Los cincuenta años de revolución cubana y las rebeldías que le antecedieron implican una cadena de trascendentes y hermosas herejías revolucionarias, precursoras de la nueva independencia latino-caribeña y de la justicia en sociedad.
Un tránsito difícil y accidentado, cargado de obstáculos propios y ajenos, de victorias y reveses, de logros y lacras, de avances y retrocesos, de agresiones imperiales y avalanchas liberadoras, de frenos burocráticos y espíritu libertario, de orientaciones socialistas y estatismo conservador, de heroísmo persistente y mezquindades obstructivas, de creaciones heroicas y determinismo dogmático, de creatividad emancipadora y copias conservadoras y obstructivas.
Un camino de profundas lealtades antiimperialistas y de innumerables respuestas justicieras y heroicas frente al enemigo número uno de los pueblos.
Un camino de incuestionable dignidad nacional y decoro social.
El asalto al Cuartel Moncada fue la herejía inicial en dirección a conquistar el cielo. Herejía frente al status quo de las derechas, de las oligarquías, de las tiranías, del imperialismo. Herejía en el seno de las izquierdas de entonces, altamente dogmatizadas, acomodadas, anquilosadas.
Ruptura de la quietud, superación audaz de la negación a la necesaria rebeldía armada, rebelión contra el apego a las normas de los manuales marxistas de diferentes facturas y escuelas, contra el aferramiento a las leyes de la historia inventadas por ciertos seudo-marxistas para negar el papel transformador de la voluntad revolucionaria de los seres humanos.
Subversión de todo lo establecido en los cánones de la política contemporánea de esos tiempos. Osadía e intrepidez creadora. “Aventura revolucionaria” en el sentido guevarista del término.
Búsqueda, en fin, del “atajo revolucionario” del que tanto nos habló V. I. Lenin, olvidado por aquellos supuestos continuadores que calificaron de “puch” esa acción catalizadora y desencadenante de nuevas energías revolucionarias.
Cadena de herejías y hazañas fulminantes de lo viejo.
Atrevimiento inicial seguido de otros de la misma estirpe, protagonizados, en lo fundamental, por los mismos(a) actores(as): el desembarco del Granma y el despliegue guerrillero de Sierra Maestra.
Y la persistencia en la herejía dio resultado con sabor a victoria: ejército rebelde, marchas victoriosas, toma de ciudades, expansión de la rebeldía armada y no armada, sucesivas derrotas militares y políticas de la dictadura batistiana y de todo el sistema institucional sobre el que fue montada, generalización y triunfo de la insurrección; creación, desarrollo y toma del nuevo poder.
¡Revolución democrática popular de profundo contenido social, en condiciones de ser asumida a breve plazo como proceso de orientación socialista¡
Otra hazaña, inspirada por ese impenitente espíritu que emanaba de las nuevas y desafiantes herejías revolucionarias, provocó ese crucial deslinde: la original victoria popular contra el ejército mercenario en Playa Girón.
Triunfo fulminante, lleno de heroísmo y creatividad político-militar, repleto de la temeridad necesaria para estimular al máximo el poder del pueblo insurrecto, dada la conciencia interiorizada de que estaba en juego la continuidad de la revolución emprendida, no solo por el poderío de las fuerzas mercenarias, sino –y sobre todo- por lo que venía detrás: la voluntad intervencionista de la principal potencia imperialista del planeta.
Así, el primero de Enero del 1959 y la primavera de 1961, se funden para iniciar en Cuba un cambio trascendente –todavía en gran medida inconcluso- en la historia de nuestra América: el camino hacia la segunda independencia latino-caribeña, hacia la liberación de la Patria Grande, hacia la nueva revolución social de carácter continental.
Desde entonces la soberanía y la justicia social en grande han estado en el centro de esa heroica y extremadamente difícil revolución insular; cercada, bloqueada, cruelmente agredida por el enorme y destructivo poder del imperialismo estadounidense; y forzada en sus albores a entrar dentro de la lógica limitante de la bipolaridad entre esa súper-potencia capitalista y la otrora poderosa URSS.
Esos nobles propósitos, jamás declinados durante su larga existencia, aun en medio de tantas adversidades de signos diferentes, explican la inmensa admiración que ha despertado ese proceso revolucionario y sus grandes líderes, especialmente Fidel y el Che, a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va del siglo XXI.
Hay que ser muy mezquino para no situar esos méritos en la cúspide de los reconocimientos incontestables.
Inflexión histórica de impacto mundial
Después del Moncada, del Granma, de la epopeya de Sierra Maestra, de la hazaña de Girón…la historia de nuestro continente y del mundo sufrió una positiva inflexión histórica. Nada volvió ser igual que antes, sobre todo porque la revolución cubana, lejos de mediatizarse, se profundizó y expandió su sabia alentadora.
La revolución verde olivo, formidablemente reseñada en su inicio por el sociólogo estadounidense, R. Mills en su libro “¡Escucha Yanquis!”, pronto se tiñó de rojo, en lo que vino a ser otra de sus desafiantes herejías, escenificada en el denominado “patio trasero” de los EEUU.
Solo que el rojo proletario no tardó en ser paulatinamente contaminado por el rojo soviético, dado el forzado –y muy difícil de evitar- entroncamiento de ese original proceso revolucionario con las dinámicas y las consecuencias condicionadoras de la “guerra fría” y de la bipolaridad mencionada.
Cuba revolucionaria nació sin apoyo soviético y a contracorriente de su política de Estado y de su concepción sobre el reparto de áreas de influencia con las potencias occidentales. Pero no tardó, para bien y para mal, en recibir un valiosísimo respaldo material de la URSS en su lucha contra el bloqueo, el cerco y la creciente agresividad y acoso militar de los EEUU.
Por esa ruta la dependencia se tornó creciente, quizás bastante más de lo debido e inevitable.
Una dependencia en muchas órdenes y parcialmente a costa de la cubanidad de ese proceso transformador, de la originalidad de esa primera revolución antiimperialista y pro-socialista caribeña-latinoamericana, cuya expansión a escala continental –tal y como pasó con la revolución bolchevique- resultó entonces imposible pese a los ingentes esfuerzos desplegados en el contexto aquella primera oleada revolucionaria latino-caribeña. El imperialismo y las oligarquías estaban demasiado alertas para contrarrestar las nuevas y variadas insurgencias.
Luego, la segunda ola, con su epicentro en el Cono Sur, fue aplastada por las dictaduras militares y el despliegue de la “doctrina de seguridad nacional” de factura gringa.
Más tarde, la tercera dio su fruto revolucionario en Nicaragua , amenazando con su extensión a El Salvador y Guatemala… hasta que los dramáticos cambios en las correlación de fuerzas internacionales provocados por el colapso de la URSS y del denominado campo socialista europeo, y por derrota electoral del sandinismo, dejaron sin efecto gran parte de esos avances y le impusieron a la Cuba revolucionaria una relativa, larga y peligrosa “soledad”.
Cuba: entre la originalidad de su revolución y el peso de la influencia soviética.
Por otra parte, antes del derrumbe del “socialismo real” la contaminación y la “copiadora” dieron lugar a cambios deplorables a nivel interno entre la cubanidad de esa revolución pionera a nivel continental y la tendencia a la sovietización y dogmatización de ese proceso; realidad que perduró después de ese infausto acontecimiento, agregados al modelo estatista-burocrático que predominó dentro esa larga e intensa brega, los cambios injertados a raíz del “periodo especial”; ajenos también a una auténtica socialización y generadores de una compleja y dañina dualidad.
La brega entre ambas tendencias, antes y después de esos hechos conmovedores, fue constante y accidentada, con reveses y avances por momentos y periodos. Las dos coexistiendo en lucha persistente, cruzando con su impacto y sus contradicciones los cincuenta años de existencia de la revolución cubana.
Convivencia en lucha con correlaciones diversas en el partido, el Estado, las organizaciones sociales, la ideología, la cultura, las fuerzas armadas, la academia, y en toda la sociedad. La fuerza histórica de la cubanidad de la revolución frente a la sovietización creciente derivada de las diversas formas de cooperación y dependencia respecto a la URSS y al denominado “campo socialista” europeo.
La herejía revolucionaria frente al dogma. El marxismo creador de la revolución martiana-marxista versus el marxismo soviético-dogmático de la estatización y la burocratización, en brega hasta hoy.
Con Fidel, de esencia y naturaleza herética, pero forzado como estadista al arbitraje entre esas dos grandes corrientes.
Con el Che, desde el más allá, incitando a la rebeldía y a la creatividad permanente.
Enfrentadas en dura y soterrada pelea, con diferentes y contradictorios resultados en el campo de las estructuras y superestructuras creadas a lo largo del proceso; con diferentes correlaciones en el campo de la conciencia colectiva, de las ideas y el pensamiento de las diferentes generaciones.
Pero a la larga en el modelo estructural implantado se hizo más que evidente el predominio del modelo trasplantado desde la URSS y desde sus áreas de influencia.
Se impusieron en mayor medida las características esenciales de los “socialismos de Estado” del siglo XX: estatización en gran escala, trabajo asalariado, control del excedente y distribución del mismo a cargo de los (as) administradores del Estado, fusión del partido y el Estado, dependencia de las organizaciones sociales del partido único fundido al Estado, creciente identificación de la política exterior del partido y de las organizaciones sociales con la política del Estado; amplios planes sociales en salud, educación, deportes, cultura; e imperio de un alto sentido de justicia en las redistribución de la renta, acompañado de un sistema de privilegio y corrupción burocrática, no tan irritante como el de la URSS y el de los países del Este.
En lo político y lo cultural Cuba siempre fue mucho más abierta que la URSS y por eso nunca fue posible uniformizar ideológicamente la formación política de sus cuadros y militantes.
Pero determinado grados de dependencia respecto a la URSS, la consiguiente dogmatización y el trato discriminatorio de determinadas fuentes del pensamiento socialista moderno, hubieron de gravitar negativamente para que la percepción de los peligros de la estatización cuasi absoluta no fuera tan aguda y amplia como se necesitaba, sobretodo en los momentos de virajes conservadores, para frenar y revertir excesos.
Autores incómodos para el pro-sovietismo y para la URSS como Preobrashensky, Trosky, Deutcher, Mandel, Mariategui, Gramsci, Rosa Luxemburgo, entre otros y otras…nunca alcanzaron la difusión y atención necesaria. Igual acontecía con otras fuentes estigmatizadas o silenciadas por la presión externa, traducida paulatinamente en presión interna. La conciencia de la vanguardia también fue afectada por esa vía, aunque es difícil establecer las dimensiones y profundidades, dada la existencia –pese a esos problemas- de una gran cantidad de revolucionarios/as bien formados/as y profundamente comprometidos/as con el marxismo creador.
El manualismo soviético contaminó bastante las escuelas y procesos de formación política, particularmente en la Escuela Niño López, bajo control del comité central del PCC.
Con esa situación de por medio, el estudio de las obras de Marx, Engels, Lenin, perdió en algunas vertientes e instancias formativas profundidad y alcance, coexistiendo con otros esfuerzos mas idóneos y consistentes que expresaban y reproducían los desniveles y disparidades de enfoques entre los/as que asumieron el marxismo como dogma y los/as que asimilaron su espíritu creador.
Pensamiento crítico y pensamiento dogmático se expresaron y desplegaron discretamente, acentuando y potenciando las contradicciones latentes de manera irregular y en forma dispersa. El predominio de una u otra corriente se ha dado en función del tipo de institución, mecanismo y aparato administrativo y/o político, y de la gravitación mayor o menor en su seno de esos procesos formativos y esas maneras de pensar bastantes diferenciadas.
Independientemente de esas bregas y esas contradicciones, el nacionalismo, el patriotismo, el antiimperialismo se han expresado siempre intensos y vigorosos frente a la hostilidad imperialista, y han ido atributos fuertes y comunes de los/as protagonistas de esa revolución.
El internacionalismo revolucionario, la solidaridad latino-caribeña y mundial con los movimientos revolucionarios, han sido cualidades muy valiosas y muy dinámicas por periodos, pero con una progresiva mengua en función del creciente predominio de la “razón de Estado” respecto a las también crecientes relaciones interestatales e intergubernamentales con países dominados por derechas.
La cooperación generosa en materia salud, educación y deportes, por vías oficiales y no oficiales, ha estado acompañada de la progresiva reducción de las políticas solidarias, subversivas y transformadoras del orden dominante.
No me refiero a volúmenes, sino al contenido y orientación política de la solidaridad posible. Y no me refiero a volúmenes, porque, por ejemplo, es obligado, que después del derrumbe de la URSS y en medio de las precariedades del “periodo especial”, Cuba se viera imposibilitada de gestos solidarios de las magnitudes de los que tantas veces hizo gala (la campaña africana y su inmenso aporte a la lucha anticolonialista en ese continente es quizás unas de sus expresiones más elevadas e intrépidas). Más bien era justo convertir su revolución en sujeto de solidaridad mundial.
Pero aun así la revolución siguió siendo solidaria, cada vez más en función de los grados de recuperación económica alcanzados; solo que, dado que el “periodo especial” no implicó cambios sustánciales en el modelo estatista vigente, sino mas bien su coexistencia con una área liberalizada a favor de la inversión extranjera y de ciertas iniciativas privadas, la tendencia que continuó imponiendo ese modelo en materia de política exterior se siguió profundizando en detrimento de la independencia del partido y de las organización sociales en cuando a despliegue de solidaridad con las luchas revolucionarias.
Otro aspecto negativo el modelo predominante en Cuba es el hecho de que el Estado y el partido estatizado, sus capas burocráticas-tecnocráticas dirigentes, se apropian no solo del derecho a distribuir sin control ni participación social democrática el excedente económico, esa parte del producto del trabajo asalariado en las empresas del Estado, sino que se apropian además de las libertades, las cuales dosifican a su antojo y conveniencia.
Se trata de la estatización de la economía y de la política, de la economía y las diversas expresiones del poder.
Todo esto ha terminado afectando también los principios de la revolución en cuanto a la igualdad de género y al rol de las nuevas generaciones, conduce por tanto a nuevas variantes del patriarcado y de la sociedad adulto-céntrica; conduce a desequilibrios en el tratamiento que le dan los gobernantes en particular, y los seres humanos en general, al resto de la naturaleza; conduce a serias restricciones de la libertad de crítica, de expresión y manifestación; conduce a un sistema de medio de comunicación bajo censura y en verdad poco atractivo.
Reconocer las hazañas sin obviar la crisis y la necesidad de superarla.
Nada de esto, sin embargo, niega las grandes hazañas políticas y sociales de los revolucionarios/as cubanos/as.
Una de ellas, la hazaña de sobrevivir como revolución con vocación socialista y espíritu de justicia. Esta hazaña, que ha implicado desafiar con éxito al imperialismo en defensa de su autodeterminación aun después del colapso del socialismo real, tiene una categoría muy especial en la historia de la humanidad. Algo muy especial y meritorio tiene esta revolución y sus líderes - producto único todavía en pié de la primera ola revolucionaria después de su descenso y después del descenso de las dos que le siguieron- para haberse mantenido firme y enlazar con la ola de cambios que recorre hoy nuestro continente.
El problema de la Cuba actual es otro y es demasiado evidente como para ser obviado. Más bien se le hace daño a la revolución ignorar su crisis particular e inhibirse para no superarla.
Junto a esos méritos, los agudos problemas que la revolución cubana ha enfrentado a lo largo de su accidentada historia y la manera como fueron abordados por sus dirigentes, con razón total o parcial -o sin ella-, no nos pueden llevar a obviar que el modelo que resultó de todo aquello y sigue vigente, se estancó, se agotó y exhibe serios déficit, deformaciones y negaciones respecto a lo que en plano de las ciencias sociales y de la política revolucionaria marxista debería ser un proyecto de transición al socialismo.
El cambio de modelo, de estructuras, de sistema político es a mí entender cada vez más necesario y urgente. Su continuidad en crisis podría dar lugar a su colapso y la restauración traumática del capitalismo y la recolonización.
La reversibilidad de ese modelo es algo confirmado en la historia reciente y esto no debe ser evadido. El ascenso de Obama a la presidencia de EEUU lejos de disminuir los riesgos, los aumenta; puesto que muchas veces la aproximación y la penetración resultan más eficaces que la hostilidad y la agresión. En verdad verdad puede haber diferencia en los métodos, pero no en los resultados, entre los que se proponen matar la revolución cubana con bombas y cercos, y los que planean liquidarla con besos y abrazos.
Su reforma a favor de la liberalización, de la privatización, de la desregulación, de la ampliación del mercado, de la inversión extranjera y su coexistencia con el orden capitalita, sencillamente conduciría a un modelo parecido al chino, esto es, conduciría a una restauración no estridente, paulatina, del capitalismo. Algo no deseable por todo aquel/lla que se considere revolucionario/a socialista.
La opción deseable desde el punto de vista revolucionario, la que resta por tratar, es la socialización progresiva de lo estatal, a través de la autogestión y cogestión de los trabajadores, a través de la cooperativización y/o colectivización de las pequeñas y medianas empresas productivas y de servicios, de la combinación de variadas formas de propiedad y gestión social, y de diversas formas de usufructo social de la propiedad pública y de la conversión progresiva de la economía de mercado en economía de equivalencia (en la que rija el valor de las mercancías y no sus precios)
La opción deseable desde una óptica revolucionaria es avanzar hacia una autentica democracia socialista, separando las funciones del partido y del Estado, y de las organizaciones sociales y del Estado, dándole vida real al poder popular, a la participación, a los principios de revocabilidad, al control de ciudadanos sobre las instituciones, al liderazgo social y político separado o no de los cargos gubernamentales, al relevo generacional.
Se trata de acelerar el tránsito hacia un socialismo autogestionario, participativo, rejuvenecido; hacia una democracia integral. Y Cuba cuenta con grandes reservas culturales y políticas para lograrlo, lo que por demás desarmaría políticamente la hipócrita campaña de sus adversarios a favor de la democracia.
Se trata también de retomar desde la sociedad política y civil las líneas de solidaridad en favor de la nueva independencia y la revolución continental, separando con claridad la diplomacia estatal del internacionalismo revolucionario necesario, del antillanismo y el latino-americanismo consecuentes. Y esto ayudaría a acelerar y profundizar el proceso transformador que tiene lugar hoy en nuestra América, en dirección al tránsito hacia una democracia participativa y un nuevo socialismo.
Este deseo, que brota de lo más profundo de mí ser, es lo que más le deseo a la revolución cubana en este 50 aniversario de su heroica existencia. Las grandes conmemoraciones de semejantes procesos deben contemplar tantos los merecidos elogios del periodo histórico correspondiente, como los señalamientos sinceros de las limitaciones y trabas que lo acogotan y le impiden avanzar.
No es algo fácil de emprender, pero es a mi modo de ver es absolutamente necesario para salvar la condición original de ese proyecto socialista y renovar sus impulsos a favor de la justicia y la plena emancipación social con soberanía y autodeterminación.
Todo esto apuntando en dirección a convertir esta cuarta ola revolucionaria en transformación radical y definitiva, en patria grande socialista, en nueva democracia y nuevo socialismo a escala continental; apuntando en esa dirección con todos los medios y en todas las vertientes del proceso en marcha.
Porque si hubo razones hace 50 años para considerar pertinente la insurgencia armada de los pueblos y t6odas las formas de luchas posibles y necesarias, ahora bajo dominio de oligarquías feroces e insaciables, del capitalismo neo-liberalizado y de un imperialismo decadente y pentagonizado, bajo la amenaza de la guerra global y las intervenciones militares imperialistas, en pleno despliegue la crisis capitalista más brutal de su existencia, esas razones se multiplican.
Narciso Isa Conde
30 de diciembre 2008, Santo Domingo-RD.
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