domingo, 28 de junio de 2015

Barbarroja: la invasión que Stalin no esperaba




La madrugada del 22 de junio de 1941 más de tres millones de soldados alemanes, con el auxilio de seiscientos mil rumanos, italianos, eslovacos y finlandeses entraban en territorio soviético a lo largo de un amplio frente de batalla que iba desde el Mar Báltico en el norte hasta el Mar Negro en el sur, consumando la llamada "Operación Barbarroja" por la cual Alemania se aprestaba a invadir la Unión Soviética.

Se abría el Frente Oriental, el mayor y más cruento teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial en Europa en el que se cometieron las mayores atrocidades contra la población civil. Hitler ganó en sus comienzos la simpatía de los Estados imperialistas como Gran Bretaña, Francia y EEUU por su declarada intención de aniquilar al comunismo. Esto era el trasfondo de la concepción racista del Estado Mayor alemán por la cual la guerra en el Este, contra los pueblos eslavos y judíos que eran considerados por los nazis como la “base racial” del Estado soviético, era una “guerra de las cosmovisiones” (weltanschauungskrieg) y debía desarrollarse como una guerra de exterminio ya que aquellos no eran considerados más que animales que debían ser aniquilados sin piedad.

El desbande militar soviético y la política estalinista

En sus inicios la invasión resultó un éxito para los nazis ya que las defensas militares soviéticas se derrumbaron rápidamente: los aviones de las fuerzas aéreas soviéticas estacionados en sus bases occidentales fueron bombardeados por la aviación alemana antes de que pudieran despegar, mientras que sus desprevenidas guarniciones, sorprendidas por el ataque, fueron doblegadas sin demasiado esfuerzo. Al mismo tiempo, los oficiales del Ejército Rojo se negaban a aplicar tácticas adecuadas a las necesidades de cada región por temor a ser arrestados y fusilados si desafiaban las directrices militares del régimen que rechazaba la movilidad de las tropas.
El Estado Mayor estaba compuesto por personajes como Borochilov, Malenkov y Beria, caracterizados por su completa docilidad frente a Stalin. Los principales dirigentes del Ejército Rojo, los más experimentados revolucionarios que habían participado en la insurrección de Octubre y la posterior guerra civil, habían sido purgados (fusilados) por Stalin en los “Juicios de Moscú”, acusados de “trotskistas” o traidores.
Por añadidura, el Estado Mayor soviético sufrió una virtual parálisis al no contar con claras órdenes políticas de parte de Stalin, quien al notificarse de la invasión estuvo varios días sin reaccionar, encerrado, sin emitir órdenes. Debido a esto, durante las primeras semanas de la invasión gran cantidad de unidades soviéticas fueron rápidamente cercadas y miles de soldados fueron tomados como prisioneros, mientras las tropas terrestres alemanas penetraban cientos de kms.: en un mes Bielorrusia y los países bálticos estaban en manos alemanas, y en agosto Hitler ordenó que parte del Ejército se dirigiera al sur para cerrar una tenaza alrededor de Kiev, lo que provocó la mayor captura de soldados de la historia: más de 400.000. Stalin era presa de su propio sistema de dominación que había consolidado un aparato obediente de sus dictados, con funcionarios temerosos, incapaces de alguna iniciativa independiente.
Este desbande militar se correspondía con la orientación política del régimen estalinista que, confiado en los términos del pacto de no agresión firmado en 1939 con Alemania [1] por el cual se comprometían mutuamente a no impulsar acciones militares entre sí, se había negado sistemáticamente a dar crédito a los informes que advertían de un inminente ataque alemán. Incluso, como cuenta Jean-Jacques Marie en su libro Stalin, éste había autorizado al agregado militar de aviación alemán visitar las fábricas soviéticas de aviones más modernas, dando preciosa información al Alto Mando alemán cuando este ya estaba embarcado en la planificación de Barbarroja.
Trotsky, quien no llegó a ver esta invasión porque en el año 1940 fue asesinado por un sicario estalinista, había advertido la inevitabilidad de un ataque militar a la URSS por parte de la Alemania nazi: “Actualmente, Hitler es aliado y amigo de Stalin; pero si Hitler, con ayuda de Stalin, sale victorioso en el frente occidental, volteará mañana sus armas en contra de la URSS”, decía en el año 1939 [2]. Y esto porque los objetivos expansionistas alemanes no podían consumarse sin dominar territorio soviético, rico en petróleo, gas y materias primas alimentarias que Alemania necesitaba de manera cada vez más acuciante (de ahí su apelación a la idea de lebensraum, de “espacio vital” que necesitaba conquistar para abastecerse), pero fundamentalmente porque el nazismo, que expresaba de la manera más exacerbada los agresivos intereses de la burguesía imperialista alemana, no podía coexistir con el Estado soviético que, más allá de su dominación burocrática, mantenía la expropiación de la propiedad burguesa. Parte fundamental de las necesidades estratégicas del imperialismo alemán en la guerra pasaban por reconquistar para la órbita capitalista a la URSS bajo hegemonía alemana. Muy tempranamente lo había pronosticado la IV internacional en su manifiesto de 1934: “cualquier gran guerra planteará abiertamente el problema de intervención militar contra la URSS como medio de inyectar sangre fresca en las escleróticas venas del capitalismo” [3]. La contradicción esencial de clase que oponía a todos los imperialismos respecto de la URSS llevó a que EEUU apostara a una guerra de desgaste entre Alemania y la URSS donde ésta última quedase lo más exhausta posible.

Los zigzags del stalinismo abren el camino a la guerra

Trotsky y los militantes de la IV internacional habían denunciado que la política del estalinismo en la década del ‘30 había estado en función de evitar la participación de la URSS en la guerra que se avecinaba tanto con maniobras diplomáticas como traicionando abiertamente a las procesos revolucionarios (España, Francia) para no “disgustar” a los imperialismos. Su necesidad de evitar la guerra era la de preservarse como casta burocrática estatal, ya que una nueva guerra podía abrir en la URSS el camino al resquebrajamiento de la autoridad estatal y la posibilidad de barrer con la dominación burocrática.
Así el estalinismo promovió primero el pacto Laval [4]-Stalin, pacto de no agresión con Francia por el que la URSS apoyaba la política de “defensa nacional” de aquella, lo que le imponía al Partido Comunista Francés el apoyo a la preparación de la burguesía francesa para una nueva guerra imperialista. Frente a esto, Trotsky sentenció: “(…) ven en la alianza militar entre el capital francés y la burocracia soviética la garantía de la paz. Siguiendo las órdenes de Stalin, (…) llaman a los obreros franceses a apoyar a su militarismo nacional, es decir al instrumento de opresión de clase y de esclavización colonial. (...) Para justificar su giro social-patriota invocan la necesidad de ‘defender a la URSS’. Este argumento es totalmente falso. Ya se sabe que hasta la idea de la ‘defensa nacional’ no es más que una máscara tras la que los explotadores ocultan sus apetitos depredatorios y sus sangrientas peleas por el botín, transformando además a su propia nación en simple carne de cañón” [5]. En este marco, el PC francés se embarcó en el Frente Popular y traicionó el ascenso revolucionario abierto en 1936. Lo mismo hizo en España, traicionando abiertamente la revolución obrero-campesina y abriendo camino al triunfo de Franco.
Luego de esta política de colaboración con las burguesías en aras del supuesto “antifascismo”, Stalin dio un nuevo viraje al promover el pacto con la Alemania nazi. Toda la orientación estalinista de frenar los procesos revolucionarios privilegiando las maniobras con ambos bandos imperialistas minó las únicas bases sobre las que se podía evitar la Segunda Guerra Mundial y defender a la URSS: la extensión de la revolución. La apuesta estalinista de evitar su entrada en la guerra fue un rotundo fracaso.

El carácter de la URSS y el defensismo revolucionario

La firma del pacto con Alemania impactó sobre la militancia comunista mundial y abrió debates entre los revolucionarios de la IV. Algunos (como una fracción del SWP norteamericano) sostuvieron que con esto la URSS abandonaba su carácter de Estado obrero deformado y por lo tanto no había que pronunciarse por su defensa en la guerra.
Trotsky planteó que el pacto no cambiaba el carácter de clase del Estado, y sostenía el programa de la revolución política para restablecer la democracia de los soviets: “(…) la firma del tratado con Hitler sólo sirve para medir el grado de descomposición de la burocracia soviética y su desprecio por la clase obrera mundial, pero no da ninguna razón para revisar la apreciación sociológica de la URSS (...) La Cuarta Internacional ha reconocido desde hace largo tiempo la necesidad de derrocar a la burocracia por medio de la insurrección revolucionaria de los trabajadores. La finalidad (...) es el restablecimiento del poder de los soviets. La tarea de los soviets será el apoyo a la revolución internacional y la edificación de la sociedad socialista. El derrocamiento de la burocracia presupone, por consiguiente, el mantenimiento de la propiedad estatizada y de la economía planificada. Más como, a pesar de todo, se trata del derrocamiento de la oligarquía parasitaria, pero sin perjuicio de mantener la propiedad nacionalizada, calificamos la futura revolución como política.” En función de esto, se ubicaba en el terreno del defensismo revolucionario “La defensa de la URSS no significa acercamientos a la burocracia del kremlin, aceptaciones a su política o conciliaciones con la política de sus aliados. En esta cuestión, como en todas, nos quedamos enteramente en el terreno de la lucha de clases internacional” [6].

La URSS y el impulso a la guerra patria

La entrada de la URSS en la guerra implicó un verdadero punto de inflexión: no sólo Alemania libraba una guerra en dos frentes en Europa sino que se eliminó el dique de contención que maniataba a los PC europeos, que comenzaron a formar parte activamente de la resistencia antifascista en los países ocupados, que a partir del año 1943 se hizo de masas, con cientos de miles de combatientes en Italia, Grecia y Francia. Consciente de la superioridad bélica inicial de Alemania, Stalin se propuso utilizar a su favor el factor moral del pueblo en armas. Ordenó en las zonas de guerra la creación de formaciones de partisanos y de grupos de sabotaje. Pero para sofocar cualquier iniciativa independiente, los grupos de partisanos se desarrollaron siguiendo los decretos del Comité Central del Partido Comunista y del Comisariado Popular. En 1942 se formó el Estado Mayor Central del Movimiento Partisano encabezado por el Secretario General del Partido Comunista en la República Soviética de Bielorrusia. A su vez, azuzó la resistencia popular como auxiliar del Ejército Rojo no en base a los valores y conquistas de la revolución sino apelando al imaginario más conservador: la reaccionaria idea de defensa de la “madre patria rusa” que había caracterizado el período imperial, cuando Rusia dominaba a decenas de nacionalidades oprimidas. Aún así, sometido a todo tipo de carencias, el pueblo soviético luchó a brazo partido por la defensa de sus propias conquistas sociales revolucionarias contra la invasión nazi. Sería a costa de más de 26 millones de muertos que Rusia ganaría la guerra.

Paula Schaller

1 El pacto germano-soviético fue precedido por un acuerdo comercial que beneficiaba económicamente a la URSS y le garantizaba a Alemania el abastecimiento de petróleo y materias primas mientras lanzaba su ofensiva hacia Occidente. El pacto fue firmado el 22 de agosto de 1939 y ratificado el mismo día que Alemania invadía Polonia.
2 Trotsky, "La URSS en la guerra", 1939.
3 Trotsky, "La guerra y la IV Internacional", 1934.
4 Ministro de Relaciones Exteriores de Francia.
5 Trotsky, "Carta a los trabajadores de Francia, la traición de Stalin y la revolución mundial", 1935.
6 "La URSS en la guerra".

No hay comentarios: