domingo, 25 de enero de 2009
Lenin y la bancarrota de la II Internacional.
El año 2007 nos legó las celebraciones por el aniversario 90 de la Revolución Bolchevique. Talleres, seminarios, actos, artículos y la ampliamente divulgada actividad realizada en la simbólica Universidad de La Habana; fueron interesantes espacios de recordación y relanzamiento del suceso que apenas iniciado el siglo XX le imprimió un sello a la centuria.
Muchos pretextos tuvimos también en el 2008 para, desde el pasado, continuar debatiendo sobre las perspectivas de nuestro país y el mundo. Sin embargo, acontecimientos de gran importancia como los 90 años del fin de la Primera Guerra Mundial o el aniversario 110 del Tratado de París, que puso fin a la guerra de Cuba; pasaron casi inadvertidos entre los jóvenes cubanos, sin duda, el grupo que ha de erigirse en centro de la actividad ideológica y cultural para quienes continuamos apostando por el desarrollo y la consolidación de una cultura política de izquierda en Cuba.
Por ello, aspiramos a seguir aprovechando los medios que tenemos a mano para llenar los vacíos que en los últimos años se han ensanchado, sea por la crisis de los 90 y sus secuelas en nuestro país, los problemas educacionales, las insuficiencias de los medios, la ausencia de resortes para motivar e incorporar a los más jóvenes a discusiones en los terrenos de la historiografía y la historia, ampliando el grupo de personas que nos están aportando interesantes ideas que a veces no se divulgan suficientemente.
De todas formas, volvamos a nuestro objetivo: los pretextos con que se nos abre el 2009. Por el medio siglo del triunfo de la Revolución Cubana ya se han realizado varias actividades, desde un Seminario Internacional organizado por Ocean hasta una buena variedad de trabajos que han ofrecido enfoques sobre el particular.
Enero nos trae otras conmemoraciones.
Apenas iniciado el 2009 se cumplirán 85 años de la muerte de Lenin. La trascendencia de este hecho pudiera argumentarse en tres líneas básicas: el valor práctico de la obra leninista que desembocó en la formación de un estado socialista y multinacional, los aportes teóricos para el proceso de construcción del socialismo —quizá menos atendidos y rigurosamente estudiados— y el desencadenamiento de un proceso degenerativo del proyecto empoderado en octubre de 1917, que algunos identifican a partir de su muerte.
Para los cubanos este tema adquiere especial significación, por las conexiones ideológicas y prácticas establecidas con la URSS después de 1959 y por los acercamientos a Lenin que marcaron a muchos revolucionarios desde la década del 20 en nuestro país.
Al calor de esta fecha y animado por algunos debates que se han dado en los medios durante los últimos meses, en los que ha sido llevado y traído el significado de “ser revolucionario” en la contemporaneidad y sobre todo en la Cuba actual; me dispongo a abordar un acontecimiento al que Lenin consagró varios textos y que en buena medida catalizó el inicio de la Primera Guerra Mundial[1]. Me refiero específicamente a lo que ha sido conocido como la Bancarrota de la Segunda Internacional.
II.
La Asociación Internacional de los Trabajadores se fundó en 1864. Apenas tres lustros después, desaparece marcada por la lucha ideológico-doctrinal. Devorada por querellas internas observó el fracaso del trascendental acontecimiento-ensayo que fuera la Comuna de París y poco pudo hacer por ella.
Aun cuando su deficiente organización y las divisiones existentes influyeron negativamente en el proceso de incorporación de las masas, prestó el importante servicio de difundir algunos principios comunes para la lucha del proletariado, estimuló en este la formación de una mayor conciencia de clase y evidenció —también con su propio fracaso— la necesidad de una acción unitaria en el enfrentamiento al capitalismo.
Casi simultáneamente, en esa segunda mitad del siglo XIX se gestaban las fuerzas políticas que se erigen después en el sustento de la Segunda Internacional. La conformación de los Partidos socialistas nacionales, comenzando por los pioneros alemanes en 1869, deriva en una mayor organización y consolidación a finales de la década del 80.
Los partidos socialistas irrumpen en la vida política caracterizados por el predominio de tres tendencias: la libertaria (anarquista), reformista y marxista; al mismo tiempo que florecían múltiples grupos políticos en las esferas nacionales. Por ello, el Congreso de París de 1889 en que se funda la Segunda Internacional, debe apreciarse como un esfuerzo por superar las tendencias y divisiones existentes en el seno de las organizaciones.
El funcionamiento de la Segunda Internacional debe entenderse desde la propia dinámica de los Partidos socialistas nacionales que la conforman. Hablamos de organizaciones que han logrado una mayor influencia política, a partir incluso de la incorporación paulatina a los gobiernos. Poco a poco van adquiriendo una impronta más parlamentaria, que según algunos investigadores tiende a una atenuación de su impronta revolucionaria y a privilegiar la vía reformista.
Marcada en sus inicios por los debates en torno a la acción política del movimiento obrero y la relación de los partidos socialistas y las agrupaciones sindicales; va tomando cuerpo la lucha frente al "reformismo" y el "revisionismo" durante los Congresos de París (1900) y Amsterdam (1904). Sin embargo, muchos consideran que las propuestas realizadas en el seno de la Internacional fueron conciliadoras y se hace referencia a las hechas por el alemán Kautsky y el belga Vandervelde en París.
La Segunda Internacional irrumpe en el tránsito al siglo XX, un contexto en que prosigue y se acelera la expansión del capitalismo acompañada por el final de los repartos coloniales —o su reorganización[2]— y una lucha más dura por la posesión de materias primas y mercados. Un gran acontecimiento se producirá a inicios de siglo: la Revolución Rusa de 1905.
Algunos apuntan que la Segunda Internacional asistió impotente al acontecimiento. Lo cierto es que este hecho "parteaguas" en la historia del movimiento revolucionario y sus lecturas posteriores demostraron los distanciamientos entre las propias fuerzas que la integraban. Ya en Rusia se había producido unos años antes, la escisión en el seno de la socialdemocracia (1903) y los bolcheviques tomaban partido por un mayor radicalismo. Por su parte, Alemania[3] se debatía entre las posiciones de Bebel y Shceidemann y la revolucionaria actitud de Rosa Luxemburgo.
De este camino se apartaba el socialismo de Europa occidental, atraído por el nacionalismo burgués y el reformismo liberal.
Resulta evidente que las bases de la Bancarrota de la Segunda Internacional se gestaban desde varios años antes del inicio de la primera conflagración mundial en 1914. Los debates del Congreso de Stuttgart (1907) se volcaron en el tema del militarismo y la guerra. En el cónclave quedaba “definida” la actitud que debían adoptar los socialistas ante la guerra imperialista que se avecinaba, al plantearse que la clase obrera tenía el deber de impedir la guerra por todos los medios y, en caso de que inevitablemente estallara, intervenir para hacerla cesar. Sabemos que ocurriría más tarde.
Los encuentros de Copenhague (1910), Basilea (1912) y París (1914) se centraron también en el tema de la guerra y reiteraron — evidentemente en el papel— la posición del proletariado. Flotan otra vez la idea de la realización de una Huelga General como medio de presión para evitar la contienda militar y la falta de decisión en este sentido, que conlleva inicialmente —después se convierte en clara complicidad— una especie de inmovilismo de las organizaciones socialistas que sirve como carta abierta a los gobiernos imperialistas. En agosto de 1914 estallaba la Primera Guerra Mundial.
Ante el conflicto bélico correspondía al socialismo y las organizaciones sindicales presentar una oposición eficaz que contribuyera a la paz inmediata. Este había sido su compromiso en el marco de las discusiones internas de los partidos y las sesiones de la Internacional. Al contrario, como se plantea en la Conferencia de Zimmerwald un año después, en lo que constituye probablemente el “acta de defunción o bancarrota” de la Segunda Internacional; la elite de la mayoría de los Partidos socialistas de los países contendientes se desentienden de estas obligaciones, abandonan la lucha de clases, sus representantes votan la aprobación de los créditos de guerra, en fin, se ponen al servicio de los gobiernos imperialistas.
III.
Lenin escribió entre mayo y junio de 1915 su trabajo “La bancarrota de la Segunda Internacional”. Se había iniciado ya la Guerra Mundial; la Triple Alianza y la Entente se empeñaban en extender sus posesiones y acudían a la conflagración bélica. El líder del proletariado ruso denunciaba la traición de la mayoría de los partidos socialdemócratas a las declaraciones de los congresos internacionales de Stuttgart y Basilea, al situarse “al lado de su Estado Mayor central, de su gobierno y de su burguesía, contra el proletariado” escudados en la defensa de la nación.
Sustenta su acusación en la doblez demostrada por las mencionadas organizaciones políticas, que en los cónclaves de la Internacional habían expuesto y aprobado los puntos de vista respecto a la guerra, entre ellos que la contienda no podría justificarse por intereses populares.
Pero el análisis de Lenin también toca las individualidades, lo que él denomina "prestigios" de la Segunda Internacional, destacados representantes del pensamiento socialista que incumplen con su “deber más indiscutible y más esencial”: aclarar a las masas, ayudarles a pasar a las acciones revolucionarias, agitar al pueblo y no adormecerlo.
En esta actitud personal (la de Plejánov, Axelrod, Kautsky, entre otros) y en la cómplice acción de los Partidos ve su traición, su paso al lado de la burguesía y su muerte política, teniendo en cuenta sus objetivos iniciales, pues ciertamente el movimiento socialdemócrata se reorganizó posteriormente en la esfera internacional[4].
Uno por uno se deconstruyen en el texto los argumentos que intentan justificar la posición asumida por la socialdemocracia. Desde la teoría del “iniciador” que intenta encubrir la política imperialista seguida por todos los grupos de potencias en conflicto, simplificando el problema al identificar una nación responsable y presentar la irrupción de las otras como un acto de defensa; hasta los que proclaman lo beneficioso de la guerra para la conformación de una “situación revolucionaria” que pudiera tributar al triunfo del socialismo.
Como apreciamos anteriormente, la vida de la Segunda Internacional estuvo animada por complejas contradicciones. También Lenin lo percibe y establece el vínculo entre el socialchovinismo y el oportunismo en el seno de la organización, demostrando que la llamada bancarrota no constituye un golpe de mano, sino la expresión de un proceso de degradación que situó a los partidos socialdemócratas y fundamentalmente sus líderes del lado del capital.
Por eso señala que “el socialchovinismo es el oportunismo maduro”[5] y que “la vieja división de los socialistas en corriente oportunista y corriente revolucionaria, división propia de época de la II Internacional (1889-1914), corresponde en resumidas cuentas a la nueva división en chovinistas e internacionalistas”[6].
“La bancarrota de la Segunda Internacional” es un trabajo que reivindica el marxismo, su carácter revolucionario y la auténtica defensa de los oprimidos. En el mismo se aprecia una importante carga de réplica, porque aparece en una coyuntura marcada por la ofensiva del socialchovinismo y la manipulación que hacen sus representantes de las ideas de Marx; de teoría, porque precisamente son prestigiosos ideólogos del socialismo los que exponen —a través de enrevesados y cargados textos— ambiguos planteamientos; de rigor científico, porque penetra con profundidad y a través de un método claramente asumido cada proceso o fenómeno; de pedagogía, porque a un tiempo debe mostrar al proletariado de los países en guerra la esencia de esta y de proclama, pues resulta necesaria la acción inmediata de los pueblos a favor de la paz.
IV.
Veamos algunas ideas de actualidad:
El 21 de enero de este año se cumplió el aniversario 85 de la muerte de Lenin. Es importante recordar y continuar reivindicando a uno de los principales pensadores, a una de las grandes personalidades de la época contemporánea. No se trata solamente de mostrar su vigencia y esforzarnos por traerlo a este siglo XXI, constituye un buen punto de partida seguir describiendo su época y divulgando su obra.
En agosto se cumplen 95 años del inicio de la Primera Guerra Mundial. Los adelantos científicos han modernizado las armas, los adelantos culturales no han cuajado en una vocación de paz. Toda acción militar sigue acompañada de un esfuerzo por encubrir ante el pueblo —cuando es necesario— los intereses reales. Siguen sirviendo de aliados los ocasionales compañeros de viaje, que saltan al lado de los poderosos y logran ofrecer un viso de legitimidad a los más diversos actos criminales.
La diferencia entre la palabra y la acción sigue siendo palpable. Se expresa desde lo institucional: ahí están los ataques israelíes a Palestina y las “condenas” de la comunidad internacional; hasta lo personal, veamos los que proclaman su condición revolucionaria, hacen discursos o escritos profundamente declaratorios y luego cejan, pactan, traicionan y engañan apoyados en su pasado militante y combativo, o en su capacidad de circunloquio.
La gente no cambia por arte de magia. Miremos la secuencia de sus actos, las señales que en tiempos de crisis obligatoriamente derivan en posicionamientos mucho más sinceros. Las crisis son la época de las definiciones.
El rigor académico sigue siendo importante. Muchas veces puede erigirse en el camino a la raíz de los problemas. ¿Cómo articular ese rigor con la sensibilidad para identificar la coyuntura, con la capacidad de comunicar que puede llegar a más personas, con la valentía para llamar las cosas por su nombre? ¿Cuánto de propositivo hay en lo que hacemos, al margen de las réplicas; qué ofrecemos nosotros?
A muchos pueden parecer estas notas finales demasiado generalizadoras. No pretenden más. Lenin nos sigue provocando —incluso a los menos avezados— a lanzarnos, explorar y fundar.
[1] En agosto de 1914, hace 95 años, se iniciaba la Primera Guerra Mundial.
[2] Recordemos por ejemplo, que en 1898 se inicia la llamada Guerra hispano-cubana-norteamericana que deriva en una reorganización colonial que comprende las Américas y el Pacífico.
[3] Recordemos que anteriormente la socialdemocracia alemana había aupado textos críticos del marxismo como Socialismo teórico y socialdemocracia práctica, de Bernstein en 1899.
[4] Apenas unos años después se constituye formalmente la Internacional Socialista, coexistiendo con la Tercera Internacional (Comunista) fundada en Moscú en 1919.
[5] Ilich Lenin, Vladimir: La Bancarrota de la II Internacional. En Contra el revisionismo, Editorial Progreso, Moscú, 1972. p. 261.
[6] Ilich Lenin, Vladimir: La Bancarrota de la II Internacional. En Contra el revisionismo, Editorial Progreso, Moscú, 1972. p. 262.
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