domingo, 3 de febrero de 2008

El manifiesto que vive en la Revolución




En el 2008 se unen dos festividades, y las dos poseen trascendencia universal: los 160 años del Manifiesto del Partido Comunista, redactado por Marx y Engels, y el año 50 de la Revolución, en la que vive a plenitud, nacida de la prédica de Martí y bajo la influencia del marxismo-leninismo. Fundir y aplicar con original sentido creador ambas doctrinas es la más elevada contribución de Fidel y del Partido y el Estado socialista por él fundados al acervo teórico del movimiento revolucionario mundial.
Che Guevara lo dijo: La Revolución Cubana toma a Marx donde éste dejara la ciencia para empuñar su fusil revolucionario...
Ahora, con el sentido dialéctico que brotó en la conciencia social del pueblo de Cuba desde el asalto al cuartel Moncada, la fidelidad al Manifiesto y a Martí consiste en empuñar la ciencia, sin dejar de mantener en alto el fusil revolucionario, dada la hostilidad demencial de nuestro enemigo histórico.
No se trata solamente del desarrollo ininterrumpido de sectores fundamentales del quehacer científico, con logros sencillamente inimaginables, bajo el dominio brutal y grotesco del imperialismo y su oligarquía criolla antinacional; sino de conseguir valoraciones que partan de la ciencia en todas las actividades de la construcción del socialismo de Cuba. Esto se traduce en el Capital Humano, que une el enfoque científico con la pasión revolucionaria. Y a eso apela el discurso de Raúl el 26 de Julio, que millones de cubanas y cubanos han hecho suyo, opinando con la más absoluta libertad sobre todos nuestros complejos y difíciles problemas, para libremente también cosechar este año nuevos modestos triunfos, pese al bloqueo genocida que desprecia la condena prácticamente unánime de los Estados que pertenecen a la ONU, incluyendo aliados estratégicos de Estados Unidos. No hubo ni habrá soluciones mágicas, pero los hechos demuestran que ellas pueden gradualmente lograrse, y ya tenemos motivos para el optimismo realista de los combatientes.
Para Martí la ciencia y la libertad son las llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero. Lo mismo pensaban los clásicos del proletariado.
El Manifiesto es la más formidable acta de acusación contra el capitalismo, porque demuestra que hizo por la ciencia mucho más que el esclavismo y el feudalismo, pero matando despiadadamente la misma libertad proclamada para engañar al pueblo. A los trabajadores solo dejó la libertad de ser esclavos disfrazados y ahora ni siquiera eso: existen más desempleados que empleados en labores productivas en el conjunto del mundo bajo el yugo del capital.
La idea esencial del Manifiesto de que el motor de la historia es la lucha de clases y que en ella triunfarán los trabajadores, históricamente se confirma, pero superando la noción, entonces exacta, acerca del proletariado, pues se trata de la lucha de pueblos y naciones completas contra el saqueo y la opresión del imperialismo, momento culminante de la tiranía del capital.
Si ya no rige la tesis del Manifiesto acerca de la simplificación de la estructura socioclasista a medida que transcurre el capitalismo, todo verifica su tesis principal de que esa estructura está condenada a ir de crisis en crisis. Sin que ellas, de por sí, puedan abolir la dictadura de los dueños del capital, siendo necesario hacer la Revolución, la toma del poder político por genuinos representantes del pueblo para cambiar la estructura económica en la base del edificio social y dar bienestar a los productores. Es un proceso largo y sujeto a contradicciones y reveses a enfrentar.
En tiempos del Manifiesto, los Maestros de la clase obrera concebían que en Europa, la región entonces más adelantada en la economía y las luchas clasistas, triunfaría de forma simultánea la Revolución y ella se extendería al mundo periférico entonces no capitalista. Pero ni las guerras anticoloniales de independencia en las dos Américas, ni los procesos revolucionarios europeos de 1848 y ni siquiera la Comuna de París de 1871, abrieron ese camino. Ello correspondió a Rusia, en 1917, cuando la Primera Guerra Mundial lanzó a la política a millones de campesinos, a cuyo frente se pusieron los obreros industriales encabezados por el Partido de Lenin, con sus consignas de paz, pan y tierra. Cinco años después nació la Unión Soviética, que luego de resistir pruebas como la guerra civil, la intervención de 14 países extranjeros y la descomunal agresión fascista, fue derrotada, desde dentro, por errores, ingenuidades y traiciones, al cabo de siete decenios de existencia como primera experiencia del socialismo y logros indiscutibles. Pareció que las ideas del Manifiesto Comunista habían muerto, pero el socialismo, dentro de sus particularidades, se mantuvo en varios países asiáticos y, para asombro del mundo, en Cuba, primera trinchera en la lucha contra el imperio que antes que nadie denunció Bolívar y definió Martí como una nueva Roma, en alusión a su poderío, sus afanes de dominación universal y también a su debilidad histórica.
En prueba de esa afirmación aparece como lo nuevo a decir en el aniversario 160 del Manifiesto que, en determinados casos, el fusil revolucionario puede ser sustituido por el voto revolucionario, aunque cada poder del pueblo deba defenderse de las agresiones de los grupos explotadores ganados por el odio ante los torrentes de hombres enamorados del mundo venidero, como los que conspiran contra la voluntad popular en la Venezuela de Bolívar, la Bolivia de Tupac Catari, el Ecuador de Eloy Alfaro y Manuelita Sáenz, la Nicaragua de Sandino, y otros procesos de cambios y de unidad de nuestras Patrias, los cuales alientan el optimismo de todos los pueblos del planeta.
Las crisis integrales, económica, ecológica, de gobernabilidad y, sobre todo, moral, confirman que las estrechas relaciones sociales, con la propiedad burguesa dominando el mercado y convirtiendo todo en mercancía, deviene camisa de fuerza que ahoga el desarrollo social científico. El dilema de: socialismo o nadie, es cada vez más real, pues el capital devora las fuentes de energía en aras del consumismo burgués, única ideología de su sistema de dominación, y multiplica las guerras de agresión en la era nuclear. Bush anunció 60 o más guerras preventivas, y en Afganistán, Iraq, todo el Medio Oriente, hace el comercio de petróleo por sangre, mientras amenaza a otros muchos países, entre ellos Cuba, Venezuela y cuantos se atrevan a erguirse en libertad.
Pudo haber aparecido en el Manifiesto este pensamiento de Martí: Saber rebelarse es una ciencia.
El Manifiesto fundamenta esa ciencia en la época contemporánea y por eso alentó la creación del Partido internacional de los trabajadores, que luego pasó a destacamentos nacionales. Lenin vio en el Partido la vanguardia de esa ciencia, y antes que él, para la guerra necesaria a la conquista de la independencia nacional, Martí creó el Partido único de los revolucionarios cubanos.
Nuestro Partido, con Fidel y Raúl y las jóvenes generaciones que los continúan, en medio de nuevas circunstancias, revive aquella primera clarinada de la conciencia rebelde de los pueblos: el Manifiesto del Partido Comunista. Su consigna inmortal de: Proletarios de todos los países, ¡uníos!, deviene llamado a la unidad de todos los que ansían salvar la especie humana y crear un mundo mejor. Es digno del espíritu del Manifiesto la advertencia del Comandante en Jefe a los señores imperialistas: A Cuba, ¡no la tendrán jamás!

Raúl Valdés Vivó
Fuente: Granma

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