domingo, 11 de septiembre de 2016

Chile, laboratorio neoliberal en América Latina




El golpe de Estado del general Augusto Pinochet no sólo puso un sangriento punto final a la experiencia de la Unidad Popular en el gobierno. Inició también, un experimento de índole económica, política, social e ideológica, cuyas consecuencias continúan hasta hoy.

El bombardeo a La Moneda la mañana del 11 de septiembre de 1973 significó un duro revés para quienes se proponían honestamente la construcción del socialismo en Chile. Financiado por la CIA, el golpe de estado de Pinochet puso fin a la experiencia de la Unidad Popular en el gobierno y al proceso de conciencia de vastos sectores de trabajadores que veían en la UP y en la figura de Allende la posibilidad de mejora de sus condiciones materiales de vida y una forma de avanzar hacia el socialismo.
Tres años antes, el 4 de septiembre de 1970, la UP llega al poder con cerca del 36 % de los votos, poco más de un punto de ventaja sobre Alessandri y sin mayoría parlamentaria. En su programa de gobierno, de carácter reformista, se planteaba la nacionalización de empresas y fábricas, minas de salitre, hierro y del estratégico cobre –que representaba el 75% de las exportaciones del país en 1970-, y la realización de la reforma agraria sobre los grandes latifundios. Allende llega al gobierno en un momento en que la situación económica era favorable, por lo cual pudo avanzar en un principio con su programa de reformas. La “vía chilena al socialismo”, incluyó la expropiación de 6,6 millones de hectáreas en un total de 4490 predios. Se avanzó en un relativo control del comercio exterior y, con una política de promoción de la demanda a través del aumento de salarios, se impulsó cierta redistribución del ingreso. También llevó adelante un programa de reformas en materia educativa: para 1973 el número de estudiantes universitarios había aumentado un 89% en relación a 1970.
Desde el minuto cero del gobierno de Allende, Nixon y Kissinger conspiraron para voltearlo, con un plan que comenzó con el golpe en Uruguay dos meses antes que el golpe en Chile. Lo que finalmente se concretaría en septiembre de 1973, fue organizándose lentamente. Promediando el gobierno de la UP, el ahogo financiero internacional, el sabotaje y el desabastecimiento por parte de los empresarios y una huelga de los sindicatos dirigidos por los demócratacristianos, pusieron en jaque su poder. La formidable respuesta de los trabajadores ante el desabastecimiento por el lock out patronal, fue la creación de los Cordones Industriales que abarcaban las cuencas de cobre y avanzaron en el control de la producción y la distribución de insumos y productos básicos entre la población. También organizaron formas de defensa con armamento, frente el crecimiento de grupos de ultraderecha. Además Chile se convirtió en la base de operaciones (en los edificios de la DINA, Servicio de inteligencia local) del Plan Cóndor, diseñado por los EE.UU. y que permitía coordinar la represión hacia la vanguardia obrera y juvenil en gran parte de Sudamérica.
Ante el fortalecimiento de la derecha, los trabajadores exigieron al gobierno, aunque sin éxito, no solamente el pase a la órbita estatal de talleres y empresas, sino también el tan necesario armamento para enfrentarla. A principios del 73 la polarización política era notable, la resistencia obrera y popular a cada embate de la derecha, radicalizó su respuesta. Cuando fracasó en las elecciones de marzo de 1973, y una vez derrotada la huelga general minera dirigida por sindicatos propatronales, la derecha optó por la estrategia del golpe militar para salvar sus privilegios.
Después de la sublevación del Regimiento de Blindados, el 29 de junio del 73, verdadero “tiro de reglaje” del golpe posterior, parecía que la suerte estaba echada. Sólo dos meses mediaron entre el “ensayo general” y el golpe de Estado que terminará con el gobierno de Allende.

El primer experimento neoliberal

Una vez instalado el gobierno militar, a la persecución, la tortura, el exilio y la muerte de trabajadores y jóvenes de esa generación que defendió y le exigió a Allende la ruptura radical con la burguesía, se sumó una política económica “innovadora”. De la mano de economistas formados en la Universidad de Chicago y a través del Proyecto Chile, financiado por la Fundación Ford y organizado por el Departamento de Estado de Estados Unidos (los “Chicago Boys”), el gobierno llevó adelante una reestructuración total de la economía.
En efecto, la reestructuración fue total. Fiel al programa neoliberal, el gobierno de Pinochet llevó adelante pautas económicas que llevarían a una desregulación drástica de la economía, desempleo masivo, una concentración de la renta en favor de los sectores económicos más concentrados, la privatización de bienes públicos, etc., lo cual fue posible aplicando un duro esquema de represión sindical.
En los primeros tres años de la dictadura, llegaron al país empréstitos por 141,8 millones de dólares del Export-Import Bank y otros bancos, y 304,3 millones de dólares del Banco Mundial y del BID (Allende solo recibió poco más de 16 millones de dólares provenientes de estos organismos).
Las máximas pregonadas por F. Hayek, M. Friedman y sus seguidores de la Sociedad de Mont Pelerin desde 1947, parecían encontrar por fin un suelo donde hacerse realidad.
Estado mínimo: el estado se retiró de gran cantidad de áreas donde antes había jugado un papel importante. Aparte de las compañías en las cuales había intervenido el gobierno de la UP, el estado poseía, por medio de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), unas trescientas empresas en 1973. En 1980 el número había descendido hasta 24, y la mitad de esas compañías se encontraba en proceso de traspaso. El porcentaje de gasto fiscal del PIB bajó del 29,1% en 1972 al 19,7% en 1978. Hubo reducciones significativas de los gastos sociales per cápita en educación, sanidad, seguridad social y vivienda. El gasto estatal se redujo en un 27%.
Tasa “natural” de desempleo: la desocupación subió del 9,7% en 1974, al 18,7% en 1975, presionando los salarios de los sectores ocupados a la baja. La estructura del empleo también cambió. El número de trabajadores industriales disminuyó en un 22% entre 1970 y 1980. El sector informal del empleo creció un 13,3% en el mismo período.
En 1995 Perry Anderson en su “balance provisorio” del neoliberalismo, destaca el interés que la experiencia chilena despertó en ciertos consejeros del gobierno de Margaret Tatcher. Los intelectuales de Mont Pelerin también podían ver con interés y agrado esta experiencia, de hecho la economía creció –por lo menos hasta el gran parate de 1982-83-. Diez años después del “experimento” chileno, las burguesías norteamericana e inglesa deciden avanzar de lleno en el proyecto neoliberal. Los 80 verán no solamente esta experiencia, sino también, hacia finales de la década, el colapso y desmembramiento de la URSS –con la consiguiente penetración del capital imperialista- lo que significará un avance del neoliberalismo no sólo en términos económicos sino también ideológicos.
En su balance, Anderson destacaba hace 20 años que los logros del neoliberalismo en materia económica no habían sido tan marcados, ya que no logró una revitalización básica del capitalismo avanzado. Sin embargo, planteaba que en materia social, sí había obtenido fuertes triunfos al lograr sociedades claramente más desiguales. Finalmente, según Anderson, el plano en el que había triunfado meridianamente, era el ideológico, como “un movimiento ideológico a escala verdaderamente mundial, como el capitalismo jamás había producido en el pasado (…) un cuerpo de doctrina coherente, autoconsistente, militante, lúcidamente decidido a transformar el mundo a su imagen, en su ambición estructural y en su extensión internacional”.
Veinte años nos separan de aquel “balance”. Luchas a lo largo y ancho de América Latina lograron frenar ciertos planes neoliberales (como la Guerra del Agua en Bolivia en el 2000) e hicieron que las burguesías de algunos países optaran por darle luz verde a gobiernos con una fraseología “antineoliberal” en la primera década del siglo XXI.
Ante el nuevo fortalecimiento de la derecha en América Latina, la herencia neoliberal no solo se mantiene sino que intentará ser profundizada, lo que pareciera reactualizar el balance de Anderson.
Quizás las nuevas generaciones de estudiantes y trabajadores chilenos (los jóvenes “sin miedo”), así como las luchas y huelgas de trabajadores, luchas de pueblos originarios que a lo largo de todo el continente pelean no sólo contra la herencia económica del neoliberalismo –que los gobiernos “progresistas” no cuestionaron de fondo y los nuevos gobiernos de derecha pretenden profundizar-, sino también contra su legado ideológico y cultural (“no hay alternativa al capitalismo”, “sálvese quien pueda”, el individualismo, la competencia, etc.), comiencen a relativizar ese balance.

Marisol Ruiz Delegada docente | Godoy Cruz, Mendoza
Fuentes:

Anderson, P., “Neoliberalismo, un balance provisorio”, en Sader E. y Gentili P. (comp.), La Trama del Neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social. Bs. As., Eudeba, 2003.

Ansaldi, W. y Giordano V., América Latina. La construcción del orden. Tomo II. Bs. As., Paidos, 2012.

Bethell, L. (ed.), Historia de América Latina. Tomo XV. Barcelona, Ed. Crítica, 2002.

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