martes, 15 de enero de 2019

Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, héroes de la clase obrera




A cien años del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht

La revolución alemana y el crimen contra sus cuadros más valiosos. Compartimos artículo publicado originalmente en Prensa Obrera #124, 20 de enero de 1986.

En noviembre de 1918 Alemania es un volcán. La Primera Guerra Mundial está concluyendo con una aplastante derrota militar, y el ejército se desmorona en todos los frentes. Los soldados se sublevan contra la oficialidad. En las ciudades las masas obreras se lanzan a la calle para exigir la caída del régimen monárquico. La revuelta se extiende en forma vertiginosa por todo el país. Los marinos ocupan los barcos de guerra e izan la bandera roja, los mítines proletarios reúnen centenares de miles de personas. Los trabajadores arremeten contra la policía, asaltan las cárceles y liberan a los presos políticos.
El 9 de noviembre se derrumba la monarquía. El rey dimite cuando una impresionante columna de manifestantes rodea la casa de gobierno. Se va y deja un gabinete a cargo del Partido Socialdemócrata (SD), que un mes antes había ingresado al gobierno. En pleno levantamiento popular sus dirigentes Ebert y Scheideman proclaman la República. En todo el proceso revolucionario en marcha resaltan dos figuras: Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Liebknecht, ex diputado y encarnizado opositor a la guerra, es el orador más aplaudido en los mítines. Luxemburgo es una conocida teórica y organizadora de la Izquierda alemana. Ambos dirigen el grupo revolucionario “Espartaco” dentro del Partido Socialdemócrata Independiente (PSDI).

El doble poder

En todos los regimientos y centros urbanos las masas insurrectas han creado sus propios organismos de lucha: los Consejos de obreros y de soldados. Agrupan a millones de explotados. En muchas localidades se perfilan directamente como la alternativa de gobierno, creando sus propias milicias y su propio aparato administrativo. La SD ha logrado colocar a sus partidarios a la cabeza de la mayor parte de los Consejos, esto al mismo tiempo que asume la dirección del gobierno burgués. Ha logrado que estos organismos populares avalen al gobierno, al que se ha integrado también el PSDI. Existe una situación de doble poder en donde los mismos partidos aparecen en la dirección de los organismos revolucionarios y del gobierno oficial. Las masas creen que tienen en sus manos al gobierno, pero Ebert trabaja para la burguesía y por la destrucción de los Consejos dé obreros y soldados. Ratifica a todos los funcionarios burgueses y monárquicos en sus puestos, preserva el poder económico de los capitalistas y le hace suscribir a los sindicatos un “pacto social” con los patrones.
A fines de noviembre millones de alemanes discuten quien debe gobernar el país. La Socialdemocracia propone la convocatoria de una Asamblea Constituyente, asegurando que de allí surgirá un gobierno de mayoría popular. Pretenden, mediante la Asamblea, la disolución de los Consejos y la recomposición del Estado burgués.
Contra esta política contrarrevolucionaria se alza la voz de Liebknecht y Luxemburgo. Denuncian a la Constituyente como un paso hacia el pleno reestablecimiento del poder burgués y plantean el poder para los Consejos Obreros. Propugnan seguir el ejemplo de los bolcheviques en Rusia: expropiar a los capitalistas, desmantelar el ejército burgués e instaurar la dictadura del proletariado. Su influencia crece entre las masas proletarias en proceso de radicalización. La mayoría que sigue en manos del bloque SD-PSDI con todo, logra hacer votar en los Consejos la fecha de convocatoria a la elección de la Constituyente.

La fundación del Partido Comunista

En el campo revolucionario se producen grandes acontecimientos. Desde el ingreso del PSDI al gobierno, la liga “Espartaquista" se ha ido agrupando con otros núcleos de izquierda y conjuntamente organizan manifestaciones para defender los Consejos. A fines de diciembre deciden dar el paso de constituir un nuevo partido y fundan el Partido Comunista. Lenin aplaude la iniciativa.
Pero el naciente partido enfrenta delicados problemas políticos. La elección de la Constituyente es una maniobra de la contrarrevolución. En esto existe total acuerdo dentro del PC y nadie titubea en denunciarla. Pero las masas se aprestan a participar en el comicio creyendo que es la vía para consolidar la revolución.
Teniendo en cuenta este proceso, Luxemburgo propone intervenir en las elecciones con el propósito de propagandizar la necesidad de un gobierno de los Consejos. El partido no la acompaña. La mayoría se pronuncia por el boicot a la Constituyente y a favor de la organización de una salida insurreccional, que las masas obreras no comprenden ni comparten.

El asesinato

A principios de enero la crisis política se profundiza. La oficialidad choca con los Consejos de soldados, que levantan una plataforma de reivindicaciones favorables a la disolución del ejército imperial. El gobierno intenta desarmar a la tropa, lo que enciende nuevamente la mecha de la sublevación popular. Los ministros del PSDI renuncian.
Ebert se decide a lanzar entonces la prueba de fuerza definitiva. En acuerdo con el Estado mayor resuelve la organización de un cuerpo franco de oficiales derechistas (verdaderos antecedentes de las bandas nazis) y le encarga al diputado sociaidemócrata Noske su dirección. Noske lanza a estos grupos al copamiento de la jefatura de policía. Es una clara provocación para aplastar sangrientamente a la izquierda. El PC responde convocando a un acto. El mitin se transforma en una impresionante manifestación de oposición al gobierno, pero el partido no acierta a conducir el movimiento. Prevalece la política putchista aprobada días antes en el Congreso del Partido.
Es así que llama, prematuramente, a la insurrección. Esta es derrotada, a lo que sigue un momento de reflujo y desorientación de la vanguardia obrera. Noske no vacila, entonces, en ordenar el asesinato de Liebknecht y Luxemburgo.
Los dos dirigentes habían rehusado esconderse a tiempo y son detenidos en la tarde del 15 de enero. Los maltratan en el traslado y luego los asesinan en la cárcel. Al principio, los verdugos socialdemócratas ocultan y tergiversan los hechos. El cadáver de Luxemburgo no aparece durante varios días. Noske protege a los asesinos y bloquea cualquier investigación. Algunos meses más tarde, los asesinos son igualmente reconocidos y se benefician con una parodia de juicio, quedando en libertad al poco tiempo.
Las consecuencias del crimen son incalculables para la revolución, que pierde a su mejor cerebro político (Luxemburgo) y a su tribuno más prestigioso (Liebknecht). La evolución del joven e inexperto Partido Comunista queda seriamente afectada por la desaparición de Rosa. Con Noske y los cuerpos francos, la Socialdemocracia ingresa en la historia de las traiciones más aberrantes a la clase obrera. La sangre de Luxemburgo y Liebknecht los separa definitivamente del proletariado mundial.

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