En los densos bosques de la idílica isla Persin sobre el Danubio, hogar del águila marina y el cormorán pigmeo en riesgo de extinción, se encuentran los espantosos restos de un campo de exterminio de la era comunista.
Cientos de "enemigos del régimen" perecieron a causa de las palizas, la desnutrición y el cansancio entre 1949 y 1959 en el campo de concentración de Belene en Bulgaria, donde a los cerdos se les daba de comer cadáveres.
Veinte años después de la caída del comunismo, Belene quedó casi olvidado, sólo una pequeña placa de mármol cuenta su horripilante historia. Y la nostalgia por el pasado está creciendo en este pequeño país de los Balcanes y por todo el ex bloque soviético.
El fracaso del capitalismo a la hora de mejorar los niveles de vida, imponer el Estado de derecho y domar la corrupción y el nepotismo han dado lugar a cálidos recuerdos de los tiempos en que los que el índice de paro era cero, la comida era barata y la seguridad estaba garantizada.
"Lo malo ha quedado en el olvido", dijo Rumen Petkov de 42 años, un ex guardia y ahora empleado de la única prisión que todavía funciona en la isla de Persin.
"La nostalgia es palpable, particularmente entre los ancianos", dijo, frente a los escombros de otra cárcel abierta en el lugar después de que el campo fuera cerrado en 1959. Los comunistas encarcelaron a decenas de turcos en la década de 1980 cuando se negaron a cambiar sus nombres al búlgaro.
Algunos jóvenes de la empobrecida ciudad de Belene, conectada a la isla mediante un puente, también recuerdan: "Vivíamos mejor en el pasado", dijo Anelia Beeva, de 31 años.
"Nos fuimos de vacaciones a la costa y a las montañas, había abundante vestimenta, calzado, alimento. Y ahora la parte más grande de nuestros ingresos se gasta en alimentos. La gente que tiene títulos universitarios está desempleada y muchos se van al exterior", agregó.
En los últimos años han abierto en Rusia varios restaurantes ambientados en la era soviética: algunos organizan noches nostálgicas donde los jóvenes se visten como pioneros -la versión soviética a los scouts- y bailan al son de clásicos soviéticos.
El champán soviético y los chocolates Octubre Rojo siguen siendo favoritos en las celebraciones de cumpleaños. En verano pueden verse camisetas de la "USSR" y gorras de béisbol por todo el país.
Si bien hay pocos deseos reales de que se reestablezcan antiguos regímenes, los analistas dicen que la apatía es un resultado clave.
"El gran daño de la nostalgia es que agota la energía para el cambio significativo", escribió el sociólogo búlgaro Vladimir Shopov en el portal virtual BG History.
Las esperanzas de alcanzar a los adinerados vecinos occidentales han sido reemplazadas por la sensación de injusticia, debido a una brecha cada vez más amplia entre ricos y pobres.
En Hungría, uno de los países más golpeados por la recesión económica, un 70 por ciento de los que ya eran adultos en 1989 dicen estar decepcionados con los resultados del cambio de régimen, según un estudio de la empresa de encuestas Szonda Ipsos.
La gente en los ex países yugoslavos, marcados por las guerras étnicas de los 90 y aún fuera de la UE, muestran nostalgia por la era socialista de Josip Broz Tito cuando, a diferencia de ahora, viajaban por Europa sin necesidad de visa.
"Todo era mejor entonces. No había crimen en las calles, los empleos eran seguros y los salarios alcanzaban para llevar una vida decente. Hoy casi no puedo sobrevivir con mi jubilación de 250 euros (370 dólares) al mes", dijo Koviljka Markovic, de 70 años.
ERA DORADA
En Bulgaria, los 33 años de régimen dictatorial de Todor Zhivkov comienzan a parecer una era de oro para algunos, comparado con la furiosa corrupción y crimen que siguieron a su derrocamiento.
Más de un 60 por ciento dice que vivía mejor en el pasado, aunque las filas para hacer compras eran comunes, los contactos eran la única forma para conseguir artículos de valor, los vaqueros y la Coca-Cola estaban prohibidos y comprar un auto tenía 10 años de espera.
"Para una parte de los búlgaros la seguridad social resultó ser más preciada que la libertad", escribieron los historiadores Andrei Pantev y Bozhidar Gavrilov en un libro sobre las 100 personas más influyentes de la historia del país.
Casi tres años después de haber entrado a la UE, el salario medio de Bulgaria es de 300 euros y la jubilación de unos 80 euros sigue siendo la más baja del bloque. Los ingresos en países más influentes como Polonia y República Checa, que ingresaron al bloque en el año 2004, aún son una fracción de los de Europa occidental.
Un sondeo global de 2008 realizado por Gallup colocó a Bulgaria, Serbia y Rumania entre los 10 países más descontentos del mundo.
"La generación de nuestros padres estaba mucho más satisfecha con lo que tenía. Todo el mundo quiere más de todo estos días", dijo Zsofia Kis, una estudiante de 23 años en Budapest, refiriéndose al modo en que los regímenes comunistas mantenían bajo el desempleo de forma artificial.
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