domingo, 11 de enero de 2009

Mella, en la utilidad de su virtud


Hace 80 años se interrumpía la vida breve, luminosa y fructífera del precursor de las manifestaciones estudiantiles en Cuba, del militante comunista que supo, en todo momento, armonizar pensamiento y conducta.
Julio Antonio Mella moría, el 10 de enero de 1929, por la Revolución. A los cuatro años, siete meses y cuatro días cayó su asesino, ajusticiado por las balas de Pedro Vizcaíno Urguiaga.
Quiso el azar que el matón a sueldo, Pepe Magriñat, fuera visto aquel día por las calles de la ciudad. El dolor por la ausencia de Mella les hizo conducir la máquina velozmente. Magriñat se percata de la persecución: Pedro Vizcaíno, Rodolfo de Armas, Ramiro Valdés Daussá, Chino Seijas, José Luis Aguilar, Manolo Arán, Rogelio González, todos llevaban la rabia de la pérdida y se disponían a ajusticiar al cobarde que ni siquiera pudo mirar a los ojos de Mella.
No podía escaparse, Vizcaíno lleva la certeza de su tiro. Mella ha sido vengado, dice Rodolfo de Armas. Pero más que venganza Mella era honrado por sus compañeros, quienes imponían justicia a riesgo de sus vidas. Y la honra mayor continúa hoy, cada vez que se lucha y se muere por la Revolución.
Tal enseñanza aprendimos del líder estudiantil y obrero, arquetipo de revolucionario, quien no obstante sus 25 años de existencia, fue uno de los hombres más fecundos y generosos que registró el combate contra el imperialismo y la reacción nacional, una de las grandes figuras históricas de nuestro país y de la América Latina.
Una amplia cultura y facilidad para la comunicación lo convertían en un orador extraordinario; su desempeño en el deporte, constituían rasgos sobresalientes de la personalidad del joven Mella, quien al ingresar en la Universidad de La Habana se enfrenta a los males que arrastraba esa casa de altos estudios y advierte que los problemas existentes no eran ajenos a los que sufría la sociedad en general. Desde allí guió a los estudiantes hacia el combate contra el imperialismo.
Entregado a la lucha revolucionaria, Mella se proyectó en múltiples actividades y frentes. Inició la Reforma Universitaria en la bicentenaria Alma Máter, y con ella el movimiento estudiantil se insertó en la batalla contra los desmanes de la república neocolonial; vinculó a los universitarios con los obreros; organizó el Primer Congreso de Estudiantes; fue artífice de la Universidad Popular José Martí y de la Liga Antimperialista de Cuba. Y fundó también, junto con otros revolucionarios, el primer Partido marxista-leninista de Cuba.
Fue un hombre de acción, un lúcido intérprete de la realidad de su época. Proclamó que de la lucha antimperialista dependía la redención de Cuba y de América Latina. "El imperialismo —decía— es el mayor enemigo de América".
Amenazado de muerte, Mella se vio obligado a partir al destierro. Viaja a Panamá, Guatemala y México. La lucha lo absorbe totalmente. Con los años su visión política es más consistente, y se convierte en un líder continental. Ocupa posiciones de responsabilidad en organizaciones revolucionarias mexicanas.
Julio Antonio Mella pertenece a esa raza de hombres cuyas virtudes se convierten en semilla fructífera, pues como el mismo dijera "hasta después de muertos somos útiles". Por ello deviene símbolo, y su ejemplo y vigencia continúan abonando hoy el quehacer generoso de nuestra Revolución.

Raquel Marrero Yanes

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