miércoles, 2 de octubre de 2013

La quiebra que golpeó los cimientos de la economía mundial




El 15/9 se cumplieron 5 años de la quiebra de Lehman, que tuvo efectos en cadena sobre el sistema financiero norteamericano. Ya en 2007 habían comenzado las turbulencias financieras, y aún desde antes venía el desinfle de los precios inmobiliarios. Pero la quiebra de Lehman actuó como catalizador para la crisis mundial más devastadora desde 1929.

Una economía crédito-dependiente

Lehman era emblema de las apuestas que había hecho toda la banca norteamericana: emisión formidable de créditos hipotecarios, recurso al apalancamiento (más dinero prestado que propio), y especulación con los instrumentos financieros “derivados”, que se suponía reducían riesgos pero en realidad lo multiplicaban. Meses antes de Lehman la crisis habían golpeado a Bearn Stearns, que fue rescatado, y a las hipotecarias semipúblicas Fannie Mae y Freddie Mac. En los meses que siguieron, la economía de EE.UU. entró en caída libre, y con ella la economía global. Durante el año que siguió a Lehman, la producción industrial mundial acumulaba una caída del 13% y el comercio global se derrumbó un 20%.

Auge y ocaso del momento (neo)keynesiano

La amenaza de colapso financiero global y el fantasma de depresión económica, dispararon respuestas estatales en una escala nunca vista. Los EE.UU., la Unión Europea, y otros países sumaron billones de dólares de estímulos fiscales para reactivar la demanda con gasto público, planes de empleo, salvatajes a empresas. Pero sobre todo, después de las consecuencias devastadoras de Lehman, se inyectaron billones de dólares para salvar a los bancos, una masiva socialización de quebrantos privados.
Ante este giro copernicano muchos se ilusionaron con un “momento keynesiano”. Pero hasta el momento hubo un “neo” keynesianismo sobre las bases de las políticas neoliberales. En primer lugar, el estatismo se desarrolló en función de preservar a los principales beneficiarios del boom especulativo. Como reconocía Martin Wolf en el Financial Times: “buena parte del ingreso generado en la recuperación correspondió al estrato de mayores ingresos” (FT, 17/9/2013). Es decir que las políticas pos crisis siguen actuando en beneficio de los ricos (el “1%”) y descargando los costos sobre los trabajadores. En segundo lugar, aunque el activismo estatal permitió estabilizar la economía mundial, permitiendo incluso que la economía norteamericana llegara a un crecimiento de 3% en 2010 y creando las condiciones de los dos ritmos de la economía global (con los BRICS y otros creciendo a tasas elevadas), no hay un relanzamiento sostenido. La inyección de dinero sigue siendo determinante para sostener la actividad. Hay otros datos elocuentes: mientras las ganancias están en un nivel récord de más del 12% del PBI, la inversión apenas alcanza el 4% (FT, “Inversión corporativa: una divergencia misteriosa”, 24/7). Es que la expectativa es que el crecimiento siga siendo anémico.
En tercer lugar, en Europa si como respuesta a la crisis los Estados se endeudaron para evitar colapso financiero, en 2010 estos “mercados” financieros estabilizados gracias a las medidas estatales empezaron a presionar sobre los Estados. Sucede que varios países de la Eurozona (los PIIGS: Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Estado Español) alcanzaron niveles de deuda que los dejaron expuestos a ataques especulativos. Esto elevó la tasa de interés a la cual podían emitir deuda. Alemania se negó a cargar con los costos de los salvatajes e impuso duros ajustes. Se movió en una contradicción: por un lado la empuja la necesidad de forzar una reestructuración de la Eurozona siguiendo la línea más clásica de los ajustes estructurales del FMI, lo que representa un ataque en toda la línea a lo que queda de los Estados benefactores, es decir golpear el nivel de vida de las masas trabajadoras, replicando lo que los gobiernos de todo tinte hicieron en la propia Alemania durante los últimos 20 años. Por otro lado estaban los riesgos que esto creaba para la estabilidad global. Entre estas tensiones, finalmente aceptó medidas de inyección monetaria que frenaron las presiones especulativas, pero sigue exigiendo la austeridad en toda Europa.

Continúan “ondas expansivas” de la crisis

A cinco años de Lehman, la economía mundial muestra un crecimiento global débil, y hondas desigualdades entre los países. El panorama para los próximos años es continuar con una situación de “crisis rastrera”. La economía de EE.UU. estaba a mediados de 2013 un 14% por debajo del nivel previo a la crisis, la de Gran Bretaña un 18% por debajo.
El cataclismo de 2008 abrió una “falla estructural”: las relaciones entre las principales economías del planeta antes de la crisis se encuentran cuestionadas: los EE.UU. no pueden volver a ser el gran comprador “en última instancia”. Aunque muestra una recuperación relativa, no puede ocupar el lugar que tenía. La UE se ve atenazada entre la presión disciplinaria de Alemania y las amenazas de disgregación. China viene desde hace años anunciando un giro hacia apoyarse de forma creciente en su mercado interno, pero mostrando avances muy magros, mientras se suman amenazas (problemas crediticios en municipios y provincias, exceso de inversiones) que podrían empujar a un crecimiento más bajo que el actual, exacerbando las tensiones sociales. Los impactos no dejan afuera ningún lugar del planeta. Lo mostró la primavera árabe: el corrosivo que carcomió definitivamente los cimientos de las dictaduras de Medio Oriente fueron los desbarajustes de la crisis, que se tradujo allí en inflación y crisis fiscales. Lo muestran hoy los síntomas de agotamiento en varias de las economías que más crecieron en los últimos años, que se vieron además trastornadas por la amenaza de recorte de los estímulos monetarios en los EE.UU., que iniciaron una salida de capitales de las mal llamadas “economías en desarrollo” (con India, Indonesia, Turquía, entre los más golpeados).
Aunque la situación se muestra hoy contenida, las “fallas estructurales” amenazan con acrecentar las tensiones entre las potencias (y los aspirantes a serlo), ya que exigen una reestructuración de las relaciones globales para restablecer condiciones de crecimiento. Difícilmente puedan ganar todos. EE.UU., el único potencialmente capaz de imponer una coordinación, arbitrando costos y beneficios, ha perdido capacidad como árbitro. Esto lo puso en evidencia, por estos días, su fracaso en impulsar un ataque a Siria, y la forzada aceptación del plan de Rusia para evitar un ataque. Resulta optimista opinar que la crisis actual podrá metabolizarse sin un salto en los conflictos, entre las clases y entre los Estados.
A seis años del comienzo de la crisis, las clases dominantes aprovechan el hecho de que los trabajadores y sectores populares aún no desafían la dictadura del capital, para continuar apostando a las alquimias monetarias y lanzando zarpazos contra el nivel de vida de las masas. Sólo si la clase trabajadora da su respuesta, expropiando a los expropiadores capitalistas, podrá torcerse este destino y establecerse una producción al servicio de las necesidades sociales y no de la ganancia y la especulación.

Esteban Mercatante

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