martes, 8 de julio de 2008

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA NECESIDAD DE LA HERRAMIENTA REVOLUCIONARIA Y SUS CARACTERÍSTICAS BÁSICAS

La crisis del movimiento revolucionario

La cuestión fundamental a resolver para aquellos que nos consideramos revolucionarios es, justamente, cómo llegar a hacer la Revolución. Y hay que hacer hincapié en el verbo “hacer”, porque implica que el cambio social de raíz no se producirá por “acción divina” o “causas naturales”, ni por la “fatalidad” regida por un supuesto determinismo histórico, sino por la acción consciente de, al menos, un sector importante de la población, en defensa de sus intereses y en el marco de la lucha de clases. Para aquellos que nos consideramos marxistas, el cambio social tiene a la Revolución como estrategia y al Socialismo -como transición a la sociedad sin clases, el Comunismo-, como objetivo.
Es evidente que así como el Capitalismo está en crisis (justamente, por ser un sistema que se desarrolla en base a la contradicción de intereses de clase irreconciliables, siempre lo está; es decir: el capitalismo es un sistema de permanente generación de crisis; lo que varía es la intensidad de éstas, y ello depende del grado de resistencia de las mayorías a ser explotadas y/o marginadas por las clases dominantes), el movimiento revolucionario mundial también lo está. Podemos buscar una de las causas en la inexistencia de una Dirección nítida, luego del fracaso del experimento soviético. Sirvan como ejemplos dos procesos emblemáticos: la Revolución Cubana sobrevive en permanente asfixia, y depende de esperar, fomentar y apuntalar experiencias antiimperialistas al menos en Latinoamérica, para tener esperanzas de subsistencia futura, lo cual la obliga en el mientras tanto –sin bajar la bandera de la dignidad- a adoptar políticas de mercado para captar inversiones de capitales externos; China ha girado claramente hacia el capitalismo, tanto que no sólo admite, sino que promociona, la existencia de 100 millones de ricos –muchos de ellos burócratas del PC Chino- en su sociedad “socialista”. Podríamos incluir también una referencia a los gobiernos “frentepopulistas” de la “nueva ola” en Latinoamérica (PTen Brasil, Frente Amplio en Uruguay, incluso Kirchner y su peronista Frente para la Victoria), que directamente han renunciado a proyecciones de liberación social, mientras imponen solapadamente a sus pueblos las recetas exigidas por el imperialismo, a pesar de un discurso que quiere aparentar lo contrario.
En definitiva, ya no hay verdades reveladas. En ese marco, la dispersión puede aparecer como consecuencia inevitable del proceso histórico. Sin embargo, la autoproclamación vanguardista, la acción de aquellos núcleos que actúan como si fueran los exclusivos poseedores de la verdad, el desprecio por el pensamiento del otro -prácticas que llevan a la división permanente y al sectarismo-, son datos concretos que apuntan a la responsabilidad de los sujetos que desarrollan la actividad político-revolucionaria. La peor expresión de esas prácticas es la burocratización, que termina siendo un fin en sí misma, por lo cual adquiere un carácter claramente reaccionario.
En Argentina, el movimiento revolucionario, sobre todo el marxista, ha dado –y sigue dando- pruebas acabadas de su incapacidad para constituirse en opción de poder para las mayorías asalariadas, desocupadas y sumergidas del país. Esta evidente incapacidad y su consecuente sucesión de fracasos han abierto una instancia de aparente y –de ser genuina- auspiciosa autocrítica en nuestro espacio político-ideológico. En consecuencia hoy está más vigente que nunca aquella cuestión que planteábamos al principio: ¿cómo aportar a crear las condiciones para entonces poder aspirar a hacer realidad la Revolución?

La necesidad de la organización política de los revolucionarios

Por supuesto que, hoy y aquí, no es posible develar con certeza semejante pregunta, simplemente porque nadie tiene la respuesta: seguramente sería más fácil de hallar si intentáramos buscarla sumando todas las subjetividades que apuntan a ese objetivo, en vez de enfrentarlas. Pero sí sirve como disparador para mencionar ciertos planteos que hoy se están realizando en esa dirección, fundamentalmente en el intento de generar las herramientas necesarias para provocar el cambio social.
En primer lugar habría decir que, evidentemente, las condiciones objetivas para ese cambio existen desde que el primer hombre explotó a otro; y que en la actualidad somos testigos de la monstruosa expansión de esas condiciones, a la vista de las estadísticas que nos hablan de la miseria esparcida por el mundo, condición absolutamente necesaria para que una ínfima parte de la humanidad viva rodeada de privilegios. Baste mencionar que los cuatrocientos mayores potentados de la tierra reúnen riquezas que equivalen a juntar los ingresos de la mitad de la población mundial, es decir, de tres mil MILLONES de seres humanos; que las 5/6 de la población son pobres; que mil millones pasan hambre; o que millones de seres humanos mueren por año a causa justamente del hambre y de enfermedades curables.
La cuestión germinal, entonces, es cómo generar las condiciones subjetivas. Y es allí donde comienzan las responsabilidades de los revolucionarios para tratar de abordar con humildad, con sabiduría y en relación dialéctica los procesos históricos. Somos muchos los que tenemos el convencimiento de que la lucha por la reivindicación de los derechos de los trabajadores y el pueblo no produce en sí misma conciencia revolucionaria. Hace falta el factor político.
Podemos volver entonces con mayores argumentos a lo que se planteaba en estas líneas: en Argentina, debido a la experiencia de continuos fracasos, se están revisando (y cuestionando) prácticas tales como la autoproclamación vanguardista, el rol de las direcciones, de los partidos, la conformación de los frentes, la constitución del sujeto revolucionario (ni hablar de las concepciones neo-anarquistas, que niegan la pelea por el poder y la apropiación de los medios de producción y servicio por parte de las mayorías explotadas y sumergidas, y se contentan con generar modos de producción y reparto semiprehistóricos, que terminan legitimando la socialización de la miseria y siendo funcionales a los intereses de las clases dominantes). Algunos de los replanteos más osados de sectores revolucionarios que se consideran marxistas (e incluso leninistas) llegan al extremo de plantear casi la prescindibilidad de una dirección al menos al principio del proceso, argumentando que la generación de un movimiento revolucionario puede darse independientemente de aquélla. Es más: hay corrientes de opinión que enfatizan que las revoluciones las hacen las masas, así, secas; déjenme expresar – a riesgo de ganarme la antipatía de muchos- que semejante frase no sólo es demagógica, sino también estrictamente falsa: las masas por sí solas (inmersas en la cultura impuesta por la burguesía, con todo lo que ello implica para el desarrollo de la conciencia de clase) no pueden hacer una revolución (en el sentido de cambiar el carácter del Estado, en el sentido de cambiar la dominación de una clase por otra), para lo cual hacen falta varios atributos fundamentales: organización, dirección, conciencia de sí, conciencia para sí. Sin ellos, toda explosión popular no pasará de la categoría de estallido. Pruebas de ello sobran en la Historia, y la más reciente para los argentinos son las jornadas surgidas después del 19 y 20 de diciembre del 2001. Como aquéllos atributos sólo pueden introducirse hacia las masas desde fuera de la cultura impuesta por las clases dominantes, sólo a través de la organización y la práctica de los que visualizan el cambio revolucionario del ordenamiento social, como única salida para lograr una sociedad justa, se podrá cumplir esa tarea (lo cual no implica que esa vanguardia se geste independientemente de los movimientos sociales –algo imposible-, sino que lo hace en relación dialéctica con ellos). Incluso un proceso revolucionario puede mutar la conformación de su dirección en su desarrollo, por lo cual, al finalizar ese proceso, sea triunfante o no, la vanguardia tendrá una legitimación que no tenían aquellas que así se proclamaban al comenzar. Es fundamental entonces, que exista ese instrumento que sacuda el conformismo que generan los logros que se puedan conseguir en las luchas reivindicativas, y que inste a ir más allá: en definitiva, que encauce la energía de las luchas de la clase trabajadora y el pueblo hacia la pelea por el poder.
Es a partir de estos razonamientos que surge la imprescindible necesidad de la herramienta política que genere las condiciones arriba descriptas. Para el que suscribe, esa herramienta se llama Partido de la Revolución, organización que hoy no existe y que hay que construir.
Muchos dirán que la sola existencia del Partido de la Revolución no es condición suficiente, que también es necesaria la consolidación de un movimiento revolucionario cuyo horizonte sea la revolución y el socialismo: un argumento absolutamente certero y más que obvio, que se desliza en las líneas precedentes. Otros cuestionarán la forma “partido”, debido al descrédito que ese tipo de organizaciones tienen en el seno de la sociedad (aunque en los procesos electorales MILLONES de personas voten a los partidos del sistema), pero ese razonamiento se queda en lo semántico cuando al mismo tiempo los cuestionadores se plantean la lucha por el poder. Verdaderamente, parece imposible de imaginar un movimiento revolucionario que se geste sin la participación de una herramienta política que contribuya a encontrar el camino hacia aquellos objetivos. En definitiva, se lo llame como se lo llame, está clara y es evidente la imprescindibilidad de la Dirección Política.
En síntesis, surge de este análisis que el partido (o dirección política) no es condición suficiente, pero sí completamente necesaria, para transformar las luchas reivindicativas de las clases explotadas en movimiento revolucionario.

Las características de la herramienta política

La organización que pretenda seriamente producir un cambio revolucionario en la sociedad no puede desdeñar la teoría científica que mejor ha explicado el desarrollo de la historia humana, la explotación del hombre por el hombre, y que ha definido al proletariado como la única clase potencial y verdaderamente revolucionaria dentro del sistema capitalista: el marxismo. Tampoco al leninismo, como desarrollo de las tareas organizativas para la praxis. Por eso es fundamental la reivindicación de las ideas de Marx, Engels y Lenin como base ideológica de toda herramienta que se precie de revolucionaria; por supuesto sumándole los valiosos aportes que la han enriquecido a través de los años. Casi está demás aclarar que dicha ideología es todo lo contrario a un dogma: más bien es una herramienta para la acción que niega la posibilidad de lo dogmático al plantear la realidad como algo no estanco, sino dinámico, en continuo desarrollo, y la relación dialéctica entre los sujetos de cambio y los procesos históricos.
En definitiva, el planteo es que la herramienta, como ya lo hemos venido desarrollando, debe definirse respecto a la ideología (el marxismo y el leninismo como base), a la identidad (proletaria, comunista), a la estrategia (la Revolución) y al objetivo (el Socialismo para luego llegar al Comunismo).
Si bien podemos esperar consenso entre aquellos que se consideran marxistas y comunistas respecto de este planteo, la cuestión comienza a complicarse en cuanto a los trazos más finos. Y es que muchas visiones habrá al respecto, y es lógico que así sea, como también lo es respetar esas subjetividades si es que queremos ser coherentes con lo que declamamos: ¿cómo sostener sino que queremos terminar con el capitalismo, entre otras cosas, porque cosifica al ser humano, si no somos capaces de tolerar al compañero que tiene algún matiz respecto de los caminos a tomar para llegar al mismo objetivo que nosotros? En definitiva, lo que debe ser premisa para el desenvolvimiento interno de una organización verdaderamente revolucionaria es el que está basado en el respeto al derecho que cada compañero tiene de hacer sus planteos, sin que ello le signifique ser coaccionado por ningún núcleo corporativo: es decir, en palabras más simples, “aparateado” por un grupo que se considera o actúa como si fuese el dueño de la verdad.
En una organización de tal naturaleza, los lineamientos, las políticas, serán la síntesis de todas las subjetividades, y no la imposición de un grupo de “esclarecidos”. Eso no significa hacer una opción por el “horizontalismo”: este análisis transluce el convencimiento de que debe haber una Dirección, pues ésta es completamente necesaria para coherentizar el funcionamiento, hacerlo operativo y repartir responsabilidades. De esta manera, la Dirección no será un grupo de poseedores de la Verdad, sino un conjunto de compañeros –los más aptos a criterio del resto de la militancia- que deberá tomar decisiones en base a la voluntad de esa militancia y no de la suya propia. Si a ello le sumamos reglas claras (Estatuto) que establezcan periodos de tiempo de duración de mandatos de no más de cuatro o seis años por ejemplo, que además no permitan la renovación de los cargos directivos (pero sí su revocación en cualquier momento), la organización adquirirá dos atributos superadores: será objetivamente antiburocrática, y tendrá la necesidad de generar cuadros permanentemente.
Además, el centralismo democrático sería por fin una realidad, y no la mascarada de un verticalismo a ultranza.
Semejante organización sería un real salto cualitativo en la historia de las organizaciones que se declaman marxistas y revolucionarias en Argentina. El método del verticalismo autoritario, las prácticas burocráticas, la no tolerancia a las diferentes opiniones entre los que sostienen un mismo objetivo - cuyo origen identificamos a partir de 1924 en la URSS, seguramente condicionado por procesos históricos que éstas líneas no se proponen discutir-, atravesó a todo el movimiento revolucionario mundial, tanto a los que adherían a tal concepción como a sus presuntos opositores acérrimos. En definitiva, lo que tales prácticas prueban es que la cultura burguesa pervive aún en las organizaciones revolucionarias. Eso es lo que produjo (y produce) la dispersión que atenta contra el objetivo de cambiar la sociedad de raíz. Eso es lo que debemos dejar atrás.

La relación con los movimientos de masas

Así como es necesario modificar las viejas concepciones de funcionamiento interno de la vieja izquierda, una cuestión fundamental a revisar es el modo de relacionar la herramienta política con los movimientos de masas. Hoy resulta tragicómico que cada una de las organizaciones revolucionarias se autodenominen “vanguardia”, porque, en realidad, lo único que vanguardizan son sus propias militancias (un grano de arena en el desierto). Hay una extendida visión delirante de la propia inserción en la consideración popular, y una especie de autismo que hace imposible ver la realidad de esa consideración: el insignificante peso de las ideas de izquierda en la clase trabajadora y el pueblo.
Sin el reconocimiento de esa realidad, será imposible cambiar los hábitos que llevaron a semejante divorcio de la izquierda con las masas. Pero el reconocimiento debe ser real, efectivo, en los hechos, no sólo de palabra: de nada sirve la retórica si se persiste en las prácticas erróneas. Porque, ¿cómo es posible que en el sector de la población donde "en teoría" se encuentra el pensamiento más humanista y más avanzado, se insista en cometer los mismos errores una y otra y otra vez? ¿Cómo es posible que aquellos que se autoproclaman vanguardia no se den cuenta de una vez por todas que "el sujeto de cambio" les da la espalda y los rechaza? ¿Cómo es posible que aquellos que se manejan como los dueños de "la Verdad" no caigan en la cuenta que esa "verdad" -sólo de ellos- los ha aislado hasta el extremo de las aspiraciones de los hombres y mujeres de nuestro suelo? ¿Cómo es posible que no se den cuenta que ninguno por sí solo puede hacer nada? ¿Cómo puede ser que privilegien sus "caprichos ideológicos" por sobre la necesidad imperiosa de millones de seres humanos? ¿qué pensamiento dialéctico es el que se estanca y se convierte en dogma? ¿qué método científico repite experimentos que probadamente llevan al fracaso?
Hay que terminar con la autoproclamación, con la intolerancia, con el sectarismo, con la atomización, con el autismo, con la mezquindad, caminos que nos llevan en dirección contraria a nuestros objetivos, y que demuestran cuán atravesado por la cultura burguesa está hoy el movimiento revolucionario. La izquierda así no va más. Todo lo que haga la militancia a partir de hoy debe realizarse apuntando al objetivo de concretar una opción para las masas desde la izquierda. Toda política debe estar orientada a “enamorar” al pueblo, a lograr su confianza. Toda táctica que contribuya a espantar a la sociedad de las ideas de izquierda se torna entonces en contrarrevolucionaria. Por eso debemos cuidar las formas. Una organización revolucionaria debe contener todos los atributos de ésta. Pero no es lo mismo politizar y organizar la violencia popular que devenga de la lucha de clases, que violentar la política y terminar alejando al sujeto de cambio. Nuestra política hacia las masas, entonces, debe estar centrada en construir referencialidad de los militantes, tan luego de la organización; y a través de ella, la legitimación necesaria para ser vehículos y receptores de las aspiraciones y los sueños del pueblo. Para ello, la militancia debe acompañar las luchas reivindicativas de los movimientos de masas, no desde la postura del iluminado que dice y ordena lo que hay que hacer, sino desde la del compañero fraternal que sugiere y al mismo tiempo es inclaudicable al llevar las banderas del movimiento, ganando auténtica confianza de los camaradas de lucha. Esa confianza, esa referencialidad, esa legitimación, son las que le permitirán señalar el camino hacia la lucha por el poder
Otro de los errores más comunes es la traslación mecánica de procesos históricos a la realidad actual. La referencia inevitable es la Revolución Rusa, por lo que siempre terminamos citando a Lenin, a Trosky, a Stalin, buscamos al Kerensky nacional o imaginamos soviets por todos lados. También por supuesto, la Revolución Cubana mantiene su vigencia y su encanto, y por ello hablamos de Fidel, Camilo y el Che, sobre todo del Che. Otros se encandilan con China y con Mao. Pero estos hitos históricos, que por supuesto hay que tener en cuenta permanentemente como enseñanza y como recordatorio de jornadas heroicas de los pueblos que las llevaron a cabo, no son repetibles en sus aspectos temporales y geográficos tal como se sucedieron, en otras partes del globo y en otros tiempos transcurridos y transcurrentes. No es posible que encaremos tácticas en nuestra sociedad “porque Lenin lo hizo así en Rusia” ¡en Rusia y a comienzos del siglo 20!. La política que deviene del pensamiento científico debe basarse en la realidad concreta de la sociedad donde se plantea (eso planteaba Lenin). No es la misma realidad, no es la misma idiosincrasia, nada tienen que ver las tradiciones y costumbres de, por ejemplo, nuestro pueblo, con las del ruso, el chino y hasta el cubano. Si queremos hacer política en serio, entonces, debemos tomar esos datos de la realidad para aspirar a aplicar políticas correctas.

El relacionamiento con otras fuerzas revolucionarias

Si de datos hablamos, uno de los más incontrastables es, como decíamos al principio, el de la atomización del movimiento revolucionario en innumerables organizaciones, algunas con mayor cantidad de militantes que otras, pero en conjunto insignificantes en el debate político y en la conciencia de la sociedad. Partiendo de esa realidad, y teniendo en cuenta que en teoría todos tenemos los mismos objetivos, y ninguno la posesión de una “verdad revelada”, deberíamos fomentar fraternales relaciones con aquellos que debieran en el futuro ser parte del movimiento revolucionario en caso de desarrollarse un proceso de tales características. Está claro que un proceso semejante nos encontraría peleando del mismo lado de la trinchera a los que hoy buscamos la Revolución por diferentes caminos. El estado de debate, e incluso de confusión, que hoy vive la izquierda del país y del mundo, no significa que debamos considerarnos adversarios entre nosotros. Por el contrario, debemos cimentar lazos fraternales, promoviendo debates adultos y constructivos en busca de la mayor unidad posible y su profundización permanente. Como dijimos en el punto anterior, la prioridad debe ser la construcción de una alternativa de masas desde la izquierda. Por eso toda política debe apuntar a la unidad del movimiento revolucionario. Por eso debe acudirse a los ámbitos de debate, enlace o coordinación con humildad, defendiendo lo que se cree correcto pero sin querer imponerlo, siempre pensando en que también puede ser que el otro esté en lo correcto.
El único límite para las relaciones fraternas debe ser la ética. Para los que nos consideramos revolucionarios, los medios deben ser tan importantes como los fines. El disenso debe ser respetado, los matices tolerados, pero nunca el engaño, la mentira, la intriga entre compañeros, las prácticas clientelares, el aprovecharse de las necesidades de los más débiles, el arrivismo, la falta de respeto, el oportunismo, el desprecio por los camaradas, la maniobra artera, todo para sacar ventajas personales o sectoriales de quienes sólo en el discurso dicen ser “revolucionarios”. No se puede confiar en los que acuden a cualquier método para imponer sus posturas. La política revolucionaria no puede estar divorciada de la Ética revolucionaria. Sin ella, no puede haber Revolución posible.
La realidad de la izquierda en nuestro país puede marcar las características propias de su dirección futura. Por lo pronto, una de las ventajas, expresada en los hechos, está en la negación de un pensamiento único (entendido como imposición de una cofradía burocrática hacia el resto de la militancia): habrá que atizar la tolerancia para lograr una sí necesaria línea única, que surja como síntesis de las subjetividades que compongan el movimiento revolucionario: un movimiento de sujetos y no de objetos, mucho más acorde con la realidad del pensamiento humano. Si maduramos lo suficiente y necesario, esa dirección puede estar compuesta no por una única corriente, sino por varias, que se organicen justamente en una Única Dirección Revolucionaria, un único Estado Mayor de la clase trabajadora y el pueblo.

Conclusiones

Lo que se propone entonces es una organización cuyo objetivo sea la lucha por el poder desde una perspectiva de clase, basada en la ideología del proletariado.
Que se plantee como premisa construir referencialidad y legitimidad ante el pueblo, constituyéndose en vehículo y continente de sus sueños, sus reclamos, sus reivindicaciones y sus luchas, esas que nos permitan a la vez generar el poder popular necesario para aspirar a lograr aquellos cambios revolucionarios que son nuestro objetivo.
Una organización que asuma la tarea fundamental de trabajar por la unidad de la izquierda revolucionaria y el campo popular.
Una organización que esté en condiciones de dar batalla en todo terreno donde se desarrolle la lucha de clases.
Una organización que en lo interno levante las banderas de la democracia proletaria, profundamente revolucionaria y antiburocrática, con mecanismos estatutarios que aseguren estos atributos.
Una organización donde se respete a ultranza el centralismo democrático.
Una organización donde el debate enriquezca y no sea motivo de ruptura.
Una organización que respete las subjetividades de sus miembros, cuyos lineamientos sean la síntesis de todas ellas.
Es decir, una organización cuyas políticas surjan del debate interno y fraterno de todos los compañeros.
Dejando atrás el verticalismo autoritario, asumiendo la necesidad de la coherencia de una línea definida, podemos resumir:
Línea única sí (como síntesis), pensamiento único jamás.
Todo ello cohesionado por irrenunciables principios éticos.
Si somos capaces de concretar tal organización, habremos dado un paso gigantesco en dirección la constitución de la herramienta política y el movimiento revolucionario que necesita nuestro pueblo para su liberación.
Ese debe ser nuestro compromiso. Ahí está la realidad, implacable, dolorosa. La injusticia esparcida por doquier. Millones de vidas que no pueden satisfacer sus necesidades más básicas. La niñez empobrecida, violada, explotada. La vejez irrespetada y abandonada. La riqueza producida por los trabajadores en manos de unos pocos, sus explotadores.
Por más reveses que nos depare la lucha de clases, por más que hoy el pueblo nos ignore, por más que el barro nos llegue al cuello, la necesidad de cambio permanece inalterable. Y la vigencia de las ideas que nos guían son banderas irrenunciables, porque sabemos que el mundo puede ser un bello lugar si lo compartimos equitativamente entre todos los seres humanos, sin miseria ni explotación, porque la vida merece ser vivida y gozada por todos y no por unos pocos.
La única salida para la Humanidad sigue siendo el Socialismo, porque la alternativa que nos ofrece el capitalismo es el oprobio y la extinción.
Si de verdad queremos concretar lo que decimos, no queda otra solución que terminar con los viejos vicios y las viejas prácticas. Para demostrar que somos capaces de cambiar la realidad, primero debemos ser capaces de cambiar nosotros.

Gustavo Robles P.C.T. de Argentina

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