jueves, 9 de septiembre de 2010
Socialismo con dignidad humana revolucionaria
Los productos de fácil adquisición en la sociedad capitalista, que constituyen un elemento de compulsión en el enfrentamiento entre sistemas, son consecuencia de la superproducción y el librecambio. No expresan abundancia sino que decantan fronteras de franca división clasista. Han entrado en la economía global sobre bases de explotación connaturales al sistema. Su superproducción, maquilada en un superpoblado mercado del trabajo, abarata los precios al mismo tiempo que deprecia el salario, es decir, la compra de la fuerza de trabajo. Estos productos son costosos y difíciles en Cuba, donde se ha protegido la entrada del librecambio y no se ha conseguido una eficiencia económica acorde con la demanda de la población. Las causas de esta baja económica, respecto a otros puntos importantes como la cultura, la dignidad laboral, y los grados de horizontalidad que, gracias al propio proceso revolucionario, han adquirido los bienes y servicios a los que ha de acceder la población, están cardinalmente insertas en las condiciones que impone el bloqueo estadounidense, de conjunto con las circunstancias que implican las transformaciones globales, que aunque se vuelva imprescindible asumir su relación, siguen siendo contradictorias respecto a las bases del sistema. Esto último, ha obligado a sucesivos cambios drásticos en el mecanismo económico, y a la aplicación interna de esas medidas forzosas, no siempre en variables de buen funcionamiento.
No debemos confundir, aunque se relacionen, y hasta se condicionen a veces, las forzosas medidas en el funcionamiento de la economía, a partir de sus elementos superestructurales, con el funcionamiento socializador de esas normas. “El desafío más fundamental para la Revolución es el abismo entre el sector económico y el sector social, cultural e intelectual. Cuando se trata de los tres últimos, Cuba se sitúa en un nivel comparable con cualquier país rico”, escribe Marc Vandepitte. [1] Cuba es, añade, la víctima de su propio éxito, por cuanto asegura el empleo de la población que se niega, por consiguiente, a asumir los roles productivos, sometidos a difíciles condiciones. Se necesita entonces acudir a soluciones que combinen las aspiraciones de dignidad ciudadana que ha extendido el proceso revolucionario, tanto en el ámbito de la política como en el de las relaciones sociales de otra índole. La adquisición de esas tecnologías pasa, imprescindiblemente, por entrar en el mercado mundial. Al estar bloqueada, Cuba necesita hallar socios comerciales que puedan prescindir de esas condiciones de bloqueo: China. Brasil. Venezuela; trata de contribuir al funcionamiento del ALBA, primero como alternativa y, luego, como alianza estratégica para países históricamente sometidos en el plano económico. Son economías que han seguido la norma de explotación capitalista, que han quedado en la periferia del sistema a pesar de sus riquezas, con las que podían elevar considerablemente el nivel de toda la población.
Tres causas, según Vandepitte, frenan la salida del atraso económico:
1. Bloqueo
2. Envejecimiento poblacional
3. Calentamiento global
Pero habría que agregar a estas causas una muy importante: las condiciones del mercado internacional en las circunstancias de globalización neoliberal, que son esencia del sustento de la expansión imperialista. Estas seguirían actuando aun cuando el bloqueo cesara de inmediato y sin ninguna cláusula de aplicación parcial. Las direcciones sociales socialistas, en tanto sistema que busca arribar al comunismo, impiden que se den por viables los efectos que deja la publicitada eficiencia económica del liberalismo, en un plano de análisis histórico, y del neoliberalismo, en un plano inmediato del contexto global.
Y añadir aun otra causa, no menos importante: la agudización de las nuevas condiciones de la Guerra Fría. La oposición al proceso revolucionario cubano no actúa precisamente en el interior de la nación, sino desde fuera, con altas y constantes partidas presupuestarias que regeneran y condicionan el enfrentamiento, no ya por parte de los cubanos radicados fuera, sino de políticos de otras naciones, incluido el presidente de los EE.UU.
Y otra, imprescindible para que no se precipite la necesidad de rectificar radicalmente los errores y no se confundan las medidas prácticas con las bases sistémicas: las posibilidades reales de los organismos rectores del estado de regular, controlar, y hacer avanzar, las medidas para la estimulación productiva. Las estructuras sociales no se transforman solo porque se emitan leyes o medidas legales para su puesta en uso. Es requisitorio que, tanto el sistema institucional como la población, consigan hacer viables los objetivos para los cuales se implantan esos paquetes de medidas y leyes.
En el ámbito de las reclamaciones, el pueblo cubano va mucho más allá de la disposición a asumir las tareas productivas. Una medida ha sido la del valor monetario de la producción directa de los campesinos, con productos de alta demanda y de necesidad que históricamente el estado revolucionario ha subsidiado mediante la racionalización asignada, como la leche, el arroz, los granos, etc.; pero se ha visto, en la práctica urgente, que la estructura de las instituciones no está diseñada para actuar sobre la base de esa dinámica productiva constante, inmediata, suministrada por pequeños productores aislados. Los conceptos de planificación no se corresponden con las características del ciclo productivo en su diversidad de variables. La producción de leche se materializa en ciclos diarios, en tanto la producción de otras cosechas tiene sus ciclos naturales, de meses y hasta de años, como el de árboles frutales, por ejemplo. Eso, que parece verdad de Perogrullo, no ha tenido el reflejo dinámico que necesita en el orden de las instituciones que llevan a término los beneficios del ciclo productivo. La burocratización institucional aún no ha sido puesta a prueba, por cuanto los choques entre los productores, que ven cómo los productos corren el riesgo de echarse a perder por la ineficiencia administrativa, y esos sectores de distribución a la población, aún no han generado vías de solución que no rebasen el carácter parcial, o específico, del caso.
No se trata de execrar, por decreto, a la burocracia; esta es parte de la sociedad y juega un papel determinante en el funcionamiento del sistema social. Lo que se necesita es condicionar su existencia al grado de eficiencia que consiga con respecto a la producción, tanto desde el punto de vista del estímulo que pueda obtener como desde la eficiencia de la distribución a la sociedad. La propia teoría revolucionaria ha sido víctima de la paradoja de su éxito en este aspecto. Las virtudes del sistema, una vez que chocan con elementos de ineficiencia, de desviación, corrupción, malversación, etc., no son asimiladas como lo que realmente representan, y no son vistas en su accionar intrasistémico, sino que, respondiendo ingenuamente a las direcciones de Guerra Fría directa, se dan, y hasta se divulgan, como consustanciales al propio sistema social. Esto es, en parte, herencia de la naturalización práctica de supeditar lo individual a lo social, de no asumir, o de cortarlo directamente, el necesario carácter dialéctico de este proceso.
Las instituciones estatales, creadas sobre la base de la participación popular, por lo tanto legítimas a costa de que participen en la esfera pública, ceden en su accionar hacia lo privado, pues determinados funcionarios llegan a considerarse encarnaciones del proceso revolucionario mismo, y no sujetos que comparten su construcción, y secuestran el debate, los cuestionamientos, y hasta las acciones prácticas y justas, como si fuesen parte del ámbito privado de la política. Esto no solo ocurre con malas intenciones, sino que, también, empedrando de buenas intenciones su particular defensa al socialismo, tanto burocracia como población en general, limitan el flujo de los cuestionamientos puntuales. Con estas actitudes se propicia un dañino proceso de generalización con el cual la agresión externa se nutre, si no de argumentos, al menos de paquetes sintomatológicos que van a ser redireccionados bajo patrones de uso en la valoración general.
La revelación de dificultades, cuando se asume como acción inmediata en el proceso de socialización socialista, no constituye un elemento de facilitación argumental al enemigo. Solo cuando se vacía de su verdadero sentido, y se generaliza como un producto-prueba cuasi legal de la ineficiencia del sistema, el enemigo adquiere un punto de saqueo, que no precisamente un argumento de fondo, en las posibilidades de desarrollo del socialismo. Este es un importante elemento de diferenciación entre la necesidad de una práctica crítica constante y la explosión antisistémica, individualista, por medio de incomodidades reales, casi siempre vinculadas a perjuicios personales factuales. Una división lógica primaria de la crítica social puede darse a partir de quienes claman a favor del desempeño sistémico de la sociedad y quienes lo hacen en pos de concesiones inmediatas.
La democratización de las instituciones que median entre el sector productivo y los niveles adquisitivos de la población, depende, en primer orden, del grado de participación que la ciudadanía adquiera al juzgar como suyas, por tanto necesariamente eficientes, esas mismas instituciones. La cuestión de que, un sacrificio personal que de momento se haga en beneficio de la sociedad repercutirá, luego, en mi propio bien individual, es siempre una abstracción, lo cual implica duda, desconfianza, dificultad para su demostración científica, manipulación lógica y, sobre todo, vulnerabilidad ante la imagen inmediata. La posesión de objetos que, aunque no son de necesidad vital, se constituyen en parte imprescindible de las relaciones humanas, como los teléfonos móviles, los dispositivos de consumo audiovisual, desde los aparatos de TV y videos colectivos hasta los reproductores personales, tienen su expresión primaria en el ámbito de lo privado: consumo familiar o personal; pero se resignifican hacia la esfera pública en tanto dan fe de nivel y estatus de vida, en el más frívolo sentido, y de soluciones concretas a necesidades y eventualidades, en el más pragmático. Ahora bien, tanto justificar la imposibilidad real de poseerlos mediante una falsa conciencia de oposición al capitalismo consumista, como usar su inaccesibilidad como elemento de carencia connatural al sistema, responden a juicios que separan, con buenas y malas intenciones igualmente, la significación dialéctica que vincula a lo público con lo privado, a la sociedad con el individuo, a la persona con su necesaria socialización.
“La única solución estructural para resolver las frustraciones en el sector de consumo consiste en la desaparición acelerada del atraso en el sector económico”, escribe Vandepitte, y agrega algunas pistas para acelerar nuestro crecimiento económico:
1. Que los ciudadanos estadounidenses sean autorizados a visitar la Isla.
2. Incursionar en la explotación petrolera.
3. Orientar la economía hacia sectores con alto valor agregado, sobre todo de alta tecnología.
4. Aumentar la productividad.
Son pistas que se circunscriben al ámbito de lo económico, las cuales traerían consigo determinadas cuestiones de choque cultural y laboral inherentes al sistema de vínculo que inevitablemente sembrarían contradicciones con respecto a la tradición socialista que durante el proceso se ha ido consolidando. La relación individuo-sociedad, sobre las bases de la desalienación, entraría en un período de riesgo difícil de llevar a control, escurridizo a la hora de encauzar la garantía de valores que fortalecen y unen a la sociedad socialista.
Los agentes activos de la Guerra Fría, sobre todo en el ámbito de lo cultural, acuden con frecuencia al tema de la extensiva burocracia y de los casos de corrupción, que en sentido general surgen de prácticas individuales que usurpan lo público por lo privado. Y esto se hace porque, aunque sus índices no son relativamente altos, sí alcanzan importantes incidencias en una sociedad planificada y horizontalizada en sus derechos adquisitivos. Principios y estamentos morales, éticos, culturales, de derecho público y responsabilidad social, se expresan aún como valor de uso en el imaginario social y cultural cubano, a pesar de que llevamos dos décadas de erosión intensa cuyo principal elemento corrosivo se camufla en la ruptura estructural impuesta por el doble sistema monetario. Esta, que es una medida emergente, transitoria desde su misma creación, consiguió su objetivo de paliar el caos económico en que se vio el país tras el desmoronamiento del CAME, mediante el cual se permitía sostener el valor de la moneda propia. Las relaciones necesarias entre la moneda de comercio internacional y la que circula en el interior de una nación, hubieran dado al traste con la preservación del sistema de relaciones sociales. Se trata de una medida de sobrevivencia, que en buena medida permitió reorientar las direcciones de la economía, las cuales partían, literalmente, de cero. Cuba se vio en un verdadero grado cero de la economía.
El intercambio informal, que era el intercambio con el que la totalidad de la población operaba, llevó a cifras descomunales el precio del dólar. Pero ni siquiera a pesar de que el crecimiento negativo de la economía llegó a un 35%, y que se necesitaron 15 años para regresar al momento anterior al descalabro, hubo una oposición política que moviera, no ya a las masas, sino a pequeñas minorías de índice atendible como sociedad civil. En buena medida, la crítica, y la lamentación, fuese del tipo que fuese, pasaban por el denominador común de reclamar el estatus de vida anterior a 1989, alcanzado por el propio proceso revolucionario. Lo que sí ocurrió en este llamado período especial fue el abandono de las ocupaciones, sobre todo en el sector profesional, lo que marcó diferencias relacionadas con lo que la población cubana había asentado como naturales, mucho más claras en la educación, la salud, la cultura y el deporte, aunque no fuesen los únicos sectores. Y muchas de estas personas “desprofesionalizadas” de golpe, buscaron sustento en el cultivo espontáneo de la tierra.
La desmotivación laboral sí es, en alto grado, consecuencia de “la falta de vínculos entre trabajo, salario y poder adquisitivo”, como también acota Vandepitte. El equilibro entre maximizar la repercusión pública, social, de la producción por encima de los beneficios privados, y la efectiva operatividad del necesario aparato estatal de producción ideológica capaz de trabajar para la conservación de esos valores socializadores de la economía, depende del nivel de participación que, en el debate interno, puedan tener ambos sectores. No están definitivamente aislados, desde luego, pero tampoco componen una unidad gremial. La cooperativización, puesta en marcha sobre la base de sus propias posibilidades productivas, socializada a través de su propia “autorregulación” mercantil, arrojará en poco tiempo un empresariado que no solo irá apropiándose del plusproducto, absorbiendo las cooperativas menos “eficientes” (las más respetuosas de las leyes y principios socialistas), sino que incentivará la corrupción dentro del sector institucional administrativo, encargado de viabilizar sus producciones al contexto general de la población y, al hacerse cada vez más fuertes, al propio sector de producción ideológica. Una cooperativización autorregulada por su propia eficiencia mercantil dejaría de ser mixta para hacerse, en la práctica, capitalista. Transitaría, sin más, de la producción mercantil simple, a la concentración de capital.
Las cooperativas de producción mixta, como en su momento la doble moneda, son medidas transitorias, tanto de resistencia a la crisis como de impulso a la ineficiencia y el atraso económicos. Con la apropiación personal del valor de la venta del producto, mejora el salario y, por consiguiente, el poder adquisitivo. De ahí que sea importante hacer eficientes las instituciones comercializadoras del estado, no solo sobre la base del control de auditoría, sino además sobre la viabilización social de la demanda. La no regulación de las cooperativas puede hacer que no se elaboren productos necesarios, de baja demanda, o destinados a los proyectos de protección, asistencia o subsidio social e, incluso, de vital estrategia para la exportación. Esto rebajaría sensiblemente el poder adquisitivo del estado, que subsidia la atención médica, la calidad de salud, la educación y su calidad así como la mayor parte de la producción artística y cultural, entre otras varias esferas que el capitalismo deja a la suerte de la beneficencia espontánea o a la limitada —según el desarrollo— subvención estatal.
La solución no se halla, acaso, en subvencionar las personas antes que los bienes, como lo propone Vandepitte, sino en reorientar sus partidas en relación directa con la estimulación laboral. Focalizar como norma la subvención en la persona, retardaría la lenta salida del asistencialismo que aún subsiste en nuestra praxis social y estancaría la evolución del flujo empleo-beneficio-poder adquisitivo. Las subvenciones estatales, de bienes y necesitados, necesitan puntuales estudios que arrojen un conocimiento real de las características de la sociedad en sus diversos modos de manifestación. Son complemento y no causa de la rehabilitación salarial. La recuperación del salario depende de la recuperación de la productividad, de la reinserción de la industria en el sistema económico nacional. Tanto reducción de importaciones como aumento de exportaciones, se reacondicionan en relación con los sectores productivos. Lo que Cuba ofrece como solidaridad a numerosos países, con beneficios casi elementales, como la salud, la educación, la cultura, la asesoría deportiva, se corresponde con sectores deficitarios en esas naciones que han sido depauperadas por el liberalismo, las dictaduras militares y el neoliberalismo global. Son el resultado del criterio socialista de economía política, de seguir a toda costa los principios de respeto al derecho de todos a la educación y la profesionalización digna. Y ese es, a qué dudarlo, un botón de muestra de las posibilidades reales de nuestra capacidad productiva.
La introducción de medidas que consigan cambiar los índices económicos, bajo los factores reales en los que nuestra sociedad se desenvuelve, hostigada tanto por los factores externos como internos, no son, por sí mismas, soluciones. Con frecuencia, los imperiosos paliativos de esta índole, como lo fue la NEP (Nueva Política Económica) en la URSS, introducen un factor de quiebra sistémica mucho más determinante que las resultantes de sus aplicaciones de eficacia. Ernesto Guevara analizaba en 1965 que los cambios introducidos por la NEP habían calado tan hondo en la vida de la URSS como para marcar definitivamente toda la etapa posterior. Los resultados, a juicio del Che, eran desde entonces desalentadores, pues la influencia de la superestructura capitalista sobre las relaciones de producción, que a favor de la superestructura resolvió los conflictos, proyectaba un regreso al capitalismo. [2] Y este retroceso, en la visión guevariana, no era solo producto de los resultados en la conciencia social por causa de la mixtificación económica, sino también parte de la ciencia económica soviética que, como lo expresara Marx acerca de la ciencia burguesa, se mostraba incapaz para criticarse a sí misma y acudía, irresponsablemente, a la apologética. [3] Incidir de golpe en las relaciones entre la base y la superestructura puede llevar a prácticas de separación que arriesguen seriamente la capacidad de resistencia del proceso revolucionario, que es, en principio, el elemento sine qua non para evolucionar en las transformaciones.
Los neosocialistas cubanos, en su argumentación de medidas de esta índole, suplantan la ciencia —social, política, económica, comunicacional, etcétera— con una hipercrítica hipocodificada, sectaria no solo respecto a su asociación gremial, que se apropia intencionadamente de ciertos malestares, sino, más que todo, en relación con las ciencias referentes mediante las cuales los fenómenos deben ser entendidos. Por paradoja, en sus airadas prédicas por el derecho a expresar con libertad los criterios, descartan dogmáticamente —parrafadas de citas, analogías históricas estáticas, ajustadas ad hoc, derivaciones lógicas sobre la expresión del otro y, mire usted, pastiches de silencio— toda opinión que les demuestre, con análisis, la viabilidad de alternativas en práctica y la, a fin de cuentas evidente, inviabilidad de sus propuestas.
Notas:
[1] Vandepitte, Marc: “Los desafíos económicos y sociales de la revolución cubana en 2010”, en Rebelión.org, 23-05-2010. Traducción: Sven Magnus. Todas las citas y datos que el autor ofrece se han tomado de la misma fuente.
[2] Borrego, O.: Che: el camino del fuego, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana 2001. pp. 381-383. Cf. Figueroa Albelo, Víctor: Economía política de la transición al Socialismo. Experiencia cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp. 70-73.
[3] Marx increpa en varias ocasiones, en El Capital, la apologética burguesa que enmascara la explotación tanto respecto al salario, la plusvalía y el uso de la maquinaria. En el “Postfacio a la Segunda edición” se halla más claramente esta contradicción a la que acude el Che.
Jorge Ángel Hernández
La Jiribilla
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