domingo, 2 de enero de 2022

Lula, el primer presidente obrero de Brasil


En enero de 2003 Lula da Silva alcanzó la presidencia de Brasil. La posibilidad de que un presidente de origen obrero por primera vez estuviera al frente del país generó enormes expectativas de cambio. 

 Su arribo fue resultado de varios factores. En primer lugar una serie de levantamientos populares como en Venezuela, Ecuador y Bolivia o el 2001 en Argentina marcaban el fin del ciclo neoliberal en el continente dando lugar a los llamados gobiernos posneoliberales. El desgaste del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso (FHC-PSDB) no había generado en Brasil procesos de resistencia de tal envergadura, pero la posibilidad de desarrollarse escenarios de mayor radicalización terminaron de inclinar las opciones de la burguesía brasileña, con un sentido preventivo, por la posibilidad de un gobierno del PT. 
 Lula y el partido habían dado muestras desde sus orígenes que su estrategia política se adaptaba al orden capitalista. Si el pasado setentista de Lula aludía al líder de un movimiento obrero radicalizado que desafiaba a la dictadura, la adaptación a la transición democrática de su liderazgo al frente del PT fue afianzando y transformando al partido en parte de la institucionalidad burguesa. A principios de 1990 desde el momento en que las movilizaciones por el "Fuera Collor” adquirieron un carácter masivo, el PT respaldó la salida del impeachment votado por el Congreso que culminó con la destitución constitucional de aquel presidente y unos años más tarde, durante el gobierno de FHC, después de un mes de paralización y cuando el envío de tropas militares no fue suficiente para amedrentar a los petroleros, Lula garantizó a través de su prestigio el levantamiento de un conflicto testigo que cuestionaba el plan en marcha de privatizaciones. 
 En otro plano, desde su fundación en 1980, el PT fue construyendo y transformándose en una maquinaria partidaria lo suficientemente incorporada al sistema alejada de cualquier “control” popular. Aunque en la disputa presidencial de 1989 había perdido en segunda vuelta y en 1994 y 1998 salió derrotado por FHC, a lo largo de todo este trayecto pudo ir conquistando bancas parlamentarias, gobiernos estaduales y municipales que fueron consolidando a Lula y al PT como el partido de origen obrero y popular del nuevo régimen pos dictadura, con proyección política nacional, en un país atravesado por enormes desigualdades sociales.

 En carrera hacia el palacio

 A cuenta de su pasado disruptivo, las señales que Lula dio a los grupos económicos no fueron pocas. Ya el Congreso Nacional del PT de 2001 fue promotor de los acuerdos con empresarios y partidos burgueses y al inicio de la campaña electoral de 2002 dejó en claro su opción pro mercado con la elección para la vicepresidencia del empresario José Alencar, del centro derecha Partido Liberal. En ese camino Lula presentó su Carta a los brasileños en la que prometía respetar las reglas de juego heredadas del plan Real (1994), como la apertura y liberalización financiera y la herencia de las privatizaciones. Si en los programas previos del PT aparecía la noción de ruptura con el modelo neoliberal y críticas hacia los organismos como el FMI, la Carta venía a superarlos convertida en una declaración estratégica de su compromiso con el capitalismo brasileño. Finalmente en las elecciones de octubre de 2002, con el 53% de los votos, Lula el líder sindical de raíces populares, procedente del relegado noreste del país fue electo presidente derrotando a José Serra (PSDB), renovando en millones las expectativas de que a partir de ese momento la vida de las mayorías trabajadoras y excluidas del sistema podría mejorar. Las calles se transformaron en escenario de festejos y esperanza de una jornada recordada como histórica. 
 Sin embargo, muy pronto su primera gestión estuvo dominada por el desconcierto y el desencanto frente a las esperanzas que había despertado. En términos macroeconómicos sostuvo lo central de la política de estabilización de FHC, sintetizada en metas de inflación (con altas tasas de interés), el tan elogiado cambio flotante y el superávit primario, acompañado de la ampliación de una serie de instrumentos de contención social promovidos por el Banco Mundial que desde la gestión de FHC se venían implementando como el Bolsa Escola, Bolsa Alimentação, entre otras. 
 A medida que su agenda de gobierno dejaba en claro su alineamiento con el mandato neoliberal, el desgaste político con su base social también fue en aumento y comenzaron a vislumbrarse varias crisis políticas. Así ocurrió ante la propuesta de avanzar en la liberalización de la seguridad social que tuvo su primer efecto en la expulsión del PT de los parlamentarios que se opusieron, que formarían luego el Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Para reforzar la estabilidad política, Lula promovió una fuerte alianza de gobierno con el PMDB que de todos modos se mostró insuficiente. En 2005 estallaría el llamado escándalo del mensalão (por compra de votos), crisis de tal magnitud que incluyó la posibilidad de la destitución de Lula, afectando al régimen de conjunto al ser el PT uno de los nuevos y principales partidos surgido de la restauración democrática. Fue su primera gran crisis, de tal forma que hizo crujir su credibilidad en la defensa de la ética y la transparencia, especialmente entre las clases medias urbanas que históricamente lo habían identificado con la lucha contra la corrupción de la política brasileña y de las viejas oligarquías.
La singularidad de la presidencia de Lula en 2003 no se limitó a ser la primera de origen sindical al frente de uno de los principales partidos laboristas del continente. Expresó una reconfiguración del bloque político de gobierno, con la garantía de no atentar contra la explotación capitalista, en la apuesta por la pasivación de las clases dominadas a través de la colaboración de las direcciones de los movimientos sociales y organizaciones sindicales. Como señala Perry Anderson, si algo caracterizó su gobierno fue la desmovilización. 
 Ya en su segundo mandato a partir de 2006, en un contexto internacional favorable en el que Estados Unidos se concentraba en Medio Oriente y el crecimiento de la demanda económica mundial motorizada por China, como ocurrió en otros países latinoamericanos, dio impulso a la economía bajo un patrón exportador centrado en el agro negocio y actividades extractivas, que generaron recursos que facilitaron la extensión de los planes asistenciales, creando millones de empleos aunque precarios y generando nuevas políticas compensatorias desde el Estado que favorecieron la ampliación del consumo popular en los sectores más postergados. Este fue el punto de partida para reconstruir su segunda presidencia con una fuerte base de sustentación que le permitió niveles muy altos de aprobación popular al tiempo que aseguró como nunca negocios al capital financiero internacional y nacionales. Este período que se inicia con Lula en el centro de la escena y predominio de políticas de consenso, se lo conoció como “lulismo”. 

 En camino al 2023.

 Volviendo al Brasil actual, a casi dos años de ser puesto en libertad luego de 19 meses de permanecer en prisión acusado por corrupción e impedido por la justicia de concurrir en las últimas elecciones, Lula da Silva se encuentra en carrera, aventajando hasta el momento al resto de los presidenciables. Aunque las diferencias con la situación social y económica del continente y del país hermano con aquel 2003 son muchas, hay un cierto deja vu en el juego de alianzas políticas de la campaña en curso. Como señalan distintos analistas, preservando lo esencial de la polarización con Jair Bolsonaro, Lula intenta proyectarse como una opción de centro con el propósito de superar uno de los clivajes “petismo-antipetismo” que han dominado la política reciente del país y que alientan sectores del “desencantado” establishment. Una nueva opción legitimada por el voto, capaz de recomponer la credibilidad de las instituciones que avalaron el golpe institucional, sin poner en riesgo las contrarreformas implementadas y las privatizaciones, claves del consenso entre los grandes capitalistas. En ese camino el líder del PT busca sumar al ex gobernador de San Pablo Geraldo Alckmin, histórico del Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB) y su rival en 2006, a su fórmula presidencial. 
Como escribe Danilo Paris “esta señal que el PT quiere transmitir trasciende a los propios sectores de la burguesía nacional. Alckmin encarna un proyecto que agrada al capital financiero, especialmente al estadounidense, y al propio Biden.” Este bloque de fuerzas “anti-bolsonaristas” con sectores como el ex-gobernador paulista, articuladores del golpe institucional contra Dilma de 2016 y principales representantes del neoliberalismo en el país, lejos de afianzar una perspectiva verdaderamente democrática, transformadora para superar las condiciones de desempleo, pobreza y pérdida de derechos en el país hermano, “embellece” a la burguesía golpista y parece anticipar el rumbo de su posible gobierno: administrar la herencia económica del golpe institucional.

 Liliana O. Caló 
 Viernes 31 de diciembre de 2021

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