Finaliza el verano 2008, la nación como una gran escuela se apresta para iniciar un nuevo ciclo educativo. Irrumpen dos eventos meteorológicos de gran magnitud con apenas una semana de diferencia. Dicen los especialistas que contienen la energía equivalente a cincuenta bombas nucleares similares a las lanzadas en Hiroshima y Nagasaky. El país se organiza como un solo hombre y espera despierto los impactos. Las pérdidas de vidas humanas se reducen al mínimo. El saldo en daños económicos es cuantioso para nuestra escala, más de ocho mil millones de dólares, el sistema electro energético nacional sufre severas consecuencias, gracias a la Revolución Energética en marcha se pudo asegurar la vitalidad. El impacto social es inconmensurable, solo en viviendas, cientos de miles de personas se han visto afectadas. Vuelve la calma y frente al desastre no hay desaliento, se inicia la fase recuperativa, se precisa de humanismo y solidaridad.
La solidaridad con el prójimo, esté o no dentro de las fronteras de Cuba, es uno de los valores que ha multiplicado la Revolución en sus hombres y mujeres. Se expresa muchas veces de forma tan natural y sencilla que con frecuencia pensamos no es noticia, como no lo es el que el agua de mar contiene sal y que del trigo se hace pan.
Hay también mucha solidaridad en el mundo y muchas personas solidarias con las causas justas y con los desvalidos desde muchas posiciones ideológicas, religiosas y culturales, y con alegría recibimos los signos de los nuevos tiempos, cargados de compromisos, realizaciones y esperanzas. Tenemos el derecho de ser optimistas y pensar que si no se ceja, con inteligencia, en las luchas contra la hegemonía imperialista, se podrá transformar el estado de cosas actual. Sin embargo, por desdicha, el sistema imperialista impuesto al mundo, que coloca al dinero como valor supremo y a la ganancia como ley gravitacional, ha hecho de la solidaridad un rara avis entre personas que compiten por proveerse el sustento o alcanzar sus metas personales.
Y es en ese contexto en que modestamente nos perece que tenemos una historia que contar sobre la enorme obra humana que es nuestra Revolución sin pensar que en ello hemos alcanzado la perfección. Son incontables las expresiones de humanismo que hemos visto en estos días de recuperación. Aquella de la dueña de una casa, más confortable que el resto dentro del caserío, que albergó a todos los que cupieron en su espacio y resultó una de las pocas casas que quedaron en pié en el poblado. O de los muchos que cumpliendo el deber apenas pudieron atender sus asuntos personales. O aquel gesto de las provincias que enviaron fuerzas de trabajadores eléctricos a la recuperación de otros territorios en un primer huracán y cuando solo ocho días después cayeron bajo los embates de un segundo meteoro, no abandonaron el compromiso contraído y no retiraron sus fuerzas. La formación de valijas, la cosecha y envío de alimentos para los territorios más dañados, parecían el abc conocido.
Y algo muy significativo que no es para nada excepción en nuestra historia, pero que deja una huella muy profunda tanto en los que dan como en los que reciben, numerosas brigadas culturales cargadas de amor, se hicieron presentes en las zonas desvastadas. Pintores, que antes o después del pincel, cogieron los rudos instrumentos de la construcción y llevaron aliento a los damnificados. Músicos que hicieron prevalecer la alegría de la vida sobre la destrucción. Humoristas que hicieron florecer la sonrisa y hasta la carcajada por encima del dolor. Y lo hacían porque lo creían necesario, porque lo hallaban tan importante como el gran escenario, lo hacían apartados de cualquier interés mercantil, o publicitario, porque se sabían partícipes de una obra humana mayor.
No faltó la solidaridad internacional con Cuba ante catástrofes naturales tan severas. Podría pensarse que es en pago a lo que Cuba ha hecho por los pueblos del mundo. Pero no es ante todo eso. La Revolución Cubana despierta simpatía por su verticalidad, por su lealtad con las causas justas, por vencer los enormes obstáculos que ha puesto el imperialismo norteamericano en su camino hacia el desarrollo y su plena soberanía nacional. Los pueblos del mundo reconocen en nuestro pueblo, una porción digna de la humanidad que batalla ahora por recuperarse de duros golpes de la naturaleza.
Se inicia noviembre, parece que acaba la temporada ciclónica, llegan los primeros frentes frío, sin embargo una zona de bajas presiones al Sur de Cuba deviene en el huracán Paloma. El aviso es nacional, impactará también el país en algún punto. Quiso la casualidad o la suma de innumerables factores que fuera el poblado de Santa Cruz del Sur en la provincia de Camagüey, setenta y seis años después del desastre natural mayor en el país donde perdieron la vida más de tres mil cubanos ante la indiferencia de los politiqueros de turno. Ahora la situación fue muy diferente como subrayó el Primer Vicepresidente del Consejo de Estado en el lugar del desastre, ni un solo compatriota sufrió un rasguño. Paloma se disipó en las llanuras agramontinas. Se reciben las noticias de la llegada de eléctricos de Pinar del Río, una de las provincias más afectadas en esta temporada, y comienza una nueva recuperación.
Rafael Emilio Cervantes Martínez
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