jueves, 16 de enero de 2014

Ariel Sharon, el final de un criminal de guerra




El general Ariel Sharon se extinguió el sábado 11 de enero después de largos años en coma. El presidente François Hollande publicó un comunicado calificado por Le Point de «lapidario»: «Fue un actor principal en la historia de su país. Tras una larga carrera militar y política optó por volverse hacia el diálogo con los palestinos. Presento mis sinceras condolencias a su familia y al pueblo israelí»
Efectivamente hemos leído textos más cálidos, ¿pero realmente era necesario que presentase sus condolencias al pueblo israelí? Más le valdría habérselas ofrecido a los palestinos y a las miles de víctimas de las acciones directas de ese oficial.
La más famosa, se podría decir, fue la de los campos de Sabra y Chatila, pero la trayectoria de Sharon está sembrada de cadáveres y no está de más recordar algunas de sus hazañas.
La primera conocida tuvo lugar el 14 de octubre de 1953 en el pueblo de Qibya, en Cisjordania (entonces bajo soberanía jordana). En represalia por una acción de comandos palestinos que causó varias víctimas civiles, la unidad 101 del ejército israelí, bajo el mando de Sharon, entró en el pueblo y dinamitó unas cincuenta casas con sus habitantes. Resultado: 69 muertos palestinos.
Durante la agresión israelí a Egipto en octubre de 1956 (que siguió a la nacionalización de la compañía del Canal de Suez por Gamal Abdel Nasser), una unidad al mando de Sharon se apoderó del paso de Mitla. En 1995 supimos que varias decenas de prisioneros egipcios, además de una cincuentena de trabajadores capturados por azar y unos 50 fedayines palestinos fueron asesinados en esa operación (entre otras masacres durante la guerra de 1956 reveladas en los años 90). Se puede leer la biografía de Sharon en la obra 100 claves para comprender Oriente Próximo, de Alain Gresh y Dominique Vidal, y en el magnífico cómic dibujado por Joe Sacco Gaza 1956, en marge de l'Histoire (Futurópolis, París, 2010).
Habría que decir también unas palabras sobre el «restablecimiento del orden» en Gaza en 1970-1971, una operación que duró meses, destruyó cientos de casas y mató a un número incalculable de palestinos (¿Se han fijado en que cuando se trata de muertos palestinos nunca se sabe el número exacto? Son una masa sin nombres y sin caras).
Pero las hazañas más brillantes de Sharon son las masacres de Sabra y Chatila, que siguieron a la invasión israelí de Líbano en el verano de 1982, una invasión que en sí misma ya es un delito ante la justicia internacional y que causó miles de muertes.
En un comunicado publicado el 11 de enero de 2014, Israel: Ariel Sharons’s Troubling Legacy. Evaded Prosecution Over Sabra and Shatilla Massacres , Human Rights Watch recuerda su responsabilidad en las matanzas de Sabra y Chatila, en Líbano, durante las cuales (aquí también varían las cifras, pero sin duda más de mil) cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños palestinos fueron exterminados salvajemente. Esas atrocidades fueron perpetradas por la Falange libanesa, aliada de Israel, bajo la mirada del ejército israelí que rodeaba los campamentos palestinos.
«En febrero de 1983, la Comisión Kahane -comisión oficial de investigación israelí para esos sucesos- señala HRW, estimó que “Sharon no tuvo en cuenta seriamente… el hecho de que los falangistas podían cometer atrocidades…”. La Comisión consideró que el desprecio que manifestó Sharon “con respecto a la posibilidad de una masacre” fue “injustificable”. La Comisión recomendó su destitución como ministro de Defensa. Permaneció en el Gobierno israelí como ministro sin cartera y después se convirtió en primer ministro en 2001, puesto que ocupó hasta su ataque (cerebral) en enero de 2006.
Las autoridades judiciales israelíes nunca llevaron a cabo una investigación criminal para determinar si Sharon y otros oficiales israelíes tenían una responsabilidad penal.
En el año 2001 los supervivientes (de las matanzas de Sabra y Chatila) presentaron una denuncia en Bélgica para exigir que se persiguiera a Sharon en virtud de la “competencia universal” de la ley belga. Las presiones políticas condujeron al Parlamento belga a modificar la ley en abril de 2003 y a abolirla pura y simplemente en agosto, lo que obligó al Tribunal Supremo de Bélgica a abandonar el caso contra Sharon en el mes de septiembre».
Sobre los cambios de la ley en Bélgica se puede leer, de Pierre Péan, La bataille de Bruxelles, Le Monde diplomatique, septiembre de 2002.
Numerosos testimonios demuestran que el papel del ejército israelí no fue solo «pasivo». El periodista israelí (y colaborador de Le Monde diplomatique) Amnon Kapeliouk lo demostró en un célebre libro publicado en caliente: Sabra et Chatila, enquête sur un massacre (Le Seuil, París, 1982). Volvió al asunto en numerosas ocasiones, especialmente en un artículo publicado en Le Monde diplomatique, en junio de 1983, Les insuffisances de l’enquête israélienne sur les massacres de Sabra et Chatila.
«Uno de los fallos más graves del informe Kahane es el relativo a la cuestión de la responsabilidad de la matanza. En ese punto, las conclusiones de la Comisión se contradicen con los informes que ella misma presenta. El ejército israelí ocupo Beirut Oeste; por lo tanto era responsable de la paz y la seguridad de su población civil según las leyes internacionales más elementales. Por otra parte, la excusa presentada para justificar su entrada en Beirut Oeste era bien clara: “la voluntad de evitar los riesgos de la violencia, el derramamiento de sangre y el caos”.
El 15 de septiembre de 1982, al día siguiente de la ocupación de Beirut Oeste, la oficina del ministro de Defensa difundió un documento donde decía en particular: “F) Un solo elemento, y ese elemento será el ejército israelí, comandará las fuerzas sobre el terreno. En cuanto a la operación en los campamentos se enviará a la Falange”.
Según la interpretación del jefe de la oficina de inteligencia militar del ejército, “eso significa que todas las fuerzas que opasen sobre el terreno, incluida la Falange, se encontrarían bajo la autoridad del Tsahal y actuarían según sus directrices”
(…)
«A continuación los tres investigadores (de la comisión Kahane) afirman que la responsabilidad conjunta de Begin, Sharon, Eytan, etc., es indirecta. La mejor respuesta a esa afirmación vino de la pluma de Amos Oz, el más conocido de los escritores israelíes: “El que invita al destripador de Yorkshire a pasar dos noches en un orfanato de jovencitas no puede pretender después, a la vista del montón de cadáveres, que se había entendido con él para que se conformase con lavar la cabeza a las niñas”. El novelista Izhar Smilansky también ironizó: “Soltaron en la arena a leones hambrientos y éstos devoraron a las personas. Por lo tanto los leones son los culpables”. Según el párrafo 298 del código penal israelí de 1977, “será acusado de asesinato cualquiera que provoque, por acción o por negligencia, la muerte de una persona”. El párrafo 26 del mismo código define a los cómplices de un asesinato y los considera responsables directos. ¿Cómo no concluir entonces que la responsabilidad israelí fue directa antes de iniciarse la matanza y más aún tras la entrada de las “fuerzas libanesas” en los campamentos?».
Muchos crímenes por los que Sharon nunca será juzgado. Y los países occidentales, tan diligentes para enviar ante la Corte Penal internacional a este o aquel dictador africano, hicieron todo lo posible para evitar que el general rindiera cuentas ante la justicia (los responsables israelíes en general, los responsables de la guerra de Líbano de 2006, así como los de la invasión de Gaza en 2008-2009, también se han librado de cualquier juicio y los reciben con los brazos abiertos en Europa o Estados Unidos. ¿Cómo no va a alimentar semejante parcialidad discursos conspirativos y antisemitas como los de Dieudonné? Se diría que Israel (y los judíos de todo el mundo, por supuesto, ya que Israel se considera el Estado del pueblo judío) dirige el mundo. La mejor manera de combatir esas derivas es afirmar claramente que un crimen contra la humanidad es un crimen contra la humanidad, tanto si lo comete un general israelí como si lo perpetra un presidente sudanés. Pero estamos muy lejos de eso.

Alain Gresh
Le Monde diplomatique

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