martes, 23 de noviembre de 2010
¿Libertad de ser o libertad de tener?
Cuando nos referimos a la libertad, estamos hablando de la libertad de un hombre dotado de razón y conciencia que lo habilite y predisponga para participar activamente en la realización de su propio plan de vida. Esto es, la libertad de “ser”, muy distinta a la libertad de “tener”, que se alienta y preconiza con fuerza hoy por el neoliberalismo imperante.
Conciliar la libertad de ser, que debe ser la libertad de todos, con la libertad de tener, como libertad de algunos, ha sido hasta nuestros días una lucha inacabada, lo que ha llevado al hombre a deambular de un lugar a otro en pos de una búsqueda que armonice y concilie esta relación. Más, por desfortuna, el estímulo que hoy se hace a la voluntad de tener, ha podido más que la voluntad de ser. Así, hoy se vale más por lo que se tiene y no por lo que se es.
La negación de la libertad, en sus diferentes planos, es una realidad determinada por la existencia de los instrumentos que hacen posible su cercenamiento. De allí, que si asumimos el hecho de la existencia de una globalización de los problemas existentes en el mundo, cabe preguntarse, si en dichas circunstancias estamos en condiciones suficientes para asegurar de que pudiera existir una auténtica libertad en el hombre para tomar sus propias decisiones. Esta interrogante aparece válida, en tanto el hombre se encuentra sometido a presiones diversas que lo limitan en su capacidad de pensar libremente. No en vano ha seguido un proceso educativo rigurosamente planificado, con una enseñanza en donde los maestros -todos formados según un cierto molde- se encuentran dando clases según las mismas normas, están enseñando las mismas cosas y toman pruebas según las mismas reglamentaciones. En suma, una educación que se empeña por enseñar, no para hacer un ejercicio libre del pensar, sino para repetir lo que se aprende.
A saber, las escuelas se han transformado en centros de preparación para el mercado dejando de enseñar valores como sucedía en los tiempos de nuestros padres y abuelos y aún en los tiempos de algunos de nosotros que ya somos mayores. En efecto, la axiología (valores) ha pasado a ser reemplazada por las necesidades del mercado. Se justifica esto diciendo que no tendría mucho sentido enseñar valores por la simple razón que el mercado no necesita de ellos. Y si bien, en la educación aún se enseñan ciertos valores, esto aparece como mero dato referencial, pues, aparece como algo inútil tener que enseñar algo que no va a ser útil para el mercado. Como quiera que sea, la educación se ha transformado en una mera selección para orientar la producción, hacer crecer el mercado; en definitiva, para dar a los capitales mejores rendimientos.
De otra parte, todo el mundo ve los mismos programas de televisión, las mismas películas, todo el mundo lee los mismos diarios, todo ello, manejado por empresas que obedecen a los mismos intereses. En un marco así es inevitable que todo el mundo piense lo mismo sobre las mismas cosas, lo que ha llevado a que el hombre se haya desacostumbrado a pensar por si mismo. En otras palabras, su pensamiento se ha automatizado, se ha trivializado. Como corolario, fácilmente se cree que es una especie de monstruo aquel que se atreva a pensar distinto. Llegado a este punto no podemos llamarnos a engaño, en tanto no podemos confundir libertad de pensamiento con libertad de opción entre creencias relativamente semejantes, en un medio condicionado y automatizado por formas de propaganda o por las preocupaciones que causan las complejas y acuciantes necesidades cotidianas. Pensar como autómata se ha convertido en lo cotidiano, en cambio, pensar reflexivamente cada día se torna más difícil, algo como sumamente raro.
Si nuestro derecho a pensar libremente cada día se debilita... ¿Qué más se puede pensar para el resto de los otros derechos? Si no se tiene derecho a pensar con libertad los demás derechos aparecen con poco o ningún sentido. La libertad de pensamiento sólo tendrá lugar allí donde existan condiciones que, a su vez, den sentido a la posibilidad de pensar distinto.
Inmersos en las complejas estructuras de nuestro mundo parecemos ignorar que la libertad se encuentra asentada sobre toda clase de convencionalismos haciéndonos creer que somos más libres que en cualquiera de las épocas precedentes. Sin embargo, un examen a fondo de los acontecimientos sociales contemporáneos nos dicen que, si bien hemos logrado conquistas de libertades que antes no teníamos, sin embargo hemos limitado peligrosamente las que ya teníamos sin parecer darnos cuenta de ello. Es decir, nos vemos enfrentados cada día a nuevas formas de esclavitudes, de nuevas prisiones, ya no tanto producidas por elementos exteriores, sino que, fundamentalmente, se dan en lo íntimo de nuestros fueros, en lo psíquico, en lo existencial. Puestos ante esta cruda realidad, el hombre parece ignorar el riesgo que corre de convertirse en un pigmeo moral incapaz de controlar las nuevas esclavitudes asentadas ahora en sus fueros internos.
En efecto, así como en cierto tiempo de la historia hubo una tendencia hacia la afirmación de la libertad física, proveniente de fuerzas externas, al parecer hoy es el tiempo en que el hombre necesita orientarse hacia la afirmación de su libertad interior. En este último sentido, la lucha por la libertad, en el presente, tendrá que mostrar su tendencia preferente hacia este último campo.
En definitiva, las grandes ideas humanistas sobre la construcción de una sociedad basada en la existencia de hombres verdaderamente libres, son imperativos de una lucha que debe perseguir tanto la libertad que dice relación con los factores externos que la limitan, así como también con los factores internos. Y para quedar libres de las limitantes que nos imponen tanto una como otra referencia, cosa ya sabida, el capitalismo no es ni podrá ser la solución. Cualquier cosa que se quiera decir en contrario, serán sólo cantos de sirenas, más aún, cuando la sociedad capitalista en su actual fase neoliberalista, ha demostrado ser depredadora no sólo de la naturaleza sino también del propio ser humano, depredando su conciencia, su psiquis, sus propios fueros internos.
Hernán Montecinos
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