miércoles, 22 de agosto de 2012

Sudáfrica: el Shaperville neoliberal



Hemos visto como la policía disparaba sus armas automáticas contra una multitud que les tiraba alguna que otra piedra, y que enseñaba sus palos y algún que otro machete, algo que es de los más normal en el país más inseguro del continente...
El asesinato a la vieja usanza por parte de la policía sudafricana –que siempre fue multirracial, vean sino la película de Morgan Freeman, Bopha, con Danny Glover-, de 34 mineros en huelga en la operación represiva más sangrienta desde que concluyó el apartheid, ha removido los cimientos de una sociedad que había mudado de piel pero en la que, como en todas partes, la prepotencia de los poderosos se ha ido haciendo más y más ostensibles todavía que en aquellos años en los que la mayoría negra permanecía encarcelada en su propia país.
Ahora ya no se trata de los testimonios de los sobrevivientes. La “masacre” ha sido repetida en los telediarios, rememorando una vez más la vieja escena del talón de hiero del Estado al servicio de las que se enriquecen del trabajo ajeno. Hemos visto como la policía disparaba sus armas automáticas contra una multitud que les tiraba alguna que otra piedra, y que enseñaba sus palos y algún que otro machete, algo que es de los más normal en el país más inseguro del continente. El hecho de que personaje que evidenciar una vez más que la policía es la policía.
Como en los “buenos tiempos” en los que el “apartheid” era estimado como un modelo específico de desarrollo separado por las elites gobernantes de Occidente, pasaron hasta 12 horas de silencio oficial. No fue hasta entonces que el ministro de policía Nathi Mthethwa. Además de los muertos ha habido una gran cantidad de personas heridas, y son muchos los familiares que no saben nada de los suyos, todos ellos mineros cuyas condiciones de trabajo y de vida resultan tanto más insultantes al lado de los beneficios de la multinacional británica. Es por eso que desde el viernes 10 de agosto, centenares de huelguistas, reclaman subidas salariales. Cobran el equivalente de 400 euros al mes, viven en tugurios junto a la mina, sin agua corriente. “Es nuestro trabajo el que hace ricos a las compañías mineras y no nos podemos dar una vida decente” explicaba uno de ellos.
Como no podía ser menos, la matanza, ocurrida en la planta de platino Marikana de Lonmin, ha sido justamente comparada con la de 1960 de Shaperville cerca de Johannesburgo, el lugar ya tristemente célebre donde la policía racista se “defendió” de la multitud abrió fuego y dejando en el suelo a más de 50 muertos, entre ellos mujeres y niños. También los había entre los mineros negros, porque los blancos todavía no descienden a los pozos de las minas. Este paralelismo ha planteado un interrogante: socialmente hablando, ¿algo ha cambiado desde 1994, cuando Nelson Mandela dejó atrás tres siglos de dominación blanca para convertirse en el primer presidente negro de la mayor economía del continente?
El diario Soweto cuyo nombre es un homenaje al mayor municipio negro de Sudáfrica donde hubo otra matanza mayor y no menos célebre, contesta a esta pregunta: "Ha ocurrido antes en este país donde el régimen del apartheid trató a la gente negra como objetos (…) Ahora está continuando bajo una forma distinta". La resistencia al “apartheid” ganó la batalla contra el régimen del “poder blanco” en un momento de restauración neoliberal, después de la descomposición del llamado “socialismo real2, y a continuación que la maniobra “contra” del fascismo exterior norteamericano hubiera cerrado el camino a las crisis revolucionarias abiertas en Centroamérica tras la victoria de los sandinistas contra Somaza y sus compinches del Norte. El planteamiento de seguir hasta el final, se vio amenazado por un posible baño de sangre, y así lo anunciaba la derecha racista con no pocas complicidades internas y externas. Entonces Mandela y el ANC (y el PC sudafricano que entró en el gobierno ante el escándalo de la derecha que, finalmente, casi ha dado las gracias a dios) tomaron el camino del medio…
Limitaron el alcance de la resistencia a una revolución política antirracista, lo que bajo los viejos esquemas de socialdemócratas y estalinistas se entendió como una “primera etapa”, un paso intermedio que debería preparar el trayecto para la “meta final”. Sin embargo, esa segunda etapa nunca llegó, es más, ni tan siquiera se planteó. Después de la victoria, lo que ha visto la mayoría trabajadora es que un sector del ANC se ha enriquecido, y tiene casas tan grandes como los blancos. Al mismo tiempo, como consecuencia de las medidas neoliberales, las condiciones de vida de la mayoría no han hecho más que empeorar. Esto es tan evidente que un señor tan conservador como Clint Eastwood lo subraya al final de Invictus (20109, hecha a la mayor gloria del talento político de Nelson Mandela (Morgan Freeman) que supo solventar un problema de conciliación a través del deporte. Pero ese no era “el problema”. Esa foto en la que aparece como secuestrado por Bill Clinton –que bajo otros modales sirvió a los mismos señores que tiranizaron Sudáfrica, produce desazón por no decir otra cosas.
Se acabó el “apartheid” pero siguió la lucha de clases, ahora con una patronal “limpia” de connotaciones fascistas, y por lo tanto más agresiva si cabe que antes. Pero esta matanza nos devuelve a la memoria de Shaperville y Soweto, “retrata” un sistema en el que las multinacionales tienen todos los derechos (hasta el derecho de casi no pagar impuestos), y los trabajadores muy pocos.
En esas estamos, con una patronal que emplea al gobierno del ANC con su guardia armada, y con unos mineros dispuestos a no claudicar.
Entre tanto, Sudáfrica acaba de pasar otra página.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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