sábado, 3 de agosto de 2019

“Nada es privado”: Cambridge Analytica, Facebook y una visión cándida de la democracia capitalista




El documental, estrenado en Netflix, se centra en el uso de datos recogidos por la empresa para las campañas electorales.

“En toda traducción hay una traición,” sostiene el ya casi lugar común usado para marcar la imposibilidad de la literariedad absoluta en el pasaje de una lengua a otra. Sin embargo, lejos de eso, el título Nada es privado, elegido por Netflix para traducir “The great Hack” (El gran hackeo), no traiciona en absoluto a la película documental dirigida por Karim Amer y Jehane Noujaim. Y no lo hace porque el título es un buen adelanto tanto del tipo de película -una típica historia con moraleja- como de la perspectiva moral (por lo tanto política) elegida para contar o mostrar los hechos.
La película narra el escándalo de la filtración de datos de los usuarios de Facebook por parte de la empresa Cambridge Analytica (CA) en 2018. Este hecho tuvo como consecuencias más notorias la quiebra de CA y el desplome de las acciones de Facebook, que protagonizó la mayor caída de la historia para una empresa en un sólo día.

Moralidades, héroes y redenciones

Las dos historias que elige la película para hilvanar el caso son las de David Carroll y Carole Cadwalladr. Carroll es un profesor universitario, que enseña Medios y Diseño y Desarrollo de Aplicaciones, preocupado y ocupado por la preservación de los datos personales y de la intimidad de las personas, y presentante de una demanda en Gran Bretaña para que CA le devuelva sus datos que esa empresa hackeó de Facebook.
La película muestra las peripecias legales y mediáticas de esa demanda. ¿Desde qué lugar lo hace? Veamos. Se presenta a Carroll en actividades de lo más habituales como comprarse un café, viajar en subte, manejar su auto, dictar clases pero todo con la presencia de la tecnología, de sus usos y de sus abusos. En ese punto, tenemos en Carroll un personaje que parece uno de nosotros. Un individuo cualquiera que actúa como ciudadano en defensa de un derecho. Esto es, un modelo de coraje cívico donde el respeto al derecho se vuelve el límite de todas sus acciones y el de toda la película. Así aparece el gran tema de la historia de Carroll pero también el escenario de las peripecias y de sus posibles resoluciones: el conflicto en torno al respeto por los derechos (en este caso de los datos), la búsqueda de la resolución en el ámbito legal.
Todo esto contado y relatado con un tono de advertencia del peligro y de un presente sombrío para la democracia: “Ahora somos el producto (commodity) pero estamos tan fascinados con la tecnología que nadie se detuvo a leer los términos y condiciones”, sostiene en off Carroll. Decir que todo es consecuencia de la tecnología y no de la sociedad capitalista ubica todo dentro de un escenario de cierta neutralidad técnica, y de su consecuente uso moral o ético es decir “bueno” o “malo”. Los “términos y condiciones” terminan de darle forma a ese presente, dado que remiten a un contrato aceptado y al rol del ciudadano en vigilar su cumplimiento.
Ahí radica la “cruzada” de Carroll. Es el mal uso de los datos de los usuarios lo que lo lleva a (obsesivamente, confesará en la película) analizar el Proyecto Álamo (la campaña digital llevada a cabo por el equipo de Donald Trump en las elecciones de 2016 que, entre cosas, destinó un millón de dólares por día en anuncios de Facebook). Este proyecto aparece como el summun del mal uso de la tecnología al ser la producción de mensajes personalizados que, para tal fin, hacen necesarios los datos de los usuarios a los que se destinan esos mensajes. Datos que procesó CA en Gran Bretaña.
Del otro lado del Atlántico aparece la otra gran “cruzada” y la otra heroína. Se trata de Carole Cadwalladr, una periodista de The Observer que realiza una investigación sobre CA y su papel jugado en las elecciones del Brexit. La investigación periodística encontró en ex empleados de la empresa a sus principales informantes. El caso paradigmático sobre el que gira la película es el de Britany Kaiser, ex Directora de CA cuyo testimonio fue crucial para todas las investigaciones.
Los resultados llegaron hasta descubrir la participación de CA en las elecciones por el Leave EU (“irse de la Unión Europea”), y las relaciones entre Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia de Gran Bretaña y principal propulsor del Brexit, con Steve Bannon, jefe de campaña de Trump y ex vicepresidente de CA. Así, la investigación de Cadwalladr (por la cual estuvo candidateada al Premio Pullitzer) da cuenta de la conexión entre las elecciones de Trump y del Brexit que, por el uso de datos obtenidos por vías ilegales por parte de CA, ponen en juego a las elecciones y a la democracia. Un problema de alcance global: en una cámara oculta, un director de la empresa, Alexander Nix, se jacta de haber utilizado datos con este fin en elecciones por todo el planeta, incluidas las de 2015 en Argentina.
Bannon aparece como el ideólogo de todo un dispositivo para dividir a la sociedad, basado en ese principio básico del poder político “divide y reinarás”. Mediante el uso de datos, la creación de perfiles de votantes, la distinción entre los “persuasibles” -a los que se los bombardea con mensajes personales para influir en su personalidad, modificar sus conductas y lograr su voto-, representa el funcionamiento general de los servicios de CA. En esto hay que reconocerle a la película que logra cierto impacto.

El (viejo) caldo de cultivo

Es imposible no reparar en lo tremendamente expuesto que queda el sistema político y su íntima relación con la economía, aunque esto último apenas se menciona en la película. Sin embargo, se trata de entender y de salir del impacto. Dado que eso que parece abrir un problema es cerrado rápidamente, al posicionarse con cierta candidez en el modo de entender el sistema electoral y la inocultable posición con forma de sanción moral que busca ser legal (similar a los planteos Laboristas o Demócratas). Más bien, es preciso tomar cierta distancia: la suficiente como para ver que lo que está en escena son cuestiones estructurales que no son tan nuevas. Que las PSYOPS (operaciones psicológicas) forman parte de los manuales de comunicación y de comunicación política y aparecen en los primeros trabajos del funcionalismo norteamericano sobre la comunicación y la propaganda, y ya tienen casi un siglo. De allí que la escena en que se muestra a un Carroll con cara de incredulidad frente al testimonio de Kaiser, que confiesa que la información o los datos son un “arma” que algunos usan, habla más de Carroll y de la moral pública que representa que de lo que pasa en el ámbito de la comunicación política y de la propaganda. Sólo puede sorprender a los que creen en una prístina democracia tan perfecta como inexistente.
Uno de los testimonios más interesantes aparece como al pasar y es el de unos los Directores de CA, cuando dice que “en cierto sentido siento que debido a lo rápido que avanza esta tecnología y debido a que la gente no llega a comprenderla, de un modo u otro hubiera habido una CA”. Imposible no coincidir. Hubiera habido una porque ante las mismas condiciones estructurales es imposible que no aparezcan empresas como CA. Porque ante las mismas condiciones materiales tanto el uso como el abuso de una tecnología (Facebook) necesita bastante más que una sanción ética, moral o legal como apunta a sostener la película. Y, finalmente, porque es poco creíble una defensa abstracta del sistema político y electoral moderno que se sorprende ante la manipulación de elecciones, el tráfico de datos o supuestas oscuridades colectivas o individuales que buscan redención o proponen cruzadas individuales como salidas posibles.
Y, mucho menos, cuando la advertencia y la moraleja están dirigidas al uso de una tecnología (Facebook) que hoy (¿casualidad?) aparece como una de las empresas competidoras más fuertes de Netflix en el negocio del streaming.

Javier Palma

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