jueves, 5 de marzo de 2020

Coronavirus y crisis mundial




El coronavirus ha agravado una crisis que ya estaba en desarrollo

El impacto económico de la epidemia es indisociable de la crisis capitalista mundial. Las bolsas han sufrido su peor caída desde 2008 y ya se estima que en este trimestre, el PBI mundial podría tener una tasa negativa.
La economía mundial está al borde de una recesión. Europa está con crecimiento nulo. Lo mismo vale para Japón. China ha sufrido una pronunciada desaceleración. De acuerdo con los pronósticos más optimistas, alcanzaría a lo sumo un crecimiento del 6% y hay quienes señalan que las autoridades chinas encubren un retroceso superior. Estados Unidos tampoco escapa a la situación con un crecimiento famélico del 2%. La economía mundial continúa en esta última década con un crecimiento endeble y precario, con tasas promedio que son la mitad de las de posguerra. Esta realidad no ha sido soslayada en los círculos de negocios y finanzas internacionales y hasta en el mundo académico e intelectual, que viene hablando de un “estancamiento secular” en que habría entrado el capitalismo. La globalización ha sido sustituida por un escenario de guerra comercial -y agreguemos de guerra monetaria- que ha llevado a una creciente fractura y dislocación del comercio y de la producción mundial.
El coronavirus entra en acción, precisamente, en un cuerpo anémico. La envergadura del desplome actual de las bolsas que ha provocado pérdidas de activos por 6 billones de dólares en 10 días es inexplicable al margen de esta realidad.
El terremoto viene precedido en el año que acaba de finalizar por tres temblores de las bolsas neoyorquinas cuya onda expansiva se hizo sentir a nivel global. En este lapso, la bolsa retomó su ciclo ascendente y llegó a niveles récord. Pero eso, contradictoriamente, terminó por reforzar más el carácter explosivo de la situación actual pues puso al descubierto el contraste entre las cotizaciones de las acciones y el magro desempeño de las empresas en el ámbito de la producción y la economía real, la denominada “exuberancia irracional” que caracteriza la valorización bursátil. Las acciones vienen inflando sus valores como consecuencia de la recompra de las mismas que hacen las propias compañías y la distribución de dividendos entre sus accionistas, empezando por las líderes, mientras crece la deuda corporativa que ha llegado a la cifra récord de 10 billones de dólares.
El pobre resultado operativo de los balances se ve neutralizado por las crecientes inversiones financieras. La liquidez no se direcciona a la reinversión productiva sino a la esfera especulativa. De un modo general, asistimos a un auge de la deuda mundial a niveles sin precedentes. Según un reciente Informe del FMI, la deuda global asciende al 230% del PBI.
El coronavirus ha agravado una crisis que ya estaba en desarrollo. Como telón de fondo, está la crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que se extiende a la producción industrial. Las tendencias deflacionarias hoy reinantes expresan la declinación en los niveles de rentabilidad. Esta tendencia a la caída de la tasa de ganancia está en la base de la huelga de inversiones que se encuentra en un punto muy bajo, que ni siquiera es suficiente para compensar la depreciación de las maquinarias y la infraestructura.
Naturalmente, no se pueden perder de vista las dimensiones del descalabro que puede traer aparejado la epidemia. Por lo pronto, la paralización de la actividad se está haciendo sentir en todos los planos: la producción, el comercio, los servicios, el turismo, el transporte, la industria del entretenimiento y espectáculos, incluido el deportivo, que han debido retraer su funcionamiento o directamente suspenderlo hasta nuevo aviso. Esto vale en primer lugar para China provocando una caída de las importaciones del gigante asiático y una declinación de los precios de las materias primas, por un lado, y una interrupción en la cadena de suministros de productos manufacturados fabricados por el país asiático, por el otro. China es un proveedor importante para la industria automotriz mundial y la electrónica. Muchos teléfonos celulares y computadoras se fabrican en China o al menos tienen componentes fabricados allí. Hyundai, de Corea del Sur, ha suspendido su producción de automóviles debido a problemas con el suministro de piezas de su operación en China, una señal de advertencia de lo que puede avecinarse de un modo general.
La expansión de la enfermedad a los otros continentes, a su vez, no sólo traslada sus efectos paralizantes de la actividad productiva y comercial. Amenaza ahondar la fractura existente en las relaciones económicas internacionales, ya afectadas por la guerra comercial, por la aplicación unilateral de cada país de medidas restrictivas para enfrentar la extensión del virus, lo cual conllevaría la suspensión y ruptura de un sinnúmero de contratos y acuerdos comerciales internacionales.
La amenaza de una estampida financiera incontrolable aún mayor ha puesto en guardia a la Reserva Federal quien adelantó su disposición a intervenir y acaba de anunciar una nueva rebaja de la tasa de interés. Otros bancos centrales han anticipado idéntica actitud. Por su parte, Trump señaló que podría otorgar una nueva rebaja de impuestos en momentos en que se ha lanzado la carrera presidencial en Estados Unidos y un descalabro en la economía podría poner en peligro sus aspiraciones a la reelección. De todos modos, habrá que ver la eficacia de estas iniciativas. Las premisas de la crisis mundial se han agravado sensiblemente y los márgenes de maniobras se han ido estrechando y los recursos de los Estados son más endebles en relación a la crisis financiera de 2008.

Epidemia, países periféricos y Argentina

Los países periféricos son los eslabones más débiles de esta cadena. El impacto se está haciendo sentir en los commodities tanto agropecuarios como industriales, de los cuales, China es un comprador importante.
El precio del petróleo alcanzó su nivel más bajo en más de un año. Un grupo de países exportadores de petróleo está considerando recortes de producción en un esfuerzo por revertir la caída de los precios. El precio del cobre también ha bajado: es un material importante para la industria de la construcción, que seguramente también se verá afectada en China. Y por supuesto afecta la actividad de muchas industrias y empresas que dependen, a su turno, de piezas, repuestos e insumos provenientes del país asiático.
Argentina es especialmente vulnerable Por lo pronto, el coronavirus está generando menores exportaciones agricologanaderas y menores importaciones de insumos para diversos sectores industriales, además de que ya impacta en el precio de las materias primas. China representó el 14% del intercambio comercial argentino en 2019, transformándose en el segundo mercado para el país después de Brasil, por delante de Estados Unidos y la Unión Europea. El sector de carnes es uno de los más afectados en la economía argentina.
Respecto de los precios agrícolas, entre los valores de cierre de 2019 y los actuales, se observa una merma considerable en la cotización de la soja, que se redujo un 5%, y en los valores del maíz y del trigo. La caída del precio del petróleo, a su turno representa, una ventaja en término del costo de las importaciones, pero un efecto negativo para atraer inversiones, en un contexto en el que el gobierno apuesta a revitalizar el proyecto de Vaca Muerta. En cuanto a los productos en los que China es un proveedor, el impacto se observa a través de un retraso en los envíos que comienza a complicar la cadena de abastecimiento y es especialmente fuerte en segmentos como el textil y en electrodomésticos.
La crisis mundial ya venía provocando un cimbronazo en los países periféricos a través de la fuga de capitales y el fantasma del default. Los capitales estaban huyendo hacia inversiones con menos riesgo y buscan refugio en colocaciones financieras más seguras en las metrópolis. Esto es lo que está en la base de los rendimientos negativos de una franja creciente de colocaciones financieras (que han superado la friolera de los 15 billones de dólares) y la inversión de la curva de rendimientos, que ha sido, de un modo general, un antecedente en las grandes crisis y depresiones mundiales del pasado. Este escenario ya es previo a la epidemia pero el virus acentúa esta tendencia y Argentina no se sustrae a este fenómeno.
Si continúa el deterioro bursátil de estos días, podría esperarse un “vuelo hacia la calidad” de los inversores financieros, que se desprenden de los bonos argentinos, al borde del default y provocar una caída aun mayor de su cotización. Esto podría hacer que se acelere el pase de los mismos a manos de los fondos buitres, que pueden especular con un default e ir a juicio. La capacidad negociadora del gobierno en el marco de la reestructuración de la deuda se vería aún más condicionada, acentuando las extorsiones leoninas de bonistas y acreedores.
Pese a su trascendencia, Alberto Fernández, en su discurso de apertura de sesiones en el Congreso, obvió el tema. Si Fernández hubiera abordado la cuestión, hubiera debido explicar también cómo va a hacer frente a la epidemia en el país en momentos en que están paralizadas las obras de infraestructura y hasta de mantenimiento, como un aspecto del ajuste que ya se está implementando. Es importante poner de relieve los efectos del coronavirus en la crisis de economía mundial pero, al mismo tiempo, es necesario destacar el proceso inverso: cómo la actual bancarrota capitalista y la tendencia a descargar el peso de la crisis sobre la población está socavando la capacidad de los Estados para hacer frente al flagelo. Las medidas de austeridad, los recortes presupuestarios son un común denominador en todo el mundo, incluidas las metrópolis., provocando un deterioro creciente de los sistemas de salud. Si esto vale para países como Italia, con más razón para nuestro país.
Los casos de dengue y sarampión, erradicado años atrás, se vienen multiplicando. Su proliferación se potencia por las deficiencias y precariedad en la atención sanitaria, la falta de vacunas y el encarecimiento que han experimentado los medicamentos. Nos estamos refiriendo a enfermedades conocidas y evitables. Con más razón vale para el coronavirus. La vulnerabilidad de Argentina es ínfinitamente mayor y los recursos están orientados en otra dirección: al pago de la deuda.

Pablo Heller

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