¡Llegó la radio! Fue la frase escuchada y todos los muchachos se juntaron junto al aparato cuadrado de madera y forrado en cartón que deslucía entre las paredes de tabla con techo de guano. Enseguida se escuchó la voz tierna recomendando la pasta Colgate para una sonrisa limpia y blanca, a continuación un joven prefería la cerveza Hatuey y una señora clamaba por el Crisol para limpiar los muebles.
A partir de ahí algo comenzó a ser diferente en la casa. Se soñaba con una fiesta de quince para la hermana mayor, con baile de vals en un salón de piso de mármol. Los niños se identificaban con “Tarzán” y “Peter Pan”, mientras que los adolescentes suspiraban con “Leonardo Moncada” y el “Derecho de Nacer”.
Imposible de precisar, si fue a finales de los 40 o principios de los 50 cuando llegó aquel artefacto de bombillo, pagador de una deuda contraída por la venta de la leche. Fue el viejo que centavo a centavo fue comprando las pocas reses para el terrenito soñado desde su llegada de Asturias. Así nacieron los once hijos que aprendieron a ordeñar antes de caminar.
El rancho estaba allí junto a la carretera central a pocos kilómetros de la Sierra Maestra. Sólo se conocía que el poblado más cercano se llamaba San Germán. De Holguín, el tío contaba de las tiendas y los comercios, donde se conseguían telas y zapatos. A nadie le preocupaba, que los zapatos pasaran de hermano a hermano cuando quedaban chicos y no se rompían.
Dormir en la hamaca de lona, soportar el calor y los mosquitos nocturnos era parte de aquel lugar, donde las aspiraciones culminaban en los sueños por ver el mar. Sólo la radio hizo crear ilusiones diferentes. Allí estaba la magia de “El Rey de los Campos”, donde las campesinas pobres mejoraban su vida con un matrimonio ó la alegría tonta de “La Tremenda Corte”.
Odiar a la “Rata” por asesinar a mujeres lindas y enamorarse de una ciega, pensar que “El Hombre de la Casa Prado” un día se asomara, con su guayabera , al portal; o que se ganaría el billete de la lotería vendría a ser el complemento para sentir la vida diferente, no pensar en las madrugadas para el ordeño, y encontrar una idea para aliviar el dolor de la miseria.
La voz de Violeta Casals, --¡Aquí Radio Rebelde!—rompió el silencio del monte y el Ejército Rebelde comenzó a ser noticia en la familia, para luego comentar con quienes llegaban al rancho, que unos jóvenes barbudos andaban con fusil al hombro por las lomas.
Fue la radio quien hizo que los varones de la familia asaltaran a un casquito en la carretera para quitarle la pistola e irse a buscar a los Rebeldes. Así nos enteramos que un 31 de diciembre se llamó a la huelga general y que Batista huyó de país.
También con la radio se supo de las hazañas de Camilo Cienfuegos, de las anécdotas del Che y de los emocionantes discursos de Fidel. Se abrió las puertas a los alfabetizadores y las becas fueron el sentido para comprender que la cultura es abrir la frontera hacia una vida mejor.
El radio de bombillos desapareció junto a sus comerciales, como también se derrumbó el rancho de tabla y guano. Ya no vive el asturiano y los hijos se han mudado del lugar. A eso yo le llamo Revolución.
Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
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