lunes, 7 de febrero de 2011

El final de la dictadura egipcia atemoriza a Israel


Durante más de 20 años, Israel no tuvo que preocuparse de sus vecinos del sur. Tras los Acuerdos de Camp David de 1978, por los que Tel Aviv firmó la paz con El Cairo, los egipcios se convirtieron en su mejor aliado regional, un país que, en lugar de amenazarles, les ayudaba a afrontar a grupos armados como Hamas o Hizbulá con un ímpetu impensable en cualquier otro país árabe.
No sólo compartían Inteligencia o accedían a permitir que barcos israelíes patrullaran el canaz de Suez: sellaron la franja de Gaza del lado egipcio, siguiendo las instrucciones del Estado hebreo y condenando así a la población de Gaza a la miseria, boicoteando cualquier intento de reconstrucción. Incluso instalaron un muro subterránero de acero para intentar impedir -sin éxito- que los palestinos se abastecieran mediante el contrabando de los túneles.
Hosni Mubarak y su actual vicepresidente, el jefe de espías Omar Suleiman, se convirtieron en el mejor socio que podían imaginar. De ahí el pánico escénico que embarga hoy a los israelíes mientras asisten a las últimas horas de su único aliado regional junto a Jordania.
Para Israel, Egipto es el mayor socio estratégico después de Estados Unidos. Han podido contar con Mubarak para aislar a Hamas, el movimiento islámico en el poder en la franja de Gaza, boioteado por la comunidad internacional y abandonado por los árabes tras ganar las elecciones de 2006; también para arrestar a los militantes de Hizbulá que trataban de actuar desde territorio egipcio. Ha sido el mejor aliado en la particular batalla israelí contra Siria e Irán: El Cairo se disputa con Riad el liderazgo suní regional, y como tal está enfrentado con los chiíes en el poder de aquellos dos países. Y durante décadas se ha empleado a fondo en liquidar a los islamistas que atentaban contra turistas, que mataron al anterior presidente, Anuar al Sadat, precisamente por firmar la paz con Israel y que rechazan sobre todas las cosas al Estado hebreo.
Egipto se había consagrado como un baluarte imprescindible en medio de un entorno hostil. De ahí que Israel tenga mucho por perder en esta primavera árabe que tanto entusiasma a medio mundo. “De pronto, Israel se ve en la posición más peligrosa que ha tenido desde 1948 [fecha de la creación de su Estado]”, explica a Periodismo Humano Nicholas Noe, director del servicio de traducciones árabes Mideastwire y autor del libro La voz de Hizbulá. “A su alrededor están floreciendo una serie de actores no oficiales, de movimientos y de situaciones opuestas a la política de Israel e incluso a su mera existencia. La consecuencia de lo que ocurre en Egipto es que Israel será menos segura y menos estable”.
Para minimizar este riesgo, el pasado fin de semana Tel Aviv movió cartas rápidamente aunque de forma desesperada. Según el diario Haaretz, el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí pidió el pasado sábado a sus embajadores en EEUU, Canadá, China, Rusia y varios países europeos que presionen a las autoridades de sus respectivos países resaltando la importancia que tiene para Israel mantener al régimen autocrático de Mubarak aunque pese a sus 80 millones de habitantes. El problema es que la población egipcia no actúa en coordinación con Occidente: más bien actúa contra, y a pesar, de las políticas de Occidente, que han protegido a dictadores como Mubarak pese a las violaciones flagrantes de los Derechos Humanos en los que sus sistemas incurren sólo para mantener sus intereses.
“No es sólo Egipto. En Jordania, los Hermanos Musulmanes y los palestinos van a ganar de esta situación incluso si no hay cambios significativos. Siria permanece estable, y en el Líbano se está formando un Gobierno afin a Hizbulá. De pronto, Israel está rodeado de agentes hostiles. Cuánto ha cambiado desde la Conferencia de Madrid, cuando la mayoría de los árabes era favorable a pactar con Israel: 20 años después, la lógica ha cambiado drásticamente”.
El primer ministro, Benjamin Netanyahu, afirma seguir los acontecimientos en el país de los faraones con “vigilancia y preocupación”. El presidente Shimon Peres va más allá, admitiendo que “siempre he tenido y tengo un gran respeto por el presidente Mubarak” y afirmando que “una oligarquía fanática religiosa no es mejor que la falta de democracia“. Con sus palabras insinúa que la revolución egipcia tiene como último objetivo instaurar un régimen islámico al estilo iraní -una amenaza tan escuchada estos días- pero la realidad es que los Hermanos Musulmanes, suníes, sólo se han sumado a las manifestaciones a título privado, y que han delegado en Mohamad ElBaradei, Premio Nobel de la Paz 2005, poco sospechoso de islamista radical, toda negociación con el régimen. Todo hace indicar que El Baradei será el hombre que liderará la transición egipcia.
Los Hermanos Musulmanes, de gran peso en la clase baja egipcia, emitieron ayer un comunicado para aclarar su postura al respecto. “Esta revolución no tiene nada en común con Irán. Egipto nunca será como Irán. Respetamos todos los acuerdos de paz firmados con todos los países del mundo”, han dicho, en referencia a los acuerdos de paz con Israel. Egipto, junto con Jordania, son los dos únicos países árabes que tienen relaciones con el Estado hebreo una vez que Mauritania anuló sus acuerdos diplomáticos a raíz de la ofensiva de 2008 contra Gaza. “Esta revolución es de los egipcios, de toda edad y condición, no de los Hermanos Musulmanes. Nuestros miembros se han sumado como individuales”, recuerdan desde la organización islamista egipcia.
“La experiencia en revoluciones dice que nunca sabes qué va a salir de ellas”, opina Alastair Crooke, director del think tank libanés Foro para la Resolución de Conflictos, encargado de acercar puntos de vista entre Occidente y Oriente. “La de Egipto no tiene por qué ser la revolución iraní”, añade. “Pero sin duda hace que Israel se sienta aislado. Es un cambio sin precedentes que hará que ya no se sientan seguros porque el entorno de gobiernos afines y pro-occidentales está cambiando”.
Crooke, mediador en los conflictos de Irlanda del Norte, Sudáfrica, Colombia o el de Oriente Próximo (1997-2003) y autor del libro Resistencia: La esencia de la revolución islamista, considera que los bombadeos israelíes contra Gaza de 2008 son un factor decisivo a la hora de entender el malestar de la calle egipcia. Mubarak no sólo no condenó la matanza de palestinos, sino que cerró su frontera con la franja durante toda la ofensiva, dejando pasar con cuentagotas incluso a los sanitarios e impidiendo que la población civil escapara de las bombas. “Los egipcios nunca aceptaron esa política. Aquellas imágenes afectaron a todos los egipcios salvo a Mubarak. Eso es algo que tendrá que cambiar tanto si permanece el régimen de Mubarak como si cambia: el nuevo Gobierno tendrá que ocuparse de resolver el impacto de la Operación Plomo Sólido en la población”.
Es una realidad que el pueblo egipcio no simpatiza con Israel, con quien ha librado cuatro guerras desde la creación del Estado hebreo: en 1948, 1956, 1967 y 1973. No hay más que transitar por los resorts turísticos del Sinaí egipcio: en algunos de ellos los turistas israelíes no son admitidos. A ello se suma que el más que probable líder de transición, Mohamed ElBaradei, es percibido con mucho recelo en Tel Aviv dado que, desde su cargo al frente de la Organización Internacional para la Energía Atómica, denunció con especial ahinco el doble rasero internacional que llevaba a hostigar a Irán por sus pretensiones nucleares y, al mismo tiempo, ni siquiera solicitaba a Israel que su programa atómico fuera supervisado por los inspectores de su organización. También fue contrario a la invasión de Irak.
Egipto comparte con Israel 250 kilómetros de frontera en pleno desierto, que los agentes de Mubarak han sellado para impedir que la inmigración africana afecte a su vecino del norte. Además, su Ejército lleva años concentrando sus esfuerzos en otros frentes: las milicias palestinas, especialmente en Gaza; las mucho más temibles de Hizbulá en la frontera libanesa; Siria e Irán, éste su más serio enemigo.
Pero las preocupaciones de Israel no son sólo en materia de Seguridad, si bien sí son las más importantes. Además, Israel importa el 40% del gas natural que consume desde Egipto mediante tuberías de Gas Este-Mediterráneo, una compañía israelo-egipcia. Ambos países firmaron en 2005 un contrato que mantiene esta colaboración durante 20 años. Además, los acuerdos de comercio bilaterales ascendieron a más de 500 millones de dólares en 2010.
Y eso no es lo peor: si el contagio de las manifestaciones a Jordania desemboca en elecciones libres, los partidos islamistas en la oposición llegarían al poder probablemente deseosos de revisar las relaciones con el socio israelí. Y el monarca Abdallah II parece dispuesto a acceder a cualquier cosa con tal de garantizar la supervivencia de la institución.
Ningún cambio en Egipto significa que los acuerdos de paz vayan a abolirse, ni tampoco de que la revolución vaya a acabar con el status quo de Jordania, si bien sí se está exportando, pero el editorial de ayer del diario Haaretz ya solicitaba al Ejecutivo israelí que cambie su política para evitar quedar completamente aislado en una región que le es hostil desde su fundación como Estado.
El rotativo progresista indicaba que Israel debe “prepararse para un nuevo orden regional”y critica a Netanyahu por preferir “tiranos que se quedan largos años en el poder” como “el mal menor”. En lugar de “refugiarse en lo conocido, en el manido ‘no hay nadie con quien hablar ni en quien confiar‘, hay que adaptarse a una realidad en la que los ciudadanos de los Estados árabes, y no solo los tiranos, influyen en la trayectoria de sus países”. Incluso el comentarista Sever Plocker criticaba, en las páginas del derechista Yediot Ahronot, que “Israel esté sobrecogido por el miedo a la democracia, no aquí sino en los países vecinos”, “si bien nunca hemos rezado porque los árabes se conviertan en democracias neoliberales”.

Mónica G. Prieto/Beirut

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