sábado, 21 de enero de 2012

Se cumplen 23 años de la muerte del uruguayo Alfredo Zitarrosa



Zitarrosa y el Becho, el violinista que inspiró una de sus canciones más recordadas

Por Ulises Rodríguez

Alfredo Zitarrosa había arreglado con un productor para actuar en un tablado y cantar siete canciones. Al llegar el momento de subir al escenario el empresario le planteó que no podía pagarle lo acordado sino la mitad. De todas maneras subió y se puso a cantar. Al llegar a la mitad de la cuarta canción, súbitamente la suspendió. Ante la sorpresa de sus propios guitarristas y del público se acercó al micrófono y relató lo que había sucedido minutos antes de subir al escenario. “Si se me paga la mitad de lo acordado -dijo-, yo cantaré aquí solamente la mitad de repertorio que tenía pensado ofrecerles. Pero como ustedes no son responsables de esta resolución mía, los invito al bar que está en aquella esquina y ahí no sólo les cantaré las tres canciones y media que faltan, cantaré todas las que ustedes quieran”.
Así era Alfredo Zitarrosa, el cantante, compositor, poeta, escritor y locutor uruguayo del que se cumplen hoy 23 años de su muerte. Con este tipo de anécdotas, recuerdos, material de archivo y años de investigación el periodista oriental Guillermo Pellegrino escribió Alfredo Zitarrosa, la biografía (Ediciones Continente-Peña Lillo) que resume el anterior libro, Cantares del alma, publicado en 1999.
Tomando como excusa el aniversario de la partida del milonguero rioplatense por excelencia, el que “asombraba con esa voz como de otro, con ese flamenco entrecortado y con esa ternura de solitario empedernido”, como lo definió alguna vez el Sabalero; el autor de su biografía nos cuenta sus impresiones sobre Zitarrosa, el que cambió para siempre a la música uruguaya.
-¿Qué cosas cree que pasaron por la mente y por la vida de Zitarrosa para que un locutor y periodista se convirtiera en uno de los cantautores populares más importantes de Latinoamérica?
-Es difícil saberlo, pero supongo que en aquel lejano 1964, cuando casi por casualidad debutó como cantor profesional en Perú, él debe haber visto al canto como un medio de vida, porque vivía momentos difíciles en cuanto a lo laboral. Puede decirse que eran tiempos en los que andaba buscándose a sí mismo. Con 28 años ya quería encontrar su camino. Su intención, me parece, era ir dejando, de a poco, la locución; y el periodismo, creo, no lo colmaba del todo. Interiormente él sentía que estaba para cosas más trascendentes. Su sueño era ser poeta, escritor. Pero todos sabemos las dificultades que por estos lares entrañan esas tareas, con las que se hace casi imposible vivir. En alguna oportunidad le hizo a su amigo el escritor Enrique Estrázulas una confesión que tiene que ver con eso: “Yo hubiese querido ser poeta, pero el cantor le copó la parada”. Entiendo también que con el canto, y al crear sus propios textos (varios de buen nivel poético, de hecho varios se sostienen por sí solos, sin la apoyatura de la música), se metió en ese interesante mundo que es el de la conjunción de la poesía y la música que, contra lo que afirmar y afirma muchos puristas, robusteció a ambas disciplinas, y por ejemplo sus textos, musicalizado, pudieron tomar contacto con un público masivo que, sólo con la poesía, le hubiese sido muy difícil.
-¿Qué piensa que el público captó de él que lo llevó a ser una figura intocable?
-Varias cosas. Me parece que arriba del escenario era un tipo creíble, y eso la gente lo notaba, como también otras características del hombre, en tanto artista, que lo destacan, a pesar de que, como todo ser humano tuvo miserias (alguna de las cuales se mencionan en mi libro, que intenta no ser un panegírico), que fueron superadas por sus virtudes como su solidaridad; su sentido social; su extrema sensibilidad; su coherencia y su dignidad.
-¿El Zitarrosa de la intimidad era tan serio como el que subía a cantar verdades arriba del escenario?
-No. Creo que ni él ni nadie puede ser tan lineal, o mantener una característica, en los distintos órdenes o circunstancias de la vida. A Zitarrosa lo habitaban, como a todos, distinto personajes. El era un hombre que tenía sentido del humor, era lúdico, le gustaba divertirse, encontrarse con amigos…
-¿Qué músicos y artistas uruguayos continuaron con el camino que empezó a andar Zitarrosa?
-Y… hay muchos. Por suerte la música uruguaya goza de muy buena salud, y hoy en distintas ramas hay creadores muy valiosos que puede decirse que continuaron el camino no solo de Zitarrosa sino el de otro varios creadores que forjaron a la canción popular uruguaya como el gran Osiris Rodríguez Castillos (poeta con mayúsculas), Rubén Lena, Víctor Lima, Aníbal Sampayo, Washington Benavídes, entre muchos otros. Uruguay es la actualidad un gran productor de músicos, uno puede percibir eso en la calle, en donde se ve un montón de jóvenes con sus instrumentos. Debe ser de los países del mundo con más músicos per cápita. Y muchos de gran nivel… Si entiendo el camino que inició Zitarrosa al del artista comprometido, trabajador, que sea autoexigente con sus texto y su música, con su presencia en el escenario, puedo nombrarte a Fernando Cabrera, un cantautor muy interesante, de los mejores que hoy tiene el Uruguay. Hay muchos otros, claro, pero creo que en él se puede sintetizar la pregunta. Vale la pena escucharlo.
-¿Sintió él que el mismo pueblo uruguayo que lo fue a recibir en el '84 luego le dio la espalda? ¿Por qué pudo haber pasado eso?
-No, no sintió eso. Cuando volvió sintió un enorme baño de afecto, que tomó con gran alegría y responsabilidad. Y como en todo regreso, siempre los primeros tiempos son de celebración, después uno de a poco va a entrando en el “mundo real”, a la rutina, a veces con sus sinsabores. Mucha gente puede haber pensado en algún momento que el pueblo uruguayo le dio la espalda porque, de repente a los dos años de estar en Uruguay, no tenía tanto trabajo como el que tuvo a su llegada, que lo requerían de todos lados. Pero eso es un poco lógico, más un país como este, cuyo mercado es muy acotado, y donde de a poco los espacios empezaron a reducirse, a la par de la efervescencia de la reapertura democrática, porque había un panorama ensanchado de propuestas, en el que convivían distintas corrientes, músicos que permanecieron en Uruguay y los que volvieron del exilio. Creo que esa es la explicación. Igualmente Zitarrosa, como otros nombres, tenía la posibilidad de presentarse en varios lugares del exterior.
-¿Qué hay de las nuevas generaciones? ¿Qué saben y qué cree que les interesa de Zitarrosa?
-Me gustaría responder con dos anécditas. La primera: “hace siete u ocho años fuimos con un grupo de uruguayos a comer a una cantina de barrio en Buenos Aires y cuando nos estábamos yendo, el muchacho que nos había atendido, nos dijo: “Son uruguayos, ¿no?... Aguante Zitarrosa”. El tipo tendría unos ventipocos años, pelo largo, aro y una remera de Los Redondos. Me impactó. Pensé: ¡cómo alguien tan alejado de la estética de Alfredo nos pudo haber dicho eso!, como que con él identificó a todo un país.
La otra me la contó, en una conservación que tuvimos en un bar hace un tiempo, Sebastián Teysera, el líder de la Vela Puerca. Fue en Córdoba –me dijo-, hace muchos años, cuando tocamos con el grupo argentino Todos tus Muertos y una banda japonesa que se llamaba The 3 Peace. Recuerdo que estábamos comiendo todos en una mesa y enfrente mio estaba sentada Kaori, la bajista del grupo. Con mucha dificultad comenzamos a hablar sobre música. Ella se mostró interesada por la música uruguaya y fue así que en una servilleta le escribí: “Alfredo Zitarrosa”. Al tiempo me llegó un paquete con discos de la banda y una carta cortita de Kaori, donde me contaba que había conseguido un disco de Alfredo y que, aunque no entendía lo que decía, su voz, como pocas, la había conmovido profundamente. Me sentí muy feliz.
-¿Alfredo Zitarrosa podría ser para los uruguayos lo que es Carlos Gardel para los argentinos?
-Sí, sin duda. Cada día va tomando una dimensión más gardeliana. Y ojo que aquí Gardel, para nosotros, es palabra mayor; y Zitarrosa también lo es para muchos argentinos. Lo digo con conocimiento de causa, por las muchas sensaciones que viví en los varios lugares de Argentina que me invitaron a presentar mis libros.

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