domingo, 5 de septiembre de 2010

La crisis de los misiles de 1962 y la actual coyuntura en torno a Irán


Recientemente, durante una entrevista para la prensa alemana, el ex primer ministro de Irak, Iyad Allawi, trazó, de manera muy breve pero sugerente, cierto paralelismo histórico entre la crisis de los misiles en Cuba, durante los célebres “13 días de octubre” de 1962, y la actual situación pre bélica en el Golfo Pérsico. El pasado 31 de agosto, la agencia de noticias ANSA recogió de este modo las declaraciones del iraquí:
“En la región reina el miedo, también en Estados Unidos y en Irán (…) se está yendo hacia una situación como la de la crisis de los misiles de Cuba en 1962 (…) Existe una probabilidad muy alta de una guerra por el programa nuclear iraní”.
Como la historia puede resultar una herramienta útil para orientar la acción política, (particularmente cuando se trata de evitar las lecciones de esa “maestra salvaje” que, según Tucídides, es la guerra) trataremos, en estas breves notas, de delinear los elementos básicos de la crisis de 1962 el momento, sin duda, de mayor peligro para la humanidad en toda su historia. Intentaremos explorar, al mismo tiempo, aquellos aspectos de esta crisis que pudieran ayudarnos a pensar la coyuntura que se vive, en los actuales momentos, en torno al programa nuclear iraní.
La noticia de la detección del emplazamiento, por parte de la URSS, de misiles de alcance medio en Cuba, con capacidad para proyectar armas nucleares, tácticas y estratégicas, contra buena parte del territorio norteamericano, llegó a la Casa Blanca en la mañana del 16 de octubre de 1962. La mayoría de los historiadores coinciden en destacar que la decisión de colocar esos misiles provino de la necesidad, argumentada por Nikita Khrushchev, de tratar de contrarrestar el enorme desbalance, existente en ese momento, a favor de los EEUU, en lo que a armamento nuclear se refería. Con esta decisión Khrushchev se proponía, dada la cercanía geográfica entre Cuba y los EEUU, convertir un conjunto de misiles de alcance intermedio en vectores estratégicos para defender al campo socialista y neutralizar, a su vez, cualquier nuevo intento de invasión norteamericana contra Cuba.
Cabe recordar que, dentro de la atmosfera de miedos y paranoias de la Guerra Fría, en los EEUU se venía discutiendo (al menos desde 1960, a partir de la publicación de “Sobre la guerra termonuclear”, libro del influyente estratega militar Herman Kahn) en torno a las condiciones en las cuales sería posible “ganar” una guerra nuclear contra la URSS. En un contexto de tal naturaleza comenzaron a radicalizarse tendencias que ya se venían manifestando, desde la década anterior, las cuales argumentaban la necesidad de utilizar las abrumadoras ventajas de Washington, en materia de armamento nuclear, para lanzar un “ataque nuclear preventivo” contra la Unión Soviética. El clímax de esta corriente del pensamiento estratégico norteamericano se alcanzó, con especial crudeza, antes de la crisis de los misiles de 1962, escasos meses después del intento de Playa Girón. Nos referimos a la reunión, ocurrida el 20 de julio de 1961, entre los Jefes del Estado Mayor Conjunto, el jefe de la CIA, Allen Dulles, y el Presidente Kennedy. En dicho encuentro (dado a conocer en 1994, a partir de documentos desclasificados, por James Galbraith, hijo del célebre economista John Kenneth Galbraith) se le propuso al presidente norteamericano lanzar, de manera sorpresiva, un ataque nuclear masivo contra la Unión Soviética, hacia finales de 1963, “precedido por un periodo de intensificación de las tensiones” entre Washington y Moscú. De acuerdo con diversos testimonios, JFK abandonó, asqueado, la reunión. Fue dentro de un contexto de esta naturaleza, en el que se proponía, a consideración del presidente norteamericano, la posibilidad de llevar adelante un genocidio nuclear, que Khrushchev decidió la arriesgada acción de movilizar los misiles soviéticos al Caribe.
Luego de conocerse la instalación de los misiles en Cuba, la crisis se extendería durante casi dos semanas, en las cuales JFK resistió todas las presiones para atacar a la isla caribeña y a Rusia. Finalmente decidió, como es ampliamente conocido, establecer una “cuarentena” en torno a Cuba, desplegando a la marina de guerra norteamericana alrededor de la isla y abriendo, al mismo tiempo, un espacio para la negociación política entre ambas superpotencias. Cabe recordar que, en uno de los momentos más delicados de la crisis, Robert Kennedy, en funciones de negociador enviado por el Presidente, le confiaría a Dobrynin, embajador de Moscú en Washington, que si Khrushchev no mostraba alguna flexibilidad en las conversaciones era posible que se produjera un golpe de Estado en EEUU y que, tras tomar el poder los militares, estallase el conflicto nuclear. Finalmente se alcanzaría un acuerdo para retirar los misiles de Cuba, a cambio de la promesa norteamericana de no invadir la isla y de retirar, a su vez, los misiles nucleares con los que Washington amenazaba a Moscú desde Turquía. De este modo concluyó lo que JFK, en una célebre frase, definió como una “apuesta infernal”, refiriéndose a cada una de las decisiones que había que tomar de cara a la posibilidad de un holocausto nuclear.
Recientemente, en un libro formidable, “JFK and the Unspeakable”, James Douglas, un respetable teólogo pacifista norteamericano, ha mostrado, con pruebas documentales contundentes, cómo la crisis de los misiles de 1962 afectó, profundamente, la comprensión que tenía Kennedy de la Guerra Fría. Esto llevó al presidente norteamericano a intentar desmantelar la lógica suicida de ese enfrentamiento mundial, estableciendo canales de comunicación clandestinos con Khrushchev, para coordinar acciones y evitar que se repitiera una situación análoga a la crisis de octubre. Douglas argumenta que esa transformación política de JFK lo llevó a un creciente enfrentamiento con el complejo militar industrial, un enfrentamiento que, eventualmente, produjo una conspiración en su contra y su asesinato a fines de 1963. Por cierto que estremece pensar que la fecha planteada, en la reunión arriba referida (la del 20 de julio de 1961) para lanzar un ataque nuclear sorpresivo contra la URSS, coincida, de manera casi exacta, con la del asesinato de Kennedy en noviembre de 1963. Ello bien pudiera indicar, como destaca Douglas, que se intentó culpabilizar al campo socialista del crimen para provocar otro crimen, aún mayor, un devastador ataque nuclear que habría causado, en pocos minutos, decenas de millones de muertos en la URSS.
Luego de esta sucinta descripción de la crisis de los misiles, corresponde ponderar sus lecciones para la actual coyuntura. En primer lugar y más allá de todo determinismo, el factor humano, materializado en un jefe de Estado, sí cuenta y puede decidir el resultado de una crisis semejante. No es tan sólo la preparación y la inteligencia que pueda tener o no un presidente para enfrentar una situación como la de octubre del 62. Además de esos elementos cruciales se encuentra la dimensión ética, en términos existenciales, la cual, en el caso de JFK lo condujo a enfrentar, como hemos visto, a la extrema derecha del complejo militar e industrial. En segundo lugar, la existencia de una bipolaridad mundial sirvió de contrapeso a las propuestas de un ataque nuclear unilateral como resolución del conflicto. La inexistencia, hoy por hoy, de algo análogo al campo socialista y el hecho de que el programa nuclear iraní sea para fines pacíficos, hace aún más patente el desbalance de la situación actual, añadiendo, probablemente, incluso mayores riesgos de que se produzca una acción unilateral por parte de Washington y Tel Aviv.
¿Llegaremos, a partir del próximo 7 de septiembre, a un umbral tan riesgoso como aquel que nadie se atrevió a cruzar en los días, “tristes y luminosos” como dijera el Che Guevara, de octubre de 1962?, ¿tendrá Obama la estatura moral de un JFK para enfrentarse al ala más extrema del Estado norteamericano y evitar, corriendo incluso un alto riesgo personal, una tragedia desmesurada en el Medio Oriente? Lamentablemente todo parece indicar que la respuesta a esta segunda pregunta es un rotundo no. Queda de nuestra parte prepararnos para las consecuencias de esa respuesta negativa y proseguir la denuncia de la guerra, de esa “maestra salvaje” que, de llegar a estallar un conflicto nuclear, pudiera quedarse sin alumnos a quienes enseñar sus brutales lecciones.

Juan Antonio Hernández, embajador de Venezuela en Qatar

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