miércoles, 29 de octubre de 2008
Defendiendo a Cuba nos defendemos
No hay razón ni principio ni argumento posible con qué defender el bloqueo a Cuba de los Estados Unidos y de todas las empresas, situadas en distintos países del mundo, vinculadas económicamente a empresas de los Estados Unidos.
El bloqueo no es una mera sanción económica abstracta sino que detrás del bloqueo, como siempre ocurre en la economía, hay vidas concretas. Sólo dos ejemplos:
Uno: La firma Intervet, de Holanda, suministraba a Cuba una vacuna de inmunización animal. Pero el gobierno norteamericano informó a esa empresa del riesgo que corría. La vacuna contiene un tanto por ciento de un antígeno producido en los Estados Unidos: a los directivos de Intervet-Holanda se les notificó que de continuar con las ventas se les podría, además de multar, cerrar sus sucursales en territorio estadounidense. Vidas concretas, vidas de los trabajadores de esa empresa holandesa, vidas de los animales en la Isla, vidas de las personas que trabajan con los animales, etcétera.
Segundo ejemplo: Los niños cubanos con tumores óseos no pueden tener acceso a las llamadas endoprótesis para sustituir amputaciones. Estas endoprótesis aumentan de tamaño a medida que el niño va creciendo, se solicitan de manera individual y deben estar listas en el momento de la operación. Como los Estados Unidos no acceden a vendérselas a Cuba, es difícil que lleguen a tiempo desde otros países más lejanos. Vidas concretas, la diferencia entre crecer con dos piernas o con una sola, con dos brazos o con uno solo.
Son ejemplos de entre cientos de miles que podrían tomarse.
Mientras dura, cada uno de los días desde hace cuatro décadas, esa agresión ilegítima, los que defendemos a Cuba tenemos en nuestros países que atender a otra clase de agresión, sin duda menor pero constante y ante la que resulta difícil combatir en igualdad de condiciones. Se trata del uso de la mentira amparado y no solo amparado, a menudo propugnado por los grandes medios de comunicación.
Tenemos que leer día tras día cómo hubo 75 disidentes que fueron condenados a penas de prisión en Cuba, se dice, se miente, por expresar libremente sus ideas. Es muy sencillo demostrar que no fue así. Lo fueron por ejecutar hechos con el objeto de que sufriera detrimento la independencia del Estado cubano. Lo fueron por colaborar con la ley norteamericana del bloqueo, y sabemos que, por ejemplo, en Canadá colaborar con esa ley también es un delito pues de tal modo se entiende que atenta contra el derecho que tiene todo Estado a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social.
Lo sabemos, pero es cansado saberlo y no poderlo decir públicamente. En este sentido, cuando tanto se habla de libertad de expresión, algún día debiera empezar a decirse que la libertad real de expresión consiste, como mínimo, en poder replicar en el mismo medio y con el mismo espacio a cada mentira que haya sido publicada.
Quienes defendemos a Cuba tenemos que buscar la verdad en lugares distintos a los grandes periódicos o las grandes emisoras. Pero la verdad está, por el momento al menos, accesible aunque no sea por caminos llanos.
Debemos seguir buscando esa verdad. Y no porque la Revolución cubana necesite que lo hagamos, sino porque nosotros y nosotras lo necesitamos. Porque defendiendo a Cuba nos defendemos. Porque si abandonáramos a la Revolución cubana nos abandonaríamos a nosotros mismos.
Entre las mentiras que se lanzan contra Cuba figuran a veces supuestas violaciones de los derechos humanos. Deberíamos recordar a quienes tanto usan esas dos palabras, que los derechos humanos a los que acuden tienen una legitimidad revolucionaria. Fueron proclamados después de luchas duras y difíciles. Aún así, sabemos bien que son muy pocos quienes disfrutan realmente de esos derechos, pongamos a la educación, a la asistencia médica, al trabajo, pongamos incluso a la vida.
Sabemos más, sabemos que esos derechos a veces están formulados de manera confusa: ¿qué es el derecho a “un nivel de vida adecuado”? ¿Adecuado tal vez en función de la clase social a la que se pertenezca? ¿O qué es, por ejemplo, el derecho a una limitación “razonable” de la jornada de trabajo? ¿Razonable para quién, para el empresario, o para el trabajador?
Sabemos, por último, que la lucha de la Revolución cubana, que es la nuestra, es la lucha contra los mecanismos que impiden que esos derechos lo sean de todas las personas, mecanismos que, en ocasiones, pueden estar incluso dentro de la misma declaración. Derecho a la libertad, de acuerdo, derecho a todas las libertades menos, decimos, a la libertad de unas personas de explotar a otras.
Defendemos a Cuba porque no queremos que nos exploten, que nos mientan, que nos llenen del miedo pequeño y servil que va haciendo las ciudades más angostas, las calles más oscuras, las habitaciones más solas, las vidas más diminutas y tristes y acobardadas.
Defendemos Cuba con las mismas palabras que Bertolt Brecht escribió un día en su canción de las buenas gentes.
“A la Revolución cubana se la conoce que resulta mejor cuando se la conoce. La Revolución cubana invita a mejorarla, porque ¿qué es lo que a uno le hace sensato? Escuchar y que le digan algo”.
Pero, al mismo tiempo, mejora al que la mira y a quien mira. No sólo porque nos ayuda a buscar comida y claridad, sino, más aún, nos es útil porque sabemos que vive y transforma el mundo.
Belén Gopegui (La Época)
28 de Octubre 2008
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