martes, 25 de febrero de 2020

Sanders se asegura la punta en la primaria demócrata




El sistema político yanqui tiende a una polarización brutal

Nevada, el tercer Estado en las elecciones primarias para elegir los candidatos presidenciales estadounidenses, le terminó de dar un liderazgo claro dentro del Partido Demócrata al autodefinido socialista Bernie Sanders.
Este ya había ganado el voto directo (aunque no la mayor cantidad de delegados a la convención del partido) en Iowa, donde hubo un escándalo por el conteo de votos, y luego en New Hampshire. Sin embargo, en estos estados no pasaba el 30% y tenía el primer lugar por la dispersión de candidatos del ala derecha del partido. En Nevada, los votos de Sanders, que llegaron casi al 47%, pasan por mucho la suma de sus seguidores del establishment partidario, Biden con 20%, Buttigieg con 14% y Warren debajo del 10%.
Los resultados de Sanders fueron altos en todas las demográficas raciales y de edad, contra versiones de que no lograba apoyo en sectores afroamericanos y de mayor edad. Han sido claves para su campaña el voto de los latinos, cuyos dirigentes sociales fueron incorporados masivamente al plantel de la campaña de Sanders para trabajar sobre su comunidad. Los latinos son hoy la minoría racial de mayor peso electoral.
Muchos comentaristas destacan que la composición demográfica de Nevada es muy similar a California y Texas, dos estados enormes que se definen en el llamado “Super Martes” del 3 de marzo.
La victoria de Sanders en Nevada tuvo un significado especial. Uno de los principales actores del Estado, el gremio gastronómico de 60 mil afiliados con centro en los casinos y hoteles de Las Vegas, si bien no apoyó ningún candidato, sacó materiales condenado la posición de cuidado de salud universal de Sanders, en defensa del servicio de salud privado que gestiona su sindicato. No sólo triunfó Sanders, sino que en entrevistas de boca de urna, 6 de cada diez votantes dijeron acordar con el plan de salud universal de Sanders, que terminaría con los seguros de salud privados. (Vox, 22/2)
Pete Buttigieg, que había disputado el primer lugar en Iowa, salido segundo en New Hampshire y ahora cayó a un lejano tercer lugar, pidió un recuento de votos alegando irregularidades (para reclamar el segundo lugar contra Biden) y aprovechó para dar un discurso de alerta a su partido diciendo que el avance de Sanders facilita una victoria de Trump y una pérdida de peso parlamentario de los demócratas. “El senador Sanders cree en una revolución ideológica, inflexible, que deja afuera a la mayoría de los demócratas, no solo de los americanos (estadounidenses).”

Los moderados hacen agua

La incapacidad del campo “moderado” del partido demócrata para instalar un candidato en la campaña tuvo un antecedente en el debate de candidatos de la semana pasada cuando el megamillonario Michael Bloomberg fue vapuleado por todos los candidatos y fue considerado como el perdedor del debate por todos los observadores. El exalcalde neoyorquino fue atacado por múltiples razones. Por un lado, la existencia de numerosos acuerdos con exempleadas suyas para impedir denuncias por acoso, abuso o discriminación de género. Por otras parte jugó un rol importante la denuncia del método policial de “frisk and search” (palpar y revisar) que Bloomberg heredó de su antecesor Rudy Giuliani y defendió en todo su periodo. El método consiste en la realización de requisas sistemáticas de jóvenes de color de parte de la policía sin orden judicial ni razón de sospecha alguna.
Bloomberg ahora dice que pide disculpas por implementar esa política, pero circula un video de 2015 donde la defiende diciendo que “95 por ciento de los asesinos y victimas de asesinato son hombres de minorías raciales de entre 16 y 25”, agregando, “ponemos todos los policías en los barrios de las minorías, es verdad. ¿Por qué? Porque ahí está todo el crimen”. El 90% de los demorados por estos operativos eran negros o latinos, aunque constituyen el 50% de la población. Un 88% no dio lugar a hallazgo alguno.
El crecimiento de Sanders ha tirado la agenda a la izquierda; e incluso le está ganando apoyos sorprendentes. El actual alcalde neoyorkino, Bill de Blasio, ha salido la semana pasada en apoyo a Sanders. Los intentos de largar una campaña presidencial propia de de Blasio se pincharon frente a denuncias de continuar con políticas represivas a lo Bloomberg y por no despedir al policía que ahorcó a Eric Garner, uno de los asesinatos policiales de jóvenes negros que dio lugar al movimiento Black Lives Matter.
A pesar de la mala performance de Bloomberg en los debates, tercia en el dividido campo de la derecha demócrata con una inversión enorme de su propio bolsillo. Bloomberg es nada menos que el octavo hombre más rico del mundo. En enero gastó 220 millones de dólares en su campaña, mientras el conjunto del resto de los precandidatos gastaron 127 millones. Más de 7 millones de dólares por día.
Biden, Buttigieg y Bloomberg todos han largado presiones políticas para lograr que parte de los candidatos se bajen y poder concentrar el fuego contra Sanders en la interna, pero sin éxito. Sin ninguno que logré despuntar en las primarias, todos opinan que tienen que bajarse el resto.
La crisis política de los demócratas queda a la vista con una candidatura que puede quedar en disputa entre un magnate exrepublicano que quiere comprar la nominación y un izquierdista que ingresó al congreso como independiente extrapartidario y se reivindica como ajeno al aparato político demócrata. La crisis es de todo el sistema político yanqui, más si tenemos en cuenta que los republicanos vivieron una combinación de ambos fenómenos con Trump, que reivindicó su carácter de outsider de la política y usó su condición de magnate (aunque de una categoría inferior a Trump) para abrirse paso.

¿Socialismo?

La primaria se traslada esta semana a Carolina del Sur, el sábado 29. Si bien Joe Biden era el favorito ahí, su mala performance está llevando a una caída también en ese Estado. Se espera que el diputado James Clyburn, jefe de la bancada demócrata en la cámara baja y hombre fuerte de la comunidad negra, mayoritaria en el Estado, apoye esta semana a Biden. Puede que lo haga, aunque ya ha dicho que el desempeño de Biden es decepcionante y ha relativizado el rechazo que pueda generar contra Sanders en el electorado del Estado el mote de “socialista”, ponderando positivamente al izquierdista veterano. (The Hil,l 23/2)
La reivindicación de Sanders de ser un “demócrata socialista” está en el centro de una polémica permanente. Muchos notan que su programa no pasa de un estatismo keynesiano mucho más cerca del New Deal de Roosevelt que de una expropiación de los medios de producción. Sin embargo, Sanders se aferra a esa denominación en la medida en que le permite no asumir responsabilidad por las consecuencias de las políticas de gobierno del partido en cuyo bloque parlamentario Sanders ha actuado por 30 años. La victoria de Trump contra Hillary Clinton fue en gran medida una victoria de una movilización electoral populista denunciando al status quo de los políticos de Washington, para un programa derechista. Sanders parece querer replicar la jugada por izquierda. Los discursos acalorados de que viene a promover una revolución política juegan el rol de lavar todas las miserias pasadas y presentes de Sanders y su partido.

McCarthy vuelve

El ascenso de Sanders ha dado lugar a un campeonato desaforado de macartismo, como no se veía en EEUU desde la caída de la URSS. Chris Matthews, un presentador de noticias de la cadena NBC, una de las 3 grandes emisoras de televisión, vinculada al partido demócrata, dijo que una presidencia de Sanders daría lugar a asesinatos callejeros y comparó la victoria de este en la primaria de Nevada con la ocupación de Francia por los nazis. Matthews también aseguró que de haber triunfado la URSS en la guerra fría, Sanders hubiera encabezado los pelotones de fusilamiento estalinistas en Norteamérica. El New York Times ha dirigido una campaña sobre la negativa de Sanders a dar a conocer toda su historia clínica personal, hasta su incapacidad para explicar cómo cubriría el costo fiscal del plan de salud pública que promueve.
Buceando en su historia han encontrado su apoyo a una candidatura del partido trotskista devenido castrista SWP en 1980, que Sanders explicó que no respondió a una adhesión política sino un apoyo democrático a que puedan presentarse terceros partidos. Han desenterrado también una entrevista de 1980 en la que critica características autoritarias del régimen castrista cubano pero reivindica su política de salud y educación.
El último que metió la cuchara en el revival macartista fue el presidente Trump, que en una serie de tweets difundió la versión de que hubo un intento de servicios rusos de favorecer a Sanders en la primaria, justamente la acusación que pesa contra él por la elección de 2016. Trump, estabilizado luego del limitado acuerdo comercial con China y el fin del procedimiento de juicio político, goza de la confusión en su campo rival.
La persistencia en el otro polo de político del gobierno de demagogia derechista, racista y sexista, con todo su impulso a los agrupamientos extremistas de todo tipo desde el estado muestra las características explosivas de la polarización política en EE.UU., que es una expresión de una tendencia mundial. Los Trump, Johnson, Modi y Bolsonaro son la expresión política del fracaso de los proyectos de integración internacional en términos capitalistas y el pasaje a una época de choques comerciales, militares, raciales y regionales más intensos.

La convención demócrata, una crisis que está cantada

El crecimiento de Sanders todavía está muy lejos de garantizarle una mayoría propia en la convención demócrata que comenzará el 13 de julio en Milwaukee. La razón que los candidatos que no logran levantar en la elección directa se mantienen en la carrera es que saben que esto dará lugar a negociaciones para que el aparato demócrata elija otro candidato, aunque haya quedado atrás en las primarias, y quieren tratar de estar disponibles para el dedazo. Si en la primera vuelta de votación no se produce una mayoría directa entre los 3.979 delegados electos, en una segunda vuelta estos delegados están liberados a elegir otro candidato, y entran en juego 771 “superdelegados” que no están sujetos a elección y son representantes seleccionados de los funcionarios y sindicalistas del partido. Bloomberg ya ha puesto sus millones a adobar a los famosos superdelegados que le dieron la candidatura a Hillary en 2016.
Previendo esto, Sanders ya está reclamando que la convención elija al candidato que haya reunido más delegados, mientras en el último debate de precandidatos todos los otros, incluida la “progre” Elizabeth Warren, defendieron que primara el toma y daca por encima de la elección directa.
La convención de 2016 ya dio lugar a denuncias de manipulación y el abandono de una parte de los delegados de la convención. El nombramiento de un candidato minoritario para preservar el aparato político directo del gran capital sería una crisis política mayúscula. Por una vía o la otra, la ruptura del partido demócrata está entre las posibilidades de este proceso. No se prepara para esa eventualidad el think tank de Sanders, Jacobin, que en un artículo reciente sobre la posibilidad de que vuelvan a robarle la candidatura, llama a prepararse para presentarse contra esos superdelegados cuando tengan que reelegirse en sus cargos (Jacobin, 21/2). La decisión a centrarse en la organización de un aparato electoral ajeno a la lucha de clases ha sido elevada por la DSA, principal grupo político de la izquierda yanqui y eje de la campaña de Sanders, en un principio inalterable.
El programa de reformas capitalistas que promueve Sanders tiene límites insalvables. El estado de bienestar europeo que considera como modelo ha sido erosionado por la crisis capitalista y no existe más. Su política de mantenerse atado a uno de los partidos sostenes de uno de los regímenes políticos más criminales de la historia, tanto respecto a quienes viven bajo su gobierno directo, es un bloqueo al surgimiento de una alternativa política independiente de la clase obrera y los explotados en Estados Unidos. Sin embargo, su movimiento ocupa objetivamente un lugar de canal para la radicalización que las consecuencias de la crisis han desarrollado en Estados Unidos. La contradicción entre esta radicalización en curso y el chaleco estrecho del partido demócrata y el estado imperialista en el que se la quiere introducir van a dar lugar a una etapa novedosa de la historia de la lucha de clases en ese país.

Guillermo Kane

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