lunes, 22 de octubre de 2012

Uruguay. No es la “base”



Con el sociólogo Luis Eduardo Morás

—¿Qué fue lo más sorprendente de lo ocurrido en Marconi?
—Nada llama mucho la atención. Lo que pasó en el Marconi es algo que está presente en gran parte de la zona norte y oeste de Montevideo: el rechazo a una presencia policial que en muchas ocasiones hace un uso abusivo de la fuerza. El episodio lo demostró, así como la falta del delicadísimo equilibrio emocional de evaluación de los riesgos que tiene que tener un funcionario que está armado. Esto desmiente la idea de que más Policía es la solución a ese tipo de problema, ni que hablar de los megaoperativos. Éstos pretenden imponer el retorno de la autoridad a través del uniforme policial, pero es una autoridad que no tiene ninguna legitimidad y que genera un fuerte resentimiento en el propio barrio. Si se piensa en el cerco que hicieron en Marconi, hubo muchos vecinos que empezaron a reclamar porque los hijos tenían que ir a estudiar, tenían que ir a trabajar y no entraban los ómnibus.
Entonces decís: “En el Marconi también marcan tarjeta”;* pero si les hacés un cerco policial y les sacás el 405 no van a poder ir a marcar tarjeta.
A su vez, hay omisión de asistencia al herido y la madre está denunciando el maltrato posterior sufrido en la policlínica. Eso me parece tan grave como el hecho de haber respondido con un arma de fuego a una pedrea. El propio sindicato de policías afirmó en los medios que las pedreas a los vehículos policiales se dan desde hace décadas, pero en este caso se está planteando que es algo extraordinariamente nuevo, que es un síntoma de la favelización de Montevideo.
—¿Qué implica ese proceso de favelización?
—Las jerarquías policiales están hablando de que en el Marconi, los casos pesados de violencia delictiva son unas cincuenta personas. Con cincuenta personas no hacés una favela. Hay una especie de “profecía autocumplida”, como la llaman los sociólogos. Se califica a determinada zona de Montevideo como favela. La Policía va pensando que está entrando en una favela y adopta una actitud de prepotencia y un uso excesivo de la fuerza. Son esos preconceptos los que terminan generando lo que en realidad podría no haber ocurrido. En la opinión pública está la idea de la favela como un lugar de tiroteos, drogas, delincuentes, cuando en esencia una favela es un lugar extremadamente pobre. Lo que las caracteriza no es la droga, ni el tiroteo ni los delincuentes, sino que sea un lugar extremadamente pobre donde el Estado renunció a sus funciones básicas.
Si todo queda centrado en que estamos frente a nuevos códigos, nuevas marginalidades y a una pérdida de valores, sigue sin ser explicada la sustancia del asunto. Decir que esto existe no explica nada de cómo surgió, ni quién lo impuso, o a qué se debe el deterioro de los valores.
De lo que estamos hablando es de que hay zonas de Montevideo que desde hace décadas viven en la extrema pobreza. Eso es algo que pudo verse en todas las imágenes que mostraron los medios en estos días, como parte del paisaje normal. No vemos la basura acumulada, los excrementos, el olor, y queda la idea de los nuevos códigos, cuando hay generaciones y generaciones de muchachos que nacieron ahí y mueren ahí, y que no van a salir de ahí. Y no van a poder salir porque nosotros no queremos, porque el Uruguay integrado no quiere.
—¿A qué se refiere con que el Uruguay integrado no lo quiere?
—Ya no es por el fenómeno de la pobreza –porque el Marconi hace décadas que está ahí y siempre fue lo mismo–, sino por el proceso de segregación: el rechazo –un fenómeno relativamente reciente– que tiene una parte de los uruguayos a tomar contacto con esas personas. Como indicador de eso, según una encuesta del inju, ocho de cada diez primeras experiencias laborales de los jóvenes se dan por redes de relaciones. No sirven las acreditaciones, no sirven las certificaciones, no sirve la escolaridad, la clave es la red de contactos. Nadie que viva en el Marconi puede pensar que va a conseguir un trabajo, porque sólo recibe rechazo.
—Hay bienestar por todos lados pero a ellos nunca les llega...
—La torta nunca derrama. Nunca se derrama el bienestar hacia la parte más baja de la sociedad. Se dan cuenta de que la torta creció pero no les tocó ninguna porción, no cambió sustancialmente la cosa. Siguen sin siquiera estar invitados a la fiesta. n

* En alusión a la campaña por la no estigmatización de los barrios desarrollada por el Ministerio del Interior en setiembre de 2011.

Guillermo Garat / Eliana Gilet

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