miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cuánto cuesta un hambriento

Un informe reciente sobre el hambre en el mundo ha tomado una línea de análisis distinta a la ya conocida de la FAO que, anualmente, pide entre 900 y 1.000 millones de dólares para paliar el hambre en los países más pobres de este planeta. El informe, de una organización no gubernamental, empieza por otra parte: ¿cuánto le cuesta, a los países empobrecidos, mantener al borde de la inanición a millones y millones de personas?, ¿cuánto nos cuesta la mortalidad infantil por enfermedades curables?, ¿cuánto perdemos, aparte de la vida, con los bajos niveles en expectativa de vida? La organización Ayuda en Acción hizo el cálculo: 350 mil millones de euros que, en dólares, alcanza a 500 mil millones.
Con la mitad de eso, sigue diciendo el informe, se podría reducir el hambre a la mitad, en todo el mundo, en los próximos cinco años. Es decir, se necesitaría un promedio de 50 mil millones anuales par alcanzar el primer objetivo de Desarrollo del Milenio.
Entendamos la contradicción. Naciones Unidas, como organismo político, asumió el compromiso de reducir la miseria y el hambre en el mundo fijando metas parciales hasta alcanzar el objetivo final. La FAO, que es un organismo afiliado a la ONU, se supone que está comprometida con ese programa. Pero el informe de una organización no gubernamental nos da a entender que, al ritmo que va, jamás se llegará a ningún objetivo. Es más explícito el informe de Ayuda en Acción: de los 28 países empobrecidos, en 20 no se podrá alcanzar la meta fijada para 2015. Más todavía: si se excluyera a China de la nómina de países, el porcentaje de personas con hambre en el mundo seguiría siendo el mismo.
Cincuenta mil millones de dólares anuales durante cinco años es lo que necesitamos los 27 países empobrecidos del mundo, excluyendo a China. ¿No hay tanto dinero? Habría que recordar que la crisis económica de Estados Unidos hizo que el gobierno de esa potencia inyectara a la banca una cifra que superó el billón de dólares en año y medio. Casi en el mismo periodo, la Unión Europea hizo otro tanto con sus bancos. Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que los gobiernos de los países enriquecidos entregaron cerca a 4 billones de dólares a sus bancos. Aparte del fracaso que ha tenido esa política, debido a la corrupción, debemos reclamar por la parte que nos ha tocado contribuir. Porque, en el comercio internacional, la deuda externa de estos nuestros 27 países empobrecidos ha subido hasta alcanzar la cifra de 2 billones 600 mil millones.
Podríamos seguir mostrando las incongruencias de un sistema, el mercado libre, que nos empobrece cada vez más, hasta el punto de matar por hambre a millones de personas, mientras en los países enriquecidos el despilfarro hace crisis y la miseria también se hace presente en sus pueblos. Los hambrientos, en Estados Unidos de Norteamérica, han superado la suma de todos los países sudamericanos. No es un consuelo; es sólo la constatación de que la miseria es ignorada allí donde está presente. Y luego nos dicen que nosotros tenemos un grave desequilibrio en la distribución de la riqueza. ¿Más desequilibrio que en USA, donde un señor tiene una fortuna personal mayor a los 60 mil millones de dólares? Sí. Allí donde las estaciones del subterráneo son el dormitorio para miles de mendigos.
Pero sigamos otra línea de razonamiento. La deuda externa de nuestros países es de 2 billones 600 mil millones de dólares. Los pagos anuales que nos vemos obligados a hacer, pues de lo contrario tendríamos dificultades en el comercio internacional, se estiman entre el 5 y 10% de la deuda que tenemos, más los intereses. Es decir que debemos pagar entre 130 y 260 mil millones de dólares al año. Pero necesitamos sólo 50 mil millones para reducir el hambre a la mitad de lo que, este año, se estima. Hagamos un trato entre los países empobrecidos: fundemos el Fondo Mundial contra el Hambre.
Los 27 países empobrecidos, convocados a una reunión cumbre, asumimos el compromiso de entregar a ese Fondo una parte del pago de la deuda hasta que, el total anual, alcance los 50 mil millones necesarios. Hay una base que podríamos usar como puesta en marcha: la reunión Sur-Sur, que ya se ha realizado entre África y América Latina. Si se agregan otros países, seguramente alcanzaremos a mucho más de 70 países. Asumamos que una parte de ellos no quiera o no se atreva a aceptar el plan; aún así tendremos una mayoría suficiente para hacerlo. Con esa alternativa, planteamos un acuerdo a los países enriquecidos, que serán duros de entendederas, pero finalmente deberán aceptar. Los riesgos son muy grandes, aún para ellos.
En Cancún podrían iniciarse los contactos para una campaña contra el hambre que comprometa a los países pobres y sus gobiernos.

Antonio Peredo Leigue

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