miércoles, 18 de febrero de 2009
Una derrota a la injerencia
Bien podría titularse el triunfo del gobierno del presidente Hugo Chávez en Venezuela, en el referéndum del pasado domingo 16 de febrero, como “Para Barack Obama que lo mira por TV”. Porque es sin duda un llamado de atención para algunos funcionarios del nuevo gobierno estadounidense, que parecen no registrar la voluntad de cambio expresada en las urnas en las pasadas elecciones de su país.
Entre estos cambios, que millones de personas respaldaron el día de la asunción del presidente Obama, en enero pasado, figuraba el reclamo de diseñar una nueva política exterior, especialmente para América latina. Algo que se resumió en una valiente carta de más de 400 intelectuales, los más importantes de diversas universidades de Estados Unidos, convertida en un verdadero proyecto para relaciones respetuosas con la región.
Por eso el triunfo del gobierno venezolano no sólo puede ser medido en el terreno de la competencia interna, sino que se transformó en una segunda derrota en el comienzo del año 2009 para la política de injerencia externa en Venezuela, Bolivia y otros países, que incluye costosas campañas mediáticas a nivel mundial.
Es más que una señal que deberían advertir los nuevos encargados de la política de Washington en la región. Pero esto no parece estar sucediendo con la posición expresada por el nuevo director de Inteligencia Nacional del gabinete de Obama, Dennis Blair, que mantiene todos los argumentos contra Venezuela que “justificaban” la política agresiva de la saliente administración republicana contra ese país.
La injerencia en Venezuela no sólo ha sido constante, sino que pudo ser documentada después del golpe de Estado de abril de 2002, que sólo pudo mantenerse menos de 48 horas, debido a la reacción multitudinaria de la población en las calles y de un importante sector del ejército.
Al golpe continuarían un paro patronal, primero, y otro petrolero con sabotajes después, dirigidos por la oposición, como otras actividades duras que se fueron sucediendo en los últimos años.
Entre ellas figuran las campañas de los medios masivos privados de comunicación, que incluyeron una documentada implicación en el golpe y en otros escenarios similares, como la manipulación sobre los alcances de las nuevas enmiendas.
Por otra parte, y como una respuesta considerable, las mayorías venezolanas continuaron refrendando a Chávez en el gobierno en más de una decena de convocatorias electorales y plebiscitos, como un caso único en el mundo.
El pueblo demostró también que el acelerado curso de educación política recibido en estos años de dinámica participación podía expresarse –con una mayor abstención en este caso, a pesar de su apoyo al gobierno– como sucedió en el referéndum de 2007 cuando no votó a favor de algunas reformas constitucionales y la oposición ganó muy apretadamente.
El propio presidente reconoció que las nuevas reformas, que contenían importantes beneficios sociales, no habían sido suficientemente explicadas. Y esto define de fondo que el gobierno no tenía intención alguna de imponerlas, sino que las estaba plebiscitando, como sucedió el domingo pasado.
Los dichos de Dennis Blair se conocieron a escasas horas del referéndum para votar por un “sí” o un “ no” a las modificaciones de cinco artículos constitucionales, y eso pudo interpretarse como una presión similar a la de sus antecesores.
Era el mismo discurso del embajador John Negroponte –antiguo miembro de la CIA y con una negra historia hacia nuestra región– sobre “vínculos” del gobierno venezolano con Irán y con organizaciones presuntamente “terroristas” de Colombia o veladas acusaciones de “crear condiciones” para la incursión de grupos islámicos (Hezbolá) en América latina.
La grave afirmación del hombre que preside una oficina tan estratégica, y que controla otras, entre ellos la propia Agencia Central de Inteligencia (CIA), se convierte en una amenaza contra el gobierno de Venezuela y para toda la región.
Por éstas y muchas razones similares, y especialmente por una serie de investigaciones iniciadas en el propio Congreso de Estados Unidos sobre las graves implicancias de algunas fundaciones de la CIA, en hechos graves como la masacre de campesinos en Pando, Bolivia, el año pasado, y otras maniobras que violentaron a algunos países en los últimos tiempos, es que este triunfo, como el del referéndum en Bolivia en enero pasado, se puede analizar como una derrota para las acciones injerencistas y las costosas campañas mediáticas.
Y esto no es un signo menor. Washington tiene evidencias ahora de que esas campañas que ejercen violencia manipulando y desinformando, lo que las transforman en armas de una guerra psicológica sobre las poblaciones, han fracasado definitivamente en países donde la participación popular se ha impuesto como uno de los cambios políticos más sustantivos de nuestro continente. Si Estados Unidos quiere colaborar a “fortalecer” la democracia en América latina deberá entender que ésta está asociada con una palabra clave: independencia.
Stella Calloni
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