miércoles, 4 de febrero de 2015

La espada del racismo (respuesta a “En Europa, con la pluma y la espada” de Julio María Sanguinetti)


A propósito del atentado de París, un paladín sudamericano, tanto del sionismo como de otras nobles causas, escribió un artículo en el que exhibe su celo democrático, laico y tolerante (1).

Sanguinetti afirma que Europa aún no asume que está en guerra con los musulmanes desde hace más de mil años, una guerra no sólo de culturas sino de tiempos, por "lo largo y profundo que es el conflicto entre el Occidente judeocristiano y el Oriente musulmán, que viven, culturalmente hablando, en siglos distintos".
Sanguinetti dice una verdad al tiempo que comete un error historiográfico. Antes de analizar este error es necesaria una aclaración: los cristianos europeos no sólo se dedicaron a guerrear y comerciar con los musulmanes; también comerciaron y guerrearon a placer con los americanos, los africanos, las gentes del extremo oriente y con aquellos que vivían en las islas del pacífico sur. En síntesis: guerrearon contra todo lo que pudieron y esclavizaron todo lo que se les cruzó por el camino y aunque todo el tiempo el fanatismo religioso cristiano parecía venir a cuento, el verdadero motivo de todas estas guerras era muy otro y mucho más terrenal (2). Pero dejemos esta cuestión del carácter belicoso de los europeos y veamos ese otro aspecto que olvida mencionar Sanguinetti.
Nadie duda que musulmanes y cristianos (él los llama, astutamente, judeocristianos) se dedicaron a cercenarse las cabezas recíprocamente en tanto resbalaban en una papilla de barro, carne y sangre; sin embargo, afortunadamente, también se dedicaron a hacer unas cuantas buenas cosas que suele olvidar la idea del "Choque de civilizaciones". Esta idea me recuerda un documental de la National Geographic en el cual se nos presentaba a la naturaleza como un eterno conflicto entre el mundo vegetal y el animal. Allí estaba la fruta lo más campante hasta que venía el mono y se la comía. ¡Vencía el mundo animal! Pero hete aquí que obligado por inexorables leyes fisiológicas, el mono tenía que abandonar el carozo de la fruta, el cual depositaba en tierra acompañado del correspondiente abono.
¡Triunfaba así el mundo vegetal! Esta peregrina idea de la guerra entre el mundo animal y el vegetal, llevada al terreno de la sociología, es la idea del choque de civilizaciones. La experiencia histórica parece ser un poco más compleja, y en todo caso, si algunas civilizaciones o culturas chocaron entre sí, como la cristiana y la azteca, también vivieron, unas más que otras, una serie de intercambios. En el medioevo, desde la perspectiva de los descubrimientos científicos y técnicos, no había punto de comparación entre la vida de los musulmanes y la de los cristianos europeos. Cuando los campesinos y reyes no se bañaban ni al cruzar un río en plena tempestad, los musulmanes habían edificado hammanes donde purificaban el cuerpo, lo masajeaban y perfumaban. Cuando los médicos en Europa mataban a sus pacientes a fuerza de sangrías, en el mundo musulmán traducían a los clásicos griegos y descubrían la circulación pulmonar.
Cuando en Europa los reyes no sabían qué era leer, los musulmanes fabricaban papel, erigían bibliotecas por doquier y desarrollaban el álgebra. La diferencia existente en higiene, medicina y matemáticas, se trasladaba a la literatura, la astronomía, la arquitectura, la música, la gastronomía y los modales. Cierto historiador del medioevo europeo afirmó que en aquella época "Europa no podía hacer flotar un sóla tabla en el Mediterráneo". Los que hacían flotar cosas y las llevaban de aquí para allá, eran los musulmanes, que afortunadamente transmitieron su sabiduría a Occidente. No crea el lector que esta sabiduría musulmana fuera una creación original. Normalmente no suceden así las cosas y desde tiempos inmemoriales las culturas aprenden unas de las otras: los árabes incorporaron y ampliaron la sabiduría de los indios, persas, griegos y hebreos.
Pero Sanguinetti, al mentar este "choque de civilizaciones", está interesado en destacar la lucha contra el fanatismo, lucha de la cual la sabia Europa logró emerger: "Se precisaron varios siglos para que la Ilustración volteriana, retomando ideas renacentistas, lograra avanzar en un proceso de secularización que fue delimitando los ámbitos del Estado y de la religión. Ese proceso fue una de las grandes conquistas del liberalismo europeo". Se trata, por lo tanto, de una guerra de la tolerancia y la laicidad contra el fanatismo autoritario. Lo curioso del caso es que para Sanguinetti "el único refugio de cierta racionalidad laica son los ejércitos (caso Egipto o Turquía)". Por lo visto, las revoluciones del 2011, que reclamaban democracia y dignidad al grito de "Queremos la caída del régimen", las cuales derrocaron nada menos que a cuatro dictadores sanguinarios, nunca sucedieron (3) (a propósito, esos cuatro dictadores sanguinarios se caracterizaban por ser laicos que encarcelaban musulmanes). Aunque parezca extraño, aquel sorprendente movimiento democrático del 2011 terminó de ser liquidado por los laicos: ya sea por el triunfo de los funcionarios del gobierno del dictador derrotado en Túnez, o por el golpe de Estado contra el gobierno democrático en Egipto, llevado a cabo por los militares, "el único refugio de cierta racionalidad laica".
La laicidad y otras "grandes conquistas del liberalismo europeo", aunque aconsejables, distan mucho de ser suficientes, cosa que bien sabemos los uruguayos, que a pesar de "las conquistas del liberalismo" sufrimos una dictadura macabra, y cosa que bien sabe Alemania, el más culto y civilizado de los países europeos.
Cuando los musulmanes intentan un "proceso de secularización que delimite los ámbitos del Estado y de la religión" suelen toparse con el escollo de sus aristocracias, que toman el expeditivo camino de cortar a los rebeldes los dedos, la lengua o en su defecto, la cabeza. Ahora ¿cómo tienen tal poder esas aristocracias nativas? Por varios factores, entre los cuales se encuentra la tolerante, laica y culta Europa y su aliada USA, que dominan el globo estableciendo alianzas con dichas aristocracias, sea en América, África, Asia u Oceanía.
Esto es algo tan obvio, que obliga a Sanguinetti a decir: "Lo que nos lleva a la inmoralidad de algunos países árabes (Arabia Saudita, por ejemplo) que financian a los terroristas para comprar paz interna mientras mantienen con Estados Unidos una alianza cínica en que se mezclan ventas de armas y de petróleo". En las revoluciones del 2011 las gentes de Bahrein reclamaron democracia, tolerancia y laicidad, pero fueron masacrados por la invasión de Arabia Saudita, que tuvo buen cuidado, por añadidura, de cercar los hospitales para evitar que los heridos fueran atendidos. ¿Con qué armas la familia propietaria de Arabia Saudita logró ejecutar esta masacre? Ya lo dijo Sanguinetti. ¿A partir de cuándo se ha generado este intercambio de petróleo por armas? A partir del fin de la segunda guerra y su correspondiente reordenamiento mundial, cuando en el pacto del Quincey Arabia Saudita entrega el petróleo a EEUU, a cambio de que EEUU le permita imponer su modelo reaccionario allí donde pueda.
Mas Sanguinetti, a contrapelo de lo que viene escribiendo, aclara que el problema no son los musulmanes en general, sino los fanáticos del Estado Islámico, Al Qaeda y Hamás. El objetivo de estas gentes es "instalar una suerte de teocracia totalitaria y para ello ir, paso a paso, derrumbando gobiernos árabes con cierto pluralismo y liquidar la prenda de la corona, que es Israel. Si éste cayera, o perdiera apenas alguna batalla significativa (Jerusalén, por ejemplo), la oleada en Europa Occidental sería imparable y allí se sumarían, consciente o inconscientemente, todos los que hoy se sienten desamparados por el sistema democrático y capitalista."
Ya vemos que Israel no sólo es nuestra garantía contra el Islam, es en suma una garantía contra el mal universal. Europa se debe preparar para defender el bien y la tolerancia contra los fanáticos que no sólo la atacan a ella (no queda claro por qué, pero se supone que por el simple hecho de ser fanáticos) sino también a los gobiernos árabes moderados y a "la prenda de la corona", el Estado de Israel: "la única frontera democrática en medio de un mar de dictaduras". No se puede tachar al autor aquí de esa cosa muy mal vista en algunos círculos sociales: ser original. El tropo de una isla de democracia, en este caso una frontera, en un mar de dictaduras, ya lo hemos leído hasta decir basta, así como esa advertencia de que si Israel cayera sería el final de la civilización. No sólo los musulmanes, sino todos los que tienen alguna cuenta pendiente con Europa, o con el capitalismo, se nos vendrían encima: desde los indígenas americanos y los izquierdistas en general, hasta los negros, los aborígenes australianos y los zombies (la expresión hollywoodense de todo lo anterior).
A causa de este riesgo, Sanguinetti nos alecciona y de esta manera rubrica su artículo: "Toda la emoción de París, si para algo debe servir es justamente para entender que somos más los que estamos de este lado, y que si creemos en las libertades y en la razón, en que al "César lo que es del César y a Dios lo que es Dios", debemos usarlas para defenderlas como fue siempre, con la pluma y -desgraciadamente- también la espada". Dos consideraciones nos merece este párrafo: 1- si el articulista hubiera hecho un esfuerzo, no hubiera logrado una sintaxis más penosa e inextricable; 2- Sanguinetti propone aplicar un remedio que en rigor es una de las causas de la enfermedad.
La espada imperial coadyuva al nacimiento del Estado Islámico, Al Qaeda y Hamás, a la vez que respalda y fortalece a las reaccionarias aristocracias nativas. El reclamo de Sanguinetti por más espadas se traducirá en peores condiciones para los inmigrantes en toda Europa y USA y alentará a los neofascismos, que afilan sus dientes para impedir que los inmigrantes disfruten de las grandes conquistas del liberalismo europeo". A su vez, este reclamo islamofóbico se convierte en la cobertura ideológica de las invasiones y el expolio al mundo musulmán que luego devienen en fanatismo islámico. Un fanatismo no existe sin el otro y entre sí se alimentan.
En estos días en que se nos recuerda a los que murieron en Auschwitz y a todos aquellos que sufrieron a causa del fanatismo, el racismo y la estupidez que cundía en la culta Europa, a pesar de la "Ilustración volteriana" que retomaba "ideas renacentistas", no podemos dejar de pensar en los judíos de hoy: los musulmanes emigrados a Europa, los musulmanes que deben soportar sus propias dictaduras y los musulmanes sobrevivientes en Gaza y Cisjordania, sobre los cuales, sin duda, volverá a caer la espada, en tanto desde los cielos, coros de blancos ángeles entonarán las estrofas del himno del choque de civilizaciones, para la mayor gloria de Dios, la laicidad y la tolerancia.

Marcelo Marchese

(1) http://www.lanacion.com.ar/1762707-en-europa-con-la-pluma-y-la-espada
(2) En el célebre capítulo de "El Capital" dedicado a la acumulación originaria, Marx analizó cómo el tráfico de esclavos, el comercio colonial y el robo de la tierra a los campesinos permitió acumular la riqueza para acometer la Revolución Industrial. Esa fue la base del poderío económico de la culta, laica, liberal y tolerante Europa.
(3) En defensa de Sanguinetti digamos que en Uruguay y en toda América Latina, las revoluciones árabes pasaron desapercibidas para la ultra derecha, la derecha, el centro, la izquierda, la ultra izquierda, las asociaciones culturales, las universidades, los artistas, los futbolistas y las prostitutas, a causa de la islamofobia, el racismo y una ignorancia a prueba de todo.

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