lunes, 31 de marzo de 2025

La cultura superior: ¿La del líder o la del matón?


El 4 de marzo de 2025, en un discurso en la University of Austin, el multimillonario CEO de Palantir, Alex Karp, se despachó con un clásico del siglo XIX: “No creo que todas las culturas sean iguales… Esta nación [Estados Unidos] es increíblemente especial y no deberíamos verla como igual, sino como superior”. Como detallamos en el libro Plutocracia: Tiranosaurios del Antropoceno (2024) y en varios programas de televisión, Karp es miembro de la secta de Silicon Valley que, con el apoyo de la CIA y la corpoligarquía de Wall Street promueve el reemplazo de la ineficiente democracia liberal por una monarquía empresarial. 
 Ahora, nuestra nación, nuestra cultura ¿es superior en qué? ¿En eficiencia para invadir, esclavizar, oprimir otros pueblos? ¿Superior en fanatismo y arrogancia? ¿Superior en la histórica psicopatología de las tribus que se creen elegidas por sus propios dioses (vaya casualidad) y, lejos de ser eso una responsabilidad solidaria con “los pueblos inferiores” se convierte automáticamente en licencia para matar, robar y exterminar al resto? ¿No es la historia de la colonización anglosajona de Asia, África y América la historia del despojo de tierras, bienes y la obsesiva explotación de seres humanos (indios, africanos, mestizos, blancos pobres) que fueron vistos como instrumentos de capitalización en lugar de seres humanos? ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de “cultura superior” así, con esas afirmaciones indiscriminadas y con un oculto pero fuerte contenido místico religioso, como lo fue el Destino Manifiesto? 
 No sólo hemos respondido a esto en los diarios hace un cuarto de siglo, sino que por entonces advertimos del fascismo que iba a suicidar a ese occidente orgulloso que ahora se queja de que lo están suicidando sus enemigos, como lo dijo Elon Musk días antes. Uno de aquellos extensos ensayos, escrito en 2002 y publicado por el diario La República de Uruguay en enero de 2003 y por Monthly Review de Nueva York en 2006, llevaba por título “El lento suicidio de Occidente”. 
 Esta la ideología del egoísmo y del individuo alienado como ideales superiores, promovida desde Adam Smith en el siglo XVIII y radicalizada por escritores como Ayn Rand y presidentes, desde potencias mundiales como Donald Trump y marionetas neocoloniales como Javier Milei, se ha revelado como lo que es: puro y duro supremacismo, pura y dura patología caníbal. Tanto el racismo como el patriotismo imperialista son expresiones de egolatría tribal, disimulados en sus opuestos: el amor y la necesidad de sobrevivencia de la especie. 
 Para darle un barniz de justificación intelectual, los ideólogos de la derecha fascista del siglo XXI recurren a metáforas zoológicas como la del macho alfa. Esta imagen está basada en la manada de lobos esteparios donde un pequeño grupo de lobos sigue a un macho que los salvará del frío y del hambre. Una imagen épica que seduce a millonarios que nunca sufrieron ni el hambre ni el frío. Para el resto que no son millonarios pero que se representan como amenazados por los de abajo (ver “La paradoja de las clases sociales”), el macho alfa es la traducción ideológica de una catarsis del privilegiado histórico que ve que sus derechos especiales pierden el adjetivo especial y pasan a ser sólo derechos, sustantivo desnudo. Es decir, reaccionan furiosos ante la posible pérdida de derechos especiales de género, de clase, de raza, de ciudadanía, de cultura, de hegemonía.
 Todos derechos especiales justificados como en el siglo XIX: tenemos derecho a esclavizar a los negros y expoliar a nuestras colonias porque somos una raza superior, una cultura superior y, por ello mismo, Dios nos ama a nosotros y odia a nuestros enemigos, a quienes debemos exterminar antes de que a ellos se le ocurra la misma idea, pero sin nuestros buenos argumentos.
 Irónicamente, la idea de ser “elegidos de Dios” o de la naturaleza no impulsa a los fanáticos a cuidar de los “humanos inferiores”, como cuidan de sus mascotas, sino todo lo contrario: el destino de los inferiores y de los débiles debe ser la esclavitud, la obediencia o el exterminio. Si se defienden, son terroristas. La última versión de estos supremacismos que tanto cometen un genocidio en Palestina o en el Congo con fanático orgullo y convicción como demonizan a las mujeres que en Estados Unidos reclaman derechos iguales, más recientemente encontró su metáfora explicalotodo en la imagen del macho alfa del lobo estepario. Sin embargo, si prestamos atención a la conducta de estos animales y de otras especies, veremos una realidad mucho más compleja y contradictoria. 
 El profesor de Emory Universiy, Frans de Waal, por décadas uno de los expertos más reconocidos en el estudio de chimpancés, se encargó de demoler esta fantasía. La idea de macho alfa procede de los estudios de lobos en los años 40, pero, no sin ironía, el mismo de Waal se lamentó de que un político estadounidense (el ultraconservador y presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich) popularizó su libro Chimpanzee Politics (1982) y el concepto de macho alfa, por las razones equivocadas.
 Según de Waal, los macho alfa no son los bullies, sino los líderes conciliadores. “Los machos alfa entre los chimpancés son populares si mantienen la paz y aportan armonía al grupo”. Cuando un verdadero líder enferma (caso mencionado del chimpancé Amos), no es sacrificado, sino que el grupo se hace cargo de su cuidado.
 Según de Wall, “debemos distinguir entre dominio y liderazgo. Hay machos que pueden ser la fuerza dominante, pero esos machos terminan mal en el sentido de que los expulsan o los matan… Luego están los machos que tienen cualidades de liderazgo, que disuelven peleas, defienden al desvalido, consuelan al que sufre. Si tiene ese tipo de macho alfa, entonces el grupo se une a él y le permiten permanecer en el poder durante mucho tiempo”. Tiempo que suele ser de cuatro años, aunque hay registros de machos alfa que fueron líderes por 12 años, los cuales solían distribuir la comida y mantener una alianza política con otros líderes más jóvenes, según de Waal. Según de Waal, el macho alfa líder será juzgado según su habilidad de resolver conflictos y de establecer un orden pacífico para su sociedad. 
 En un conflicto, los líderes alfa “no toman partido por su mejor amigo; evitan o resuelven peleas y, en general, defienden a los más desvalidos. Esto los hace extremadamente populares en el grupo porque brindan seguridad a los miembros de menor rango”. 
 El macho alfa es el líder por tener el apoyo de la mayoría, pero otros machos jóvenes usarán siempre la misma estrategia para destronarlo e imponerse como dominantes: primero comenzarán con provocaciones indirectas y a distancia para testear la reacción del líder. Si no hay reacción, el joven más fuerte tratará de conquistar a otros machos jóvenes para incrementar sus provocaciones que irán ganando terreno y se volverán más violentas. Luego conquistará aliados con algunos favores. Aunque al candidato alfa bully no les importan los bebés sino el poder, intentará mostrarse cariñoso con las crías de diferentes hembras, exactamente como hacen los políticos en campaña electoral. 

 Jorge Majfud | 18/03/2025

domingo, 30 de marzo de 2025

El lento suicidio de Occidente


Ilustración de Barry Blitt 

“No creo que todas las culturas sean iguales… Lo que digo es que esta nación es increíblemente especial y no deberíamos verla como igual, sino como superior”. –Alex Karp, CEO de Palantir (University of Austin, 4 de marzo de 2025)

 Occidente aparece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecución preventiva de inocentes. Virtudes como la tolerancia y la autocrítica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende ahora, sino todo lo contrario: por ellos fue posible algún tipo de progreso, ético y material. La mayor esperanza y el mayor peligro para Occidente están en su propio corazón. Quienes no tenemos “rabia” ni “orgullo” por ninguna raza ni por ninguna cultura sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos, pero tampoco tan malos.
 Actualmente, algunas celebridades del pasado siglo XX, demostrando una irreversible decadencia senil, se han dedicado a divulgar la famosa ideología sobre el “choque de civilizaciones” — que ya era vulgar por sí sola— empezando sus razonamientos por las conclusiones, al mejor estilo de la teología clásica. Como lo es la afirmación, apriorística y decimonónica, de que “la cultura Occidental es superior a todas las demás”. Y que, como si fuese poco, es una obligación moral repetirlo.
 Desde esa superioridad occidental, la famosísima periodista italiana Oriana Fallaci escribió brillanteces tales como: “Si en algunos países las mujeres son tan estúpidas que aceptan el chador e incluso el velo con rejilla a la altura de los ojos, peor para ellas. (…) Y si sus maridos son tan bobos como para no beber vino ni cerveza, ídem.” Caramba, esto sí que es rigor intelectual. “¡Qué asco! — siguió escribiendo, primero en el Corriere della Sera y después en su best seller “La rabia y el orgullo”, refiriéndose a los africanos que habían orinado en una plaza de Italia: «¡Tienen la meada larga estos hijos de Alá! Raza de hipócritas. Aunque fuesen absolutamente inocentes, aunque entre ellos no haya ninguno que quiera destruir la Torre de Pisa o la Torre de Giotto, ninguno que quiera obligarme a llevar el chador, ninguno que quiera quemarme en la hoguera de una nueva Inquisición, su presencia me alarma. Me produce desazón”. Resumiendo: aunque esos negros fuesen absolutamente inocentes, su presencia le produce igual desazón. Para Fallaci, esto no es racismo, es “rabia fría, lúcida y racional”. Y, por si fuera poco, una observación genial para referirse a los inmigrantes en general: “Además, hay otra cosa que no entiendo. Si realmente son tan pobres, ¿quién les da el dinero para el viaje en los aviones o en los barcos que los traen a Italia? ¿No se los estará pagando, al menos en parte, Osama bin Laden?” Pobre Galileo, pobre Camus, pobre Simone de Beauvoir, pobre Michel Foucault.
 De paso, recordemos que, aunque esta señora escribe sin entender — lo dijo ella –, estas palabras pasaron a un libro que lleva vendidos medio millón de ejemplares, al que no le faltan razones ni lugares comunes, como el “yo soy atea, gracias a Dios”. Ni curiosidades históricas de este estilo: “¿cómo se come eso con la poligamia y con el principio de que las mujeres no deben hacerse fotografías. Porque también esto está en el Corán”, lo que significa que en el siglo VII los árabes estaban muy avanzados en óptica. Ni su repetida dosis de humor, como pueden ser estos argumentos de peso: “Y, además, admitámoslo: nuestras catedrales son más bellas que las mezquitas y las sinagogas, ¿sí o no? Son más bellas también que las iglesias protestantes”. Como dice Atilio, tiene el brillo de Brigitte Bardot. Faltaba que nos enredemos en la discusión sobre qué es más hermoso, si la torre de Pisa o el Taj-Mahal. Y de nuevo la tolerancia europea: “Te estoy diciendo que, precisamente porque está definida desde hace muchos siglos y es muy precisa, nuestra identidad cultural no puede soportar una oleada migratoria compuesta por personas que, de una u otra forma, quieren cambiar nuestro sistema de vida. Nuestros valores. Te estoy diciendo que entre nosotros no hay cabida para los muecines, para los minaretes, para los falsos abstemios, para su jodido medievo, para su jodido chador. Y si lo hubiese, no se lo daría”. Para finalmente terminar con una advertencia a su editor: “Te advierto: no me pidas nada nunca más. Y mucho menos que participe en polémicas vanas. Lo que tenía que decir lo dije. Me lo han ordenado la rabia y el orgullo”. Lo cual ya nos había quedado claro desde el comienzo y, de paso, nos niega uno de los fundamentos de la democracia y de la tolerancia, desde la Gracia antigua: la polémica y el derecho a réplica — la competencia de argumentos en lugar de los insultos. 
 Pero como yo no poseo un nombre tan famoso como el de Fallaci — ganado con justicia, no tenemos por qué dudarlo –, no puedo conformarme con insultar. Como soy nativo de un país subdesarrollado y ni siquiera soy famoso como Maradona, no tengo más remedio que recurrir a la antigua costumbre de usar argumentos.
 Veamos. Sólo la expresión “cultura occidental” es tan equívoca como puede serlo la de “cultura oriental” o la de “cultura islámica”, porque cada una de ellas está conformada por un conjunto diverso y muchas veces contradictorio de otras “culturas”. Basta con pensar que dentro de “cultura occidental” no sólo caben países tan distintos como Cuba y Estados Unidos, sino irreconciliables períodos históricos dentro de una misma región geográfica como puede serlo la pequeña Europa o la aún más pequeña Alemania, donde pisaron Goethe y Adolf Hitler, Bach y los skin heads. Por otra parte, no olvidemos que también Hitler y el Ku-Klux-Klan (en nombre de Cristo y de la raza blanca), que Stalin (en nombre de la razón y del ateísmo), que Pinochet (en nombre de la democracia y de la libertad) y que Mussolini (en su nombre propio) fueron productos típicos, recientes y representativos de la autoproclamada “cultura occidental”. ¿Qué más occidental que la democracia y los campos de concentración? ¿Qué más occidental que la declaración de los Derechos Humanos y las dictaduras en España y en América Latina, sangrientas y degeneradas hasta los límites de la imaginación? ¿Qué más occidental que el cristianismo, que curó, salvó y asesinó gracias al Santo Oficio? ¿Qué más occidental que las modernas academias militares o los más antiguos monasterios donde se enseñaba, con refinado sadismo, por iniciativa del papa Inocencio IV y basándose en el Derecho Romano, el arte de la tortura? ¿O todo eso lo trajo Marco Polo desde Medio Oriente? ¿Qué más occidental que la bomba atómica y los millones de muertos y desaparecidos bajo los regímenes fascistas, comunistas e, incluso, “democráticos”? ¿Qué más occidental que las invasiones militares y la supresión de pueblos enteros bajo los llamados “bombardeos preventivos”? 
 Todo esto es la parte oscura de Occidente y nada nos garantiza que estemos a salvo de cualquiera de ellas, sólo porque no logramos entendernos con nuestros vecinos, los cuales han estado ahí desde hace más de 1400 años, con la única diferencia que ahora el mundo se ha globalizado (lo ha globalizado Occidente) y ellos poseen la principal fuente de energía que mueve la economía del mundo — al menos por el momento — además del mismo odio y el mismo rencor de Oriana Fallaci. No olvidemos que la Inquisición española, más estatal que las otras, se originó por un sentimiento hostil contra moros y judíos y no terminó con el progreso y la salvación de España sino con la quema de miles de seres humanos. 
 Sin embargo, Occidente también representa la democracia, la libertad, los derechos humanos y la lucha por los derechos de la mujer. Por lo menos el intento de lograrlos y lo más que la humanidad ha logrado hasta ahora. ¿Y cuál ha sido desde siempre la base de esos cuatro pilares, sino la tolerancia? 
 Fallaci quiere hacernos creer que “cultura occidental” es un producto único y puro, sin participación del otro. Pero si algo caracteriza a Occidente, precisamente, ha sido todo lo contrario: somos el resultado de incontables culturas, comenzando por la cultura hebrea (por no hablar de Amenofis IV) y siguiendo por casi todas las demás: por los caldeos, por los griegos, por los chinos, por los hindúes, por los africanos del sur, por los africanos del norte y por el resto de las culturas que hoy son uniformemente calificadas de “islámicas”. Hasta hace poco, no hubiese sido necesario recordar que, cuando en Europa — en toda Europa — la Iglesia cristiana, en nombre del Amor perseguía, torturaba y quemaba vivos a quienes discrepaban con las autoridades eclesiásticas o cometían el pecado de dedicarse a algún tipo de investigación (o simplemente porque eran mujeres solas, es decir, brujas), en el mundo islámico se difundían las artes y las ciencias, no sólo las propias sino también las chinas, las hindúes, las judías y las griegas. Y esto tampoco quiere decir que volaban las mariposas y sonaban los violines por doquier: entre Bagdad y Córdoba la distancia geográfica era, por entonces, casi astronómica. 
 Pero Oriana Fallaci no sólo niega la composición diversa y contradictoria de cualquiera de las culturas en pleito, sino que de hecho se niega a reconocer la parte oriental como una cultura más. “A mí me fastidia hablar incluso de dos culturas”, escribió. Y luego se despacha con una increíble muestra de ignorancia histórica: “Ponerlas sobre el mismo plano, como si fuesen dos realidades paralelas, de igual peso y de igual medida. Porque detrás de nuestra civilización están Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles y Fidias, entre otros muchos. Está la antigua Grecia con su Partenón y su descubrimiento de la Democracia. Está la antigua Roma con su grandeza, sus leyes y su concepción de la Ley. Con su escultura, su literatura y su arquitectura. Sus palacios y sus anfiteatros, sus acueductos, sus puentes y sus calzadas”. 
 ¿Será necesario recordarle a Fallaci que entre todo eso y nosotros está el antiguo Imperio Islámico, sin el cual todo se hubiese quemado — hablo de los libros y de las personas, no del Coliseo — por la gracia de siglos de terrorismo eclesiástico, bien europeo y bien occidental? Y de la grandeza de Roma y de su “concepción de la ley” hablamos otro día, porque aquí sí que hay blanco y negro para recordar. También dejemos de lado la literatura y la arquitectura islámica, que no tienen nada que envidiarle a la Roma de Fallaci, como cualquier persona medianamente culta sabe. 
 A ver, ¿y por último?: “Y por último — escribió Fallaci— está la ciencia. Una ciencia que ha descubierto muchas enfermedades y las cura. Yo sigo viva, por ahora, gracias a nuestra ciencia, no a la de Mahoma. Una ciencia que ha cambiado la faz de este planeta con la electricidad, la radio, el teléfono, la televisión. . . Pues bien, hagamos ahora la pregunta fatal: y detrás de la otra cultura, ¿qué hay?” 
 Respuesta fatal: detrás de nuestra ciencia están los egipcios, los caldeos, los hindúes, los griegos, los chinos, los árabes, los judíos y los africanos. ¿O Fallaci cree que todo surgió por generación espontánea en los últimos cincuenta años? Habría que recordarle a esta señora que Pitágoras tomó su filosofía de Egipto y de Caldea (Irak) — incluida su famosa fórmula matemática, que no sólo usamos en arquitectura sino también en la demostración de la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein — , igual que hizo otro sabio y matemático llamado Tales de Mileto. Ambos viajaron por Medio Oriente con la mente más abierta que Fallaci cuando lo hizo. El método hipotético-deductivo — base de la epistemología científica— se originó entre los sacerdotes egipcios (empezar con Klimovsky, por favor); el cero y la extracción de raíces cuadradas, así como innumerables descubrimientos matemáticos y astronómicos, que hoy enseñamos en los liceos, nacen en India y en Irak; el alfabeto lo inventaron los fenicios (antiguos libaneses) y probablemente la primera forma de globalización que conoció el mundo. El cero no fue un invento de los árabes, sino de los hindúes, pero fueron aquellos que lo traficaron a Occidente. Por si fuera poco, el avanzado Imperio Romano no sólo desconocía el cero — sin el cual no sería posible imaginar las matemáticas modernas y los viajes espaciales — sino que poseía un sistema de conteo y cálculo engorroso que perduró hasta fines de la Edad Media. Hasta comienzos del Renacimiento, todavía había hombres de negocios que usaban el sistema romano, negándose a cambiarlo por los números árabes, por prejuicios raciales y religiosos, lo que provocaba todo tipo de errores de cálculo y litigios sociales. Por otra parte, mejor ni mencionemos que el nacimiento de la Era Moderna se originó en el contacto de la cultura europea –después de largos siglos de represión religiosa — con la cultura islámica primero y con la griega después. ¿O alguien pensó que la racionalidad escolástica fue consecuencia de las torturas que se practicaban en las santas mazmorras? A principios del siglo XII, el inglés Adelardo de Bath emprendió un extenso viaje de estudios por el sur de Europa, Siria y Palestina. Al regresar de su viaje, Adelardo introdujo en la subdesarrollada Inglaterra un paradigma que aún hoy es sostenido por famosos científicos como Stephen Hawking: Dios había creado la Naturaleza de forma que podía ser estudiada y explicada sin Su intervención. (He aquí el otro pilar de las ciencias, negado históricamente por la Iglesia romana). Incluso, Adelardo reprochó a los pensadores de su época por haberse dejado encandilar por el prestigio de las autoridades — comenzando por el griego Aristóteles, está claro. Por ellos esgrimió la consigna “razón contra autoridad”, y se hizo llamar a sí mismo “modernus”. “Yo he aprendido de mis maestros árabes a tomar la razón como guía –escribió –, pero ustedes sólo se rigen por lo que dice la autoridad”. Un compatriota de Fallaci, Gerardo de Cremona, introdujo en Europa los escritos del astrónomo y matemático iraqu”, Al-Jwarizmi, inventor del álgebra, de los algoritmos, del cálculo arábigo y decimal; tradujo a Ptolomeo del árabe — ya que hasta la teoría astronómica de un griego oficial como éste no se encontraba en la Europa cristiana –, decenas de tratados médicos, como los de Ibn Sina y iraní al-Razi, autor del primer tratado científico sobre la viruela y el sarampión, por lo que hoy hubiese sido objeto de algún tipo de persecución. 
 Podríamos seguir enumerando ejemplos como éstos, que la periodista italiana ignora, pero de ello ya nos ocupamos en un libro y ahora no es lo que más importa.
 Lo que hoy está en juego no es sólo proteger a Occidente contra los terroristas, de aquí y de allá, sino — y quizá sobre todo — es crucial protegerlo de sí mismo. Bastaría con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los derechos humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez años más, si no reaccionamos a tiempo.
 La semilla está ahí y sólo hace falta echarle un poco de agua. He escuchado decenas de veces la siguiente expresión: “lo único bueno que hizo Hitler fue matar a todos esos judíos”. Ni más ni menos. Y no lo he escuchado de boca de ningún musulmán — tal vez porque vivo en un país donde prácticamente no existen — ni siquiera de algún descendiente de árabes. Lo he escuchado de neutrales criollos o de descendientes de europeos. En todas estas ocasiones me bastó razonar lo siguiente, para enmudecer a mi ocasional interlocutor: “¿Cuál es su apellido? Gutiérrez, Pauletti, Wilson, Marceau. . . Entonces, señor, usted no es alemán y mucho menos de pura raza aria. Lo que quiere decir que mucho antes que Hitler hubiese terminado con los judíos hubiese comenzado por matar a sus abuelos y a todos los que tuviesen un perfil y un color de piel parecido al suyo”. Este mismo riesgo estamos corriendo ahora: si nos dedicamos a perseguir árabes o musulmanes no sólo estaremos demostrando que no hemos aprendido nada, sino que, además, pronto terminaremos por perseguir a sus semejantes: beduinos, africanos del norte, gitanos, españoles del sur, judíos de España, judíos latinoamericanos, americanos del centro, mexicanos del sur, mormones del norte, hawaianos, chinos, hindúes, and so on. 
 No hace mucho otro italiano, Umberto Eco, resumió así una sabia advertencia: “Somos una civilización plural porque permitimos que en nuestros países se erijan mezquitas, y no podemos renunciar a ellos sólo porque en Kabul metan en la cárcel a los propagandistas cristianos (. . .) Creemos que nuestra cultura es madura porque sabe tolerar la diversidad, y son bárbaros los miembros de nuestra cultura que no la toleran”. 
 Como decían Freud y Jung, aquello que nadie desearía cometer nunca es objeto de una prohibición; y como dijo Baudrillard, se establecen derechos cuando se los han perdido. Los terroristas islámicos han obtenido lo que querían, doblemente. Occidente parece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecución preventiva de inocentes. Tanto tiempo imponiendo su cultura en otras regiones del planeta, para dejarse ahora imponer una moral que en sus mejores momentos no fue la suya. Virtudes como la tolerancia y la autocrítica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende, sino todo lo contrario: por ellos fue posible algún tipo de progreso, ético y material. La democracia y la ciencia nunca se desarrollaron a partir del culto narcisita a la cultura propia sino de la oposición crítica a partir de la misma. Y en esto, hasta hace poco tiempo, estuvieron ocupados no sólo los “intelectuales malditos” sino muchos grupos de acción y resistencia social, como lo fueron los burgueses en el siglo XVIII, los sindicatos en el siglo XX, el periodismo inquisidor hasta ayer, sustituido hoy por la propaganda, en estos miserables tiempos nuestros. Incluso la pronta destrucción de la privacidad es otro síntoma de esa colonización moral. Sólo que en lugar del control religioso seremos controlados por la seguridad militar. El Gran Hermano que todo lo escucha y todo lo ve terminará por imponernos máscaras semejantes a las que vemos en Oriente, con el único objetivo de no ser reconocidos cuando caminamos por la calle o cuando hacemos el amor.
 La lucha no es — ni debe ser — entre orientales y occidentales; la lucha es entre la intolerancia y la imposición, entre la diversidad y la uniformización, entre el respeto por el otro y su desprecio o aniquilación. Escritos como “La rabia y el orgullo” de Oriana Fallaci no son una defensa a la cultura occidental sino un ataque artero, un panfleto insultante contra lo mejor de Occidente. La prueba está en que bastaría con cambiar allí la palabra Oriente por Occidente, y alguna que otra localización geográfica, para reconocer a un fanático talibán. Quienes no tenemos rabia ni orgullo por ninguna raza ni por ninguna cultura, sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos. 
 Hace unos años estuve en Estados Unidos y allí vi un hermoso mural en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, si mal no recuerdo, donde aparecían representados hombres y mujeres de distintas razas y religiones — creo que la composición estaba basada en una pirámide un poco arbitraria, pero esto ahora no viene al caso. Más abajo, con letras doradas, se leía un mandamiento que lo enseñó Confucio en China y lo repitieron durante milenios hombres y mujeres de todo Oriente, hasta llegar a constituirse en un principio occidental: “Do unto others as you would have them do unto you” (Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti). En inglés suena musical, y hasta los que no saben ese idioma presienten que se refiere a cierta reciprocidad entre uno y los otros. No entiendo por qué habríamos de tachar este mandamiento de nuestras paredes, fundamento de cualquier democracia y de cualquier estado de derecho, fundamento de los mejores sueños de Occidente, sólo porque los otros lo han olvidado de repente. O la han cambiado por un antiguo principio bíblico que ya Cristo se encargó de abolir: “ojo por ojo y diente por diente”. Lo que en la actualidad se traduce en una inversión de la máxima confuciana, en algo así como: hazle a los otros todo lo que ellos te han hecho a ti — la conocida historia sin fin.

 Jorge Majfud | 12/03/2025
 (Este artículo es un resumen de un ensayo publicado en 2002)

sábado, 29 de marzo de 2025

EE.UU.: Trump ataca a la educación con métodos de excepción


En un acto en la Casa Blanca, rodeado de una escenografía de niños y jóvenes sentados en pupitres, Donald Trump firmó una orden ejecutiva por la que instruye a su secretaria de Educación, Linda McMahon, a tomar las medidas necesarias para iniciar el cierre del Departamento de Educación y devolver la autoridad educativa a los estados de la Unión. 
 En EE.UU., la política educativa (programas educativos, salarios docentes, etc.) es propia de cada estado. Sin embargo, el Departamento de Educación gestiona el otorgamiento de los fondos federales para programas de apoyo a estudiantes sin hogar, escuelas de bajos ingresos, becas de estudio para estudiantes universitarios y becas de investigación. Con “la devolución de la autoridad educativa a los estados”, las decisiones sobre el otorgamiento de los beneficios contemplados en estos programas quedan a merced de los estados y alcaldías (la mayoría gobernados por republicanos). 
 Como el Departamento de Educación fue creado por una ley del Congreso en 1979, su cierre debería hacerse mediante una ley aprobada por el Congreso. Pero la orden ejecutiva obvia su trámite parlamentario, lo que retrata a un gobierno que despliega su política con métodos propios de un régimen de excepción. Sin embargo, con o sin decreto, el cierre ya fue iniciado con los recortes implementados el Departamento de Eficiencia Gubernamental dirigido por el archimillonario Elon Musk y el despido de la mitad de sus profesionales dedicados a los programas mencionados (2.100 sobre un total de 4.400 trabajadores). 
 La letra de la orden es explícitamente ideológica (fascista): "Los programas o actividades que reciban los fondos remanentes no promoverán iniciativas de diversidad, equidad e inclusión ni la ideología de género" (El Mundo, 21/03). 
 El ataque a la educación pública se completa con un proyecto impulsado por los republicanos, para instaurar un sistema de cupones mediante el cual empresas y particulares que donen a programas educativos, recibirían el 100 por ciento de su dinero cuando declaren sus impuestos” (Washington Post, 6/03). Las empresas podrían invertir en estos programas, obteniendo deducciones de impuestos y evitando los impuestos sobre las ganancias de capital. Se estima que este plan desviaría $5-10 mil millones en fondos públicos a la educación privada (Work Socialist Web Site, 11/03). 
 Este proyecto está en línea con la orden ejecutiva del 29 de enero pasado, titulada “Ampliar la libertad y las oportunidades educativas para las familias”, y otra, llamada “Poner fin al adoctrinamiento radical en la educación primaria y secundaria”. Ambas fueron inspiradas por America First Policy Institute (AFPI), un lobby fundado en 2021, liderado por la actual secretaria de educación Mc Mahon. La AFPI quiere redefinir la educación norteamericana en torno al chovinismo y a la revisión historiográfica en relación al racismo: “Las élites y corporaciones antipatrióticas (...) han utilizado su poder y dinero para crear y normalizar la narrativa de que Estados Unidos y la fundación estadounidense son inherentemente malos, una narrativa según la cual ser patriótico es ser racista”; y concluye que su misión es “investigar y desarrollar políticas centradas en el patriotismo” (AFPI, 28/06/21). 
 Desfinanciamiento educativo, rescate al capital por vía impositiva, ataque a los derechos a la educación y chovinismo patriótico son los elementos distintivos de la política educativa trumpista. 

 El ataque de Trump a las universidades 

Al anuncio del congelamiento de fondos por 400 millones de dólares a la Universidad de Columbia, "debido a su pasividad ante el persistente acoso a estudiantes judíos" -una coartada para prohibir las manifestaciones contra el genocidio sionista en Gaza- le siguió la detención ilegal de Mahmoud Khalil, dirigente estudiantil de la rebelión en la Universidad de Columbia contra la “continua inversión financiera de la universidad en corporaciones que se benefician del apartheid israelí, el genocidio y la ocupación militar de Palestina”. 
 La extorsión financiera a Columbia no sólo busca la prohibición de manifestaciones antisionistas; procura intervenir su gobierno y régimen académico. El 13 de marzo pasado, “la administración Trump envió una carta a Columbia exigiendo que la administración realice cambios en su gobierno, sus procesos de admisión y sus programas académicos ‘como condición previa para las negociaciones formales’ con la administración” (New York Times, 18/03). Una pretensión que viola groseramente el régimen universitario.
 La respuesta de las autoridades de Columbia a la extorsión fue “la contratación de 36 ‘oficiales especiales’ con el poder para sacar y arrestar a individuos; y la supervisión de los Departamentos de Estudios de Oriente Próximo, el Sur de Asia y África, así como el Centro de Estudios Palestinos, bajo un vicerrector nombrado por la universidad” (World Socialist Web Site, 25/03). 
 El método de bloqueo de fondos federales como chantaje para introducir cambios en el régimen universitario es sistemático. Como parte de la campaña de eliminación de los programas de “diversidad, equidad e inclusión”, 52 universidades en 41 estados son objeto de investigaciones del Departamento de Educación. “Los estudiantes deben ser evaluados según su mérito y logros, no prejuzgados por el color de su piel”, afirmó Linda Mc Mahon (La Nación, 14/03). Las investigaciones fueron anunciadas un mes después de que el Departamento de Educación emitiera un memorando donde amenaza a las escuelas y universidades con perder los fondos federales si adoptan dichos programas en las admisiones, becas o cualquier otro aspecto de la vida estudiantil. Perversamente, el argumento del gobierno es que esos programas violan la Ley de Derechos Civiles de 1964, al excluir a estudiantes blancos y estadounidenses de origen asiático, cuando su promulgación fue el resultado de las movilizaciones de masas contra la segregación de los afroamericanos de la vida civil. 
 Si en la segunda posguerra, la política del imperialismo logró integrar a la academia en su desarrollo tecnológico y esfuerzo militar, el trumpismo las extorsiona, desfinancia e interviene en su vida académica. Esto es percibido por sectores académicos: “Lo distintivo de lo que está sucediendo es que el concepto mismo de la universidad como institución autónoma está bajo ataque directo. (...) Si durante la Guerra Fría el gobierno financió las universidades para fortalecer a Estados Unidos, la segunda administración del Sr. Trump las trata como una amenaza a desmantelar”, dice una profesora de Yale en una columna de New York Times (18/03). 
 Las tendencias al pasaje del imperialismo democrático al fascismo se expresan dramáticamente en la vida académica de EE.UU. 

 Alejandro Barton
 28/03/2025

jueves, 27 de marzo de 2025

miércoles, 26 de marzo de 2025

Perú: el estado de emergencia de Boluarte, una medida reaccionaria


La clase obrera necesita un planteo propio frente a la inseguridad y el crimen organizado 
 El gobierno introdujo a los militares en tareas de seguridad interior 

El gobierno de Dina Boluarte impuso desde el 18 de marzo un estado de emergencia por 30 días en Lima y la provincia de Callao, tras el asesinato del cantante de una popular banda de cumbia en la capital peruana. 
 Desde comienzos de año, se han registrado en Perú más de 450 crímenes y cerca de 2 mil denuncias de extorsión, como parte de un espiral ascendente de esta clase de delitos desde 2017. Esto ha desatado un estado de inquietud y zozobra generalizado que abarca tanto a los sectores más explotados como a comerciantes, transportistas y empresarios. El movimiento obrero es víctima directa de los sicarios. Según la CGTP Joven, 25 referentes de la Federación de Trabajadores en Construcción Civil del Perú (FTCCP) fueron ejecutados por bandas que quieren apoderarse del control de las obras de construcción.
 El estado de emergencia dictado por Boluarte es una medida reaccionaria que restringe la libertad de reunión y circulación, saca a los militares a las calles y permite el ingreso a domicilios y las detenciones sin autorización judicial por parte de las fuerzas represivas. Estas disposiciones, que coartan las libertades democráticas, no tendrán, sin embargo, ningún impacto en la reducción del delito y el desmantelamiento de las bandas criminales, como lo muestra la experiencia de aplicación del estado de emergencia en ciertos distritos limeños a lo largo de 2024. 

 Protestas populares y problemas en el gabinete 

 A pesar de la declaración del estado de emergencia, este viernes 21 se desarrollaba en Lima una convocatoria bajo el lema “No queremos morir” para reclamar a los tres poderes del Estado una respuesta frente al problema de la inseguridad. Adherían a la jornada numerosas bandas musicales, uno de los gremios de transportistas (Anitra), el Colegio de Psicólogos, el Bloque Feminista, la Asociación de Padres de Familia de Colegios Privados de Perú (Anacopri), egresados de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Asociación de Trabajadoras Sexuales Miluska Vida y Dignidad, entre otros.
 En vísperas de la manifestación, se aprobó en el parlamento una moción de censura contra el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, pese a que contaba con un férreo respaldo de la presidenta. Boluarte debe confirmar un nuevo ministro en las próximas 72 horas, que sería el séptimo que desfila por ese cargo desde que está en el poder. 
 La moción de censura fue impulsada por los diputados Diego Bazán (de Renovación Popular, una fuerza de ultraderecha que tiene como principal referente al alcalde de Lima, Rafael López Aliaga), Jaime Quito (de Nueva Constitución, un desprendimiento de Perú Libre, el partido de Vladimir Cerrón) y Susel Paredes (quien acaba de romper con Primero la Gente, un partido de centro). El planteo reunió 78 votos a favor, 11 en contra y 20 abstenciones. Casi todo el fujimorismo (Fuerza Popular) acompañó la iniciativa. Es decir que, bajo el impacto de la crisis por la inseguridad, algunos de los espacios que sostienen a Boluarte en el poder –la cual carece de una fuerza propia- se vieron obligados a buscar un fusible en el Ejecutivo. 
 Boluarte, quien ha declarado ante los medios que no descarta impulsar la pena de muerte por el delito de extorsión, intenta seguir los pasos del gobierno de Nayib Bukele en El Salvador y de Daniel Noboa en Ecuador, quien impuso el estado de excepción y militarizó el país. Una salida de estas características reforzaría todos los ataques que el gobierno asesino de la mandataria viene instrumentando contra el pueblo, con el apoyo de los principales bloques legislativos. 
 Frente al problema de la inseguridad, las organizaciones obreras necesitan impulsar un planteo propio que apunte al desmantelamiento del aparato represivo, siempre entrelazado con los grupos criminales. Por la nacionalización bajo control obrero de los bancos y los puertos, que son escenario del lavado de dinero y el contrabando. No al estado de emergencia. Fuera el gobierno de Boluarte y el Congreso corrupto. 

 Gustavo Montenegro

martes, 25 de marzo de 2025

Crisis política en Colombia


No quedó ni uno solo de los ministros que Petro nombró cuando asumió en el 2022, tras ganar las elecciones precedido por un proceso de rebelión popular. Hace un mes pidió que todos pusieran la renuncia a su disposición y ahora acaba de nombrar a Germán Ávila -su amigo personal- como Ministro de Hacienda. Es el cuarto que ocupa el cargo. 
 La crisis política se da por la impotencia de Petro para implementar las reformas limitadas que se propuso, debido a la falta de apoyo, no sólo por parte de la oposición, sino de la propia coalición que le hizo ganar las elecciones. 
 El Congreso de Colombia rechazó en diciembre una propuesta de aumento de impuestos, dejando al gobierno con poco margen fiscal después de registrar un déficit el año pasado del 6,8 por ciento del PIB, muy por encima de su meta del 5,6 por ciento, y menores ingresos que los proyectados (Financial Times, 19/03). 
 Diego Guevara, el ministro saliente -tras acusaciones de corrupción-, era partidario de efectuar recortes en gastos sociales a los que Petro se niega y a los que pretendía cubrir con la reforma tributaria. 
 Esta situación está generando una devaluación del peso y la agencia calificadora Fitch rebajó la perspectiva crediticia de Colombia de "estable" a "negativa", alegando preocupación por el deterioro fiscal y la incertidumbre sobre las medidas. La deuda pública equivale al 60% del PIB y a eso hay que sumarle la deuda flotante por los compromisos de pago no ejecutados que en 2024 ascendió a 61 billones, casi el doble de 2023. 
 La otra gran reforma que Petro quiere implementar es sobre el sistema de salud. Actualmente está privatizado y la cobertura a la población sin recursos se hace por medio de un sistema de subsidios. Pero además, entre la recaudación de los recursos (tarifas y subsidios) y los servicios de salud, existen unas intermediarias –que pueden ser públicas o privadas– las Entidades Promotoras de Salud (EPS), las cuales dan lugar a corrupción y generan un sobrecosto parasitario.
 El presidente pretende aumentar el control estatal y reducir el papel de las EPS. Como esto fue rechazado por el congreso, Petro pretende ejecutar las reformas directamente, pero no cuenta con el apoyo de la coalición de gobierno. 
 El mero intento de reforma produjo la reacción de las empresas de la salud que están acaparando medicamentos –generando desabastecimiento– y obstruyendo la atención médica, dilatando los turnos, generando una crisis sanitaria de magnitud. 
 Esto llevó a Petro a declarar que era un “presidente revolucionario en un gobierno que no lo es” y que se equivocó en creer que se “podía hacer una revolución desde el gobierno”. 
 Para conseguir apoyo el presidente convocó a la movilización popular protagonizada principalmente por los sindicatos. 

 Crisis general

 En enero, Petro declaró el estado de conmoción interior y emergencia económica debido a los hechos de violencia protagonizados por el ELN y desprendimientos de las FARC que se disputan el control de los recursos y las rutas del narcotráfico en la región del Catatumbo. Los enfrentamientos dejaron unos 80 muertos, más de 20 heridos y más de 11.000 personas desplazadas.
 Esto al mismo tiempo que se lleva a cabo el juicio por los falsos positivos -la masacre de más de 6.000 campesinos que los militares llevaron adelante para hacerlos pasar por guerrilleros y hacer carrera en el ejército-. Los responsables políticos como el ex presidente Uribe, y decenas de jerarcas militares implicados están quedando exentos de presentarse ante la justicia. 
 Además, el Consejo de Estado tumbó la personería jurídica del partido político de la vicepresidenta Francia Márquez, después de que ella lanzara críticas sobre corrupción de un sector del gobierno y renunciara a dirigir un ministerio. 
 Petro mismo se puso entre la espada y la pared. De un lado, la burguesía no está dispuesta a ceder ni el más mínimo privilegio. Del otro, las reformas de Petro son tan limitadas que no son capaces de despertar el fervor popular que pueda obligar a llevarlas adelante. No tiene a su favor ni una renta de hidrocarburos extraordinaria ni el boom de la soja, ni ningún otro escenario internacional favorable, como sí tuvieron otros gobiernos nacionales y populares cercanos en el tiempo, los cuales tuvieron margen para hacer reformas menores y beneficiar a amplios sectores de la burguesía al mismo tiempo. 
 Muy por el contrario, como paso previo de una guerra mundial, la guerra comercial amenaza con llevarse puestos economías y gobiernos sin distinciones ideológicas.

 Aldana González
 25/03/2025

"La Revolución cubana ha demostrado ser más fuerte de lo que muchos creían": Gabriela Fernández


lunes, 24 de marzo de 2025

BlackRock llega a un acuerdo preliminar para controlar decenas de puertos estratégicos


Trump apunta al dominio del comercio mundial como un escalón hacia lo militar 
Entre los puertos en juego están los de Panamá

 Está absolutamente clara la política de ofensiva sin pausa que impulsa el presidente de Estados Unidos con la mira en China, pero que incluye también una mayor subordinación de la Unión Europea y de otros estados de menor peso en la economía mundial. Los aranceles anunciados a Canadá y México, como a diversas mercancías como acero, cobre, etc., son apenas uno de los aspectos de esa guerra comercial sin medias tintas que pretende imponer. 
 Pero la ofensiva, con amenaza militar incluida, para el dominio de EEUU sobre el Canal de Panamá, podría derivar en un cambio sustancial a escala planetaria, y no sólo de la vía interoceánica en Centroamérica. 
 El fondo de inversión yanqui BlackRock llegó a comienzos de mes a un principio de acuerdo (en sociedad con Terminal Investment Limited –TIL-, filial de Mediterranean Shipping Company –MSC-, firma de la familia italiana Aponte) para quedarse con el 80% del paquete accionario de la división puertos y servicios (Hutchison Ports) de Hutchison Holdings Limited (CK Hutchison) con sede en Hong Kong, lo cual incluye el dominio de 43 puertos en los cinco continentes que antes dependían en su operación o pertenecían a la multinacional radicada en Hong Kong. Esta última solo conservaría los 10 puertos que tiene en China. 
 Pasarían a manos del capital especulativo de Black Rock y asociados, nada menos que 11 puertos en el oriente de Asia (Indonesia, Malasia, Corea del Sur, Tailandia, Myanmar, etc.) y Australia, trece puertos en Europa y varios en América, incluidos los puertos de Balboa y Cristóbal ubicados en cada extremo del Canal de Panamá. Esto último requiere aún el aval del gobierno panameño, según algunos medios. 
 La operación involucra la friolera de 22.700 millones de dólares y surge luego de una visita a Panamá del secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, ni bien asumió Donald Trump. 
 El gigante gestor de activos, que administra fondos por el equivalente del 40% del PBI de EEUU, se apresta a obtener, con el apoyo político y la presión militar de Trump, no solo el control sobre el tráfico portuario en el Canal de Panamá, sino de gran parte del comercio mundial.
 Lo cual incluye puertos como el de Rotterdam y Amsterdam, verdaderas puertas de entrada a Europa y otros puertos claves en Corea del Sur, Indonesia, Malasia, etc. Lugares por donde fluye gran parte del comercio mundial, y algunos de ellos ubicados estratégicamente sobre el mar del sur de China, un terreno en disputa militar y zona “caliente” del planeta, donde casi a diario se registran incidentes con barcos o aviones de los ejércitos de la zona. 
 Como la guerra comercial y la guerra militar están profundamente entrelazadas, si Black Rock y todos los inversores institucionales que lo conforman, pretenden utilizar su injerencia recientemente alcanzada en el comercio mundial para un favoritismo de EEUU, la competencia comercial mundial se va a incrementar y la tendencia a un dislocamiento es muy probable. Lo que cambiaría de manos, de una multinacional con sede en Hong Kong, a una multinacional con sede en EEUU, tiene gigantescas implicancias en todo el planeta, en un momento donde éste último país nunca pudo recuperarse de la crisis del 2008, es dirigido por un gobierno de tendencias agresivas y expansionistas, y que no dejará de utilizar a Black Rock como un elemento de presión, esencialmente contra China. 
 Pero entre las cinco grandes multinacionales que manejan las operatorias portuarias del mundo, China tiene sus propios gigantes como la estatal Cosco (naviera y operadora más de 100 puertos en todo el mundo). La misma que acaba de construir el megapuerto de Chancay en Perú, inaugurado a fines del año pasado con la visita de Xi Jinping.
 Así, de la ofensiva contra la supuesta injerencia china en el Canal de Panamá, que ahora sería injerencia de EEUU, se está saltando a una guerra por el manejo de las rutas, puertos y logística por los que se canaliza el 80% del comercio mundial. Es casi una acción de guerra con todas las letras. 
 Por todo esto, no es de extrañar que la decisión de Hutchison de desprenderse de muchos de sus puertos haya desatado un fuerte malestar en Pekín, según detalla un artículo de la agencia AP reproducido por el diario argentino La Nación (21/3). La pérdida del dominio de los mares ha sido un gran factor de desmoronamiento de imperios europeos y en Oriente. Y si una cuarta parte del comercio mundial pasa por el mar de China, epicentro de los roces militares explícitos, podemos decir que la operación de Black Rock con la banca de Trump es apenas una somera idea de las veleidades expansionistas y guerreristas del gobierno de EEUU y el prolegómeno de acciones de abierto carácter militar. 
 Guerra a la guerra debe ser un estandarte global de toda la clase obrera y la izquierda revolucionaria. 

Norberto E. Calducci