domingo, 29 de marzo de 2020

Sobre la “solidaridad” del Banco Mundial y el FMI




Los dos organismos multilaterales de crédito más importantes, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, solicitaron en un comunicado conjunto la suspensión de los pagos de la deuda soberana de los países más pobres que así lo reclamen.
El comunicado está dirigido a las potencias que son acreedoras bilaterales de los países que integran la nómina de la Asociación Internacional de Fomento, compuesta por 76 países principalmente de África y Centroamérica (pero también de otras regiones como Pakistán, Nepal, Siria y Yemen), considerados los más pobres del sistema financiero internacional. Argentina, que enfrenta un quebranto de la deuda soberana, no integra este listado.
En estos países vive un cuarto de la población mundial y dos tercios de sus habitantes se encuentra en situación de pobreza extrema. Según ponderan el FMI y el BM, la pandemia del coronavirus puede hacer estragos tanto sanitarios (por las peores condiciones de vida, de salud y su densidad poblacional), como también sobre sus economías. Los organismos plantean al G20 analizar propuestas para atender un panorama de insostenibilidad de las deudas en cuestión.
Esta preocupación empalma con el anuncio del FMI de inyectar un billón de dólares en préstamos, mientras que los gobiernos del G20 calcularon que sus esfuerzos por aminorar la recesión mundial suman unos cinco billones de dólares. El Banco Mundial anunció por su parte un plan para proporcionar 160.000 millones de dólares en rescates financieros durante los próximos 15 meses, que incluye salvatajes a grandes capitalistas: “la Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), nuestro brazo del sector privado, ya está trabajando en nuevas inversiones en 300 empresas”.
En el directorio del Fondo están obsesionados por aumentar la liquidez (la disponibilidad de dinero), para lo cual propusieron recrear –como se hiciera en la crisis financiera de 2008/09- los Derechos Especiales de Giro para aumentar la disponibilidad de reservas internacionales de los países miembros. Además propusieron expandir mecanismos como los swaps y duplicar la capacidad de emitir financiamiento de emergencia de los países acreedores para aliviar la carga de la deuda de las naciones más pobres. Esto cuando, según sus datos, “los inversores ya han retirado 83.000 millones de dólares de los mercados emergentes desde el comienzo de la crisis, la mayor salida de capital jamás registrada”.
¿Qué hay detrás de esta “solidaridad” del Banco Mundial y el Fondo Monetario para con los países más pobres? Simplemente, apuntan a salvar el sistema monetario internacional de un dislocamiento generalizado.
Por un lado, estos planteos son un tiro por elevación para presionar a China, el principal prestamista de las naciones más atrasadas y que no es miembro del Club de París –el pool de los mayores prestamistas del mundo. La crisis mundial detonada por la pandemia, como se ve, agudiza la guerra comercial internacional –como lo muestra el mercado petrolero-, lo cual a su vez obstaculiza un abordaje coordinado elemental para combatir al coronavirus.
Pero en primer lugar buscan evitar un quebranto en cadena que afectaría a los propios prestamistas y generaría un cuadro caótico. “Muchos países van a tener que reestructurar totalmente sus deudas e incluir quitas”, declaró el titular del Banco Mundial al dar a conocer el anuncio. El Líbano, que no está incluido en el listado, acaba de defaultear sus vencimientos de deuda. Los organismos no plantean desconocer las deudas sino un corrimiento de sus vencimientos, mientras se discute una renegociación global que incluya también a los acreedores privados.
Si bien el pedido del Banco mundial y el FMI está dirigido a los préstamos que fueron otorgados de un país a otro, a través de entidades y organismos públicos, el rescate apunta también a salvar a la banca. Si muchos analistas se esfuerzan en diferenciar la crisis actual de la de 2008 por una solidez mayor del sistema bancario, estas medidas son una confesión de que estas deudas son impagables. Los planteos del Fondo y el Banco Mundial constituyen un intento por evitar que todos estos activos deban pasarse a pérdida como créditos incobrables.
Los países atrasados serían así un tubo de ensayo para un salvataje. Estos, al igual que otros no incluidos en esta propuesta pero con situaciones muy comprometidas, como Argentina o Turquía, no pueden recurrir a las medidas que están adoptando las potencias imperialistas, porque la relajación monetaria (baja de tasas) y los paquetes de estímulo fiscal (mientras caen sus ingresos por exportaciones) agravaría la devaluación de sus monedas en momentos en que sufren aumentos inflacionarios. Históricamente, además, en estos países las reducciones de las tasas de interés no derivan en un crecimiento económico sino en una mayor figa de capitales.
Los organismos multilaterales, entonces, pretenden rescatar al corazón del sistema financiero mundial. La Reserva Federal de Estados Unidos ve con preocupación tanto el encarecimiento de su moneda como la mayor demanda de dólares de los llamados emergentes, que tiende a incrementarse por las exigencias de los vencimientos de deuda. La FED rechaza convertirse en el banco central del mundo (Bloomberg, 26/3), y cargar así con los tormentos financieros de Estados al borde de la quiebra.
El planteo del Fondo Monetario y el Banco Mundial es un eslabón más de la cadena de salvatajes al capital, con la intención de evitar una ola de quebrantos que amenaza con impactar de lleno en el nervio de la economía mundial capitalista, que es el sistema financiero.

Iván Hirsch

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