lunes, 17 de diciembre de 2012

Antisionismo no es antisemitismo



Steve Cedar, judío, antisionista y miembro de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme en Vic (Catalunya), explica de dónde viene el sionismo y sus principales características.

El judaísmo es una religión, una serie de creencias monoteístas, y se practica por todo el mundo por gente de todas las lenguas, países y culturas. Es la más antigua de las tres religiones monoteístas más difundidas (junto con el cristianismo y el Islam), y la menor de ellas en número de fieles. Del judaísmo se desglosaron, históricamente, las otras dos religiones.
Sin embargo, a su vez, históricamente, el pueblo judío ha sido perseguido y discriminado; muchas veces teniendo el rol de chivo expiatorio en tiempos de crisis, por ser una minoría y, por tanto, una diana fácil. En la historia moderna, esta discriminación se ha manifestado, primero, en la Rusia del Zar en el siglo XIX, con los pogromos de los judíos y el antisemitismo de la sociedad rusa.
Hubo varias respuestas a este antisemitismo. Por una parte, muchas personas judías emigraron a otros países de Europa y a EEUU en búsqueda de una vida más segura y tranquila. Otras, que no tenían los recursos o las ganas de irse, se quedaban a luchar dentro de los movimientos obreros para conseguir alcanzar otro tipo de sociedad sin racismo y antisemitismo. Pero una minoría de personas judías, básicamente de clase media, pensaba que el antisemitismo era algo inherente al ser humano y no se podía luchar en su contra. Su única solución era fundar un estado exclusivamente judío, separado de otras creencias; un lugar seguro donde las personas judías de todo el mundo pudieran vivir.
Fue de ahí de donde surgieron las ideas del sionismo político. Una idea simple, pero poco práctica. El sionismo, en su primera época, no tenía claro dónde establecer este estado judío. Siria, Argentina o Tanzania fueron algunas de las opciones, pero al final optaron por Palestina. ¿Por qué? La intención era convencer a más personas judías a unirse a su proyecto por las conexiones emocionales y religiosas que tenía “la tierra prometida”. Movimiento que, por cierto, fue minoritario hasta el propio holocausto.
El sionismo tiene dos fallos básicos. Primero, nunca consideró la existencia de la población que vivía en Palestina, los palestinos y palestinas; lo que propició que desde su inicio haya sido una ideología racista, discriminatoria y exclusiva. Segundo, que para realizar su proyecto, siempre ha tenido que depender de una fuerza imperial para darle apoyo, empezando con el imperio otomano, pasando por Alemania, el imperio británico y, después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU. A cambio se debía erigir como el guardián de los intereses geoestratégicos en la zona, lo que en tiempos modernos se ha traducido por el control sobre el petróleo.
El antisemitismo no es más que otra forma de racismo: discriminar a un grupo de gente por sus creencias o su cultura. Por eso, las personas que se consideran socialistas y revolucionarias deben luchar contra el antisemitismo con la misma fuerza que luchan contra la islamofobia o cualquier otro tipo de racismo.
Pero debemos tener claro que ser antisionista no es lo mismo que ser antisemita. El antisionismo significa oponerse a un estado colonial y racista desde sus orígenes, y todo lo que ha conllevado durante 65 años de ocupación ilegal. Es luchar contra el opresor e identificarse con las personas oprimidas. Es luchar contra un nacionalismo de derechas nefasto y mezquino. Y es ser, por encima de todo, internacionalistas, creyendo, a diferencia de los primeros sionistas, que es posible luchar contra del racismo y por un mundo mejor para todas las personas.

Steve Cedar

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