viernes, 28 de septiembre de 2012

Cubanos y soviéticos en la misma trinchera



Acerca de la recepción, instalación y retirada de los cohetes que desataron la Crisis de Octubre de 1962, habla el coronel Osvaldo Fernández Rodríguez, responsabilizado con el traslado y seguridad de esas armas hasta los lugares de emplazamiento

Felipa Suárez Ramos

En los momentos difíciles se consolidan las grandes amistades; de ello da fe el hoy coronel de la reserva Osvaldo Fernández Rodríguez, en cuyos recuerdos, transcurrido medio siglo, son recurrentes las figuras de Statsenko, Sidorov, Burlov, Esin, Soloviok, Kurinnoi, Ternov, Stepan, Osadchii, Shornikov y Garbuz, entre otros oficiales soviéticos con quienes se relacionó durante los preparativos para la instalación de los cohetes estratégicos en Cuba, en el verano de 1962.
Con ellos compartió la revisión de las vías que conducían a los lugares de emplazamiento ya seleccionados; la incertidumbre de la crisis desatada por Estados Unidos cuando supo de la presencia de esas armas en suelo cubano, y el doloroso impacto que para todos representó el retorno de estas a su lugar de origen.
A mediados de agosto de ese año, a Fernández Rodríguez, quien había sido jefe de las Patrullas de Carreteras del Ejército Rebelde, se le ordenó escoger un grupo de motociclistas para una misión muy especial. Tras seleccionar 15 compañeros, a finales de ese mes se presentó en el lugar indicado, Trinidad, donde a principios de septiembre le informaron acerca del arribo de unos equipos cuyo traslado y seguridad hasta su lugar de destino estaban bajo su responsabilidad.
“La palabra cohete no se mencionó en ningún momento, pero de inmediato me percaté de que se trataba de ese tipo de arma. Por esos días conocí al general de brigada Igor Statsenko, jefe de la 51 División de Cohetes Estratégicos que se trasladaría a nuestro país como parte de la Operación Anadir, en virtud de la cual desde julio de 1962 a Cuba entraron tanques, cohetes antiaéreos, artillería y submarinos, con sus correspondientes dotaciones, así como regimientos de infantería, en tal proporción que para fines de diciembre de ese año en la isla había más de 40 mil militares soviéticos de las distintas armas”.

Ubicación de los cohetes

También a principios de septiembre, en unión de un grupo encabezado por Statsenko, Osvaldo inició un recorrido destinado a visitar los sitios donde serían levantados los emplazamientos.
“Determinados los lugares, todos en colinas y desde el centro del país hacia el occidente, se impuso reubicar a los vecinos en otras localidades.
“Se construyeron cinco emplazamientos: tres para los regimientos de cohetes R-12, de más de 2 mil kilómetros de alcance, en las zonas de Calabazar de Sagua y Los Palacios, en las entonces provincias de Las Villas y Pinar del Río, respectivamente; y dos para los R-14, de un alcance de más de 4 mil kilómetros. Cada regimiento contaba con dos grupos, y un total de 14 cohetes.
“Es preciso esclarecer que los R-14 jamás llegaron a Cuba, aunque sí sus ojivas, y sus emplazamientos estaban listos en Bartolomé, en territorio de Remedios, en Las Villas, y en la Loma del Esperón, en la habanera localidad de Caimito del Guayabal. Pero el desencadenamiento de la crisis determinó que Nikita Jruschov, tras sostener conversaciones con el presidente estadounidense John F. Kennedy —sin tener en cuenta las posiciones de Cuba—, ordenara su retorno cuando los barcos donde ambos regimientos eran trasladados se encontraban a la altura de las islas Azores.
“La seguridad interior de los emplazamientos correspondía a los soviéticos, y la exterior, a los cubanos.
“El primer envío, de seis R-12, arribó en el buque Omsk por el puerto de Casilda, el 9 de septiembre, y fueron llevados hacia Sitiecito, en lo que se llamó el regimiento del coronel Iván Sidorov —se les daba el nombre del jefe—, tras haber recorrido anteriormente el itinerario para revisar el estado de las carreteras, puentes y curvas con vistas a establecer las áreas de viraje, porque los cohetes medían más de 24 metros de largo. Ese regimiento fue el primero en declararse en plena disposición combativa, el 18 de septiembre, con sus cohetes repartidos entre Sitiecito y Encrucijada.
“Le siguieron los barcos Poltava, por Mariel, y Kimovck, también por Casilda, los días 16 y 22 de ese mes, ambos con ocho cohetes; y por Mariel, el Krasnograd y el Oremburg, el 2 y el 6 de octubre, respectivamente, cada uno con seis; y de nuevo el Omsk, el 16 del propio mes, con siete. Sumaron en total 42 cohetes, seis de ellos de instrucción. A Sitiecito correspondieron 14 y el resto a los emplazamientos de Santa Cruz de los Pinos y Candelaria, en Pinar del Río.
“Las ojivas nucleares de los dos tipos de cohetes, 76 de un megatón cada una, llegaron en dos barcos por el puerto de Mariel, los días 4 y 23 de octubre, y se les trasladó para la llamada loma del Padre Testé, en la zona de Bejucal, en La Habana, sede del estado mayor de la 51 División. Allí quedaron protegidas en furgones climatizados, hasta su envío hacia los puntos de emplazamiento, lo cual no ocurrió hasta el 26 de octubre cuando, por el cariz que presentaba la situación, fueron llevadas a los emplazamientos, pero nunca se llegaron a colocar”.

Orden acatada, pero no compartida

Narra el coronel Fernández Rodríguez que el día más triste fue el 28 de octubre, cuando el general Igor Statsenko recibió la orden de desmantelar los cohetes y para el 10 de noviembre tenerlos ya en los barcos, en camino hacia la Unión Soviética.
“La noticia impactó a todos. Vi llorar a jefes de alto nivel, como el teniente coronel Yuri Soloviok, jefe del regimiento de Santa Cruz de los Pinos; al general de brigada Leonid S. Garbuz, jefe de disposición combativa de la Agrupación de Tropas Soviéticas; al coronel Serguei S. Shornikov, jefe de la seguridad y traslado por la parte soviética; al propio general Statsenko… El primer cohete salió el 3 de noviembre, por Mariel, y el último, el día 9, por Casilda; las ojivas fueron reembarcadas por Isabela de Sagua.
“Claro que se trataba de altos jefes militares y, por disciplina, no podían manifestarse contra la orden recibida, pero yo, que conviví con ellos, aprecié su inconformidad. En el momento en que se desmontaban los cohetes en Sitiecito, Sidorov me comentó que la orden había llegado de las altas esferas, y no olvidaré jamás que tan solo me miró y bajó la cabeza cuando le dije: ‘Los amigos se van y el enemigo se queda’.
“En realidad, para aquellos hombres con quienes inicié entonces una amistad que aún se mantiene, y que ya en algunos casos ha interrumpido la muerte, representó una decisión dolorosa porque estaban dispuestos a luchar a nuestro lado hasta las últimas consecuencias.
“Recuerdo que el 22 de octubre, cuando estalló la crisis, Fidel decretó el estado de alerta a las tres y cincuenta de la tarde, y la alarma de combate, a las cinco y treinta y cinco.
“De inmediato fui para el estado mayor de la 51 División y me encontré con que todos estaban vestidos de verde olivo, determinados a cumplir lo prometido si Estados Unidos atacaba la isla: habían asegurado que en ese caso combatirían en composición de agrupación y, de acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos, en calidad de división, después como regimiento y por último, si era preciso, marcharían con nuestro pueblo a las lomas.”

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