domingo, 3 de junio de 2012

Engels: la utopía como fuerza de cambio.



Eduardo Galeano escribió una vez que pocas cosas son más útiles, productivas y sobre todo realistas que las utopías. Estas son como el horizonte, al que nunca alcanzaremos, pero que nos permite avanzar. Esto viene a cuento de la alegría que me produjo la aparición de una nueva edición del gran libro de Friedrich Engels, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, que Ediciones Luxemburg publicó en su Colección "Batalla de Ideas" que tengo el honor de dirigir.
Como todos los libros de esa Colección, el texto de los autores que publicamos va siempre precedido por un extenso estudio introductorio sobre el libro, para situar en el contexto contemporáneo las reflexiones, argumentos y datos que los clásicos utilizaron en unas coordenadas espacio-temporales completamente distintas. Pero, si son clásicos es porque sus obras guardan una permanente actualidad, y son pródigas en valiosas enseñanzas para las luchas emancipatorias de nuestro tiempo. En este caso el estudio introductorio a la obra de Engels lo realizó Fernando Lizárraga, uno de los intelectuales más lúcidos de su generación y autor de una de las obras más interesantes de los últimos tiempos que esperamos bien pronto se encuentre disponible en la Argentina: El Marxismo y la Justicia Social. La idea de igualdad en Ernesto Che Guevara. A continuación reproducimos unos pocos párrafos de la introducción de Lizárraga al libro de Engels.

Atilio Boròn

Estudio Introductorio
“Pérdida y recuperación de la utopía”
Fernando Lizárraga

En una de las primeras ediciones norteamericanas de Socialism: Utopian and Scientific, publicada en Chicago por Charles H. Kerr & Co., en 1907, el editor no dudaba en calificar a esta obra como “uno de los libros más notables del siglo XIX” (Kerr, 1907: iii)[ ]. A su juicio, el socialismo de Marx y Engels ya había alcanzado una posición de liderazgo en Europa, donde se lo reconocía como “la esperanza de los trabajadores y el terror de los poderosos” (Kerr, 1907: iii). Rebosante de optimismo, vaticinaba una rápida difusión de la nueva teoría en Estados Unidos, país en el cual veía un escenario propicio “para la organización de los trabajadores manuales e intelectuales en un partido destinado a construir un nuevo y mejor orden social a partir de las ruinas del capitalismo” (Kerr, 1907: iii). En la edición de 1908, Kerr celebraba que el folleto engelsiano circulara “más rápido que nunca” y que las cifras de ventas superasen los pronósticos más auspiciosos: entre 1883 y 1892, unos 20 mil ejemplares fueron impresos en Alemania, mientras que en Estados Unidos se vendieron cerca de 30 mil en apenas ocho años. “Las muchas ediciones exigidas por la creciente demanda han gastado las planchas, y ahora lo estamos reimprimiendo de un modo más atractivo”, se entusiasmaba Kerr (1908: 7). El imprentero de Chicago, convencido de que Engels era “el escritor socialista más importante después de Marx”, se animaba a afirmar que esta obra ya no necesitaba un prefacio, puesto que “junto con el Manifiesto Comunista es uno de los libros indispensables para quien desee comprender el movimiento socialista moderno” (Kerr, 1908: 7). Un siglo después de las vehementes efusiones de Kerr, Ediciones Luxemburg entiende que la obra del alter ego de Karl Marx reclama el estudio preliminar que aquí presentamos, sin otra pretensión que la de aportar algunos elementos para la discusión del claro y contundente texto engelsiano. (clic abajo en Más Información)
Tal como explica Engels en el “Prólogo a la edición inglesa de 1892” –que se incluye en este volumen–, Del socialismo utópico al socialismo científico (en adelante, SUSC) fue concebido como un folleto de divulgación a pedido de Paul Lafargue, líder socialista francés y yerno de Karl Marx. La primera edición francesa se publicó en 1880 y sin demora se tradujo a una decena de idiomas. Como es sabido, las traducciones suelen ser fuente de muchos y pedurables equívocos. Por eso, la primera advertencia que debemos realizar se refiere al título de la obra. La traducción de Lafargue se tituló Socialisme utopique et socialisme scientifique, mientras que las primeras versiones inglesas utilizaron una estructura similar: Socialism: utopian and scientific. Es probable que aquí se haya originado la extendida visión –muy habitual entre lectores de solapas– que atribuye a Engels un profundo desdén hacia el socialismo utópico y una exaltación casi fanática del socialismo científico. Sin embargo, cuando se analiza el título en alemán, las cosas cobran otro cariz. Engels eligió decir Die Entwicklung des Sozialismus von der Utopie zur Wissenschaft, que debe traducirse como El desarrollo (o la evolución, o el despliegue) del socialismo desde la utopía hasta la ciencia (el título de la presente edición, Del socialimo utópico al socialismo científico, conserva el sentido del original en alemán)[ ]. La clave del problema –que retomaremos en las siguienes páginas– reside en que la palabra Wissenschaft se traduce normalmente como ciencia, pero la voz germana designa un modo de conocimiento mucho más amplio y que posee menos resonancias positivistas que las voces inglesa, española o francesa (Jameson, 2005: 48). Por lo tanto, es preciso establecer sin dilación que el socialismo científico no es lo contrario del socialismo utópico, sino (acaso) su consecuencia necesaria; no marca una ruptura absoluta, sino una superación de los primeros escarceos de los utópicos.

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En nuestros días, la posición de Lenin en cuanto revalorización del impulso utópico merece ser tenida muy en cuenta. Al mismo tiempo, es preciso dotar a este impulso de contenidos mínimos que prefiguren una sociedad deseable y posible. Mientras prolifera el culto a lo fragmentario y lo incomunicable, a las meras superficies sin esencias, a los significantes vacíos y a un escepticismo radical, la utopía reclama ser vista como una forma, un gesto y hasta un programa perfectamente contestatario, puesto que sus “propios excesos y su compromiso con lo absoluto y con lo absolutamente irrealizable e imposible, paradójicamente, muy a menudo ha tenido un impacto concreto sobre […] la praxis política misma” (Jameson, 2005: 211). La imaginación utópica, entonces, puede (y debe) operar en términos de disrupción, puesto que “la forma utópica en sí misma es la respuesta a la convicción ideológica universal de que no hay alternativa posible, de que no hay alternativa al sistema. Pero lo afirma forzándonos a pensar en la ruptura misma, y no ofreciendo una imagen más tradicional de cómo serán las cosas luego de la ruptura” (Jameson, 2005: 232).
Engels y Marx acometieron oportunamente la tarea de situar al socialismo “en el terreno de la realidad”; formularon una teoría indispensable para la crítica y la transformación social; recorrieron el trabajoso camino desde la utopía hasta la ciencia. Su legado vale tanto por las respuestas que hallaron cuanto por los interrogantes que dejaron para las generaciones futuras. Hoy, ante un panorama en el cual no se distinguen con claridad los actores que efectuarán la esperada ruptura revolucionaria, la imaginación utópica vuelve a reclamar su lugar, “nos obliga precisamente a concentrarnos en la ruptura misma” y nos exige “una meditación sobre lo imposible, sobre lo irrealizable por derecho propio” (Jameson, 2005). Un programa radical que busque construir una sociedad alternativa, desde sus principios y valores hasta sus modos institucionales, deberá explorar sin temor ni descanso el horizonte de la utopía.

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