Manuel E. Yepe
Ser pobre en medio de las riquezas, es la peor de las pobrezas, es el pensamiento de Séneca que parece ser guía de las ideas que resume un enjundioso artículo titulado "Unequal America" ("América desigual") aparecido en el número de julio del 2008 de la revista Harvard Magazine, de su editora asociada, Elizabeth Gudrais.
La autora cita un estudio del profesor Majid Ezzati, de la Escuela de Salud Pública de Harvard (HSPH, por sus siglas en inglés) y con él reflexiona que "cuando uno piensa en la causa de un descenso de la expectativa de vida, piensa en una epidemia como la del VIH, o piensa en el colapso de un sistema social como en la antigua Unión Soviética. Pero tal declinar está ocurriendo hoy en algunas partes de los Estados Unidos.
Entre 1983 y 1999 la expectativa de vida de los hombres decreció en más de 50 condados de los EE.UU. Para las mujeres, las noticias fueron aún peores, decreció en 900 condados. Esto significa que más del 4% de los hombres y el 19% de las mujeres estadounidenses deben esperar una vida igual o más corta que la de sus circunvecinos de hace dos décadas.
De hecho, ya Estados Unidos, la nación más rica del mundo, no es la más saludable, ni siquiera aparece en la lista de las cuarenta naciones con mayor esperanza de vida.
Por supuesto, los indicadores decrecientes en materia de salud en Estados Unidos no se manifiestan de manera equitativa en toda la ciudadanía, se concentran entre los más desfavorecidos, advierte el estudio del profesor Ezzati y sus colegas citado por Guadais.
Las disparidades en materia de salud tienden a ser proporcionales a los ingresos en todas partes. Los pobres enferman más y mueren más pronto en todas partes, pero en Estados Unidos la brecha entre ricos y pobres es, por mucho, mayor que en cualquiera otra nación industrializada.
La autora considera que el ciudadano norteamericano medio es más tolerante ante las de-sigualdades de ingresos. Busca igualdad de oportunidades cuando sus similares europeos procuran retribuciones más justas. En EE.UU., cualquier debate sobre desigualdades conduce a otro, sobre si los pobres merecen ayuda y solidaridad, o deben ser dejados a que se levanten o revienten por sí mismos.
La puesta en práctica de políticas impositivas como procedimiento para la redistribución de los ingresos de los ricos en beneficio de los pobres, que sirve de argumento electoral en Europa, no es vista como tal en Norteamérica.
Según el estudio, las desigualdades en EE.UU., han crecido de forma acelerada desde finales de 1970 y ahora están a un nivel nunca visto desde la irónicamente llamada edad dorada (entre 1870 y 1900), un periodo de la historia de la Unión caracterizado por el contraste entre los excesos de los opulentos con la inmundicia de los pobres.
A inicios del siglo XX, el 1% de la población poseía el 18% de la riqueza y llegó al récord absoluto del 21,1% en 1928. Al término de la II Guerra Mundial, periodo de intenso desarrollo económico y cultural que trajo gran prosperidad a la clase media norteamericana, el 1% más rico redujo su participación en la riqueza a menos del 10% de los ingresos entre 1960 y 1970. Pero, de este último año hasta 1996, la participación del 1% más rico creció al 15% y llegó en el 2006, último dato disponible, a un 20,3% del total de la riqueza.
En 1965 el salario promedio de un alto funcionario de una gran compañía en EE.UU., era 25 veces el salario promedio de un obrero. Hoy, la distancia es diez veces mayor, lo multiplica 250 veces.
En términos de esperanza de vida, Estados Unidos ocupa el lugar 21 entre las 30 naciones altamente industrializadas que integran la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD, por sus siglas en inglés) y el lugar 25 en cuanto a la mortalidad infantil. Puede presumirse, por los datos anteriores, cuan diferentes han de ser la cifras de estos dos indicadores para los ricos y para los pobres.
El trabajo refiere algunos recientes datos acerca de la "milagrosa" alta movilidad social en Estados Unidos al indicar que el 42% de los hijos de padres ubicados en el segmento más pobre, siguen en el segmento más rezagado una vez adultos. Y el 39% de los hijos de padres en el segmento superior, continúan de adultos en ese privilegiado segmento.
Según investigaciones que cita la revista de la Universidad de Harvard, las grandes desigualdades sociales se relacionan siempre con escenarios de mayor criminalidad, menos felicidad y peor salud mental y física, si es que no son sus causantes. Hay evidencias de que vivir en una sociedad con grandes disparidades —en salud, riqueza y educación— es peor para todos los miembros de la sociedad, sin exceptuar a los mejor ubicados, dice el artículo
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