La reacción de la sociedad uruguaya ante un episodio racista ha sido gratificante.
En una sociedad tan asumidamente democrática como la nuestra, no surgen con claridad fenómenos como los racistas tan alejados del “deber ser” uruguayos.
El racismo existe por doquier en el país, pero adormecido, adormilado o almohadonado. Por eso, su expresión es generalmente fugaz, como las puteadas que algún taxista, aprovechando el anonimato, descarga sobre un ciclista “oscuro”.
Pero algo se mueve en Uruguay.
En un despertar de conciencia y orgullo étnico, nuestros coterráneos con orígenes distintos (y a menudo trágicamente opuestos) a “los descendientes de los barcos”, los afrodescendientes y los que llevan sangre aborigen, hasta hace poco confundidos en una ciudadanía o una orientalidad sin matices, han empezado a reclamar un lugar diferenciado; el reclamo por la diversidad.
Y si la aquietada sociedad uruguaya más conservadora podía tolerar o aceptar a negros que no hicieran hincapié en las diferencias, a negros que se confundieran en hábitos y estilos con la sociedad mayoritaria, no parece tolerar con igual amplitud de miras o espíritu democrático a quienes reivindican su especificidad.
El episodio con la joven afro golpeada cobarde y abusivamente por cinco “valientes blancas” tiene en sí dos aspectos: el de la violencia brutal y patotera y el del racismo tan prístinamente enunciado por la “exhortación” que al parecer la mayor de las atacantes le espetó a Tania: “¡Planchate las motas!” Es esto último lo que revela el carácter racista del episodio, más allá de la violencia en sí inaceptable. Y es lo que revela lo “que se mueve” en Uruguay.
Por eso, una de las “marcas de fábrica” de la manifestación fulgurante del 19 de diciembre fue la reivindicación de las motas. Y en verdad, bastaba ver a muchos y muchas que las lucían para darse cuenta del extraordinario sentido de la reivindicación.
¿Quién pudo ser tan imbécil o estrecho de miras para no poder ver belleza en motas? Es como negarse ver lo bello en cabelleras rubias o en una castaña y crespa por ejemplo…
Pero la actitud, militante, de autoafirmación, de lucir esa cabellera, y una estampa tan afro como la que porta Tania Ramírez, despierta reacciones racistas, las de un penoso hegemonismo así cuestionado.
Por eso también la manifestación fue sabia. Un acierto, porque lo que más se destacaba era esa autoafirmación ausente tiempo atrás. O constreñida al tamboril y al candombe.
La mani de ayer estaba pletórica de remeras y consignas reivindicando la belleza propia de lo afro, por ejemplo y el ya mencionado orgullo étnico.
La red juvenil y feminista afrodescendiente Mizangas, que integra precisamente la joven agredida ocupó un lugar primordial en la jornada. Pero no sólo Mizangas estaba. Vi remeras con similar actitud y ”onda” de Africanísima Negranzas, por ejemplo.
Más político si cabe, vemos la presencia de un feminismo negro, con plena conciencia que también desde el feminismo se ha colado alguna vez un racismo velado de hegemonía blanca. Tal vez esta conciencia podría haber permitido ampliar la consigna que vimos contra “un racismo patriarcal”, puesto que a menudo el racismo ha trascendido el sexo o el género, y aunque menos frecuente, también se podría hablar de un racismo matriarcal, pero quede esto como observación puramente marginal y casi casi de inventario. Porque el tronco principal del racismo resulta francamente asociable al patriarcalismo.
También fue preciso restregar párpados para poder leer que un comité israelita, consustanciado plenamente con Israel, enarbolara la lucha contra la discriminación, acompañando a Tania. Cuando la discriminación ha sido la política primigenia del sionismo fundante del Estado de Israel. Y, allí, se la defiende a capa y espada. Sobre todo a espada…
Pero ya N. Chomsky ha explicado los mecanismos del pensamiento o del pensar doble, mediante el cual, muchas personas sostienen posiciones opuestas ante cuestiones iguales y mantienen a su vez una envidiable “buena conciencia”…
La manifestación ha sido, a mi modo de ver formidable. Y su composición, por mitades, aproximadamente, de afros y “blancos”… tal vez, la mitad mayor, afros, es algo a lo que no estábamos acostumbrados y resulta reconfortante.
Solo cabe esperar que la recuperación de la tan cobardemente agredida sea total y que los “poderes del estado” encuentren a las agresoras para que se las haga responsables de sus actos.
Luis E. Sabini Fernández
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