viernes, 9 de septiembre de 2016

La Conferencia de Zimmerwald




Entre el 5 y el 8 de septiembre de 1915 se reunieron en Zimmerwald. ¿Quiénes eran los asistentes a esta atípica reunión en un paraje rural de la neutral Suiza mientras la guerra devastaba a Europa y parte del mundo?

Eran 40 delegados provenientes de 11 países. Socialistas de todo el mundo, los pocos que no apoyaban a sus respectivos Estados imperialistas en su guerra contra otros Estados de la misma índole. Los asistentes bromeaban que, 50 años después de que Marx fundara la Primera Internacional, los internacionalistas de todo el mundo “cabían en apenas cuatro coches”. El chiste no ocultaba un sabor amargo. Y a pesar de todo, “combatiendo a la historia con los puños”, allí se estaba poniendo la primera piedra de una nueva Internacional que protagonizaría apenas dos años después las grandes revoluciones obreras que terminarían con la carnicería imperialista.

El hilo roto de la continuidad histórica

Hace un año estábamos conmemorando un siglo del comienzo de una de las más grandes catástrofes de la era moderna, la Primera Guerra Mundial. Hace poco lo recordábamos en La Izquierda Diario. En “Marxistas en la Primera Guerra Mundial”, la antología de textos de Lenin, Trotsky, Luxemburg, Liebknecht y Mehring que Ediciones IPS-CEIP publicamos hace un año, dábamos cuenta del derrumbe de la Segunda Internacional. Esta organización había sido fundada por Friedrich Engels en 1889 con el objetivo de preparar fuertes partidos socialistas que se templaran para hacer frente al pronóstico de que las tendencias de desarrollo del capitalismo llevarían a una catástrofe y una guerra mundial, la cual los revolucionarios debían utilizar para acabar con el capitalismo mismo y establecer el socialismo. Pero esta organización falló en el momento de su tarea decisiva y traicionó sus propios principios. El hilo de la continuidad revolucionaria con el socialismo revolucionario de Marx y Engels se cortaba. La Internacional Socialista oficial había muerto. Nadie le había extendido un certificado de defunción oficial. Sin embargo, ¿cómo podía seguir existiendo, cómo podían reunirse sus dirigentes para planificar la lucha contra el capitalismo mundial si cada partido socialista apoyaba que los trabajadores de cada país se masacraran en las trincheras con los trabajadores de otros países en función de los intereses imperialistas de los dos bandos enfrentados?

Ajuste de cuentas

Es en medio de este terrible escenario que los partidos socialistas suizo e italiano convocan a los socialistas que se oponen a la disolución de la Internacional y a la guerra a discutir un plan de acción en Zimmerwald. Karl Liebknecht envía desde la cárcel en Alemania una emotiva carta de saludo a la conferencia:
“No puedo estar allí porque me encuentro encarcelado y encadenado por el militarismo. Aún así, mi corazón, mi mente y todo mi espíritu están con ustedes.
Tienen dos tareas solemnes ante ustedes, una se desprende del deber y la otra desde el sagrado entusiasmo y la esperanza:
*Un ajuste de cuentas inexorable con los desertores y traidores de la Internacional en Alemania, Gran Bretaña, Francia, y el resto del mundo.
*Comprensión mutua, aliento y el estímulo para aquellos que son fieles a su bandera y han decidido no ceder una pulgada al imperialismo internacional, aun al precio de ser suprimidos. Y orden en las filas de quienes que estén decididos a aferrarse, mantenerse firmes y luchar con los pies firmemente plantados sobre las bases del socialismo internacional.
Los principios de nuestra actitud hacia la guerra mundial se pueden explicar brevemente como un caso especial de nuestra visión del orden social capitalista. En pocas palabras, espero que todos nosotros estemos unidos en esto.
La tarea es, sobre todo, establecer las conclusiones prácticas que se derivan de estos principios, y hacerlo sin vacilaciones en todos los países.
¡No a la paz civil! ¡Sí a la guerra civil!”

Tres visiones distintas

Sin embargo, entre los asistentes había tres posiciones distintas. La conferencia se debatía entre un ala derecha representada por Ledebour y Hoffmann en Alemania y Martov en Rusia, que se negaba a romper con la mayoría de derecha de la dirección de sus partidos, el ala izquierda representada por Lenin, y sectores que se ubicaban en una posición intermedia, entre los que se encontraban Trotsky y la corriente espartaquista. A pesar de estas limitaciones, Lenin consideró a Zimmerwald como un paso importante.
El histórico Manifiesto de Zimmerwald (1), redactado por Trotsky, trata de sintetizar a estas tres posiciones. Declara que “la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo, de los esfuerzos de las clases capitalistas de cada nación para satisfacer su apetito por la explotación del trabajo humano y de los tesoros naturales del planeta… están enterrando, bajo montañas de escombros, las libertades de sus propios pueblos, al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones.” También vuelve sobre el capital político que significaron las antiguas resoluciones de la Internacional contra el militarismo y llamaba a los proletarios de todos los países a unirse y luchar contra la guerra. No obstante, su principal déficit fue no plantear más concretamente cómo se podía implementar esto último. Tampoco condenaba abiertamente a la dirección de la Segunda Internacional por su traición. Los bolcheviques rusos eran el ala izquierda de esta conferencia, y quienes más tenían en claro ambos problemas. La moción de Lenin que plantea la derrota de los gobiernos capitalistas y convertir la guerra imperialista en guerra civil fue rechazada.
La propuesta de resolución, redactada por Karl Radek, del ala izquierda de Zimmerwald que dirigía Lenin, plantea:
“Esta lucha exige el rechazo de los créditos de guerra, la salida [de los socialistas] de los ministerios de gobierno y la denuncia del carácter capitalista y anti-socialista de la guerra - en el ámbito parlamentario, en las páginas de las publicaciones legales y, cuando sea necesario, en las ilegales, junto con una lucha franca contra el social-patriotismo. Cada movimiento popular que surja de las consecuencias de la guerra (contra el empobrecimiento, como reacción ante las bajas en el ejército, etc.) debe ser utilizado para organizar manifestaciones callejeras en contra de los gobiernos, la propaganda de la solidaridad internacional en las trincheras, demandas de huelgas económicas y tratar de transformar esas huelgas, donde las condiciones sean favorables, en luchas políticas”.
El resto de los participantes de la conferencia tuvo una actitud vacilante sobre estas posiciones.

Qué discutían Lenin y Trotsky

Por aquél entonces, Lenin y Trotsky, quienes dos años después serían los dos principales dirigentes de la Revolución Rusa, aún transitaban por caminos separados. Mientras Lenin condujo a los bolcheviques durante ese período, Trotsky, dentro del movimiento socialista ruso, se mantuvo por fuera tanto de los bolcheviques como de los mencheviques, aunque sus posiciones estaban más cerca de los primeros. En rasgos generales, Trotsky consideraba que una consigna central para la agitación era la lucha por la paz. Para Lenin esto era una concesión al sector centrista de Kautsky, y para él “la transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna proletaria justa, indicada por la experiencia de la Comuna, señalada por la resolución de Basilea”. Los kautskianos planteaban la paz en los marcos del capitalismo. Por el contrario, el contenido de la paz para Trotsky implicaba arrancarla por medio de la lucha revolucionaria contra la burguesía de los países beligerantes y sus ejércitos. Para Trotsky, la consigna que coronaba el programa de paz debía ser la de los Estados Unidos republicanos de Europa. Estaba ligada a la lucha revolucionaria por la paz. Las clases obreras de los países beligerantes debían tomar el poder de sus Estados y unir los gobiernos obreros por encima de las fronteras. Solo así sería verdaderamente posible una Europa unida sin más guerras, que al mismo tiempo sería un gran aliciente para la revolución mundial. Nuevamente, Lenin veía aquí la influencia de Kautsky. Además, para el líder bolchevique, no existían los pre-requisitos económicos necesarios para esto, dada la gran desigualdad en el desarrollo de los distintos países europeos.

La fórmula del "derrotismo"

En este último punto, las diferencias entre Lenin y Trotsky se basaban claramente en dos puntos teóricos de partida distintos del análisis del capitalismo. Trotsky partía del capitalismo como una realidad mundial que determina a los distintos Estados nacionales (que es la base de su teoría de la revolución permanente) volviendo obsoleta la vieja distinción entre países maduros e inmaduros para el socialismo, tradicionalmente mantenida por la Segunda Internacional, y a la que Lenin aún adhería. Este último, además, planteaba que “no puede caber duda alguna de que, desde el punto de vista de la clase obrera y de las masas trabajadoras de todos los pueblos de Rusia, el mal menor sería la derrota de la monarquía zarista, el gobierno más reaccionario y bárbaro que oprime a un mayor número de naciones y a una mayor masa de población de Europa y de Asia.” “Es indudable que la importante labor de agitación contra la guerra, efectuada por una parte de los socialistas ingleses, alemanes y rusos, debilitó la potencia militar de sus respectivos gobiernos, pero tal agitación fue un mérito de los socialistas. Estos deben explicar a las masas que para ellas no hay salvación fuera del derrocamiento revolucionario de ‘su’ gobiernos y que las dificultades con que tropiezan estos gobiernos en la guerra actual deben ser aprovechadas con ese fin.” Esta posición se hizo conocida como “derrotismo”. Trotsky temía que esto se tradujera mecánicamente en una política de boicot sistemático al ejército para lograr la derrota del propio país, con el objetivo de provocar la revolución. Si bien esto podría ocurrir en este caso, para él, era muy factible que, por el contrario, tras una derrota militar se produjera una revolución prematura y débil que terminara rápidamente aplastada. El error de Trotsky fue no entender que el planteo de Lenin consistía en no detener la lucha de clases durante la guerra, ni siquiera ante la posibilidad de que, a consecuencia de ello, el propio gobierno imperialista pudiera ser derrotado por los Estados enemigos.
Con la Revolución Rusa y la fundación de la Tercera Internacional, o Internacional Comunista, estas diferencias entre Lenin y Trotsky desaparecieron. Las posiciones del ala izquierda de la Conferencia de Zimmerwald fueron el embrión de esa nueva Internacional.

Zimmerwald hoy y un internacionalismo militante

Hoy en día volvemos a ver el surgimiento de nuevos partidos que se consideran de la “izquierda radical” como Syriza en Grecia, que terminan llegando al gobierno sobre la base de las ilusiones de sectores populares que creen que pueden implementar un programa radical de ruptura con el imperialismo europeo. Pero esas ilusiones se ven rápidamente defraudadas en pocos meses. Partidos como Syriza son versiones “modernizadas” de la vieja socialdemocracia reformista que desbarrancó en la Primera Guerra Mundial y que son utilizados por la burguesía para engañar y desalentar a las masas. En el horizonte de los próximos años se ven nubarrones de un período más convulsivo, donde el drama actual de Grecia y la brutalidad de la crisis migratoria en Europa y el fortalecimiento de tendencias xenófobas hacen necesario la reconstrucción de una Internacional revolucionaria. Es el sentido que puede tener recordar los 100 años de la Conferencia de Zimmerwald hoy, el de construir una corriente marxista internacional que sepa remar a contracorriente, arraigada en la clase trabajadora y que rechace la tentación de transformarse en administradores “de izquierda” de los planes de ajuste del imperialismo. Las organizaciones políticas que hoy no ajusten cuentas con la idea de que se puede lograr una ruptura con el imperialismo o una nueva “vía pacífica al socialismo” simplemente gestionando el Estado capitalista con un “gobierno de izquierda” corren el riesgo de repetir continuamente la desastrosa experiencia de Syriza.

Guillermo Iturbide
Ediciones IPS-CEIP

Notas:

1.El Manifiesto se puede leer en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Ediciones IPS-CEIP, Buenos Aires, 2014, p. 241.

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