miércoles, 15 de julio de 2009

Golpe en Honduras: el Alba en acción



Nuevos parámetros en América Latina

Washington no podía perdonar lo ocurrido en San Pedro Sula (3 de junio). Allí, en territorio hondureño, Estados Unidos sufrió una afrenta sin precedentes en la historia de los grandes imperios. Después de medio siglo de infamia, Cuba fue reivindicada por su expulsión de la OEA en 1962 y Washington sufrió una derrota moral de la cual no es posible sobreponerse. Además el leit motiv de aquella reunión era la “no violencia”.
Antes de eso, Honduras se había sumado al Alba. De la mano del presidente Manuel Zelaya, figura imprevista en el escenario regional, el país centroamericano se incorporó a un proyecto estratégico diferente y contrario al trazado por el imperialismo. Era demasiado. No había otra alternativa, para ellos, que pasar a la acción. Allí está el contenido esencial del grotesco y ya fallido golpe de Estado del 28 de junio contra el gobierno hondureño.

Respuesta del Alba

Como de rayo, el Alba salió al cruce del manotazo, mientras en Honduras comenzaban a movilizarse las fuerzas que respaldan a Zelaya. En la noche misma del domingo 28, en ocasión de una reunión de presidentes centroamericanos, se realizó en Managua una reunión extraordinaria de los mandatarios del Alba.
Incluso sin oír o leer los extraordinarios discursos allí desgranados, la foto de esa mesa basta para comprender que una situación radicalmente nueva se ha afirmado en América Latina: el Alba, otra vez plantada frente al imperio, con definiciones netas, con la resolución y las capacidades suficientes para decirle a Washington que el golpe no sería aceptado. Mientras tanto, en cada país hubo expresiones de rechazo al golpe, movilizaciones de mayor o menor envergadura pero en ningún caso omisión. La OEA se reunió de emergencia: ¿qué podía hacer? ¿Identificarse con los golpistas? En vista del desarrollo de los acontecimientos, la Unión Europea condenó la interrupción de la institucionalidad. Ya con la región en pie de lucha y con una dirección política continental corporizada en el Alba, el presidente Barack Obama primero y su secretaria de Estado después, Hillary Clinton, tomaron distancia de los golpistas sin comprometerse exigiendo el retorno de Zelaya. No había espacio para ambigüedades, sin embargo. “No sólo hemos venido a dar declaraciones; es un plan jurídico, político y social el que hay que elaborar para apoyar al pueblo de Honduras (...) no hay negociación posible con estos golpistas. Que renuncien. Hay que ser muy firmes, como las rocas, ante unos golpistas a los que hay que decirles que entreguen el gobierno al presidente Manuel Zelaya y sin condicionamientos”. En ese momento, en Honduras se decretaba una huelga general con bloqueo de todas las rutas. La insurrección del pueblo contra los golpistas.

El papel de la Casa Blanca

No es el caso de preguntarse acerca de la subjetividad del presidente estadounidense ante semejante coyuntura. Los hechos son muy claros. Barack Obama posterga acciones inequívocas en la política exterior estadounidense. No da prueba alguna de un cambio real. Tampoco afirma la continuidad de su sucesor. No se trata de un período de acumulación de fuerzas del flamante Presidente para luego dar un mazazo al dispositivo de poder imperialista. Se trata de una calculada prolongación de expectativas, dentro y fuera de Estados Unidos, respecto del vuelco radical con el que se ilusionó buena parte del mundo. Ésa es la estrategia imperialista en el plano de lo que podría llamarse “relaciones públicas” de la Casa Blanca ante el mundo.
Mientras tanto, el Departamento de Estado y el Pentágono continúan en su faena. La de siempre. Con la diferencia de que ahora los estrategas del imperialismo han dado por cerrada la etapa de control mediante gobiernos constitucionales en América Latina, inaugurada tres décadas atrás con la administración de James Carter. Ya están desplegadas en una operación múltiple destinada a demoler moralmente, calumniar ante el mundo, asesinar o derrocar a aquellos gobernantes definidos por una estrategia de independencia, soberanía y confrontación franca con las causas profundas del atraso y la miseria.
La lista de hechos que comprueban esta afirmación es interminable, pero se destacan los siguientes:
- conspiración para asesinar a Evo Morales mediante un comando de mercenarios extranjeros;
- maniobra para culpar al presidente de Guatemala, Álvaro Colom por el asesinato de un abogado al que se obligó a grabar un video anunciando que sería ultimado por orden de éste (en esto la vanguardia operativa fue la cadena CNN);
- intento de derribar con misiles el avión en el que Hugo Chávez y Evo Morales debían aterrizar en San Salvador para la ceremonia de asunción del presidente Mauricio Funes;
- ofensiva internacional de la prensa comercial contra Hugo Chávez;
- declaraciones del jefe del Comando Sur, Douglas Fraser: “me inquieta el crecimiento militar de Venezuela porque no sé qué amenaza ven (...) no percibo ninguna amenaza militar convencional en la región y no sé por qué consideran necesario reforzar sus Fuerzas Armadas de la forma en que lo están haciendo”, dijo Fraser, tergiversando groseramente la realidad de una carrera armamentista en la región encabezada por Colombia y Chile, en la que la inversión militar de Venezuela no tiene punto alguno de comparación.
Sobre esa dinámica, no hay duda alguna. La incógnita al momento de enviar estas páginas a imprenta –madrugada del 29 de junio– es si Washington cederá como lo hizo en Bolivia el año pasado, o si, en cambio, buscará una acción ejemplificadora; es decir, un baño de sangre del pueblo hondureño antes de dejar librados a su suerte a los golpistas.

Luis Bilbao
América Siglo XXI

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