domingo, 30 de octubre de 2022

La China de Xi Jinping: Un monarca para tiempos turbulentos


El XX Congreso del Partido Comunista Chino y sus tensiones El fin de semana que pasó el XX Congreso del PC convirtió al líder de China en un virtual rey sin corona, pero con pretensiones vitalicias. Esto representa una ruptura con el régimen vigente desde los tiempos en que se inició la apertura china y que disponía un máximo de dos mandatos de 5 años. 
 La entronización de Xi Jinping, lejos de ser un síntoma de fortalecimiento, es una manifestación de debilidad del régimen. El refuerzo de las tendencias bonapartistas apunta a consolidar un sistema de poder personal que permite al presidente actuar de árbitro frente a las crecientes tensiones internas y externas que atraviesa el país y que vienen sacudiendo a la elite dirigente china y sus estructuras de poder, empezando por el propio PCCH. 
 Los frentes de tormenta son múltiples. En estas décadas, China se catapultó como una potencia mundial, pero, al mismo tiempo, ese poderío ha ido de la mano de crecientes contradicciones de alcance explosivo. El prodigioso crecimiento ha empezado a chocar con límites. El gigante asiático no ha sido inmune a la crisis capitalista. China ya no es la locomotora que fue en el 2008 cuando permitía neutralizar la declinación de la economía mundial. Por el contrario, 14 años después es una de las fuentes de su agravamiento.
 La desaceleración económica actual no nace con la pandemia sino que ya venía abriéndose paso previamente. El Estado chino procuró contrarrestar esta caída inyectando grandes proporciones dinero en el mercado y con crédito barato. Este enorme rescate estatal, sin embargo, no logró sacarla del atolladero. Por el contrario, dio pie a un endeudamiento incontrolable y a un salto en la especulación. Recordemos que la deuda china casi triplica su PBI y es la que ha crecido en forma más veloz en la última década. La crisis del gigante inmobiliario Evergrande es apenas la punta del iceberg de una gigantesca burbuja inmobiliaria. Es necesario tener presente que el sector inmobiliario es responsable a través de sus ramificaciones del 20 % del PBI y que el colapso ya está actuando como un poderosos factor de freno de la actividad económica. La crisis está lejos de circunscribirse, de todos modos, a un solo sector, y está presente en toda la economía. 
 La pandemia ha agravado lógicamente la situación. XI Jinping en su discurso inaugural no dio señales de relajar los rígidos controles que fueron establecidos para enfrentar el Covid. Recordemos que, hasta el día de hoy, Pekín viene apelando a confinamientos severos, aunque esto sea a costa de la paralización de la actividad económica. El levantamiento de estas restricciones viene siendo materia de una fuerte presión externa por parte del gran capital internacional que ve con preocupación la ruptura de la cadena de suministro y el perjuicio que esto provoca en el movimiento económico global. 
 Este malestar se replica internamente en los círculos empresarios del país. Pero también las restricciones han aumentado el descontento de la población por las crecientes penurias y desigualdad (que, por supuesto, aumentan al quedar parte de los habitantes privados de sus fuentes usuales de subsistencia) y porque ven los controles ejercidos por la burocracia como un instrumento aprovechado para acentuar la represión y la censura en el país. El clima general de regimentación de la vida política y social se ha incrementado sensiblemente bajo los mandatos de XI. 

 Escalada imperialista 

El XX Congreso se celebra en medio de una exacerbación de la guerra comercial y de la tendencia bélica. El desacople chino-norteamericano que asomaba en el 2017 pegó un enorme salto en el segundo mandato del líder chino. Estamos frente a una agresiva escalada liderada por EEUU que tiene como blanco principal a China. La guerra de Ucrania apunta a Moscú, pero es un tiro por elevación contra el gigante asiático. Como telón de fondo está la tentativa del imperialismo de superar su impasse completando el proceso de restauración capitalista, lo cual exige someter a ambos países. Biden no solo mantuvo las represalias de Trump, sino que las ha profundizado. Recordemos que los demócratas dieron continuidad a los aranceles impuestos por el magnate inmobiliario. El XX Congreso se da en momentos en que Washington acaba de imponer prohibiciones severas a la exportación de chips informáticos avanzados y equipos de fabricación de chips a China. Los perjuicios para la industria china son tanto o más dañinos que los dispuestos tiempo atrás contra Huawei. 
 Pero además, esta escalada cada vez más virulenta se traslada al plano militar. Estados Unidos está decidido a utilizar todos los medios, incluidos los militares, para impedir que China desafíe el dominio mundial estadounidense. El gobierno de Biden puso cada vez más en tela de juicio la política de “Una sola China”, bajo la cual EEUU reconoció de facto a Pekín como el gobierno legítimo de toda China, incluyendo a Taiwán.
 Xi dijo que China busca la “reunificación pacífica” con Taiwán, pero que “no excluye el uso de la fuerza como último recurso”. En una crítica apenas velada a Estados Unidos, añadió: “Resolver la cuestión de Taiwán es un asunto de los chinos, es un asunto que debe ser resuelto por los chinos”.
 La perspectiva de la guerra se extiende como amenaza cierta en el continente asiático (El País, 16/10).
 La escalada imperialista en curso terminó por hacer naufragar las expectativas de una restauración capitalista pacifica en los ex estados obreros. Hay una incompatibilidad entre las ambiciones de las grandes metrópolis capitalistas y los apetitos e intereses de la burocracia y la burguesía nativas que se han ido desenvolviendo en las antiguas economías estatizadas. La restauración capitalista es concebida por el imperialismo como un proceso de colonización económica y política bajo su tutela y control, lo cual colisiona con las pretensiones de autonomía que alientan tanto Moscú como Pekín. 

 Choques y purgas 

El panorama aquí descripto, como no podría ser de otra forma, tiene su impacto en el aparato del Estado. El PCCH, y en general los principales estamentos del poder, no han sido inmunes a las tensiones internas y externas. Aunque no se exprese en forma abierta y reine un gran hermetismo en su interior, están instalados una deliberación, choques y divisiones que fueron creciendo con el tiempo.
 “En el vértice del poder de China hay amplio acuerdo con respecto a mantener la apertura y el desarrollo del consumo. Pero han sido fuertes las fricciones sobre la profundidad que debe adoptar el cambio. Esos desacuerdos tuvieron su reflejo en oleadas de purgas desde que Xi asumió el control a comienzos de 2013” (Clarín, 14/10). 

 Giro dirigista 

Como telón de fondo lo que está en debate es el giro más dirigista que Xi estaría promoviendo. El presidente chino pretende tener el control total de la economía, un ámbito que manejaba el premier. 
 La crisis mundial y la escalada en la que está embarcado el imperialismo ha acentuado las contradicciones de la burocracia dirigente china, que oscila entre adaptarse a las exigencias de una mayor apertura económica y a las leyes de mercado, por un lado, y recurrir al intervencionismo estatal para pilotear un descalabro económico y evitar que la situación social se desmadre, por el otro. En la conciencia de la cúpula dirigente china está latente la amenaza que representa la clase obrera cuyo descontento ha ido en aumento a medida que crecen la inflación, la desocupación y el parate económico. 
 La consigna que ha pasado a presidir el discurso oficial es la “prosperidad común para todos”. Hay una preocupación fundada de los jerarcas chinos por la creciente desigualdad, una tendencia que podría desestabilizar al país. El impulso a la “prosperidad compartida” abarca, según la prédica gubernamental, desde el freno a la evasión fiscal y la limitación de las horas que pueden trabajar los empleados del sector tecnológico hasta la prohibición de las clases particulares con fines lucrativos en materias escolares básicas. Tengamos presente que China es una de las sociedades más desiguales del mundo. Los habitantes de la quinta parte de los hogares chinos disfrutan de una renta disponible más de diez veces superior a la de la quinta parte inferior, según las cifras oficiales. El 1 % más rico posee el 30,6 % de la riqueza de los hogares, hay 600 millones de pobres que viven con apenas 1.000 renminbi al mes (154 dólares). La retórica “social” va unida a la enorme regimentación ya señalada. 
 Conjuntamente se han reforzado los controles y regulaciones sobre la actividad privada. Recordemos la nueva legislación de regulación de los monopolios puesta en marcha por el gobierno y la injerencia del PCCH en la vida y el funcionamiento de las empresas privadas. Grandes empresas, como JD Digits, Ten cent, Baída y Rufas reestructuraron y restringieron su operatoria para evitar represalias. En ese contexto, las tensiones con la burguesía china han ido en aumento. 
 El PC chino, resumiendo, ha buscado tener una intervención más activa en las decisiones de negocios. El gobierno chino viene apelando a la persecución directa, encarcelamiento y hasta la desaparición de prominentes hombres de negocios de la floreciente burguesía de su país. 
 La intervención creciente del Estado chino, que como vimos, coexiste con la apertura de la economía, tiene como propósito salvar la restauración capitalista. De ningún modo está dirigida a suprimirla. Pero ese arbitraje excepcional del Estado, contradictoriamente, es una fuente de choques con el gran capital internacional y con la propia burguesía china que creció a la sombra y bajo la protección de la elite dirigente oficial. Lo cual, a su turno, es un indicador del carácter inconcluso de la restauración capitalista. 

 El destino de China 

La crisis china es un componente cada vez más gravitante de la crisis mundial capitalista. A las contradicciones explosivas de la economía mundial capitalista se le unen las propias del gigante asiático. Ingresamos en un escenario convulsivo de la historia china, cuyo desenlace estará signado, como ya ocurrió en el pasado, por la lucha de clases nacional e internacional. 

 Pablo Heller

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