viernes, 22 de abril de 2011
Los megaoperativos policiales contra los barrios pobres en Montevideo
Sobre todo en momentos de crisis aguda del movimiento popular, la fuerza de la costumbre puede resultar fatal –y de hecho suele serlo, ¿qué duda cabe?-- en la medida que tiende a estimular fuertemente la fijación del sentimiento colectivo de que todo lo que ocurre “está escrito” y nadie ni nada pueden evitarlo, más allá de si la conjunción de los hechos posee significación positiva o regresiva, o si evidencia estancamientos históricos serios y prolongados de peligrosísimas señales respecto al futuro.
La fuerza de la costumbre es esencialmente a-crítica y aletargante.
Actúa habitualmente como auténtica enemiga de los pueblos, como verdadera aliada de todo aquello prolijamente estructurado por los “constructores de costumbre”, para jodernos la vida y abortarnos o aguarnos perspectivas ciertas de avances populares reales, consagrando de hecho --por inercia, digamos, y en cierto modo por autodesidia-- situaciones materiales y coordenadas culturales-espirituales que por supuesto tienen su razón de ser histórica, pero no de una historia inmutable, idéntica a sí misma, insuperable, sumisa, como si ella tuviese un sentido predeterminado por no se sabe qué designios sobrenaturales omnipotentes e incontrolables para los pobres mortales que vivimos del sudor de nuestra frente y que muchas veces sentimos el impulso de juntar las palmas para rogarle al cielo o a la dialéctica un poco de piedad, al menos.
La fuerza de la costumbre se retroalimenta, se potencia a sí misma en el llamado imaginario popular hasta convertirse en algo así como la “fuerza del destino”… Un “destino” que paraliza, que sobreestima todo aquello que sobrevive, precisamente, de resultas de las intermitentes y relativas parálisis del movimiento popular. La fuerza de la costumbre nos niega y nos va convirtiendo en derrotados crónicos sin remedio.
¿Hay algo más claro en este sentido que la misma explotación?. ¿Qué es, si no, el mismo Estado burgués omnipresente en todos los aspectos de nuestras vidas a pesar de su misma decadencia y su agudísima descomposición ética, al punto de habernos convencido de que hasta cuestiones de elemental derecho natural, como el derecho a la vida, justamente, deben ser sometidas a decisiones “democráticas”, consideraciones parlamentarias o fallos de patéticas cortes internacionales que promueven la coerción y la represión planetarias al mismo tiempo que hacen gargarismos con los “derechos humanos” universales amagando con falaces e incumplidas sanciones a quienes no los respeten?.
Hoy, de nuevo, estamos ante los estragos impresionantes de la “fuerza de la costumbre” en la asustada y desmoralizada comarca oriental del Río de La Plata.
Verdaderas hordas armadas asaltan a pleno sol nuestras taperas de chapa y cartón, revuelcan por el piso nuestros trapos miserables, engrillan a nuestros hijos, los humillan haciendo clavar sus caras sobre el barro contaminado de las llamadas “zonas rojas”, los babosean, los meten en los “roperos de la seguridad bordaberryana”, los hunden en los calabozos miliqueros de alguna comisaría (por ahora, sólo por ahora), les hacen conocer una oscuridad y una prepotencia que no es cosa del fascismo de ayer o de la dictadura “cívico-militar”, sino del fascismo de hoy, del “Uruguay productivo con justicia social”, de un país que únicamente produce cada día más miseria y más contraste social y que una vez más se pone el broche de oro denigrante y podrido de la represión y la barbarie sobre los más jodidos como marca de fábrica.
Se nos está metiendo otra que el dedo en el traste descaradamente.
Con “órdenes judiciales genéricas” o no (¡tanto dá!), con papeluchos cínicos y arteros del para nada “independiente” poder judicial o sin ellos, se nos somete al vejamen del poder político-económico ejecutado por los herederos reales del “proceso”, por los que este 14 de abril –con uniforme y sin él-- han vuelto a proclamar “la vigencia absoluta” de la doctrina neo-nazi “a la criolla”, aggiornada pero nada sutil, televisada pero igualmente feroz, rastreramente consagrada por legisladores y ministruchos francamente cagones, y, desdichadamente, puesta en escena ante nuestra irritante y vergonzante pasividad, que hasta se da el lujo de detenerse a calibrar las “connotaciones políticas” de la invitación de un verdugo a sus víctimas “para dialogar y aclarar” juntos, la verdad.
Al terrorismo continuado de los desaparecidos sin tumba, suman el terrorismo de traficar con los sentimientos de los deudos, con la misma frialdad con que antes picanearon y lanzaron gente desde los aviones del “plan Cóndor”.
Nos están violando, y nos dejamos.
Los rumores apocalípticos, los videos terroristas jugando a las escondidas y a la mancha agachadita, las amenazas previas al 14 de abril, no se plasman en atentados disparatados sobre algún sobreviviente rengo, tullido o loco de aquella histórica y trágica jornada en la que --al decir de uno de los más consecuentes y sagaces investigadores denunciantes de las atrocidades fascistas, el periodista Roger Rodríguez-- el “escuadrón de la muerte” se puso un uniforme que lució durante una docena de años y más.
Las verdaderas patoteadas a caballo y a metralleta de estos días, las invasiones a los barrios “rojos” más pobres, el despliegue liso y llano del terrorismo de Estado filmado como se filman los bombardeos criminales sobre Libia e Irak –para verlos mascando cómodamente alguna papita crujiente o queseritos con mate lavado o algún escocés trucho--, no son ningún ensayo facho ni fantasmagoría del futuro.
Son la ofensiva de hoy mismo de un sistema cuyo triunfalismo agónico solamente se detiene ante fuerzas reales que se opongan confrontándolo e impugnándolo hasta las últimas consecuencias, aunque las únicas armas sean la voz, los piés y los puños alzados y apretados.
La fuerza de la costumbre nos llevó a esto, a estar sin estar, a ser jodidos, a una cobardía colectiva que tiene explicaciones, sin duda, pero que no deja de serlo. Habernos habituado a tolerar que desde una cárcel simbólica los torturadores y asesinos informatizados hayan propalado así nomás sus manifiestos inmundos y maulas y sus videos amenazantes, nos ha colocado en esta pasividad espantosa de ver en la pantalla chica cómo nos bajan los pantalones y nos suben las polleras y se ensañan con la pobreza, sin chistar y sin siquiera amagar al menos con una buena y merecida puteada a los cornudos que juntan firmas para bajar imputabilidades a la vez que promueven la plantación casera de más droga con la que seguir adomerciéndonos y emputeciéndonos hasta mirar por encima del hombro a los guachos a los que, después de ver y sufrir todo esto, dan ganas de decirles sin temor a ninguna acusación de apología del desclasado:
--¡Estos son los que te meten el caño en las manos; estos son los que te han hecho un delincuente, a estos es a los que vos servís de hecho encausando tu bronca y tu rebeldía rastrillando entre el pobrerío pa curtir la pasta-base con la que te suicidan!… ¡Hacé lo que sientas debés hacer, pero apuntá bien, no apuntes más para abajo, no pierdas los restitos de moral obrera que puedan quedarte, y reclamá de los de abajo lo que los de abajo jamás deben perder: dignidad, amor propio, sentimientos espontáneos que te digan dónde están los tuyos y dónde tus verdaderos enemigos!!!.
En cuanto a nosotros, los acostumbrados, los que a veces nos peleamos con nosotros mismos tratando de tener la postalina en el diagnóstico y el pronóstico político más adecuados, o en tratar de dejar bien plasmado nuestro sello preferido, apelemos a lo único que te saca de los estragos brutales de la fuerza de la costumbre si es que te queda sangre en las venas: el instinto, el olfato de clase que te hace ver sin mucho análisis dónde está el cangrejo y dónde tenés que golpear para no convertirte en tu antítesis y no ser de hecho algo parecido a los mismos que en lugar de recurrir a las reservas populares y la movilización callejera para denunciar y detener la arremetida facha, se someten, se pliegan a ella, se hacen sus cómplices activos y colocan en sus frentes el tatuaje infame de la esvástica vernácula.
¡Esta es la impunidad que hay que enfrentar como sea, ahora! ¡A los gritos, a las puteadas, sin perder la inteligencia pero tampoco el honor, esa cosa no muy intelectualizable pero sí profundamente enraizada en la moral del pueblo trabajador, que a veces parece muerta de impotencia, pero que resucita toda vez que al menos el instinto de clase te dice que sin ella, no hay nada, absolutamente nada más que la resignación y la derrota a manos de una fuerza de la costumbre que es también la fuerza de los déspotas paridos por la peor de las “buenas costumbres”: la de aceptar la realidad como algo inamovible, como algo que efectivamente puede ser inamovible siempre que nosotros no intentemos siquiera la rebeldía más elemental de salir a la calle a protestar, arriesgándonos a los cachiporrazos y las “asociaciones para delinquir” inventadas por algún doctorcito garca que en plena dictadura no fue capaz siquiera de renunciar a su caricatura de “jueces” o por algún ministrito progre que renunciando podría terminar sus días sin que nadie le diga “traidor”, lisa y llanamente.
¡La impunidad es aquí y hoy! ¡La impunidad es capitalismo, imperialismo y terrorismo de Estado de hoy, bien fresquito, bien vigente, bien envalentonado por una fuerza de la costumbre a la que también se le puede arrancar las guampas con coraje y dignidad de los de abajo arracimados!!!.
¿Tremendismo?... Importa un carajo que alguien lo crea así. Importa tanto como la invocación estúpida de estúpidos pactos perdonavidas entre caciquillos renegados y falsos guerreros sin guerra y sin valor.
¿Qué proponer en concreto?... Nada más que salir de las cuevas y entender que aquí está el tema de cualquier plataforma del pueblo trabajador más allá de actos o fechas históricas que por supuesto debemos celebrar, sin olvidar que cuando la represión sistematizada se va adueñando de la situación, la lucha es todos los días, en todas la calles, en todas las plazas, de todas las organizaciones y de todas las des-organizaciones, en una unidad de acción y de espíritu que relega todo lo demás como lo hace cualquier animal salvaje cuando percibe el ojo del francotirador entre la espesura del monte: se defiende atacando, luchando incluso contra el propio miedo, moviéndonos para que el alza de mira se vaya al carajo y el francotirador comprenda que está tan amenazado como la fiera amenazada, y también sienta miedo, al menos miedo.
¿Qué son estas palabras arrebatadas?... Lo que se vé nomás a simple vista: el llamado de los instintos, el clamor que nace de un acoso que hay que sentirlo y enfrentarlo, o sucumbir entre pruritos de que el alerta es “apresurado”, “cortoplacista”, “voluntarista”, “idealista”, etc., etc., etc.. De que hay que “discutirlo muy bien”…
Escribo a unas horas nomás de que la pandilla supuestamente comandada por Bonomí, arremeta sobre el barrio “rojo” en que vivo y sobrevivo con muchos otros que sienten el mismo “llamado de la selva” que yo siento y que no estamos dispuestos a dejar que ningún comemierda se meta puertas adentro de nuestras casas cediéndoles gentilmente el paso o tolerando así nomás que te revienten las puertas a culatazos o a patadas y agarren a tus hijos de los pelos y les metan la pavura del garca que sólo es valiente con un fusil apuntándote.
Lo hago aguardando la invasión “pro seguridad ciudadana” convencido de que su “comandante” es el mismo que impulsa la baja de la imputabilidad para menores de edad que por supuesto no son los hijos imberbes de la crema pituca, esos pequeños aprendices de los grandes rastrillajes burgueses que canal 4 ni Bonomi mencionan.
Lo hago porque esta es la impunidad a la que hay que romperle el cuello y el codo y la muñeca y los nudillos hasta que sus huesos suenen como sonaron los huesos de nuestras compañeras y nuestros compañeros asesinados por la basura fascista.
Lo hago para no ser un desaparecido más en este presente que nos dice que nuestros desaparecidos desaparecieron por resistirse precisamente a esta misma barbarie que ya asoma sus colmillos para clavarlos donde ya los ha clavado antes, aunque ahora nos digan que están “sirviendo a la sociedad” y que la “seguridad” viene de la mano de los garrotazos, los plantones y toda esa mierda que en los ´70 no supimos rechazar como un solo hombre, por ingenuos y gracias a una fuerza de la costumbre que nos había dicho que aquí al fascismo lo había liquidado el batllismo y que la milicada y sus comandantes civiles, no eran capaces de actuar como lo habíamos visto en “La batalla de Argelia” y como hoy lo vemos en los flashes de las cámaras al servicio del terrorismo de Estado y de los que han perdido hasta la vergüenza, en Uruguay o en el norte africano…
¡O los barrios “rojos” izamos nuestros corazones abrazando la bandera roja de la dignidad de los barrios “rojos” rescatando la dignidad de todos los barrios, o nos quedaremos no sólo sin banderas!.
¡Hagamos una cadena humana de barrios resueltos a defender la dignidad del pueblo trabajador, para cerrarle el paso a cualquier asonada fascista y para cederle el paso a una vergüenza colectiva que es el único escudo contra la impunidad del presente, esta impunidad de oligarcas decadentes que recogen firmas para legislar el crimen antes de cometerlo, mientras nos van mostrando cómo será esta vez la cacería humana en defensa de las “buenas costumbres”, “la constitución” y “la democracia”!.
Que ¡arriba los que luchan! sea mucho más que una consigna y que ella hermane a todos los que no queremos perder hasta la vergüenza de ser. Que ¡arriba los que luchan! sean las palabras de la unidad real de los de abajo, amasada entre miedos, sí, y entre desmoralizaciones también, pero no abandonada por creer que ella es una utopía inalcanzable o solamente alcanzable cuando hayamos dado con unas “condiciones subjetivas” que en definitiva se crean en la lucha diaria y en el entrelazamiento estrecho de nuestras debilidades individuales, deponiendo cualquier sentimiento de que la revolución es cuestión de entendidos y no de simples y sencillos vecinos que se transforman en revolucionarios sin más trámite cuando sienten en su piel y en sus entrañas que el odio y la sed de justicia se avivan al unísono y en todos y cada uno, ante la presencia del atropello que no deja de serlo por más que venga con firma del juez o con orden ministerial.
¡Arriba los que luchan!. ¡Juntemos todos los cortafuegos para frenar el incendio de la prepotencia filmada!!!. ¡Abajo la represión y la criminalización de la pobreza!. ¡Ni un solo milico invadiendo nuestros hogares!. ¡Ni un solo botón baboseando a nuestros hijos!!!. ¡Nada que aliente la “argelización” irresponsable del Uruguay!. ¡Frenar ya toda provocación fascista craneada para volver a colocarnos en una falsa guerra de falsos demonios, que nos conduzca al derrotismo y la desmoralización generalizada del movimiento popular!.
Gabriel Carbajales, Montevideo, 20 de abril de 2011
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