Dberían disputar otra clase de competencia. Mauricio Macri y Alberto Fernández están lanzados a una carrera para dirimir quién miente más. No deberían ser candidatos a presidir Argentina sino desafiantes en un torneo mundial de incapacidad y cinismo.
Con más de un tercio de la población bajo la línea oficial de pobreza, en medio de una implacable recesión, endeudamiento interno y externo impagable y descontrolada inflación, Macri y Fernández proponen absurdos impracticables con el único objetivo de ganar votos y permanecer o recuperar el poder político, como fuente de enriquecimiento en medio de la decadencia que nada perdona. Desde hace décadas el discurso electoral de los políticos establecidos fue vaciándose de contenido hasta reducirse a la nada. Ahora da un paso más: miente descaradamente para ocultar causas y efectos de la devastadora crisis que asuela al país.
El panorama económico resulta del fracaso en el proyecto de saneamiento capitalista intentado por el frente amplio burgués (Fab) con Macri como instrumento. La agonía política, plasmada en la estolidez de los candidatos -y no sólo de los dos principales- resume una decadencia arrastrada durante décadas. No es de Macri el fracaso ni es de la fórmula Fernández-Fernández la incapacidad para dar respuesta al colapso del frente amplio burgués. Ese conjunto incluye como socio dominante a Estados Unidos, también frustrado. Es el agotamiento del sistema. Y la ausencia de una fuerza arraigada en las mayorías para superarlo.
Así se empina el camino hacia el abismo. Macri adopta paliativos de emergencia hasta fin de año. Medidas positivas como eliminación de Iva para los productos básicos de la canasta familiar, aumento del mínimo no imponible para salarios, control de cambios, así como el congelamiento de precios para combustibles, electricidad y gas, duran hasta el 31 de diciembre. ¿Quién y cómo volverá a imponer el Iva, aumentar el impuesto al salario, multiplicar los precios ahora congelados? Todo el plan de saneamiento fiscal y reordenamiento de los precios relativos está condenado con estas medidas demagógicas e insustentables para el capitalismo. Pero ¿qué plan político podría hacerse cargo de este presente griego?
Fernández promete bienestar, aumento de salarios y jubilaciones, industrialización del país. Tras subrayar que el país está en cesación de pagos (ellos dicen default), llegó a decir que todo eso lo hará aplicando el dinero que hoy va al pago de intereses de la deuda interna (con intereses superiores al 70%) y externa (amarrada a compromisos con el FMI). Quienes se anuncian como miembros de su eventual gabinete económico corren tras el candidato para explicar a la prensa que eso es sólo un error de expresión. Para justificar el dislate uno de ellos llegó a decir: “Fernández es candidato a Presidente, no a ministro de Economía”.
Pero a cambio de planes sólidos Fernández tiene un eslogan: pacto social. Intenta ponerlo en marcha antes del 27 de octubre aliando a empresarios y ejecutivos sindicales. Miguel Acevedo y Daniel Funes de Rioja por la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor y Rodolfo Daher por la CGT (ambos del sindicato de Sanidad, ligados al negocio de los medicamentos), son los encargados de poner en marcha la enésima reedición de esa engañifa denominada pacto entre empresarios y trabajadores.
Debacle de un sistema
Entrenados en el arte de la trampa y la hipocresía, ambos candidatos exponen impúdicamente su completa ausencia de principios, a la par de una pobreza intelectual asombrosa. Lacera escuchar sus discursos. No tienen una sola propuesta para revertir la decadencia y ofrecer un futuro al país. Más aún: no son capaces de expresar correctamente las mentiras con las que pretenden engañar a la sociedad. Reflejan la degradación y la impotencia del sistema del que son producto y el nivel al que han caído los políticos del capital.
Es apropiado el verbo “reflejar”. Los candidatos del capital –y no sólo ellos- espejan el fenómeno más relevante hoy en Argentina: la fragmentación, desorientación y virtual parálisis de la gran burguesía. La clase dominante no tiene instrumentos para ejercer su dominio. Sin partidos ni líderes de envergadura, intenta paliar su escualidez con la unificación del también fragmentado y aún más desprestigiado movimiento sindical, que en este momento histórico no es tal sino una casta corrupta, ajena y contrapuesta a los intereses de la masa trabajadora y de la nación en su conjunto. Cuenta con la anuencia de prácticamente todas las fracciones de ese aparato descompuesto, en acuerdo con la UIA para escenificar un nuevo “pacto social”.
Con este objetivo, días atrás se realizó un así llamado Congreso, de la así llamada Central de Trabajadores Argentinos – de los Trabajadores (la denominación misma indica la ausencia de brújula). Es una de las fracciones en que se hundió la antigua CTA. El encuentro estuvo presidido por Fernández, el hijo de la ex presidente y actual candidata a vicepresidente Cristina Fernández, más el presidente del club Independiente y secretario general del sindicato de Camioneros, Hugo Moyano. Como se ve, la CTA… “de los trabajadores”.
El encuentro fue para santificar la desaparición de la CTA-T y subsumirla en la CGT. Muchos años atrás fue previsto este destino para quienes por arte de birlibirloque transformaron el CTA (Congreso de Trabajadores Argentinos), en la CTA (Central de Trabajadores Argentinos). No hace falta agregar una palabra a lo escrito para enfrentar aquella maniobra, cuyo verdadero sentido se vio en la operación para llevar al Frepaso al gobierno en 1999 y ahora para dar aliento a otro gobierno burgués, el de AF y CF, supuestamente alternativo al de Macri, cuyo candidato a vicepresidente presidió el Senado bajo las órdenes de Néstor Kirchner y su esposa: Miguel Ángel Pichetto.
Aún se ignora qué hará la otra fracción de la ya extinguida Central: la CTA-Autónoma. También fragmentada, tiene igualmente como cuña la presión para impulsar un voto por F y F, aunque algunas tendencias propugnan un Voto Protesta, opuesto sin distinción a todos los candidatos capitalistas.
Bitácora de la corrupción sistémica
Tras este panorama hay un factor imprevisto: los llamados “cuadernos de la corrupción”. Todavía no está suficientemente analizado el papel de ese alud de denuncias sólidamente fundadas que llevó a decenas de altos empresarios a declararse “arrepentidos” y confesar fechorías multimillonarias en dólares, todas las cuales tienen como figuras principales al fallecido Kirchner y su esposa. 174 grandes empresarios y funcionarios de primera línea de los gobiernos Kirchner están procesados. Para causas principales ya está definido el juicio oral. Se trata de un tsunami descargado sobre el empresariado argentino. Ya se ha dicho que Paolo Rocca, titular de Techint, la mayor empresa privada en el país, debió viajar apresurada y furtivamente a México para evitar la cárcel en prisión preventiva. No tuvo la misma suerte su principal gerente y portavoz. Como así tampoco el ex titular de la Cámara de la Construcción, Carlos Wagner, o el propietario de la poderosa constructora Roggio, entre tantos otros nombres impensables (entre ellos familiares de Macri), que pasaron a ser “testigos arrepentidos” e hicieron fila para denunciar al gobierno anterior.
Es un terremoto sistémico. En su discurso de apertura de sesiones del Congreso Nacional, Macri puso el juicio “de los cuadernos” como una de las tres causas a las que atribuyó la debacle económica. Las otras eran sequía e inundaciones que frustraron la cosecha 2017-1018 (se perdieron más de 8 mil millones de dólares), y los problemas financieros del primer mundo, que provocaron una fuga masiva de divisas (flight to quality llaman a esta carrera demencial por la tasa de ganancia). No erró quien escribió el discurso del Presidente. Los cuadernos cayeron como una bomba de acción retardada sobre el Fab. Primero contribuyeron a frenar el giro económico; luego llegaron las consecuencias políticas. Pero es apenas el comienzo.
Hay una poderosa operación en curso para acabar con estos juicios. Son potencialmente más graves que la calamitosa situación económica, puesto que hieren de muerte a un sector clave del poder político y a 7 de cada 10 grandes empresarios del país. Fernández ya ha exculpado a su compañera de fórmula. Pero se mantiene ambiguo frente a los demás inculpados. Si en caso de ganar lo espera un cataclismo económico apenas asumir, este problema es más grave aún en la coyuntura dramática que vive Argentina.
Hay que repetirlo: ninguna justicia verdadera puede esperarse del sistema judicial argentino. Por definición, por naturaleza de clase, su función no es la Justicia, sino la defensa del poder del capital. El problema es que la disputa en este caso en la elite del capital mismo. Como en el caso del juicio a los militares, una primera intención parcial de un sector de las clases dominantes por preservarse, derivó en un alud imparable que acabó con las fuerzas armadas tal como eran antes de 1983. Ahora el caso es análogo, aunque diferente: tal como están hoy los juicios no derivan de la voluntad de una fracción del capital, sino de un encadenamiento imprevisto y, actualmente, inmanejable. Es más que improbable que el próximo gobierno pueda desarmar esta bomba. Incluso si ganare Fernández y el juicio llevara al estrado a la vicepresidente. Pero al margen las figuras políticas, el problema mayor siguen siendo los empresarios.
Ese proceso, además, se desenvolverá sobre una base de descontrol económico crecientemente acelerado. Sería contrario a toda experiencia histórica que en este clima no aparezca una vanguardia capaz de condenar al unísono a las variantes partidarias, sindicales, religiosas, periodísticas, empeñadas en salvar el sistema y saltando de Macri a Fernández al compás de sondeos en los que nadie confía.
Tiar: la prueba ácida
Mientras lanza golpes desesperados en una campaña de “30 días – 30 ciudades”, con discursos cada día más demagógicos y contrapuestos a lo actuado en tres años y medio, Macri volvió a sumarse a las exigencias de Washington y apoyó la activación del Tratado de Asistencia Recíproca (Tiar) para utilizarlo contra la Revolución Bolivariana de Venezuela, acosada por los cuatro costados. Fernández no ha dicho una palabra al respecto. No deja de ser lógico: Argentina se sometió al Tiar en 1947 con la firma del entonces presidente Juan Perón. El doble discurso no tiene por qué cambiar ahora, cuando el país afronta, como en aquella oportunidad, una crisis mundial del capitalismo y el riesgo de que en su transcurso se conforme un movimiento revolucionario de masas.
De manera más translúcida que nunca, el peronismo se verá obligado a jugar el papel de defensor de última instancia para el capitalismo. Sus múltiples fracciones actuales no podrán convivir en ninguna hipótesis. No faltan fascistas confesos en el Partido Juticialista y en varias de sus corrientes, incluidas algunas consideradas “de izquierda”. Fernández se ha declarado Liberal. Es conocida la frase según la cual el peor fascista es un liberal asustado. Hay muchos con miedo en este momento. Y habrá más. Las tendencias internas comprometidas con una perspectiva antimperialista y latinoamericanista deberían saber esto y actuar en consecuencia. Desde ahora mismo.
Luis Bilbao
@BilbaoL
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