Eurogrupo de ministros de finanzas.
Esa propuesta ya hizo que el gobierno perdiese su mayoría en el parlamento, con 17 diputados de Syriza negándose, de diversas formas, a votar por ella, y otros 15 votando a favor pero protestando contra la decisión. El gobierno tiene una mayoría de 162 diputados (149 de Syriza y 13 de ANEL). Dos miembros de Syriza votaron abiertamente en contra, otros 8 se abstuvieron (incluyendo el ministro de energía y dirigente de la Plataforma de Izquierdas, Panagiotis Lafazanis, y el viceministro de Seguridad Social Stratoulis), otros 7 se ausentaron (aunque dos de ellos mostraron su conformidad con la propuesta) y 15 miembros de la Plataforma de Izquierdas votaron a favor pero emitieron un comunicado separadamente expresando su oposición a las medidas. El gobierno tuvo que apoyarse en los votos de los partidos de la oposición (PASOK, ND, To Potami) para que la propuesta fuese aprobada en la madrugada del 11 de julio. ¡De facto lo que estamos viendo es la creación de una coalición de “unidad nacional”!
El voto no se presentó como un respaldo a las propuestas en sí, sino como un voto para darle autorización al gobierno para que negociase con Europa en base a esas propuestas. Esto era una forma de ejercer presión sobre los diputados críticos de la Plataforma de Izquierdas con el argumento que se trataba de un voto de confianza a Tsipras. En realidad, la Plataforma de Izquierdas debería haber sido mucho más firme, votando en contra de manera unificada y convocando movilizaciones contra estas propuestas que son una violación directa del mandato que se dio en el referéndum.
Cuando las últimas propuestas griegas (es decir, francesas) llegaron a Bruselas fueron recibidas con la firme oposición de Alemania.Schäuble presentó una revisión escritaal documento griego exigiendo una rendición unilateral. Pedía que se llevasen a cabo inmediatamente más recortes y contrarreformas, culpaba a Grecia de cualquier estancamiento en las negociaciones, exigía que 50 mil millones de euros en propiedades del Estado fuesen puestas bajo el control de un fondo en Luxemburgo para ser privatizadas y, por último, planteó la idea de dejar a Grecia fuera de la eurozona durante cinco años (léase que “debería ser expulsada”).
La posición del capital alemán parte de su opinión de que en general la salida de Grecia del euro sería menos costosa (política y económicamente) que un nuevo rescate. Los motivos económicos están claros, en vez de seguir tirando dinero a un pozo sin fondo con pocas perspectivas de recuperarlo, es mejor soltar lastre y escapar, tal vez dando algo de dinero a Grecia en forma de ayudas humanitarias.
Las razones políticas ya las hemos explicado en otras ocasiones: no se puede aceptar que Grecia se desvíe de la austeridad para evitar que otros países sigan el ejemplo. Si se le permitiese a Syriza atenuar los recortes y la austeridad, eso hubiese reforzado a Podemos en España y hubiese debilitado notablemente a los gobiernos de España, Portugal, Francia, Irlanda y otros países que han estado llevando a cabo precisamente esas políticas. Además de esto, con el auge de partidos euroescépticos a su derecha, Merkel no quiere mostrarse blanda con Grecia.
A esto hay que añadir la irritación que produjeron las interferencias francesas en Alemania. ¡Cómo puede permitirse Hollande ayudar a los griegos a escapar de las garras alemanas! El capitalismo alemán es el más poderoso de la UE y por lo tanto tiene la autoridad.
Las exigencias alemanas, expresadas en el documento de Schäuble, eran tan escandalosas y arrogantes que parecían tener como objetivo empujar a los griegos fuera de la mesa de negociaciones. Les ayudaron los finlandeses, cuyo gobierno es rehén de euroescépticos de extrema derecha. No sólo era el lenguaje del documento, pero también la forma con la que se trató a Tsipras en la cumbre. Algunos periodistas burgueses han dicho que fue “crucificado”, otros que “se llevó a cabo una tortura mental”.

El contenido del “acuerdo” de la capitulación

Sorprendentemente, al final se llegó a un acuerdo que básicamente incluía todas las exigencias de Alemania.
El documento, que Tsipras ha firmado, es escandaloso, pisoteando abiertamente la soberanía nacional de Grecia y transformándola en resumidas cuentas en un protectorado de la troika.
Grecia deberá de aprobar leyes en relación a cuatro medidas, incluyendo aumentos en el IVA, recortes adicionales al sistema de pensiones y “recortes de gasto casi automáticos en caso de que haya desviaciones en los objetivos de superávit primario”. Todo esto ha de legislarse en 72 horas, para el 15 de julio. Luego otras dos medidas han de aplicarse para el 22 de julio.
Sólo tras la implementación de estas medidas y tras ser “verificadas por las instituciones y el Eurogrupo”, se “podrá” (nótese la condicionalidad) tomar la decisión de empezar a negociar el Memorando de Entendimiento (MdE).
Pero la cosa no acaba ahí. Para concluir el nuevo MdE, Grecia tendrá que llevar a cabo más recortes y de mayor calado “para compensar por el estado de deterioro económico y fiscal del país”. Esto significa: más recortes en pensiones, “reformas de mercado más ambiciosas”, la privatización de la red eléctrica (ADMIE). Además, se señala que el gobierno griego, al revisar los convenios colectivos y de despido no puede “volver a sus antiguas políticas que son incompatibles con el objetivo de promover (…) el crecimiento”. Esto quiere decir que el gobierno deberá desechar su promesa de reintroducir los convenios colectivos que fueron eliminados en los antiguos memorandos.
Y si estas imposiciones a nivel de la micro-gestión no eran suficientemente insultantes, hay todavía más. El documento también acepta el plan de Schäuble para establecer un fondo de privatizaciones de 50 mil millones de euros. La pequeña “concesión” es que el fondo no estará ya en Luxemburgo sino en Atenas. Sin embargo, esto no implica ninguna diferencia sustancial ya que estará “bajo la supervisión de las instituciones europeas relevantes”. Esto es una locura, incluso desde un punto de vista capitalista. Si sumamos las rentas ya obtenidas en privatizaciones con las que están siendo llevadas a cabo actualmente, obtenemos una cifra de 7 mil millones, y esto ya incluye los activos más valiosos. Es físicamente imposible aumentar siete veces esa cantidad en los próximos tres años.
Y como añadidura la troika (que es de lo que estamos hablando, ya que el documento exige a Grecia que “solicite una continuación de la ayuda del FMI), que estará de nuevo “sobre el terreno, en Atenas”, ¡se arroga el derecho a veto sobre toda la legislación pasada y futura en Grecia! Merece la pena citar literalmente el documento: “el gobierno tendrá que consultar y acordar con las Instituciones todos los proyectos de ley relevantes (…) antes de hacerlos públicos o presentarlos en el parlamento”.
Además de exigir el control sobre la legislación futura, la troika se da el derecho de cambiar leyes ya aprobadas: “con la excepción de la ley sobre la crisis humanitaria, el gobierno griego reexaminará la legislación aprobada contra el acuerdo del 20 de febrero dando pasos atrás en sus promesas programáticas”. Esto ata al actual gobierno griego, elegido por su oposición a los antiguos memorandos, a acatarlos y a cambiar cualquier ley que vaya en contra de sus principios. Eso por ejemplo derogaría la simbólica decisión de reincorporar a las limpiadoras del ministerio de finanzas.
La implementación de estos dictados ni siquiera garantiza el nuevo rescate, como afirma el documento: “los compromisos listados representan los requerimientos mínimos para empezar las negociaciones (…) sin embargo (…) el inicio de éstas no asegura que se llegue a un acuerdo final”.
La cantidad del nuevo rescate del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) ronda los 82-86 mil millones de euros, incluyendo 25 mil millones en recapitalizaciones a la banca.
¿Qué se le da a Grecia a cambio de esta capitulación total y su ofrecimiento de sus activos y del control sobre sus finanzas? En relación a la cuestión crucial que el gobierno griego siempre ha enfatizado, el alivio de la deuda, el documento es extremadamente vago. “El Eurogrupo se muestra dispuesto a considerar, si fuese necesario, posibles medidas adicionales (plazos de pago más largos) sobre la deuda griega”.
Este compromiso vago luego recibe un matiz oneroso: “estas medidas se considerarán en condición a la total implementación de las medidas acordadas en un nuevo programa y serán consideradas tras una primera compleción positiva de una revisión”.
La vaguedad de este compromiso contrasta completamente con la dura negativa de la siguiente línea: “la cumbre del euro subraya que recortes nominales de la deuda no se pueden llevar a cabo”, mientras que “las autoridades griegas han de reiterar su cometido unívoco a respetar sus obligaciones financieras a los tenedores de la deuda de manera total y puntual”.
El documento termina con un aliciente bastante dudoso a Grecia, diciendo que la Comisión “trabajará (…) para movilizar hasta 35 mil millones de euros (…) para financiar inversiones y actividades económicas”.
Claramente, Alemania no ha hecho ninguna concesión. Tsipras ha sido obligado a firmar todo a lo que se había opuesto hasta ahora. Mucho se preguntan, ¿cómo es esto posible? ¿cómo ha podido Tsipras firmar un acuerdo tan malo, sobre todo tras haber convocado y ganado un referéndum? Es imposible saber lo que está pasando por la cabeza de Tsipras. Ahora bien, una cosa sí que está clara. La línea de Tsipras y del grupo dirigente de Syriza ha mostrado ser completamente errónea en la práctica. Su estrategia se basaba en la idea de que era posible convencer a la troika para llegar a un acuerdo que permitiese aliviar a la austeridad, lo cual al final daría lugar al crecimiento económico y luego permitiría una devolución de la deuda. Nada por el estilo ha ocurrido.
Cuando convocó el referéndum, Tsipras insistió que un voto por el NO le pondría en una mejor posición en las negociaciones y llegar a un mejor acuerdo. Ha ocurrido lo opuesto.
Además, su insistencia en que mantenerse dentro del euro era la única opción posible le desarmó en las negociaciones, forzándole a hacer incluso mayores concesiones, y dando lugar al final a esta humillante capitulación. Parece no haber aprendido nada y estar dispuesto a firmar su propia ejecución.
Lo peor de esta capitulación es que no funcionará. El impacto que tendrá sobre la economía griega será desastroso. La incertidumbre de las negociaciones y los últimatums de la troika ya han acabado con lo que era una recuperación anémica, sumiendo al país de vuelta en la recesión. Ahora, las dos semanas de cierre bancario y de corralito (y se estima que éste durará cuatro meses), la han mandado de cabeza a una profunda depresión, con la mayor parte de la actividad económica paralizada.
Añadámosle a esto otro paquete de recortes y de austeridad, y el resultado es fácil de predecir. Estas políticas ya han sido implementadas en Grecia los últimos cinco años y han fracasado miserablemente. Han sido incapaces de cumplir su objetivo de reducir el ratio deuda-PIB. Éste ahora se sitúa en más de un 170%. Con estas nuevas medidas inmediatamente saltará a más de un 200%, haciéndolo incluso menos sostenible.
El panorama más probable es que este último “acuerdo” (o más bien imposición) será sólo una escala en el camino hacia una nueva crisis que llevará a un default y a la salida de Grecia del euro.
Desde un punto de vista político, el acuerdo significa el suicidio político del gobierno actual y de la propia Syriza. Ya hay voces en el grupo de Tsipras exigiendo las cabezas de los diputados y ministros que se oponen a su capitulación. El actual gobierno no puede durar ya que perderá su mayoría en las próximas 48 horas. Se están debatiendo diversas opciones, incluyendo un gobierno tecnocrático temporal encabezado por un “independiente” (posiblemente el gobernador del banco de Grecia), una coalición con To Potami etc.
Cualquiera que sea la forma específica que tome estamos hablando, en efecto, de un gobierno de unidad nacional para implementar un programa de ajuste salvaje. Esto cerraría el círculo, con el partido que fue impulsado por las masas al poder para poner fin a la austeridad aliándose con los partidos que fueron derrotados para llevar a cabo el programa de los vencidos.
La presión dentro de Syriza es tal que es improbable que Tsipras convoque una reunión del Comité Central al no estar seguro de que vaya a poder mantener su línea. Primero necesita aprobar estas medidas en el parlamento y para eso necesita una alianza de facto con los partidos burgueses.

¿Había una alternativa?

Sí, pero, ¿cuál era la alternativa? Criticando las propuestas del gobierno la semana pasada, la Plataforma de Izquierdas de Syrizaexpuso su punto de vista. Están a favor de un retorno a la moneda nacional, pero manteniéndose dentro de la UE (“una opción que ya está bien presente en países como Suecia o Dinamarca”) para implementar un programa que sólo puede describirse como de capitalismo nacional. Esto se basaría en exportaciones, la producción nacional, inversiones estatales en la economía y una “nueva y productiva relación entre los sectores público y privado para encauzar al país hacia el desarrollo sostenible”.
En realidad, este plan es tan utópico como el de Tsipras. Si bien no hay alternativa a la austeridad en el marco de la UE, es ingenuo pensar que una Grecia capitalista independiente sumida en la crisis pueda ser lo suficientemente competitiva como para salir de la crisis, enfrentada como está a naciones capitalistas mucho más poderosas. Parece ser que los compañeros respaldan la idea de que la austeridad es “ideológica”, es decir, la elección de malvados banqueros y capitalistas alemanes, en vez de la consecuencia inevitable de la crisis del sistema. La austeridad es un intento de hacer que los trabajadores paguen el precio de la crisis del capitalismo. Ese seguirá siendo el caso dentro o fuera del euro.
Esta perspectiva equivocada es una de las principales debilidades de la Plataforma de Izquierdas. El pueblo trabajador en Grecia tiene un miedo comprensible a las catastróficas consecuencias económicas que tendría un Grexit. Sus temores justificables no se pueden contrarrestar con el argumento de que “las cosas irán mal un tiempo, pero luego podemos devaluar nuestra moneda y construir un capitalismo nacional fuerte”. No resuelve el problema de un aparato industrial débil y menos productivo, incapaz de competir con el de países avanzados y altamente productivos como Alemania. Fuera o dentro de la UE y el euro, este problema sigue ahí. Y la idea de exportar más hasta salir de la crisis es totalmente utópico, considerando la crisis mundial en la que las economías débiles serán las primeras en caer.
La única alternativa es la “ruptura socialista”. Es decir, cancelar la deuda (que como una comisión parlamentaria oficial informó, es “ilegítima, ilegal y odiosa”), nacionalizar la banca y tomar los activos de los capitalistas griegos. En ningún otro momento ha quedado el “realismo” de los dirigentes reformistas de Syriza tan desacreditado como completamente utópico. En ningún otro momento ha sido más fácil argumentar la necesidad del socialismo, ya que coincide con la experiencia práctica de cientos de miles y millones de gente trabajadora griega en los últimos cinco años.
Sólo la reorganización radical de la sociedad sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de producción ofrece una salida. Incluso esto no sería posible dentro de los límites de Grecia, un pequeño país en la periferia económica de Europa. Pero mandaría un mensaje poderoso a la clase trabajadora de toda Europa, empezando por España, Portugal e Irlanda.
Si los dirigentes de la Plataforma de Izquierdas adoptasen un programa genuinamente socialista y ofreciesen una clara oposición al memorándum, no sólo con palabras y comunicados, sino con acciones, podrían canalizar la creciente oposición.

¿Y ahora qué?

La humillante capitulación de un gobierno en el que las masas confiaban para poner fin a la austeridad tendrá un impacto profundo. El viernes, las últimas propuestas del gobierno fueron recibidas con incredulidad. Esto se está convirtiendo en rabia e indignación.
Una huelga general ya ha sido convocada para el miércoles 15 de julio por la federación de trabajadores públicos ADEDY. Es significativo que los sindicalistas afiliados a Syriza, junto con otros, jugaron un papel clave durante el voto en la ejecutiva sindical. Se han convocado también manifestaciones ese mismo día para oponerse al nuevo memorándum.
Es una cosa aprobar medidas en el parlamento, pero será difícil implementarlas en la práctica. Los electricistas, los trabajadores del puerto del Pireo, los pensionistas, la juventud que votó masivamente por el OXI… no van a aceptar esto de brazos cruzados. Se han sentado las bases para grandes batallas. La clase dominante europea y sus hermanos pequeños en Grecia esperan una gran mayoría en el parlamento, pero la correlación de fuerzas en la sociedad está girada masivamente contra ellos. Esto no se resolverá a través de métodos parlamentarios, sino a través de la lucha.
Por último, es importante enfatizar que la crisis griega sigue dando lecciones valiosas a todos esos partidos y movimientos en otros países que pueden tener la ilusión de que es posible oponerse a la austeridad y alcanzar un acuerdo con el capital europeo al mismo tiempo. Es posible luchar contra la austeridad, pero el único método efectivo de hacerlo es rompiendo con el capitalismo.

Jorge Martín

martes, 28 de julio de 2015

Carta de Fidel a Telesur en su décimo aniversario.




Patricia Villegas Marín
Presidenta de Telesur

Estimada Patricia:

No podía pasar por alto el décimo aniversario de la fundación de Telesur sin hacerte llegar este mensaje.
Su creación fue una iniciativa que abrazó el inolvidable Hugo Chávez, consciente de la importancia para promover la integración latinoamericana y ofrecer una información objetiva y veraz, frente al monopolio de las transnacionales de la noticia y los desafíos que estaban por delante. Profundamente bolivariano, él quiso que las transmisiones se iniciaran el 24 de julio, día histórico del natalicio del Libertador Simón Bolívar.
En su camino de aprendizaje y experiencias, no ha habido acontecimiento político, económico y social trascendente en que Telesur no haya estado presente con inmediatez, objetividad y veracidad. Del mismo modo en el canal han encontrado espacio los hombres, mujeres y niños de diversos grupos sociales, etnias y religiones, los indígenas, los negros, los desposeídos y más humildes con su dignidad e inteligencia naturales y sus historias conmovedoras y muchas veces desgarradoras.
Te confieso que soy un televidente invariable del canal, mediante el cual satisfago una gran parte de mis necesidades informativas. Nuestro pueblo, con avidez y preferencia, recibe la señal en vivo.
Telesur es una trinchera de ideas. Los sueños y la semilla sembrada por Chávez proseguirán germinando bajo el compromiso que le vio nacer como puente en el proceso de integración de América Latina y el fomento de la unidad necesaria de nuestros pueblos. Telesur llega, con su mensaje y forma de expresión, a los lugares más remotos del mundo.
Felicito a todos los colaboradores de Telesur por el esfuerzo y los resultados en tan corto tiempo, y a ti, en particular, por tu brillante dirección.

Fraternalmente,

Fidel Castro Ruz
Julio 22 de 2015
6 y 32 p.m.

Los medios y la batalla por la democracia en América Latina




América Latina viene protagonizando, desde finales del siglo pasado, una tremenda batalla por construir una democracia digna de ese nombre. Esto quiere decir, algo que vaya más allá de la sólo alusión a la mecánica electoral y que se sintetiza en la tentativa de fundar sociedades más justas en este, el continente más desigual e injusto del planeta.
La experiencia enseña que mientras las democracias admitan resignadamente la injusticia, la desigualdad y la opresión sus gobernantes no tropezarán con obstáculos para su funcionamiento. (Claro, la pregunta es si a un tipo de régimen como ese le cabe el nombre de democracia). Pero si se propusieran acabar con aquellos flagelos, o hacer real la soberanía popular, allí comenzarían los problemas. Y tal como lo comprueba la historia, en tales casos la respuesta de las clases dominantes es brutal.
El caso de Grecia es ejemplarizador. Allí Syriza cometió un “error” imperdonable: honrar el proyecto democrático y consultar al pueblo ante una decisión crucial como el ajuste que le proponía la troika. En una jornada memorable aquel rechazó el ajuste con casi las dos terceras parte del voto. Pero Angela Merkel y sus mandantes respondieron con inusitada ferocidad, llamaron a Alexis Tsipras al orden, le obligaron a votar en el Parlamento griego un ajuste aún peor y, ante la sorpresa general, Syriza convalidó este atropello al mandato popular y degradó a Grecia convirtiéndola en un enclave neocolonial de la troika y, sobre todo, de la banca alemana.
En América Latina y el Caribe (ALC) conocemos desde hace mucho esa brutal y despótica actitud de las clases dominantes. El listado sería interminable: recordemos nomás algunos casos paradigmáticos como los de Jacobo Arbenz, en Guatemala; Juan Bosch en RD, Salvador Allende en Chile; Joao Goulart en Brasil; Omar Torrijos en Panamá; Jaime Roldós en Ecuador y Juan J. Torres en Bolivia. Salvo Bosch y Arbenz ninguno de ellos murió de “muerte natural”, seguramente que de pura casualidad nomás. Y la lista es incompleta: agreguemos a René Schneider, Carlos Prats, militares constitucionalistas chilenos, y también a Pablo Neruda y tantos más que no viene al caso rememorar en esta ocasión pero que atestiguan lo peligroso que puede ser en esta parte del mundo intentar construir una sociedad mejor.
Más recientemente, la reacción ante la oleada democratizadora puesta en movimiento con la elección de Chávez en 1998 no se hizo esperar, procurando arrancar la maleza de raíz y evitar su propagación. La reacción ante el nuevo clima político instalado en la región se tradujo en el golpe de estado en Venezuela, en Abril 2002, derrotado por la formidable respuesta de la población que evitó el magnicidio y restituyó a Chávez en el poder. Luego de eso, el paro petrolero que tanto daño hizo a la economía venezolana. Derrotada también esta intentona, en 2008 la coalición oligárquico-imperialista vuelve a las andadas en Bolivia: tentativa de golpe y secesión, frustrada por la decisión de Evo y la rápida reacción de la Unasur. En 2009 derrocan a Mel Zelaya en Honduras, uno de los pilares fundamentales de la estrategia antisubversiva de Estados Unidos en la región. Fracasan en el 2010 cuando, en septiembre de ese año, tratan de deponer a Rafael Correa en Ecuador. Se repliegan, toman aliento y vuelven a la carga en el 2012, liquidando al gobierno de Fernando Lugo en Paraguay, otro pilar de la estrategia norteamericana por su presencia en la gran base militar de Mariscal Estigarribia. Es que con “gobiernos amigos” en Honduras, Colombia y Paraguay se garantiza el éxito de la operación “Frog leap” (salto de rana) del Comando Sur concebido para concretar el rápido despliegue de sus tropas hasta el norte de la Patagonia en veinticuatro horas, en caso de que las circunstancias así lo exijan. Si no hay “gobiernos amigos” la logística de la operación es mucho más incierta y complicada.
Esto no debería sorprender a nadie si se tiene en cuenta que los lineamientos generales de la política de EEUU hacia ALC han permanecido invariables desde 1823, cuando fueran establecidos por la Doctrina Monroe: mantener la desunión a las repúblicas al Sur del Río Bravo; fomentar sus discordias y sabotear cualquier tentativa de unión o integración, directivas puntualmente seguidas desde el Congreso Anfictiónico convocado por Simón Bolivar en 1826 hasta nuestros días. Fiel a estas premisas, ante la institucionalización de la Unasur y la CELAC el imperio respondió con su más reciente táctica divisionista: la Alianza del Pacífico, que agrupa a un conjunto de países que casi no tienen vínculos comerciales entre sí para debilitar los proyectos integracionistas en curso y, de paso, neutralizar la presencia de China en el área. Ya el Libertador había advertido sobre estas maniobras en su célebre Carta de Jamaica de 1815.
Por lo tanto, gobiernos que se tomaron –o se toman- en serio al proyecto democrático se convierten automáticamente en mortales enemigos de los poderes establecidos. En la cosmovisión burguesa del mundo y la política la democracia nada tiene que ver con la justicia social. Es apenas el rostro hipócritamente amable de la dominación, y será tolerada siempre y cuando no ponga en riesgo a esta última. Si con sus “excesos”, su “demagogia” o su desvaríos “populistas” amenaza con poner fin a la dominación clasista y a la injusticia, su suerte estará echada y todas las fuerzas del imperio y sus aliados locales se pondrán en marcha para destruirla. Si no pueden derrocar por la vía rápida del clásico golpe militar al gobernante que tiene la osadía de cultivar tales propósitos lo que se hace es socavarlos y desestabilizarlos, hasta que se produce su derrumbe. Para esto se sirven de las recomendaciones del manual de Eugene Sharp sobre la “no violencia estratégica”, que en realidad es un compendio sobre la utilización racional, fría y calculada de la violencia. La historia reciente de países como Honduras, Paraguay y Venezuela ilustra con elocuencia que clase de “no violencia” es la que se emplea y cuán “blando” puede ser el golpe de estado en curso.
Desestabilización aplicada, en diferentes grados y apelando a distintas tácticas, contra los gobiernos progresistas de la región, no importa si se trata de sus variantes “moderadas” (como en Argentina, Brasil y Uruguay), o uno “muy moderado”, o “inmoderadamente moderado”, como en Chile, o de gobiernos como los bolivarianos (Venezuela, Bolivia y Ecuador, por estricto orden de aparición) cuyo horizonte de cambio provoca, a diferencia de los casos anteriores, la virulenta animosidad de las clases dominantes.

Condiciones de la democratización

La realización del proyecto democrático exige la presencia de una serie de factores que faciliten su pleno desenvolvimiento: a) la organización del campo popular a los efectos de constituir el nuevo “bloque histórico” contrahegemónico del que hablaba Antonio Gramsci porque sin él, sin la organización, la mayoría social representada por los pobres, los explotados, los excluidos carecerá de efectos políticos y mal podría alterar la correlación de fuerzas en su favor; b) la concientización, porque una mayoría social, aún organizada, puede convertirse en fácil presa de la minoría dominante que ha ejercido su dominio desde siempre. Un movimiento obrero altamente organizado pero sin conciencia de clase lejos de ser una amenaza es una bendición para la hegemonía burguesa. Ejemplos de este tipo abundan y no los examinaré aquí, porque no es el objeto de esta presentación. ¿Basta con esto para darle impulso a una democratización fundamental, no de forma? No. Se requiere, además, contar con un sistema de medios de comunicación que torne posible la circulación de las ideas “subversivas” de un orden social que debe ser subvertido porque condena a la humanidad y a la Madre Tierra a su extinción.
Por eso la creación de Telesur significó un valioso aporte en el proceso de avance y consolidación democrática en los países de ALC. Y esta también por eso que Telesur encuentra tantos obstáculos en países gobernados por la derecha, que no quieren que los contenidos de esa señal informativa circulen en el éter. No se la puede ver en Colombia, en Chile, en Brasil, en tantos otros países, excepto a través de la Internet. Y esto no es casual ni debido a problemas técnicos sino pura y exclusivamente por una opción política interesada en impedir –o en todo caso dificultar- el debate de ideas y alimentar todas las variantes del pensamiento conservador, manteniendo a esos países en la ignorancia de lo que ocurre en los vecinos, promoviendo el chauvinismo y la xenofobia, fomentando el consumismo y la imitación del “modo americano de vida”, satanizando a los líderes y procesos políticos emancipatorios y exaltando al capitalismo como el único sistema posible y racional para organizar la vida económica de las naciones. De ahí la centralidad de luchar en el plano de las ideas apelando a los instrumentos propios de nuestra época, desde la televisión hasta las redes sociales. Esta necesidad había sido precozmente detectada entre nosotros por Martí cuando decía que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.
Fidel, digno heredero de aquel, convocó hace más de veinte años a librar la “batalla de ideas”, al comprobar que el fracaso económico y político del neoliberalismo no se traducía en la conformación de un nuevo sentido común posneoliberal.
Desgraciadamente, la izquierda demoró mucho en tomar nota de todo esto. Pero el imperio, por el contrario, siempre tuvo un oído muy perceptivo para controlar la conciencia de sus súbditos y vasallos, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. No de otra manera se puede comprender la importancia asignada a los estudios de opinión pública y comportamiento consumidor por la sociología norteamericana desde los años treinta en adelante. Estudios orientados a fines prácticos muy concretos: modelar la conciencia, los deseos y los valores de los individuos, en una escalada interminable que comenzó con investigaciones motivacionales para dilucidar los mecanismos psicosociales puestos en marcha en las estrategias de los consumidores en la sociedad de masas hasta llegar hoy a los “focus groups” para saber qué quiere escuchar el electorado y quién quiere que se lo diga y como y, de ese modo, garantizar que los personajes “correctos” triunfen en las elecciones fabricando candidatos con el perfil exacto de lo que quiere la amorfa mayoría.
Noam Chomsky y sus asociados estudiaron este asunto en gran detalle y a ellos me remito. Pero no pensemos que este esfuerzo es cosa del pasado. Como lo revelara hace un tiempo Gilberto López y Rivas en México, hay un multimillonario proyecto de investigación, llamado Minerva, por el cual el Pentágono encomendó a partir del 2008 el estudio de la dinámica de los movimientos sociales en el mundo con el propósito de neutralizar el contenido potencialmente revolucionario de organizaciones calificadas sin más como “terroristas”. Esto es la actualización del famoso proyecto Camelot que culminara con un escándalo a mediados de la década de los sesentas del siglo pasado.
Estos estudios fueron muy importantes para elaborar ciertos aspectos de la doctrina estadounidense en materia de política exterior. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial EEUU identificó a dos actores claves para garantizar la estabilidad del nuevo orden imperial: los académicos, intelectuales y, más generalmente, los comunicadores sociales; y, por otro lado, los militares, reserva última en caso de que la labor de los primeros no produjese los frutos deseados. Todos los grandes programas de becas para estudiar en universidades norteamericanas, así como los numerosos programas de intercambio con jóvenes intelectuales y artistas, periodistas y comunicadores en general tienen esa misma fuente de inspiración. Lo mismo cabe decir de los voluminosos programas de “ayuda militar” que Washington administra a escala mundial.

Sobre el papel de los medios de comunicación

En esta “batalla de ideas”, emprendida por el imperio antes que por la izquierda, el papel de los medios de comunicación es de excepcional importancia en las sociedades de masas de nuestros días. Es por eso que en una audiencia ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos un miembro informante del Pentágono decía que “en el mundo de hoy la guerra antisubversiva se libra en los medios, no en las junglas y selvas o en los suburbios decadentes del Tercer mundo. Ese es el principal teatro de operaciones.”
Las nuevas tecnologías de información y comunicación potenciaron hasta límites inimaginables esta operación de manipulación de conciencias y lavado de cerebros. Para calibrar los alcances de la misma es oportuno recorrer los principales hitos de esta historia. La prensa gráfica, el primer medio de comunicación de masas, veía recortada su influencia por el analfabetismo y los problemas logísticos de circulación los que, sumados a las restricciones económicas que podían afectar a sus lectores, hacían que llegara apenas a un sector muy pequeño de la población. La “opinión pública” era, en realidad, la de un sector privilegiado por su posición en la estructura social. Con la aparición de la radio se produjo un salto de enorme importancia, potenciando una vía de comunicación que superaba los obstáculos de los medios gráficos, lo que le permitía llegar a los más apartados rincones y, sobre todo, de ser eficaz vehículo de transmisión al alcance de quienes no sabían leer. La introducción del transistor y la aparición de la radio portátil multiplicó significativamente la eficacia comunicacional de este medio.
En el caso argentino es difícil comprender los primeros años del peronismo al margen del enorme impacto producido por los discursos transmitidos por radio de Perón y Evita que cautivaron a millones de radioescuchas y los impulsaron a participar activamente en la vida política del país.
Con el advenimiento de la televisión el sistema de medios alcanza una penetración y, sobre todo, una eficacia proselitista sin precedentes. La combinación de la imagen y el sonido, amén de la instantaneidad de los productos televisivos y sus continuos progresos tecnológicos (paso del blanco y negro al color, cable, HD, etcétera), hicieron de este medio el dispositivo por excelencia de la formación de la opinión pública.
Un hallazgo decisivo de los estudios de comunicación en Estados Unidos se produjo a raíz del primer debate presidencial televisado, en 1960, entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Este era el candidato oficialista, que lideraba las preferencias. Sin embargo, en la elección fue derrotado, por un estrecho margen (aproximadamente un 1 %). ¿Qué fue lo que encontraron los investigadores? Que quienes escucharon el debate por radio decían que el ganador había sido Nixon, pero quienes vieron el debate por TV se inclinaban mayoritariamente por JFK. La radio transmitía un mensaje, la voz; la TV, la voz y la imagen, y esta resultó ser decisiva, porque a Nixon se lo vio mal en las pantallas televisivas, luciendo desprolijo y sudoroso, que contrastaba desfavorablemente con un apuesto y joven candidato.
Reflexionando sobre este tema, Giovanni Sartori, escribió en Homo Videns que:
En la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar. Como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas representadas en imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras. Y esto es un cambio radical de dirección, porque mientras que la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de ver lo acerca a sus capacidades ancestrales, al género al que pertenece la especie del homo sapiens.
En otras palabras, la televisión nos hace retroceder en la escala animal, según este autor, produciendo un progresivo menoscabo de nuestras facultades de simbolización a favor de las más elementales de visualización. Puede parecer exagerado pero conviene tener en cuenta esta observación.
Ahora bien, el poderío manipulatorio de la TV creció paso a paso con un fenomenal proceso de concentración de la propiedad de los medios de comunicación. Es decir, con una deriva de signo claramente antidemocrático, por dos razones: (a) porque los medios se fueron agrupando en un pequeño núcleo de propietarios –que luego se transnacionalizó- dotado de una capacidad de chantaje y extorsión que puede coloca a gran parte de los gobiernos de rodillas ante su prepotencia; (b) porque tanto los contenidos que difunden los medios como su organización y las características de su inserción en el éter están fuera de cualquier tipo de control democrático. Sus propietarios se escudan detrás de la defensa de la propiedad privada, la libertad de prensa y de pensamiento para desbaratar cualquier intento de regulación democrática. Aducen, también, que al ser entidades de derecho privado esos medios se deben encontrar a salvo de cualquier clase de fiscalización estatal que pudiera erigir alguna traba a su derecho a disponer de sus medios de la forma que estimen más conveniente. Pero ocultan que son privados en cuanto al régimen de propiedad, pero por sus efectos y sus consecuencias son entes eminentemente públicos, y por lo tanto deben ser sometidos a control democrático. Cabe recordar aquí las incisivas observaciones de Antonio Gramsci sobre este tema, aplicado, en su caso, al papel público que tenían otras instituciones no-estatales, como la Iglesia, y la necesidad de la fiscalización democrática de sus actividades educacionales.
(Sobre el tema de la concentración, el libro de Mastrini y Becerra, “Periodistas y Magnates. Estructura y concentración de la propiedad de las industrias culturales en América Latina” arriba a la conclusión de que “Televisa de México, O Globo de Brasil y Clarín de Argentina constituyen, quizás, los ejemplos más emblemáticos de concentración de medios de comunicación que han atravesado muchos de nuestros países.”
En relación a esta tendencia hacia la concentración el cineasta y documentalista australiano John Pilger dice que este proceso remata en la instauración de un “gobierno invisible” e incontrolable, que no rinde cuentas ante nadie y que actúa sin ninguna clase de restricciones efectivas a su enorme poderío: “Hay que considerar cómo ha crecido el poder de ese gobierno invisible. En 1983, 50 corporaciones poseían los principales medios globales, la mayoría de ellas estadounidenses. En 2002 había disminuido a sólo 9 corporaciones. Actualmente son probablemente unas 5. Rupert Murdoch ha predicho que habrá sólo tres gigantes mediáticos globales, y su compañía será uno de ellos.”
Esto se relaciona con otra tendencia, íntimamente vinculada a la anterior: la aparición del llamado “periodismo profesional, objetivo, ‘independiente´”, términos muy utilizados en el debate político latinoamericano a la hora de justificar la ofensiva destituyente que los grandes medios lanzan sobre los gobiernos progresistas de la región. Pilger lo relata de esta manera: 

Fue hace casi 80 años, no mucho después de la invención del periodismo corporativo. Es una historia de la que pocos periodistas hablan o saben, y comenzó con la llegada de la publicidad corporativa. A medida que las nuevas corporaciones comenzaron a adquirir la prensa, se inventó algo llamado “periodismo profesional.” Para atraer a grandes anunciantes, la nueva prensa corporativa tenía que parecer respetable, pilares de los círculos dominantes – objetiva, imparcial, equilibrada. Se establecieron las primeras escuelas de periodismo, y se tejió una mitología de neutralidad liberal alrededor del periodista profesional. Asociaron el derecho a la libertad de expresión con los nuevos medios y con las grandes corporaciones.

Y la dependencia de este periodismo con el “pensamiento dominante” queda en evidencia cuando recuerda el caso de:
… numerosos periodistas famosos del New York Times, como por ejemplo el celebrado W.H. Lawrence, que ayudó a ocultar los verdaderos efectos de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima en agosto de 1945. “No hay radioactividad en la ruina de Hiroshima,” fue el título de su informe, y era falso.
Se propalaba una horrenda mentira porque la creciente penetración de los intereses empresariales y de los gobiernos en las salas de redacción de la “prensa libre” (en este caso el NYT) hacía que ciertas noticias debían ser presentadas de un modo particularmente sesgado o, simplemente, no ser dadas a conocer al público. Tendencia que si ya era perceptible a fines de la Segunda Guerra Mundial lo es mucho más en la actualidad, cuando las noticias de los diversos frentes de guerra en que se encuentran las tropas de Estados Unidos son todas, sin excepción, censuradas previamente por el Pentágono.
Conclusión: no puede haber estado democrático, o una democracia genuina, si el espacio público, del cual los medios son su “sistema nervioso”, no está democratizado. Son los medios quienes “formatean” la opinión política, imponen su agenda de prioridades y, en algunos casos –no siempre- hasta fabrican a los líderes políticos (caso de Silvio Berlusconi en Italia) que habrán gobernar. La amenaza a la democracia es enorme porque con la concentración mediática se consolida en la esfera pública un poder oligárquico (en la Argentina es básicamente el multimedia Clarín y algunos otros de menor rango) que, articulado con los grandes intereses empresariales, puede manipular sin contrapesos la conciencia de los televidentes y del público en general, instalar agendas políticas y candidaturas e inducir comportamientos políticos, todo lo cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático.
Es más, en la situación actual de América Latina cuando el virus neoliberal –para usar la gráfica expresión de Samir Amin- ha destruido a los partidos políticos y los reemplazó por heteróclitos “espacios” o camaleonescas y efímeras coaliciones, donde los políticos se convierten en verdaderos saltimbanquis que pasan del oficialismo a la oposición y viceversa sin mayores escrúpulos, como ha ocurrido recientemente en Argentina, en un fenómeno que en Brasil se llama “fisiologismo”, y cuando la labor disolvente del ideario neoliberal terminó por diluir los pocos componentes ideológicos que aún restaban, los medios hegemónicos -todos íntimamente vinculados a la dominación imperialista- han pasado a asumir las funciones de los partidos del establishment, convirtiéndose en los organizadores de la oposición de derecha ante los procesos transformadores en curso en la región. Son los grandes medios en los países de ALC quienes reclutan la tropa de la derecha, aportan las orientaciones tácticas de su accionar, establecen la agenda del proyecto y lo militan día y noche, y se esmeran por encontrar los líderes capaces de llevar a buen término estas iniciativas.
No puede ser casual que Maduro, Evo y Correa enfrenten virulentas campañas de desestabilización que ante la debilidad de la oposición política de derecha aquellas son orquestadas por la prensa. Y lo mismo ocurre en países como la Argentina, Brasil y Uruguay, en donde la voz cantante para erosionar la imagen de la presidenta argentina o a favor del impeachment a Dilma Rousseff en Brasil la llevan los grandes medios. Por el contrario, la prensa ha respaldado, con mayor o menor recato según los casos, a gobiernos como los de la Concertación en Chile; Fox, Calderón y Peña Nieto en México; Uribe y Santos en Colombia, Alan García y Alejandro Toledo en el Perú, para no citar sino los casos más evidentes. En Argentina y Brasil este papel “organizador” de la derecha partidaria adquirió en los últimos tiempos ribetes francamente escandalosos. ¡A eso se le llama “periodismo independiente”!

TeleSUR y la democratización del espacio público

De ahí la enorme importancia de TeleSUR, creada por obra de la sabia inspiración del Comandante Hugo Chávez Frías que percibió como pocos la gravísima amenaza que para el futuro democrático de Nuestra América representaban los medios controlados por una coalición absolutamente enemiga de cualquier proyecto democratizador. La situación exigía una lucha permanente en contra de esos bastiones del autoritarismo y la reacción, batalla que debía ser librada a escala latinoamericana.
En Argentina y Ecuador se han venido librando grandes batallas para asegurar que la democracia penetre en el ámbito de los medios de comunicación. En otros países, como Brasil, según el analista Denis de Moraes, la lucha apenas si ha comenzado porque el conglomerado mediático dirigido por la red O Globo tiene fuerza como para impedir la instalación del tema en la agenda pública. En Ecuador, una consulta popular convocada el año 2011 para decidir sobre diez temas que habían suscitado un intenso debate público aprobó una normativa mediante la cual las empresas periodísticas no podrán realizar negocios o inversiones en otras áreas de la economía, reduciendo significativamente la posibilidad de hacer que los órganos de prensa se conviertan en arietes para promover los intereses de grandes conglomerados empresariales bajo el ropaje del periodismo. Desgraciadamente esto es lo que ocurre en casi todos los países, pero afortunadamente está prohibido en Ecuador.
Por lo tanto, no habrá avances democráticos si no se democratizan los medios. Este es el objetivo de la Ley de Medios en la Argentina: facilitar “la promoción, desconcentración y fomento de la competencia, el abaratamiento, la democratización y la universalización de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación”. La implementación de esta norma se ha visto en parte obstaculizada por sucesivos amparos judiciales promovidos por el Grupo Clarín, mismos que hasta ahora impidieron avanzar en la desmonopolización del sistema mediático. Por otra parte, para que este se democratice será necesario que el estado nacional inyecte una importante cantidad de dinero para facilitar el desarrollo del tercio del espectro radial y televisivo reservado a las organizaciones populares y comunitarias, cosa que aún no ha ocurrido en las cantidades que se esperaba. Al mismo tiempo, en el tercio reservado para el sector público, es de fundamental importancia evitar que esos medios reduzcan su papel al de simples voceros del oficialismo. Sería altamente perjudicial, inclusive para el mismo gobierno, obrar de esa manera. Por otra parte, la autoridad de aplicación depende excesivamente de la Presidencia y del Congreso, con ningún influjo de la sociedad civil dado que, como lo establece la ley, 

“Su directorio estará conformado por un presidente y un director designados por el Poder Ejecutivo, tres directores propuestos por la Comisión Bicameral de Promoción y Seguimiento de la Comunicación Audiovisual, correspondiendo uno a la primera minoría, uno a la segunda minoría y uno a la tercera minoría parlamentarias; y dos directores a propuesta del Consejo Federal de Comunicación Audiovisual.”
En otras palabras, el organismo rector que debe garantizar la democratización del sistema mediático es conformado exclusivamente por la dirigencia política, lo que debilita la legitimidad popular que debería tener un órgano tan crucial como la AFSCA. Ahora bien, ¿cómo combatir a los poderes mediáticos? Como en tantas otras cosas de la vida pública no basta la ley. Es importante pero insuficiente. Pero lo decisivo es algo más: no reproducir en espejo, simétricamente, la agenda y la temática de los oligopolios mediáticos. No se combate a Clarín haciendo cada día un “anti-Clarín” ni se lucha contra O Globo o El Mercurio haciendo un “anti” de esos medios. La experiencia indica que esta táctica de lucha termina por producir un resultado exactamente opuesto al esperado.
Por otra parte, es preciso comprender que para torcerle el brazo a los conglomerados monopólicos se requiere algo más que ganar una batalla dialéctica. Es preciso antes que nada, en el caso de la Argentina, (a) hacer cumplir la nueva Ley de Medios desbaratando las argucias leguleyas que hasta ahora impidieron su plena aplicación; (b) favorecer la aparición de nuevas voces desde el campo popular y (c) avanzar en la desmonopolización de los medios, todo lo cual requerirá de nuevos recursos del estado nacional. De ahí la importancia de una reforma tributaria que asegure la sustentabilidad financiera de esta batalla comunicacional que es también una batalla económica y política crucial para el futuro de la democracia.
Lo anterior es suficiente para comprender la trascendental labor hecha por Telesur desde el momento en que apareciera, diez años atrás. No sólo estamos informados, cuando antes estábamos desinformados; sino que estamos bien informados, con periodistas que comparten nuestra cultura y nuestros sueños, que nos muestran lo que las oligarquías locales y el imperialismo no quieren que veamos, como las infames maniobras perpetradas durante el golpe en Honduras o los crímenes perpetrados por la OTAN en Libia. Con esto Telesur justifica con creces su existencia. Pero hizo algo más: fue un factor importantísimo en la consolidación de una conciencia nuestroamericana. Gracias a Telesur hoy somos más latinoamericanos que antes. El gran proyecto bolivariano, relanzado por obra de Chávez, encontró en esta señal de noticias un instrumento irreemplazable para acelerar su concreción. Por esto, ¡gracias Telesur! Felices diez años y por muchos más.


Atilio A. Boron
Transcripción de la ponencia presentada en el 
Congreso Internacional 
“Comunicación e Integración Latinoamericana desde y para el Sur
" -en el décimo aniversario de TeleSUR, CIESPAL, Quito, julio 22-23, 2015

domingo, 26 de julio de 2015

La Guerra de los Seis Días: punto de inflexión en la geopolítica de Medio Oriente




Desarrollada entre el 5 y el 10 de junio de 1967, la Guerra de los Seis Días constituyó un antes y un después en la relaciones geopolíticas de Medio Oriente.

La aplastante victoria del Estado de Israel sobre los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania e Irak, dio bríos desatados al expansionismo colonialista mediante la ocupación de 45.000 km2 de tierras árabes. De ese modo, el Estado sionista se apropió de la franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental, los Altos del Golán y la península del Sinaí, consolidando la base de su existencia diecinueve anos después de la Nakba. Ese punto de inflexión fue severamente cuestionado por infinidad de personalidades e intelectuales del mundo liberal y progresista que pasaron de defender la “democracia” del Estado judío a acusar el guerrerismo premeditado contra los pueblos árabes en pos de una “gran Israel” como la nueva “Prusia de Medio Oriente”.
Amén de las escaramuzas libradas en años anteriores, el factor determinante que sirvió para justificar la ofensiva sionista fulminante fue la resolución adoptada por Egipto en tanto Estado soberano de expulsar a la Fuerza de Emergencia de la ONU. Esas tropas se hallaban estacionadas en la península del Sinaí como resultado del armisticio celebrado tras la Guerra de Suez en 1956, cuando Gran Bretaña, Francia y el Estado sionista invadieron Egipto producto de la nacionalización del Canal de Suez efectuada por el régimen nacionalista del general Gamal Abdel Nasser, que afectaba los intereses de esas potencias imperialistas. Con la arrogancia de un provocador, Nasser movilizó a la frontera siete divisiones del ejército con 10.000 soldados y 1.000 carros de combate y pocos días después dobló la apuesta y bloqueó el estrecho de Tirán, despertando un gran apoyo popular de masas, fundado en la gran simpatía por la causa nacional del pueblo palestino, que los regímenes nacionalistas árabes utilizaban en función de sus propias conveniencias.
Nasser había sido advertido previamente por sus socios de la URSS que el Estado sionista preparaba un ataque contra Siria, sin embargo el bloqueo del estrecho de Tirán fue objetado con una dura reprimenda. En su libro Los judíos no judíos el escritor Isaac Deutscher ilustraba con detalles que “el 26 de mayo, en plena noche (dos y media de la madrugada), el embajador soviético despertó a Nasser para comunicarle una seria advertencia: de ningún modo su ejército debía abrir el fuego. Nasser se inclinó. Obedeció tan bien que no solamente no inició las hostilidades, sino que ni llegó a tomar ninguna precaución contra la eventualidad de un ataque israelí; dejó los aeropuertos sin protección, y los aviones en tierra, sin siquiera camuflarlos. Ni siquiera intentó minar el estrecho de Tirán o instalar algunas ametralladoras sobre la costa, según descubrieron después los israelíes con gran sorpresa”.
Exagerando las consecuencias sobre su economía, el Estado mayor hebreo consideró unilateralmente la actitud de Nasser tomándola como una declaración de guerra, y paso seguido planificó la ofensiva con los asesinos más selectos que pasaron a la posteridad como “grandes estadistas”: los generales Moshé Dayán, Ariel Sharón, Uzi Narkis, Israel Tal, Mordejai Hod e Izjak Rabín, carnicero de la Nakba y futuro gestor de la “paz” fraudulenta de los Acuerdos de Oslo. La guerra relámpago (blietzkrieg) lanzada por los generales israelíes contaba con dos ventajas estratégicas adicionales a la desidia de Nasser: superioridad armamentística decisiva e información exhaustiva de la localización de las bases militares y los aviones de combate.
Durante el primer día de guerra, las tropas israelíes avanzaron sobre Egipto y destruyeron 13 bases militares, 23 estaciones de radar y más de la mitad de los aviones de combate, adquiriendo plena superioridad en el combate aéreo. Simultáneamente, los israelíes atacaron por tierra a Jordania, que ofreció gran resistencia, arrastrada a la guerra por la presión de las masas a pesar de la voluntad del rey Hussein, el ultra reaccionario y mandamás de la monarquía hachemita que se mantuvo “neutral” ante el establecimiento del Estado de Israel en 1948 (en 1970 consumó un baño de sangre contra el pueblo palestino en el llamado Septiembre Negro). Ante la inestabilidad de Hussein a principios de 1967, el entonces premier israelí, David Levy Eshkol, declaró que en caso de ser derribado por un “golpe nasserista” invadiría Jordania.
Ya en el segundo día, los soldados israelíes ocuparon la franja de Gaza en tanto Sharon y Tal tomaban posiciones en Umm Qatif y El Arish, pero en el tercer día la Armada israelí rompió fácilmente el bloqueo del estrecho de Tirán, garantizando así la vía marítima entre el Golfo Pérsico y el continente europeo, utilizada por las grandes multinacionales petroleras. Al mismo tiempo, el ejército israelí invadió la Ciudad Vieja de Jerusalén oriental, sembrando el terror entre la población civil palestina, agigantado días más tarde por la entrada del rabino jefe del Ejército, Shlomo Goren, quien a punta de pistola tomó por asalto la Explanada de las Mezquita (uno de los sitios más sagrados para la religión musulmana).
En el cuarto día de conflagración, Egipto se vio obligado a acordar una tregua que permitió la unificación de los comandos israelíes en desmedro de Siria, la que no tuvo más remedio que soportar una campaña concentrada. La deficiencia armamentística y la falta de fluidez de un sistema de comunicaciones entre los tanques y las unidades de artillería certificaron su rápida derrota, incluso antes de la intervención del ejército iraquí. El saldo de la guerra terminó con más de 15.000 bajas en los ejércitos árabes, cuantiosas pérdidas materiales, contra apenas 679 israelíes muertos.
La humillante derrota hirió de muerte al nacionalismo árabe, sostenido por el nasserismo y el partido Baath en Siria e Irak. El desarrollo de esos regímenes nacionalistas se fundaba sobre la debilidad del imperialismo británico y francés a la salida de la Segunda Guerra Mundial, y el rol de la URSS como dique de contención de una radicalización política y colaborador de EE.UU incluso en la Guerra Fría. Sobre la base de la nacionalización de algunas empresas extranjeras y promesas vagas de una reforma agraria, estos regímenes se apoyaban en la movilización de los sindicatos y las organizaciones campesinas para regatear una porción de la renta nacional al gran capital imperialista, con la presunta meta de un trasnochado “socialismo nacional”. Sin embargo, a la hora de enfrentar seria y decididamente al gendarme del imperialismo, esos regímenes bonapartistas demostraron su entera desidia e impotencia que dieron lugar a un giro a derecha, cuando tiempo después, en 1979, Egipto terminó reconociendo al Estado de Israel en los Acuerdos de Camp David a cambio de la devolución de la península del Sinaí, seguido de Jordania que selló un tratado de paz en 1994.
El mito sobre la “invulnerabilidad” del Estado sionista pronto fue refutado, tras la Guerra de Yom Kipur de 1973, al ser sorprendido por los ejércitos de Egipto y Siria, que detuvieron su marcha, subordinados a los dictados de EE.UU. y la URSS. De forma más concluyente, en la Segunda Guerra del Líbano de 2006 las milicias de Hezbollah pusieron en ascuas a las tropas israelíes, disolviendo de una vez su aura “invencible”.

Miguel Raider