lunes, 5 de agosto de 2019

Los últimos días de Engels: sus cartas, las batallas finales y un proyecto inconcluso




Con el mismo fervor de su juventud, el coautor del Manifiesto Comunista luchó por la revolución hasta su muerte, el 5 de agosto de 1895.

Dúo de violines

En 1884, a un año del entierro de Marx, Federico Engels confesaba a Johann Becker:
"Mi infortunio es que, desde que perdimos a Marx, se pretende que yo lo represente. He pasado una vida (...) tocando el segundo violín; y, sin dudas, creo que lo he hecho razonablemente bien. (...) Pero ahora, de repente, se espera que tome su lugar".
La metáfora del "violín" fue recuperada hasta el cansancio por distintos biógrafos. No sin razón, Engels señalaba que con Marx se había ido una visión histórica, política y revolucionaria irremplazable. Tras cuatro décadas de amistad y colaboración revolucionaria (de las cuales surgieron las bases científicas para la emancipación de proletariado), el gentleman comunista debía dirigir la orquesta del socialismo mundial.
Desde entonces -y por un período de doce años-, Engels se dedicó a editar, traducir y publicar el legado literario de Marx, así como a profundizar sus propias investigaciones científicas. Ya libre de sus ataduras comerciales, ocupó un rol activo en el desarrollo de los jóvenes partidos socialistas y la formación de una nueva generación marxista. Trabajó incansablemente hasta su fallecimiento, ocurrido el 5 de agosto de 1895.

Siempre revolucionario, nunca inrevolucionario

A lo largo de su último año de vida, Engels agregó un apéndice al tercer volumen de El Capital, redactó más de ochenta cartas y escribió la famosa "Introducción" a los artículos de Marx compilados en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850. Tenía 74 años, pero la historia de este texto -cuyo contenido sería motivo de controversia y manipulación durante décadas- mostraba que su fuego no perdía intensidad.
El autor había terminado la "Introducción" original en febrero de 1895, cuando la mandó a los socialistas alemanes. Al comienzos del mes siguiente, recibió una respuesta del dirigente socialdemócrata Richard Fischer: le pedía que moderara u omitiera algunas de sus frases (como aquellas referidas a la lucha armada), debido que se estaba discutiendo por entonces un proyecto de ley "contra las actividades subversivas".
Engels aceptó, con ciertos reparos. "He tenido en cuenta, dentro de lo posible, sus graves preocupaciones (…). Sin embargo, no puedo admitir que se quieran entregar alma y cuerpo a la legalidad absoluta (…). Legalidad solo hasta cuando -y en la medida que- nos convenga, pero ninguna legalidad a cualquier precio", replicó.
Pero el asunto no terminó ahí. El coautor del Manifiesto Comunista se sorprendió al ver en las páginas del Die Neue Zeit (revista teórica de la socialdemocracia) una versión aún más acotada del documento, que lo retrataba -según sus palabras- como un "adorador pacífico de la legalidad". El responsable de la edición era Wilhelm Liebknetch.
"Liebknetch me ha jugado un truco. Tomó de mi ‘Introducción’ (...) todo lo que servía a su propósito pacifista. (...) Pero yo propongo esas tácticas [centradas casi exclusivamente en el parlamentarismo] solo para la Alemania de hoy y con reservas. Para Francia, Bélgica, Italia, Austria, esas tácticas no sirven e [incluso] para Alemania, pueden volverse inaplicables el día de mañana", escribió a Lafargue.
Luego de la muerte del maestro, la socialdemocracia se apoyaría en el texto recortado para justificar sus giros hacia posiciones abiertamente reformistas (con consecuencias que exceden estas breves líneas). Sin embargo, como concluiría Trotsky en torno a la polémica, "¡Engels mostraba que no estaba listo para renunciar al entusiasmo revolucionario de su juventud!". El texto completo sería rescatado recién por Riazanov, en 1930; las cartas completas, muchos años después.
Ferdinand y Frieda Simon, Clara Zetkin, Engels, Julie y August Bebel, Ernst Schattner, Regina y Eduard Bernstein (Zurich, 1893).
Este enfrentamiento entre Engels y los referentes socialdemócratas, que se desató los meses de marzo y abril de 1895, no fue el último. A fines de mayo, un Engels enojado reprochó a Kautsky no haber sido convocado para colaborar con el libro Historia del Socialismo. "De todas las personas, creo que podía decirse que hay solo una cuya colaboración era absolutamente necesaria. Y esa persona soy yo. Incluso diría que, sin mi ayuda, un trabajo de esta naturaleza no puede ser nada excepto incompleto", expresó en una misiva.
Kautsky no le respondió. Posteriormente, atribuiría esta irritabilidad a los malestares físicos de su interlocutor. Aunque la relación continuó, contrariamente a sus deseos, Engels lo dejó afuera de su herencia, privándolo de lo que más quería: las cartas de los padres del socialismo científico. Las pertenecientes a Marx fueron otorgadas a sus hijas; el resto, a Bebel y Kautsky.

La dialéctica de la salud

"Debo dedicarme enteramente a esta tarea, que he esperado por tanto tiempo, cuanto antes", asentó Engels en sus cartas a principios de 1895. Se refería la biografía de Carlos Marx y a la historia de la I Internacional. Nadie podría haber completado esta empresa como él.
"Un número de circunstancias lo hacen necesario. (...) entre ellos, que tengo 74 años", reflexionaba. Creía que iba a llegar, ya que "solo" estaba ocupado con "uno o dos trabajos pequeños": es decir, la introducción para la nueva edición de La guerra campesina en Alemania, a su correo y el seguimiento de la situación política en todo Europa.
Según expresó a Fischer, también tenía un esquema para la presentación de todos los escritos de Marx en una edición completa. El hombre poseía una voluntad de hierro, pero una agresiva enfermedad dejó inconcluso su último desafío.
Friedrich Engels, junto a Karl Marx y sus hijas (Jenny, Laura y Eleanor).
El 9 mayo, escribió a Mehring y Fischer que unos dolores reumáticos en el cuero cabelludo (fuertes "como una banda de hierro") le generaban insomnio y dificultaban su trabajo. Sin perder su condición de teórico, al mes siguiente le manifestó a Eduard Bernstein que sentía cierta mejora, pero "de acuerdo con los principios de la dialéctica, los aspectos positivos y negativos muestran una tendencia acumulativa". Tenía -sin saberlo- cáncer de laringe y esófago.
El 23 de julio, Engels envió a Laura, la hija de Marx, su última carta. Lamentaba el decaimiento que le producía el "campo de papas" que se había formado en su garganta, pero todavía albergaba la esperanza de una mejoría. Luego de ocupar unas líneas en las elecciones parlamentarias en Inglaterra, se despidió: "No tengo la fuerza para escribir largas cartas, así que adiós. Por tu salud, un vaso lleno de ponche de huevo con una dosis de coñac".

Fuego en el mar

Falleció a los trece días, el 5 de agosto, pocos meses antes de cumplir los 75. En las notas complementarias a su testamento (escritas en 1894), había pedido que su cuerpo fuera cremado y las cenizas, desperdigadas en el mar. Dejó casi todo su patrimonio a sus queridas Laura y Eleanor Marx. El resto fue para su sobrina "Pumps"; Louise Freyberger, la exesposa de Kautsky; August Bebel y Paul Singer, como representantes del Partido Socialdemócrata.
Aunque algunos discípulos querían erigirle un monumento, su voluntad finalmente se cumplió. La urna fue despedida el 27 de agosto, en el Canal de la Mancha, a unas millas del imponente paisaje escarpado de Beachy Head.
"Las proletarias le deben un recuerdo particular. No sólo por crear los fundamentos científicos para la su lucha de liberación como explotadas, sino también por los esfuerzos para su emancipación como mujeres", escribió Clara Zetkin desde Alemania.
En el obituario de Engels publicado en las páginas de Rabótnik, Lenin lo definió como el más notable científico y maestro de la clase obrera, después de Marx. Y sintetizó: "El proletariado europeo puede decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores, cuya relación supera todas las conmovedoras leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres".
No se puede hablar de la historia de la clase obrera contemporánea sin hablar de Marx y Engels, como no se puede entender a uno sin el otro. En el siglo XXI, su legado todavía inquieta las aguas e ilumina desafíos inconclusos. Como una melodía de violines, que va in crescendo.

Jazmín Bazán
Lunes 5 de agosto | 00:00

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