jueves, 9 de octubre de 2008

El incómodo ejemplo del Che



Dedicado a quienes, como el Che, no asumen la revolución para vivir de ella, sino que la llevan en el corazón para morir por ella.

Imagen indiscutible de la revolución mundial, Ernesto Guevara de la Serna, el Che, argentino de nacimiento, médico de profesión y cubano por elección, pero revolucionario de convicción, siempre trasciende el limitado marco de la comercialización de su imagen legendaria para convertirse, ahora con mayor vigencia y simbolismo, en la referencia obligada de la lucha de nuestros pueblos contra el imperialismo y la dominación capitalista globalizadora de nuestros tiempos.
Ciertamente, más allá del mito, está el legado de su ejemplo y pensamiento. Está su vocación de revolucionario internacionalista que le hizo desechar los prejuicios chovinistas que exhiben algunos seudo-revolucionarios para quienes la revolución es, simplemente, un proceso que debe desarrollarse exclusivamente fronteras adentro, sin comprender cabalmente que la misma integra una lucha continua y solidaria con los demás pueblos del planeta, como lo demostró en Guatemala, en 1954, cuando Estados Unidos hizo derrocar al Presidente Jacobo Árbenz y, luego, al acompañar a Fidel Castro y a otros ochenta combatientes cubanos para iniciar una guerra de guerrillas que, finalmente, derrotó la dictadura pro-yanqui de Fulgencio Batista, en 1959. Esa visión internacionalista de la revolución lo equipara a Bolívar y a otros tantos revolucionarios latino-caribeños, así como le indujo a dejar la vida burocrática en Cuba e incorporarse a las guerrillas que combatían el colonialismo europeo en África; llegando a acariciar la idea no consumada de unirse a la lucha armada en Venezuela, pero que, finalmente, se concretaría en lo que sería el epílogo de su aventura revolucionaria: Bolivia.
A la par de sus dotes militares conocidas, el Che se mostró también preocupado por disponer tanto de las herramientas ideológicas como técnicas, con las cuales destruir el orden imperante de explotación y alienación creado por el capitalismo, y construir en su lugar uno nuevo, en el cual prevaleciera la emancipación integral del ser humano. Así, teorizó sobre el hombre nuevo que debía emerger para la construcción de esa sociedad de nuevo tipo que visualizaba en el socialismo. “Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser hombre de acción -como lo recordara Fidel en ocasión de la velada en memoria del Che, el 15 de octubre de 1967- sino que Che reunía como revolucionario las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha. Constituyó, por sus virtudes, lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario”.
Aunado a ello, siempre quiso estimular la conciencia revolucionaria mediante el trabajo voluntario, sin remuneración alguna, basado en estímulos morales, buscando que hombres y mujeres se convirtieran por igual en esa fuerza vital necesaria para lograr los cambios estructurales implícitos en cada Revolución y en todo momento. Según el Che, el liderazgo revolucionario –si es auténticamente revolucionario- cuestiona todo lo tradicional. De ahí que, estudioso de Marx, Engels y Lenin, llegara a cuestionar el dogmatismo soviético que contradecía los postulados ideológicos del materialismo científico y que devino en un nuevo modelo de capitalismo y de opresión colectiva e imperialismo a nombre del proletariado. Para él, cualquiera que antepusiera sus intereses particulares a los del colectivo, no merecía el honroso calificativo de revolucionario. Por ello, su ejemplo resulta demasiado incómodo para algunos, aunque luzcan su efigie en franelas y afiches.

Homar Garcés

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