jueves, 12 de junio de 2008

¡Comandante!




Argentina, hacia el 14 de junio de 2008

No caíste en Bolivia como rayo en un día sereno. Los mineros te esperaban y los campesinos comenzaban a quererte. Yo se por qué fuiste, me lo contó el Inti Peredo en Mi campaña junto al Che y vos nos dejaste muchas pistas, por eso sé que tuviste razón, vos fuiste el que viste más lejos y tuviste mil veces razón.
Te lloré aquel 9 o 10 de octubre de 1967, porque ya era uno de los tuyos aunque aún no lo sabía, tomaría conciencia de ello pocos meses después, a fines de enero del año siguiente, cuando el primer Vietnam le puso cerco a la muerte y les dio tremenda paliza a las tropas yanquis invasoras.
Por aquel año de La Higuera ya muchos estaban, por aquí, afilando sus machetes para crear junto a vos el segundo Vietnam: el Robi Santucho, el Paraguas Carlos Olmedo, El Kadre y Caride, los Negros Sabino Navarro, Antonio Fernández y Tato Aguirre, los Pelados Enrique Gorriarán y Marcos Osatinsky. Ellos fueron los que en Taco Ralo, en Rosario y Escobar, en el vivac de Campo de Mayo, en Garín y en la Calera hicieron sonar los primeros disparos revolucionarios.
De otra manera, por entre los sindicatos, estaban: Tosco el Gringo grande, Gustavo Rearte, el Chinqui Fote y el Negro Germán. Estallaron el 29 de mayo el Cordobazo y el 17 de septiembre el Rosariazo, de aquel glorioso año 1969; fue cuando comenzamos a ser muy muchos. Y el 15 de marzo del ´71, en el Viborazo, las columnas obreras hicieron suyos los emblemas y la estrella roja del socialismo brilló eclipsando al propio sol.
Fuiste creciendo raudamente y se hizo realidad aquello de que otros brazos se tenderían a empuñar tu fusil, y fueron cientos para luego ser miles y otros miles. Tu mano gloriosa y fuerte nos sostuvo en mil batallas, y el socialismo fue mucho más claro delineado por tu pluma, comenzamos a comprender de qué nos hablaba Carlos Marx, el que nació en Tréveris, cuando vos nos decías que con la arcilla juvenil haríamos el hombre nuevo y la sociedad del hombre comunista. Durante los 10 años siguientes peleamos duramente, nos elevamos hasta el cielo y creímos posible tomarlo por asalto, la revolución no era lo imposible.
Tu presencia era tan clara que no la pudieron perdonar los traidores a la Patria, y el pueblo argentino tuvo su 8 de octubre el 24 de marzo de 1976. Nos encerraron en salones, como a vos, convertidos en campos de exterminio y nos fusilaron y asesinaron de todas las maneras, pero hasta allí brilló tu estrella que adquirió todo su fulgor cuando a Domingo Menna, luego de tres meses de las más brutales torturas, los esbirros lo tentaron a colaborar a cambio de su vida, le dieron dos días para pensarlo, él simplemente les respondió: “no hace falta pensarlo”. ¡Qué triunfo hermano!
La “restauración democrática” estaba muy ocupada en esculpir nueves figuras que desviaran al pueblo de su lucha. Más que acordarse de vos prefirieron que pasaras a un tranquilo olvido. En 1989 allí cayó el Muro y aquí subió Carlos Saúl, y en el ‘91 allí se desintegró la Unión Soviética y aquí se integró el Plan de Convertibilidad de la mano de Menem, el vendepatria, y del ecónomo de gorra militar, Cavallo.
Así estábamos cuando unos pocos decidimos recordarnos de cuando caíste gigante con tus alas rotas. Aquel 8 de octubre de 1992 nos juntamos los mismos 82 que murieron en el Moncada, los mismos 82 que desembarcaron desde el Granma, allá en las Coloradas. Entre aquellos 82 estaban Pacheco, Rosa, Miguel, el Negro Vera, el Loncha y sus familias, todos obrero/as comunistas, como vos, que al alejarse del vetusto tronco partidario, se encontraron con este veterano militante guevarista. Siento que aquel 8 de octubre todos teníamos los 82 años de Reina Diez, oradora principal del acto, aunque desapercibido había también un grupo de jóvenes. Año aciago aquel de 1992 que había confirmado tu certero pronóstico, acerca del regreso al capitalismo en los países del “socialismo real”, que expusiste más de una vez y que encontró su máxima formulación en aquella carta a Fidel, de abril del ´65, que hace sólo unos años pudimos conocer.
La rebelión de diciembre de 2001 te otorgó nuevamente la palabra, a vos y a Mario Roberto. Desde antes han querido, y quieren, transformarte en un bello rostro inofensivo, es por eso que tu imagen está impresa en millones de camisetas, lo que a veces lleva a pensar que la ley del valor pudo más que las contradicciones del capitalismo. Nosotros no renegamos por ello, le pasamos la factura a la demagogia capitalista y las llenamos de contenido porque, como vos, sabemos que debajo late un corazón de ser humano.
Yo sé como te sentís colgado en las paredes de los despachos, de los varios que fueron tus soldados, en donde no se habla de luchar concientemente contra la vigencia de la ley del valor capitalista, sino de cómo aumentar la plusvalía y, como aves de rapiña, acumularla en los bolsillos de los malos imperialistas y peores nacionales. Pero sé, porque me lo contaron los trabajadores de la limpieza, que por las noches te salís de la imagen demagógica y, con tu sonrisa más irónica, les mezclas todos los papeles para hacer más difícil la explotación del hombre por el hombre.
Desde esa misma imagen sé que polemizás con otros habitantes, de habitaciones menos ostentosas, que en tu nombre hacen revoluciones de papel, y se olvidan que fuiste vos quién vino a romper con los vicios de una izquierda raquítica y anquilosada, que se perdía en los laberintos de las cámaras legislativas y a la espera de algún militar providencial que los sacara de la impotencia.
Por eso se que vos querés que nos juntemos y, todos juntos, vayamos conscientizando pueblos y construyendo organización revolucionaria con sus mejores hijos, guiados por grandes sentimientos de amor, por una conducta noble entre las masas, alentadas por un debate franco en la resolución de los matices entre los militantes revolucionarios y, todos juntos y fuertes, seguir de lleno en la batalla de ideas contra los explotadores para que las nuestras florezcan en las conciencias fértiles de los hombres y mujeres de los pueblos de nuestra América morena, latina y total.
Vos no querías una caricatura, sino que la marcha de los desamparados del mundo no se detenga más que derribando la explotación de unos hombres y mujeres por otros hombres y mujeres, que haga realidad una sociedad nueva en la que esos hombres y mujeres sean todos hermanos. En ese andar por la lucha democrática, agraria, obrera, antiimperialista, hacia ese destino que la utopía y la ciencia no han encontrado otra palabra más precisa que -al decir del otro grande de América: José Carlos Mariátegui- las engloba y las precede, que se llama socialista. Ese socialismo que deberá apurar su marcha hacia la sociedad del hombre nuevo y, por lo tanto, del hombre comunista (de Marx y Engels) como vos querías.
Sabemos que muchas cosas han cambiado, pero no en beneficio de los pueblos, sino en su contra, es por eso que con las nuevas legiones de jóvenes guevaristas escribimos en nuestra divisa: “Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya se les ve por los caminos un día y otro, a pie, en marchas sin término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los «olimpos» gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida; se les ve, llevando sus cartelones, sus banderas sus consignas; haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron”. Para decirte a vos, como vos le dijiste a Fidel: “En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura”.

Daniel De Santis

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