lunes, 12 de agosto de 2013

El imperialismo, fase superior del capitalismo, de V. I. Lenin




El estudio del fenómeno del imperialismo fue uno de los temas teóricos a los que con más ahínco se encomendó Lenin durante los años de la Primera Guerra Mundial, y que culminó con su clásico El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrita en Zurich durante la primavera de 1916. Además, es una genial aplicación del método científico del materialismo dialéctico al análisis de la evolución del sistema capitalista.

En esta obra se ofrece una panorámica del desarrollo de la economía mundial desde el último cuarto del siglo XIX hasta el estallido de la contienda mundial en 1914 y de las relaciones internacionales entre las principales potencias capitalistas de la época. El objetivo del texto es el de arrojar luz sobre la esencia del imperialismo, comprender en profundidad su base económica y armar ideológicamente a la vanguardia obrera para hacer frente al chovinismo alimentado por las diferentes burguesías nacionales y, en su decadencia política, por los propios dirigentes socialdemócratas de la II Internacional.

Concentración y monopolios

Al analizar los nuevos fenómenos que se daban en la economía capitalista en el umbral del siglo XX Lenin señala que el más importante es la sustitución de la competencia por el monopolio. En la concepción idealizada de los economistas burgueses sobre su propio sistema, la “libre competencia” era una “ley natural” e inmutable. Sin embargo, precisamente y gracias al acelerado desarrollo de las fuerzas productivas que implica la competencia se da una enorme concentración de la producción (proceso en el que las pequeñas empresas son engullidas por otras mayores, en el que las inversiones necesarias para mantenerse en el mercado son cada vez más grandes, etc.) y de ahí, inevitablemente, se llega al monopolio. Las formas del monopolio pueden ser muy diversas (cárteles, trusts, holdings o empresas combinadas) pero el hecho fundamental es que cuando una rama productiva está controlada por un número suficientemente reducido de empresas, estas están en condiciones de acordar (e imponer al resto) la cantidad de producción, los precios, el reparto de mercados, etc. “Nos hallamos ante la estrangulación por los monopolios de todos los que no se someten al monopolio”.

Bancos y capital financiero

Otra de las características básicas de la etapa imperialista es el papel hegemónico del sector financiero. La banca pasa de ejercer un papel de mero intermediario en los pagos a convertirse, a través de un proceso de concentración bancaria, en monopolios “que disponen de casi todo el capital monetario de todos los capitalistas, así como de la mayor parte de los medios de producción y de las fuentes de materias primas de los países”. Así que pueden conocer, controlar y decidir (con su política de préstamos, por ejemplo) sobre “las operaciones comerciales e industriales de toda la sociedad”. Se da así, un proceso de fusión entre la banca y la industria en la que la primera juega un papel dominante, dando origen al capital financiero y a la formación de una oligarquía financiera que surge de “la unión personal de los bancos con las más grandes empresas industriales y comerciales, la fusión de los unos con las otras mediante la posesión de las acciones, mediante la entrada de los directores de los bancos en los consejos de supervisión (o directivas) de las empresas industriales y comerciales, y viceversa”.
Es más, realmente son los intereses del capital financiero los que defienden y a los que representan los distintos gobiernos capitalistas, meros peones en sus manos. Como explica Lenin, citando a un economista burgués de la época: “la unión personal de los bancos y la industria se completa con la unión personal de ambos con el gobierno. Los puestos en los consejos de administración son confiados voluntariamente a personalidades de renombre así como a antiguos funcionarios del Estado, los cuales pueden facilitar en grado considerable las relaciones con las autoridades”. La descripción no puede ser más actual.

El reparto del mundo entre las potencias

La existencia de monopolios como base fundamental del sistema y el dominio del capital financiero implican también otro cambio en las características del capitalismo y su transformación en imperialismo. Debido a la acumulación de capital en proporciones gigantescas se genera un enorme “excedente de capital” en los países más desarrollados. Para convertir este excedente en beneficios, adquiere un peso decisivo la exportación de capitales. En palabras de Lenin: “la necesidad de exportación de capitales obedece al hecho de que en algunos países el capital está ya ‘demasiado maduro’, y al capital le falta campo para su inversión ‘lucrativa”. Aunque el intercambio de mercancías, por supuesto, no desaparece, “lo que caracterizaba al viejo capitalismo, en el cual dominaba por completo la libre competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capitales”.
Estas son las bases económicas que llevan a una lucha despiadada por el reparto del mundo entre las diferentes potencias. Aunque a principios del siglo XX no existían nuevos territorios susceptibles de ser colonizados, Lenin señalaba que, precisamente por ello, la disputa entre los países imperialistas se agudizaba ya que “en adelante lo que se puede efectuar son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un ‘propietario’ a otro, y no de un territorio sin propietario a uno con ‘dueño”. Así, las guerras, la carrera armamentística, la opresión nacional, la justificación política del militarismo mediante el nacionalismo burgués, son rasgos esenciales del capitalismo monopolista, y no características optativas del sistema.

Contra la revisión del marxismo

Una parte del libro está dedicada a combatir la teoría de Kautsky del ultraimperialismo. Una nueva fase en la que se alcanzaría la fusión de todos los monopolios e imperialismos en uno solo, una etapa en la que las guerras, por lo tanto, serían innecesarias y donde se alcanzaría una estabilización del sistema. La necesidad de la revolución socialista desaparece, así, de un plumazo. Kautsky también defendía que el imperialismo era el método de dominación “preferido” por del capital financiero y no el único posible. Lenin rebate frontalmente este planteamiento, calificándolo como una ruptura total con la teoría y la práctica marxista. Las tesis de Kauts-ky eran la expresión teórica de su total claudicación a los intereses de la burguesía y del imperialismo. Lenin explica que los monopolios no suprimen la competencia de forma absoluta sino que “existen por encima de ella y al lado de ella, dando origen así a contradicciones, roces y conflictos particularmente agudos y bruscos”. Precisamente, en una economía mundial dominada por los monopolios y el capital financiero, respaldados por sus respectivos estados nacionales, la competencia se vuelve mucho más destructiva, siendo incluso una amenaza para toda la humanidad, como lo han demostrado las dos guerras mundiales, así como las interminables guerras locales y regionales que no han dejado de producirse desde entonces.

Una fase de decadencia y de transición

Hay una idea que recorre todo el texto. El imperialismo es una fase peculiar, decadente, del capitalismo. En la fase de capitalismo parasitario o en descomposición, como la califica Lenin, la obtención de beneficios mediante la especulación adquiere un peso preponderante. Como si el libro estuviese escrito hoy, Lenin señala que “las ganancias principales van a parar a los ‘genios’ de las maquinaciones financieras”; que el mundo se divide entre unas cuantas potencias prestamistas y una mayoría de países deudores; que lejos de impulsar el desarrollo de los países más atrasados, la enorme acumulación de capital de los países imperialistas es utilizada para perpetuar la pobreza de las masas y afianzar las relaciones de dependencia, condiciones necesarias de la existencia del capitalismo y, finalmente, que la desintegración social se hace presente en el propio corazón del sistema.
Realmente, el dominio de los monopolios sobre la economía mundial es una realidad mucho más abrumadora en la actualidad. Según un reciente estudio* en el que se analizan las relaciones económicas de 43.060 multinacionales, se concluye que 737controlan el 80% del valor accionarial total. De este pequeño núcleo, tan sólo 147 poseen el 40% del valor de todas las multinacionales analizadas. El papel del capital financiero en ese control queda evidenciado cuando de ese grupo, aún más reducido, dos terceras partes son entidades financieras (Goldman Sachs, Citigroup, Deutsche Bank AG, Bank of America, etc.).
El dominio de esta oligarquía parásita sobre la economía mundial, lejos de introducir más estabilidad, acentúa su caos. Lenin señala que, en la etapa imperialista, la contradicción fundamental del sistema, la que existe entre el carácter social de la producción y la apropiación individual de los beneficios, se exacerba aún más. La crisis actual, la más importante desde los años 30 y que todavía no ha tocado fondo, es un exponente de cómo los intereses particulares de una minoría insultantemente rica pueden arrastrar a la mayoría de la sociedad, y a las propias fuerzas productivas, a una situación catastrófica. Lenin, recordando las ideas fundamentales de Marx y Engels, plantea que la propiedad privada “constituye una envoltura que no responde ya al contenido”, es decir, al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas.
Pero Lenin no analiza el imperialismo desde una perspectiva pesimista. Precisamente, otro rasgo fundamental del imperialismo es que es una etapa de transición “a cierto régimen social nuevo” entre “la absoluta libertad de competencia”, característica del capitalismo en su fase inicial, y “la socialización completa”, es decir, de un sistema socialista. Así, la única superación posible de esta etapa, no es una vuelta atrás en la historia, hacia un capitalismo de rostro humano como la crítica pequeñoburguesa y oportunista de la época defendía, sino la expropiación de los medios de producción y su organización en función de los intereses de la inmensa mayoría de la sociedad. Lógicamente, esta transición no es automática, sino que requiere de la acción consciente, organizada y revolucionaria de las masas para derrocar el dominio de los capitalistas sobre la sociedad.

Miriam Municio

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