viernes, 25 de noviembre de 2011

La verdad y la justicia como patrimonio popular



La mujer tomaba nota, tecleaba nerviosamente, trataba de mantenerse psicológica y emotivamente distante de las connotaciones surgidas de los relatos que venía escuchando desde las primeras horas del día.
Ponía el máximo de empeño en tratar de no “involucrarse”; la elección de su tarea profesional, supone eso, no involucrarse, permanecer “neutra” e “imparcial” frente a situaciones aparentemente ajenas para las que no se concibe, “profesionalmente”, ninguna manera del involucramiento, ningún sentimiento que te haga sentir de un lado o del otro de la tragedia capitalista.
Lo que dejarà registrado en el papel, será el insumo "objetivo" para que decidan "imparcialmente" fiscales, jueces y, tal vez, alguien más que ella no conoce y nunca conocerá.
Con sus apenas 40 años de edad, con su vida de papeles y más papeles y sellos y más timbres y cláusulas frías del código penal, no había podido comprender muy bien hasta hoy los orígenes del larguísimo capitulo histórico que, declaración tras declaración, venía registrando con una vetusta computadora llegada al país mucho después de los acontecimientos previos al golpe de estado institucionalizado el 27 de junio del año 1973.
Le costaba entender la cacería humana de los ´70 / ´80, cuando ya las organizaciones políticas armadas estaban prácticamente desmanteladas y sin la más mínima posibilidad de rehabilitación en el Uruguay que para salvarse como “tacita de plata” de ganaderos y banqueros, había apelado al asesoramiento de asesinos y torturadores a sueldo (los Dan Anthony Mitrione) proporcionados generosamente por la CIA, el Pentágono y algunas instituciones herederas del “tercer Reich” desparramadas por toda Latinoamérica.
Cuando la mayoría parlamentaria de blancos y colorados delegó en las FF.AA., a mediados de 1972, toda la responsabilidad política del combate a la “izquierda radicalizada”, no había ocurrido otra cosa que lo que ocurre invariablemente cuando la clase dominante ya no puede seguir controlando cómodamente el juego de la “mosqueta” de la democracia burguesa: recurre a la violencia extrema, apela al fascismo liso y llano, desnuda la verdadera naturaleza político-ideológica del poder burgués desbordado por las mismas circunstancias sociales que él generó y que ya no puede seguir digitando a través de los “buenos modos” cotidianos con los que “normalmente” se esconden o disfrazan los contenidos despóticos del modo de producción capitalista y sus variadas expresiones políticas sistematizadas; eso que llamamos “el sistema”, “el régimen”… Eso que en general no existe en la limitada rutina registral de un escribiente del “poder judicial”…
Cuando blancos y colorados les abrieron gentilmente las compuertas del curro gubernamental a botones y civiles asociados en la represión y la prepotencia, la funcionaria tenía apenitas un par de años.
Ni entonces, ni ahora, podía entender así nomás que en definitiva los “profesionales” de la explotación y la opresión perpetuas, les habían dado a los militares la oportunidad de compartir un espacio de sometimiento popular y mega-corrupción descomunal que hasta entonces era monopolio únicamente de pituquitos y cuzquitos nacidos en “cuna de oro” y crecidos rascándose las bolas, aunque con pomposos títulos que en general tenían que ver precisamente con las actividades de la funcionaria: la “justicia”, el “poder judicial”, esa cosa etérea y mística que estuvo totalmente ausente en el período del “proceso” y mucho después, también.
Inevitablemente, la funcionaria debe haberse preguntado qué pasó que ningún juez o fiscal se atrevió a desafiar la omnipotencia de los fascistas asociados; por qué no hubo uno sólo de sus patrones, que, actuando “de oficio”, interviniera tratando de poner al menos algunos límites a la carnicería gorila practicada en nombre de la “patria” y la “tradición”…
¿Por qué a lo sumo hubo unas pocas abogadas y unos pocos abogados dispuestos a ello, pagando la mayoría con persecución y exclusión laboral de por vida un celo profesional y una ética que los llevó a hacerle frente a los cobardones que creían que serían intocables e invulnerables de por vida?.
Nacida a principios de los ´70, la vida infantil y la pre adolescencia de esta mujer, se desarrollarían en plena dictadura; en su casa se hablaría poco y nada “de política”, seguramente habría una serie de temas que estarían tácitamente prohibidos; el terrorismo de Estado industrializado y enquistado como tumor letal, harían de ella una más de entre los cientos de miles a los que la dictadura quiso vaciar de razón y sentimientos totalmente…
En la escuela y el liceo, Artigas no sería otra que el nombre de un “héroe” imposible sin ideas ni principios, apenas un ex contrabandista cholulo y putañero que gustaba rodearse de indios groseros y negras bembonas, degustando el amargo servilmente cebado por un milico alcahuete que no servía para otra cosa que para cebar mate, parecido a la tonta imagen cuartelero-batllista con que se nos había embagayado desde principios del siglo XX: el estereotipo inofensivo y pintoresco del milico que está en el cuartel para rascarse el higo a semejanza de sus patrones, los Bordaberry y los Cuqui Lacalle de la crema pseudo aristocrática férreamente aliada y servilmente sujeta a los dictados de los referentes imperiales de turno.
Cuando la compañera que acababa de declarar en esta avalancha masiva y gigantesca de denuncias por torturas con prescriptibilidad o sin ella, levantó la vista del par de actas presumariales en las que estampó su rúbrica clara y resuelta, vió en los ojos de la actuaría la humedad muda y desconsolada del que siente que el cielo se le vino encima, que la verdad la abrumaba con más fuerza que mil argumentos, que lo de ayer no es lo de ayer y que lo de hoy es lo de siempre…
Y que por algo las zurditas y los zurditos te siguen escribiendo y pronunciando la palabra “justicia” entre comillas, como si las comillas fueran la representación visual del par de rejas que en realidad deberían lucirse en el blasón emblemático de un “poder judicial” para nada independiente de un poder integral egoísta, parásito e infecundo, fundado precisamente en la más absoluta ausencia de justicia, de igualdad y de libertad.
Cuando la compañera “denunciante” se levantaba para irse, se oyeron unos golpes impresionantes sobre chapa y unos desgarradores gritos de mujer que reclamaba que el juez le tomara declaraciones.
-- Es una detenida en una de las celdas presumariales, está presionando para que la saquen de ahí; esto es común aquí, pasa todos los días— “aclaró” muy circunspecto el botón-burócrata apostado a las puertas del despacho de la jueza, preguntando a su vez qué hacía allí tanta gente que no tenía pinta ni de rastrillos ni de protagonistas de violencia doméstica o cosa semejante, como la que gritaba tras el portón del calabozo.
-- ¿Nosotros qué hacemos?... Nosotros vinimos a denunciar a tus jefes por tortura y asesinato, a eso vinimos…
Cerca de medio centenar de torturadas y torturados del “proceso”, deambulan desde hace unos días de oficina en oficina del aparato estatal uruguayo, para dar nombres y apellidos de militares y civiles amparados por la Ley de Impunidad que sigue vigente para un Estado que se ha hecho cargo de palabra de su culpabilidad en la consumación reiterada y sostenida de brutales delitos de lesa humanidad y de salvajes vejámenes de obreros y estudiantes, de vecinas y vecinos con sus hogares desvalijados y escarnecidos por la patota cuartelera, de gurisas y gurises a los que se perseguía por lucir minifalda y subversivas melenas o bigotitos por debajo de la comisura de los labios, en las pequeñas càrceles que eran los liceos y las UTUs del gorilaje cagón.
Los que peregrinamos ampliando declaraciones de juzgado en juzgado, no representamos a nadie más que a nosotros mismos. No hacemos denuncias en nombre de ningún vecino, pero sí podemos decirle a todos y cada uno de ellos, que cada cual puede hacer lo mismo que nosotros, que nunca es tarde cuando la justicia se busca desde abajo, desde los bajos fondos de un pueblo que todavía tiene abiertas las úlceras de doce años y más de un fascismo que ni volvió a matear apaciblemente en los cuarteles ni dejó de odiar como bestias a la juventud, a los trabajadores, a las vecinas y los vecinos del barrio, a la humanidad entera que no vive del sudor de otros y que en general aguarda pacíficamente que haya JUSTICIA.
Las víctimas más directas de los verdugos con y sin uniforme --pero no las únicas, ni qué hablar--, no podemos denunciar en nombre de otros, pero sí podemos hacer –por todos los medios que el mismo sistema ideó para su propia defensa— la más amplia difusión de la posibilidad y la necesidad de denunciar todo lo que sintamos como violación de los Derechos Humanos, no solamente las de ayer o del “pasado reciente” (como les gusta decir a los politólogos), sino las de hoy mismo, las de todos los días y todas las noches, las que tolerándolas hoy, tal vez estemos avalando de hecho las más groseras y más duras esperables de un posible futuro que no hay que ser bicho de mal agüero para sospecharlo al menos en las ensoñaciones neo-nazis de la burguesía y sus siervos siempre listos.
Porque el Estado que en los papeles reconoce culpabilidades hacia atrás, sigue siendo el mismo Estado que no las quiere reconocer en el presente ni siquiera en el papel, en este hoy por hoy donde los derechos humanos son letra muerta en grandilocuentes declaraciones de organismos internacionales y enciclopedias ilustradas de la cultura burguesa decadente e impotente.
No hay nada engorroso ni fuera del alcance de cualquier mortal en esto de denunciar la impunidad capitalista perpetua. No solamente es posible y necesario: en los encuentros colectivos que inevitablemente se suceden una vez emprendidas las merecidas acusaciones, se genera y potencia una forma de la unidad del pueblo que nunca sucumbe, que es indestructible, porque se funda en la sensibilidad y la moral elementales pero insobornables de los más humillados resueltos a no seguir callando ni perdonando de por vida. La gente decidida a escrachar a los poderosos colectivamente, desarrolla enseguida un espíritu de cuerpo, un sentido de pertenencia, unos lazos subjetivos, tan pero tan fuertes, que muy pronto comprende cabalmente aquello de que “nada debemos esperar, sino de nosotros mismos”… Nosotros mismos, unidos, organizados, sólidamente amalgamados en cuerpo y alma, hayamos sido presos políticos o no.
Estos divagues medio voluntaristas parecerán poco creativos, poco analíticos, pobres políticamente y hasta políticamente "incorrectos", de perspectivas inciertas y muy aleatorias, pero lo que nadie puede negar es que el principal valor ideológico que coloca ante nuestros ojos como cosa indiscutible, como principio, un horizonte de vida humana y social queribles por los que vale la pena sacrificarse, es el valor intrínseco del sarampión espiritual provocado por la injusticia. Esa cuestión de piel y de oprimido que nos dice que nadie nació para ser bestia de carga de nadie ni para recibir latigazos metiendo la cola entre las patas o mirando para el costado cuando vemos a alguien caer reventado por la tortura interminable de la explotación y la alienación capitalistas.
¡Hace falta, mucha falta, reavivar las fibras genéticas del poder popular desde la epidermis, desde aquellas vibraciones básicas que –más allá de errores y aciertos— hicieron posible que miles y miles, hace un rato nomás, apenas 50 años, nos dijéramos “¡no va más!” y cerráramos nuestros puños y abriéramos nuestras bocas para enfrentar al principal productor de injusticia de la historia humana: el capital imperialista, las castas burguesas, las multinacionales, que no son solo del “primer mundo” y que están también aquí, paseándose en un crucero del placer que les dura toda la vida y que se transmiten de generación en generación cual señoritos feudales tocados por la varita mágica del único dios que los ilumina: el de la avaricia y la haraganería totales, el de las mafias señoriales que son también las que asesinan a nuestros hijos con las guerras de rapiña y con la pasta base prolijamente diseminada a unos metros del liceo o de la escuela, en nuestras propias narices, acostumbrándonos a una resignación neciamente fatalista contra la que hay que rebelarse siempre, aun cuando estemos en pañales en materia de “condiciones subjetivas” que, como siempre, se alcanzan en la lucha, que es la forma de la existencia de los explotados y los oprimidos que no caen en la trampa del conformismo y del “es lo que hay, valor”!!!.
"Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario." (Ché).-

Gabriel Carbajales, 25 de noviembre de 2011.-

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