lunes, 20 de junio de 2011

Operación pecera



Los ex integrantes del Servicio de Información de Defensa (sid) José Baudean y Alberto Gómez admitieron ante la justicia haber participado en 1977 de la denominada “Operación Pecera”, cuyo cometido era perseguir –según el testimonio– a un marino sospechado de pertenecer al kgb (servicios secretos de la Unión Soviética).
El marino en cuestión era el entonces capitán Óscar Lebel y, según surge de la acumulación de elementos probatorios, la operación buscaba desarticular al grupo que a través de la Embajada de México lograba hacer salir del país a perseguidos por la dictadura uruguaya, según supo Brecha de fuentes vinculadas al caso.
En ese grupo al que pertenecía Lebel se encontraba el agregado cultural de la Embajada de México, Cuauhtémoc Arroyo Parra, el corresponsal en Montevideo de la agencia ips y del New York Times, Efraín Quesada, y el maestro y periodista Julio Castro, detenido el 1 de agosto de aquel año por agentes del sid, torturado y desaparecido.
Lebel se enteró varios años después del nombre de esta operación, y así lo informó al juez Juan Carlos Fernández Lecchini, cuando testimonió en la indagatoria por la desaparición de Castro.
La pregunta sobre la existencia de la Operación Pecera pareció “descolocar” al militar Gómez –según las fuentes consultadas–, quien sin embargo terminó por admitir el hecho. Lo mismo hizo Baudean, aunque en todo momento trataron de desvincular la operación con el caso del maestro desaparecido.
No obstante, el círculo cierra con una pieza clave: la detención en Montevideo del periodista brasileño Flavio Tabares, corresponsal del Excelsior de México y de O Estado de São Paulo, que el 12 de julio de 1977 había llegado a Uruguay desde Buenos Aires. Tabares viajó a Montevideo para tratar de liberar –con abogados y todos los medios que tuviera a su alcance– a su colega y colaborador del Excelsior Graziano Pascale, detenido por escribir un artículo que la dictadura consideró ofensivo para el gobierno de la época. Tabares logró esta liberación, pero antes de trasladarse al aeropuerto para retornar a Buenos Aires mantuvo encuentros con Lebel y Arroyo Parra, y telefoneó a Quesada.
“Pascale trajo a Tabares a mi casa para hacerle ver que no todos los militares de este país eran trogloditas”, declaró Lebel a Brecha para la primera edición de La Lupa (11-X-1985), dedicada al caso de Julio Castro. Esa separata, firmada por Hugo Alfaro, Mónica Bottero y Ernesto González Bermejo, fue adjuntada como prueba en el expediente judicial, según supo Brecha.
Quesada, hoy fallecido, también había brindado su testimonio a La Lupa: “Con Tabares teníamos una buena relación de trabajo; cuando venía a Montevideo me llamaba y nos encontrábamos; esa vez también me llamó pero no llegamos a vernos”.
En la cena que Tabares mantuvo con Arroyo Parra, éste le entregó un casete que contenía una grabación con denuncias sobre la dictadura, para que el periodista las diera a conocer fuera del país.
La grabación había sido realizada por Lebel, deformando la voz –como si hablara un español–, luego de acceder a un boletín reservado del Ministerio de Defensa: “Eran casos tratados por el Tribunal de Honor. Estaba la condena del general Liber Seregni, con todos los absurdos argumentos que se usaron contra él, y los casos de dos oficiales condenados a la pena más severa por haberse negado a torturar”, dijo Lebel a Brecha en aquel momento.
Y cuando se le preguntó si Julio Castro conocía la grabación, Lebel respondió: “Sí, porque una vez que lo encontré me dijo con una mirada picarona que Arroyo le había hecho escuchar ‘un casete muy jugoso que habla del caso Seregni y otros oficiales’. Le devolví la mirada pero no le dije nada. Julio se quedó sin saber que había sido yo quien había grabado el casete”.
A Tabares lo detuvieron en el Aeropuerto de Carrasco la noche del 14 de julio de 1977, en la escalerilla del avión que pensaba abordar rumbo a Buenos Aires. Lo subieron a un Ford Falcon, lo vendaron, esposaron, y lo tiraron al piso del auto para viajar bajo los zapatos de sus secuestradores rumbo a un centro clandestino de detención, donde permanecerá detenido y será torturado hasta el 3 de agosto de aquel año.
La noche del 2 de agosto –un día antes de su traslado–, cuando Tabares dormía con los ojos vendados sobre un colchón tirado en el piso del líving de la casa, escuchó la llegada de otro detenido, al que tiraron sobre otro colchón.
-A la mañana siguiente me doy cuenta de que efectivamente hay otra persona conmigo. Tiene la voz cascada, de viejo. Está muy lejos de mí. Comprendo que es otro detenido por el trato que le dan: lo llaman ‘el veterano’. Es un hombre que camina despacio, casi arrastrando los pies. Lo guían: ‘Cuidado con los escalones, veterano’”, declaró Tabares a La Lupa.
“Sos, claro que sos.” Julio Castro tenía 68 años y había sido maestro de muchos niños, entre ellos uno llamado Gregorio Álvarez, que concurría a la escuela Sanguinetti.
Castro no tenía miedo, pensaba que sus alumnos
–también había sido maestro de otros que después fueron militares– le guardaban respeto. O por lo menos eso le decía a Zaira, su esposa, para tranquilizarla antes de subir a su camioneta Indio y partir rumbo a reuniones clandestinas con Arroyo, Lebel y Quesada, en las que procuraría salvarle la vida a otras personas acosadas por la dictadura.
El 1 de agosto de 1977 fue a visitar a Quesada. Se reunieron en el líving de la casa, cuya fachada aún conservaba las cicatrices del atentado con bomba que había sufrido casi tres años antes. El encuentro duró sólo unos minutos, hacía mucho frío cuando se despidió de su amigo y salió por la calle Llambí, rumbo a la avenida Rivera. Tenía que caminar 20 metros para llegar a la avenida y abordar su camioneta.
Detrás de la Indio había estacionado un auto que pertenecía al sid. En su interior estaban el oficial principal Alberto Zabala, policía de los servicios de inteligencia de la dictadura, el soldado agente del sid Julio César Barboza, y otro militar.
“Zabala y el otro se bajaron del auto y me dijeron que hiciera lo mismo. Los sigo con la mirada y veo que se dirigen hacia un señor mayor –unos 60 años tendría–, de lentes, creo que le faltaba algo de pelo, canoso, estatura mediana. Tenía un sobretodo algo así como marrón y una bufanda, no me acuerdo de qué color”, contó Barboza a La Lupa. Luego recordó que “el hombre al principio se sorprendió pero no opuso ningún tipo de resistencia. Lo trajeron al auto y lo metieron atrás, a mi lado. Adelante iba Zabala, manejando. El soldado se subió a la Indio y arrancamos detrás de él. Zabala me gritaba: ‘Hacelo agachar, imbécil, hacelo agachar’. A mí me parecía que nos miraba todo el mundo y eso que todavía no sabía que estábamos secuestrando a Julio Castro”.
Barboza contó luego que trasladaron al maestro a la casona de Millán 4269, casi Loreto Gomensoro. El agente del sid arrepentido ratificó su testimonio ante el juez Fernández Lecchini.
El periodista Tabares llegó a Montevideo hace dos semanas para presentar también su testimonio ante la sede penal. Relató y profundizó todo lo que había contado para la edición de La Lupa. Declaró que al “veterano” lo habían torturado como a él, y que escuchó al jefe del lugar –al que llamaban Julio César, seguramente como alias– cuando lo interrogaba: “le dice algo borroso y ‘Fidel Castro’. Se ve que el veterano niega porque Julio César insiste: ‘Sos, claro que sos’. Me ha pasado mil veces ese fragmento de conversación por la cabeza y creo comprender que Julio César había dicho al veterano: ‘¿Sos algo de Fidel Castro?’, que el veterano negó y el otro reiteró: ‘Sos, claro que sos’”.
Ante la justicia, Tabares ratificó que al volver de una sesión de tortura escuchó que el “veterano” se quejaba, gemía, respiraba con dificultad, y que al marcharse del lugar, el 3 de agosto, volvió a escuchar sus quejidos y ayes de dolor, mientras dos soldados comentaban, en tono burlón, que el “veterano” había empeorado, que estaba “jodido”.
Zabala deberá declarar en los próximos días ante el juez Fernández Lecchini y la fiscal Mirtha Guianze. Este ex policía, Baudean (apodado el “Francés”), Gómez y otros ex integrantes del sid, como el entonces mayor Omar Lacasa Antelo (“Óscar” o el “Alemán”), aparecen como los principales indagados.
Naturalmente, José “Nino” Gavazzo –ya preso por otras causas–, quien dirigía el Departamento III del sid, también se encuentra involucrado en tanto jefe de todos los que participaron del secuestro. Su departamento se encargaba de las operaciones especiales en Uruguay y Argentina, y bajo su mando se realizó la Operación Pecera: se secuestró e hizo desaparecer a Julio Castro, se detuvo, torturó y expulsó a Tabares, quien ya no podría usar la cinta grabada, se logró que México cambiara al embajador Muñiz –quien apoyaba las acciones de Arroyo Parra– por un coronel retirado de apellido Cervantes.
Quesada sobrevivió a los embates de la represión, pero ya no pudo operar para sacar gente del país; como Lebel, que aquel 1 de agosto de 1977 esperó infructuosamente en su casa a Julio Castro. La coordinación salvadora con la Embajada de México se había terminado, y Lebel –ya expulsado de la Armada por la dictadura– debió embarcarse como marino mercante.
Hay sin embargo una duda: Tabares declaró que la presencia del “jefe”, a quien le decían “Julio César”, se olía desde lejos por el fuerte perfume que usaba. Ésta no era una particularidad de Gavazzo, sino del militar Jorge “Pajarito” Silveira y del policía Jorge Guldenzoph, más conocido como “Charleta”, quienes por entonces también integraban la coordinación represiva del sid con el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas y la Dirección Nacional de Información e Inteligencia.
Con la confirmación de la Operación Pecera se abre una etapa de interrogatorios que posiblemente culmine con procesamientos por la desaparición de un maestro que ya de viejo enseñaba a saltar los muros de la Embajada de México rumbo a la libertad.

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