jueves, 6 de junio de 2013

El cuarteo de Siria, Irak y Líbano




La intervención de Hezbollah en la guerra civil en Siria, por un lado, y los bombardeos de Israel a Siria, por el otro, han acentuado una tendencia que se ha venido perfilando desde hace un tiempo: la partición del país. Semejante desenlace arrastraría al mismo destino a Líbano e Irak, y dejaría a Medio Oriente bajo la supervisión de dos Estados en conflicto -Turquía e Israel- con Irán, Arabia Saudita e incluso Qatar en la segunda línea. Neutralizado por su crisis interna, Egipto se encuentra en una encrucijada. Por un lado, es históricamente partidaria de la unidad estatal de Siria; por otro, apoya a los opositores musulmanes a Al Assad, quienes coquetean con la división.

Turquía

Turquía se encuentra armando un corredor propio a partir de los convenios de explotación del petróleo con el Kurdistán iraquí, y alienta al separatismo de los kurdos que pueblan el norte de Siria. Podría nacer un proto-estado, bajo la tutela del islamismo turco. En esta tendencia se inscribe el acuerdo alcanzado entre Turquía y la guerrilla kurda establecida en Turquía, la que ha admitido un retiro hacia el norte de Irak a cambio de una paz civil en el Kurdistán turco.
En los acuerdos petroleros que ha firmado el gobierno kurdo del norte de Irak, intervienen las principales corporaciones norteamericanas -como Chevron y Exxon. Se trata de acuerdos realizados al margen del gobierno central de Bagdad y cuando el reparto de la riqueza petrolera no ha sido reglado por la vía constitucional. En Irak se ha vuelto a agudizar el conflicto entre los chiítas y los sunnitas, el cual se reproduce también en Siria. Los chiítas apoyan a Bashar al Assad y la unidad de Siria; los sunnitas están del otro lado, y aunque defienden históricamente la unidad estatal de Irak y alimentan un conflicto con Irán, cuyo gobierno es de obediencia chiíta. Desde que Ankara cambió el énfasis de su política (de un ingreso improbable a la UE a una expansión política y económica hacia el este), nunca antes habían tomado una forma tan precisa sus intenciones hegemónicas. Turquía opera como retaguardia de las milicias que combaten al gobierno sirio. De un modo general, las milicias que combaten al régimen de Siria se encuentran fragmentadas y ocupan territorios que manejan en forma autónoma. Objetivamente, funcionan como una fuerza desintegradora del Estado sirio.

Israel

Israel no es ajeno, ni podría serlo, a este rediseño geopolítico todavía confuso. Los bombardeos recientes contra instalaciones de Siria y contra columnas de milicias de Hezbollah replantean una antigua orientación del sionismo: dividir Líbano. Una división política del Estado sirio llevaría a la división de Líbano. Hezbollah, que integra el gobierno de unidad nacional de Líbano, ha entrado a Siria para combatir a las milicias anti-Al Assad, con la finalidad estratégica de impedir la división de Siria y Líbano -dos territorios que quedaron bajo mandato francés luego de la primera guerra mundial. Como Israel fue derrotado dos veces en Líbano -la primera vez tuvo que abandonar el sur del territorio libanés, en los ’80; la segunda, en 2004, fracasó en una guerra para desalojar a Hezbollah-, el establishment sionista se encuentra dividido al respecto. El estado mayor y los servicios de inteligencia no apoyan el desmembramiento de Siria y Líbano, como tampoco un ataque a Irán; no así el gobierno de Netanhayu. Sea como fuere, una balcanización de Medio Oriente dejaría a Israel con la tutela sobre mini-Estados, el cual incluye, por sobre todo, lo que queda de Palestina -que es implacablemente despedazada por la colonización sionista de los llamados territorios ocupados.

Petróleo

La región se ha transformado en un fuerte espacio de explotación de gas, a lo largo de la costa del Mediterráneo. El Ministerio de Energía sionista decidió “abrir el Golán a la exploración petrolera el año pasado, tras el descubrimiento de importantes yacimientos de gas bajo el Mediterráneo, cerca de las costas del país” (Télam, 21/2). Entre las compañías preseleccionadas para la explotación de gas y petróleo en las aguas mediterráneas (fronterizas con el Líbano), “figuran, además de Repsol y Petrobras, las estadounidenses Chevron y Exxon Mobil Corp, la francesa Total y la rusa Lukoil” (ABC, 18/4).
Israel acaba de firmar acuerdos con Rusia para la exportación de GNL hacia mercados asiáticos. La onda expansionista incluye el sur del Líbano. Esto explica, en buena parte, el interés del gobierno sionista por volver a convertir en un protectorado el sur de Líbano. También influye en esto un interés ‘protector’, pues -según El País- “algunas milicias opositoras operan libres y, con ideario yihadista, están incluso más comprometidos con la destrucción de Israel que el propio régimen” (11/5). “El 9 de marzo -continúa el diario español-, por vez primera en el conflicto, milicianos rebeldes penetraron en la zona desmilitarizada, en un ejercicio de fuerza durante el cual pidieron la retirada de Israel del Golán” (ídem). Para prevenirse, Israel ha construido un muro de setenta kilómetros y estudia otras medidas, como la creación de “una zona tapón defensiva en la otra zona de la frontera” (Europa Press, 26/3).

El imperialismo mundial

Estados Unidos se opone al desmantelamiento de Siria, por eso discute con Rusia -desde el comienzo de la guerra civil- una salida negociada. El factor más poderoso de la superviviencia de Bashar Al Assad es que representa la unidad de Siria; ninguna fuerza de oposición garantiza esta unidad. De ahí el respaldo que recibe de la poderosa burguesía local. El problema se había planteado en Libia, cuando se temió que el este del país, Cirenaica, se separara del resto -lo cual fue evitado, al menos por ahora.
La división de Irak, Siria y Líbano en mini-Estados no interesa de ningún modo al imperialismo norteamericano, aunque no ocurriría lo mismo con Francia y Gran Bretaña, que imaginan un futuro rol de mandatarios en la reconstrucción política de la región. Así como viene obrando en Irak (buscando un compromiso entre todas las partes para preservar la unidad estatal bajo una administración única con centro en Bagdad), Washington está interesado, de la misma manera, en evitar alteraciones geopolíticas en la región. La conferencia de paz, prevista para junio en Ginebra, se inscribe en esa dirección. La conferencia, acordada por Estados Unidos y Rusia, resume un esfuerzo por alcanzar una estabilización. La convocatoria no hace referencia al alejamiento de Al Assad y estaría dirigida a armar una transición controlada. Un columnista del New York Times, Thomas Friedman, resume las cosas de la siguiente manera: la “salida yemení” (La Nación, 13/5), donde el ex presidente Saleh entregó el poder a un gobierno de transición. “El partido de Saleh y sus seguidores, junto con el mayor bloque opositor, el Islah (la Hermandad Musulmana de Yemen), conservaron parte de su influencia” (idem). “Turquía (en cambio) no aceptará que ningún miembro del actual régimen sirio forme parte de una futura etapa” (EFE, 11/5), declaró el canciller de ese país.

Retroceso histórico

El cuarteo de Siria -no importa lo que busquen los yanquis- sería un enorme retroceso histórico, lo mismo con Irak o Líbano -tampoco importa que hayan sido creaciones ‘artificiales’ realizadas hace casi un siglo, como si la historia conociera algún caso de Estado nacional químicamente puro. Significaría una atomización sin precedentes de los explotados de la región. Pero está claro, por lo que ocurre, que esas unidades son inviables en los marcos sociales e históricos actuales, signados por la explotación capitalista. Es necesaria una unidad socialista, en el marco de una Federación de Estados Socialistas de Medio Oriente, que incluya a una República Palestina en sus territorios históricos. En tanto los revolucionarios socialistas de Medio Oriente no clarifiquen las cuestiones nacionales que están en juego en la crisis y en la guerra actuales, en el marco de la descomposición capitalista, no podrán jugar un rol histórico independiente.

Pablo Heller

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